EDITORIAL
Sacado del n. 12 - 2008

No olvidar


Las fiestas navideñas, con su tradicional encanto, se viven de manera especial después de haber sufrido una desgracia en la familia, Especialmente en las que conservan la tradición de la celebración común de finales de diciembre el peso de los “vacíos” es muy intenso, a veces desgarrador


Giulio Andreotti


Los tradicionales puestos del mercadillo navideño de la plaza Navona de Roma [© Grazia Neri]

Los tradicionales puestos del mercadillo navideño de la plaza Navona de Roma [© Grazia Neri]

Las fiestas navideñas, con su tradicional encanto, se viven de manera especial después de haber sufrido una desgracia en la familia. Especialmente en las que conservan la tradición de la celebración común de finales de diciembre el peso de los “vacíos” es muy intenso, a veces desgarrador.
No tiendo a creer que el cariño hacia los fallecidos, como se dice con frecuencia, vaya aminorando. Quizá se exterioriza menos. Pero en la sustancia considero que no es cierta la opinión de que se vayan enfriando de generación en generación –pudiendo desaparecer totalmente– los vínculos sentimentales “transmitidos”.
Ver los nombres de las personas canceladas al recorrer la agenda de las felicitaciones no deja de provocar, sin duda, nuevas emociones por quienes pasaron durante el año a lo que solemos llamar mejor vida. Esta es una expresión popular que para mí es muy significativa. El poeta latino supo expresarla con el célebre «non omnis moriar».
El párroco en cuyo entourage pasé mis años juveniles tenía por costumbre acudir a casa de las familias que habían perdido recientemente a algún componente para presentar no sus felicitaciones, sino la expresión de una especial sensibilidad.
El acontecimiento anual está ligado para los romanos como yo a la antigua tradición de las “barracas” de la plaza Navona; mitad mercadillo de pesebres, mitad de juguetes u otros juegos / objetos de regalo.
Según una antigua tradición, en la noche del seis de enero la plaza se llena de gente y alegría hasta la mañana siguiente. A veces se organizan manifestaciones especiales que crean un estruendo ensordecedor. Sufriendo como sufro desde la infancia de migrañas, evito tomar parte en este ruidoso clamor (después de haberlo experimentado cuando tenía más o menos diez años). Pero aprecio sus aspectos positivos, incluido el hincapié que se hace en la importante fiesta religiosa.
Durante el “ventenio” se daba mucha importancia a la “befana fascista” regalando juguetes u otras cosas. Yo mismo, como huérfano de guerra me beneficiaba de ello. Algunos años recibíamos un regalo doble: un gorro de marinero, por ejemplo, y una peonza o algo así.
Tras el fascismo, la herencia específica fue retomada en parte por la maravillosa organización creada por monseñor Baldelli: la Pontificia Obra de Asistencia. Temo que un discutible movimiento modernizador y de actualización está haciendo perder legítimas “celebraciones” anuales.
Nunca me he parado a considerar en profundidad el tradicional vínculo entre el pesebre y la cultura franciscana. En cambio, poseo algunas figurillas de pesebres napolitanos que al parecer son originales. En realidad, las tengo durante todo el año en una pequeña vitrina siempre iluminada.
Algunos participantes en el pesebre con Aloysius Jin Luxian, obispo de Shangai, y el doctor Paolo Sabbatini, director del Instituto Italiano de Cultura de la metrópolis china, que organizaron la sagrada representación (www.iicshanghai.esteri.it)

Algunos participantes en el pesebre con Aloysius Jin Luxian, obispo de Shangai, y el doctor Paolo Sabbatini, director del Instituto Italiano de Cultura de la metrópolis china, que organizaron la sagrada representación (www.iicshanghai.esteri.it)

Volviendo a mi “prehistoria” infantil recuerdo la tradición de hacer declamar a los muchachos la poesía de Navidad desde el púlpito de la iglesia del Ara Coeli: era una emoción especial, con una pequeña cola para subir y un auditorio paciente de jóvenes que escuchaban esperando su turno.
No quiero hacer juicios comparativos sobre lo buenos que eran aquellos tiempos en comparación con éstos. De todos modos, las tradiciones son valores familiares que deberían mantenerse. Con frecuencia lo que predomina, en cambio, es la fascinación por las novedades.
Como sustitución del viejo púlpito del Ara Coeli podría tomarse quizá la radiotelevisión, que podría abrirse en esa ocasión a los niños.
Cada uno de nosotros creo yo que tiene una deuda con quienes nos estimularon de niños a sentir la importancia de las tradiciones. Esto en nada se opone a los aspectos “positivos” de la modernidad.
El año pasado volví a la plaza Navona y tuve la emocionante alegría de encontrar y escuchar a dos gaiteros, como en los viejos tiempos. No escondo que me conmovieron.
Describir el pasado en términos panegíricos sería una distorsión, pero olvidarlo completamente es injusto y reprobable.
Los “flautistas” se citan hoy en un contexto fuertemente devaluado. Reflexionemos. Sus viejas músicas evocan estados de ánimo y costumbres que sería muy útil no dejar en el olvido.


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