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CINE
Sacado del n. 12 - 2008

Antes de la mirada, la realidad


Entrevista con el director de cine Mario Monicelli, padre de la comedia a la italiana: su cine, la amistad con Rossellini y con Sordi. Su nuevo documental sobre un día en el barrio de Monti, cerca del Coliseo


Entrevista a Mario Monicelli por Giovanni Ricciardi


Mario Monicelli en su casa romana de la vía dei Serpenti, en el barrio Monti

Mario Monicelli en su casa romana de la vía dei Serpenti, en el barrio Monti

En línea recta no habrá más de quinientos metros desde la casa de Mario Monicelli y la Torre del Grillo, la del Marqués , una de sus criaturas mejor conseguidas. A los 93 años, el gran director de Viareggio, romano de adopción desde hace ya 75 años, ha tenido la idea de ponerse una vez más detrás de la cámara para contar un día de esta ciudad, y especialmente de uno de sus barrios más antiguos, el único quizá que de todos los del centro conserva todavía un carácter popular y casi un ambiente de pueblo.
«Esta es una de las razones por las que hace veinticinco años que vivo en Monti, y creo que no me moveré de aquí. Este barrio me recuerda algo la infancia que viví en Viareggio, que por lo demás no era un pequeño centro: era una estación climática a la que iban probablemente más turistas de los que por aquel entonces llegaban a la Capital del Imperio».
Monicelli rodó siete horas de película, luego sacó un extracto de veinte minutos, que fue comprado inmediatamente por “Rai Trade” y por el grupo “L’Espresso” y vendido con la Repubblica hace algunos meses con un título sencillo y curioso: Vicino al Colosseo c’è Monti. Como diciendo que junto a la «majestuosidad del Coliseo» se puede todavía descubrir la vida concreta de la gente: están las partidas de cartas del centro de ancianos, la colección de cómics del carnicero de la via dei Serpenti, las charlas en la barbería, la Pascua de los ucranios, los pasos cansados de un anciano, los talleres artesanos, los mendigos y los muchachos que vagan, la sorpresa de un niño que se tapa los oídos al oír las trompetas de la banda durante la fiesta del barrio. Y también está Ella, la Virgen de Monti, y su hermosa imagen del siglo XIII que pasa por las calles del barrio transportada a hombros por la hermandad de los monticianos, y detrás va la gente común.
Si le preguntamos el porqué de este homenaje a Monti, el maestro se escuda diciendo: «No hay un porqué. En este barrio me he encontrado siempre muy bien. La gente me conoce y me saluda. Por la mañana, durante el paseo diario, entro en los talleres de los amigos, compro algo, charlo un poco con las personas que conozco desde hace tantos años. Así que pensé contar este rincón de Roma que tiene un poco de arrabal y un poco de pueblo, sin colocar en el centro la “gran” historia, la Suburra o los arcos cargados de historia, sino un día común, que es también el mío».
Y ha conseguido contarlo con una mirada “de niño”...
MARIO MONICELLI: Le doy las gracias por esto, no sé si es una mirada de niño... o de viejo. Es lo que hago yo todos los días, como le decía, no tenía ninguna intención particular; más que la mirada son las cosas que veo todos los días.
Monicelli, <I>Vicino al Colosseo c'è Monti</I>

Monicelli, Vicino al Colosseo c'è Monti

Así pues, también en este caso vuelve de algún modo la lección del neorrealismo...
MONICELLI: Es que también en aquel caso todo pasó sin que hubiera un proyecto en el verdadero sentido de la palabra.
¿Qué quiere decir?
MONICELLI: Cuando terminó la guerra, los que habíamos trabajado ya con los viejos directores, pensábamos que el cine italiano estaba muerto, que las películas americanas nos iban a enterrar. El viejo modo de hacer películas, todas construidas en estudio, no iba a tener la posibilidad de sobrevivir. Entonces a Rossellini se le ocurrió la idea de ir a rodar por Roma, tomando a los actores de la calle y mezclándolos con los profesionales, y salió aquel milagro que es Roma, ciudad abierta. Y todos fuimos detrás de esta intuición, porque entre otras cosas no teníamos medios para hacer otra cosa diferente, y por lo demás seguíamos siendo los únicos de todo el mundo que habíamos aprendido a rodar en el exterior, con la luz natural.
¿Veía usted a Rossellini en aquel tiempo?
MONICELLI: Por supuesto, los conocía a todos, aunque yo era todavía joven. No era difícil. En aquellos tiempos el “mundo del cine” en Roma era un grupo de cien personas o poco más, entre actores, directores, asistentes, guionistas, montadores, etc. Nos reuníamos todos en los mismos bares, donde se iba a pasar la tarde porque en las casas no había calefacción y hacía un frío que pelaba. Yo estaba ya en el ambiente desde el año en que llegué a Roma, en 1934, cuando comencé de asistente de dirección. Pero era amigo de todos: de Germi, Rosi, Rossellini, De Sica, y de los actores; éramos todos amigos. Con algunos de ellos me veía ya antes de la guerra. No había rivalidad, en primer lugar porque no había dinero, y luego porque, cuando este “nuevo” cine italiano pasó a convertirse en un caso internacional, nos ofrecían tanto trabajo que no teníamos problemas de competencia.
Así pues el neorrealismo fue un fenómeno dictado también por la necesidad...
MONICELLI: Fue un milagro, como decía antes, originado por la carencia de medios económicos, pero gustó mucho inmediatamente, porque, entre otras cosas, por primera vez no había necesidad de inventarse nada. Las historias hablaban de acontecimientos de la vida de todos los días, casi en toma directa, y las tramas eran muy sencillas, no esas intrigas de amores y traiciones que venían de las novelas o de los guiones americanos. Estaban ya ahí, en la vida; esas historias las tomábamos de la verdad de la vida, y de los acontecimientos de un pasado muy reciente, que todos teníamos presente. También mi cine, que tenía tono de comedia, e iba destinado al gusto de un público popular, nació en aquel clima del neorrealismo. Una de mis primeras películas, Totò busca piso, de 1949, arrancaba de un tema de gran actualidad y también muy dramático, como eran los del cine neorrealista, pese a que yo lo desarrollaba sirviéndome de la ironía.
Luego su cine se dirigió también al pasado, no solo a la actualidad. Por lo demás, usted es licenciado en Historia...
MONICELLI: En cierto sentido, sí. En MONICELLI: Bueno, ahí tuve que echar mano de la imaginación, porque nosotros queríamos hacer una película sobre la vida cotidiana de la gente común antes del año Mil, y sobre eso no había casi nada desde el punto de vista de los testimonios históricos. Así que tratamos de pensar en una historia plausible, siempre filtrada por la ironía, y nos salió esta idea de un grupo algo maltrecho de “capitanes de ventura” y de sus historias. Luego, dado que no se entendía muy bien qué lengua hablaba entonces el pueblo, inventamos un lenguaje “inédito”, que fue la suerte de la película.
<I>El marqués del Grillo</I> (1981), interpretada por Alberto Sordi y Paolo Stoppa

El marqués del Grillo (1981), interpretada por Alberto Sordi y Paolo Stoppa

Y la idea de El marqués del Grillo, ¿de dónde nació?
MONICELLI: Para el Marqués me documenté mucho, y también aquí me di cuenta en seguida que no era necesario inventar demasiado: la trama y los episodios estaban ya todos en los testimonios históricos de este personaje que representaba una época. Y además sentía curiosidad por esta Roma papalina, representada por una aristocracia “curial” –hecha de familias algo maltrechas, pero que habían dado todas por lo menos un papa a Roma– y por el pueblo, sin que existiera una burguesía digna de este nombre. Una Roma en la que todos, desde los grandes señores a los más pobres, eran papalinos, en la que se abrían paso ideas nuevas. Una Roma, en fondo, no muy distinta de la que yo había conocido en 1934, que no tenía nada que ver ni siquiera con la Milán de entonces.
¿Qué recuerdo conserva de aquellos años?
MONICELLI: Recuerdo una ciudad de quinientos mil habitantes que uno podía recorrer a pie porque eran muy pocos los medios de transporte: había solo algún que otro tranvía, y los poquísimos coches iban donde querían, sin semáforos, sin ni siquiera carriles marcados en el suelo. Una ciudad que después de la puesta de sol se quedaba completamente a oscuras, donde paseaban vociferando grupos de jovenzuelos como yo. Íbamos de una plaza a otra charlando, fumando, dándole patadas a un balón que a veces nos secuestraban los guardias porque estaba prohibido jugar por la calle. Una ciudad en la que la retórica de régimen era completamente exterior, porque había una distancia infinita entre los sueños de gloria de Mussolini y la falta de preparación de un país que contaba con el 70 por ciento de analfabetos.
Luego vino la guerra...
MONICELLI: En cuanto me llamaron a filas, a principios de 1943, nos llevaron a Nápoles, a la espera de embarcarnos para Libia, pero los barcos eran todos hundidos, la situación estaba ya en las últimas, y nos quedamos allí, esperando un embarque que por suerte no llegó nunca. Hasta que llegó el 8 de septiembre.
¿Y qué hizo usted después del armisticio?
MONICELLI: Me quité el uniforme, me hice con ropa de paisano y volví a Roma a pie, para reunirme con una parte de la familia, dado que de mis otros hermanos unos habían sido hechos prisioneros de guerra, y otros habían desaparecido.
¿Y cómo vivió en Roma los meses de la ocupación nazi?
MONICELLI: Me pusieron en contacto con el Partido Socialista clandestino. De vez en cuando recibía una llamada de teléfono que me invitaba a ir a determinada dirección donde por lo general me daban pasquines que tenía que llevar a otra dirección. Así que en realidad no se hacía nada, y yo ni siquiera sabía bien con quién tenía que vérmelas. Pero en Roma era así, la resistencia fue más que nada un hecho político.
La iglesia de Santa Maria ai Monti, al final de la vía dei Serpenti

La iglesia de Santa Maria ai Monti, al final de la vía dei Serpenti

Su militancia laica y de izquierdas, desde la posguerra hasta hoy, no le impidió ser amigo de un cristiano como Alberto Sordi...
MONICELLI: Es cierto. Aunque más que cristiano Sordi era católico convencido, yo diría que un católico “vaticano”. Él no hablaba de esto a menudo, y de todos modos nuestras divergencias políticas o religiosas nunca fueron un obstáculo para una amistad larga y duradera. Sí, era considerado un “avaro”, por lo menos desde cierto punto de vista... Sin embargo daba muchísimo dinero a asociaciones benéficas de asistencia a niños o enfermos. Quizá lo hacía también para conquistarse la benevolencia de alguien, esto no lo sé. Lo que sé es que en su vida regaló millones y millones.
¿Hay alguna película a la que guarda un cariño especial?
MONICELLI: Sí, pero no es una película que hice yo. La que más me impresionó con mucho, y que incluso hice ver muchísimas a veces a mis colaboradores cuando trabajaba en una película mía, es Francisco, juglar de Dios, de Rossellini. Una película muy sencilla, elemental, y también en cierto sentido algo irregular, si queremos, como a veces eran las cosas de Rossellini. Pero él sabía hacerlas siempre bien, mezclando actores tomados de la calle con grandes profesionales como Fabrizi. Y en esa cinta contaba sencillamente la historia de aquellos pobres que seguían a Francisco, la lección de Dios, la oración, y encontraban a otros pobres. Nada más. Y sin embargo en aquella película hay una ternura y una humildad que siempre me han impresionado.
¿Se puede decir que hay algo de esta ternura en la manera en que usted cuenta, por ejemplo, en este último cortometraje, la procesión de la Virgen?
MONICELLI: Esto no lo sé, y ni siquiera sé si la Roma que cuento en estos veinte minutos, todavía amable y llena de humanidad, es exactamente la Roma de hoy. Pero, mire, antes hablaba usted de mirada. No, no es una cuestión de mirada: la procesión es una procesión. Basta saber por dónde pasa, colocarse en el punto justo, en alto si es posible, en un balcón, y esperar a que llegue.


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