MINISTERIO ORDENADO. El fin principal del sacerdote
No transformar las costumbres, sino salvar a los hombres
por Lorenzo Cappelletti
«Respondiendo a la invitación de muchos hermanos de
hábito», el padre Spicq publicó, pocos años
después de su ponderoso comentario exegético, un texto de
meditación más accesible, basado igualmente en las Cartas
pastorales: Spiritualité sacerdotale
d’après saint Paul, París,
Éditions du Cerf, 1950. El texto y la fecha podrían hacernos
creer que es un texto anticuado, pero, sin embargo, como en toda obra de
verdadero escriba, anotaciones completamente tradicionales responden a las
expectativas de los hombres de hoy más que muchas pretendidas
novedades. Proponemos algunas de éstas sacadas del primer
capítulo (págs 11-25) titulado “El misterio de la
piedad“ (expresión derivada de 1
Tim 3, 16).
«Con misterio de la piedad, san Pablo pretende definir el depósito de doctrinas confiado a la Iglesia, el objeto de la predicación cristiana, la naturaleza misma de la nueva religión. Este gran misterio sagrado es más propiamente el secreto de Dios relativo a la salvación de los hombres. Un sacerdote está al servicio de la Iglesia sólo para recibir la comunicación de dicho secreto, para instruirse en él, y luego revelarlo a los hombres aplicándoles toda su potencia salvadora. Quizás no existe una verdad más importante que recordar en nuestros días que esta “esencia del cristianismo” y esta función del apostolado cristiano. Los sacerdotes de Cristo continúan la obra de su Maestro; ellos no son los depositarios de una civilización terrenal ni los agentes de una revolución social; su finalidad principal no es ni siquiera la transformación de las costumbres y menos aún asegurar la felicidad en este mundo a sus contemporáneos. Su vocación entera consiste en salvar a los hombres, no de cualquier manera y, por así decir, a su capricho, sino encaminándolos hacia el conocimiento de la verdad religiosa esencial, que es Dios y su voluntad salvífica […]. Este misterio, que en su origen no era nada más que un divino propósito, fue puesto en ejecución al adquirir una existencia real. En Cristo se tornó un acontecimiento histórico; los apóstoles proclaman su realización y, podemos decir, su “contemporaneidad” […]. Una iniciativa tal por parte de Dios, un don tan grande y generoso ofrecido a los miserables pecadores que somos, suscitó el estupor y el entusiasmo de los apóstoles, los primeros que tuvieron el beneficio de esta revelación […] Ellos no hacían nada más que proclamar lo que habían visto». Ver para creer, y algunas veces también leer para creer.
«Con misterio de la piedad, san Pablo pretende definir el depósito de doctrinas confiado a la Iglesia, el objeto de la predicación cristiana, la naturaleza misma de la nueva religión. Este gran misterio sagrado es más propiamente el secreto de Dios relativo a la salvación de los hombres. Un sacerdote está al servicio de la Iglesia sólo para recibir la comunicación de dicho secreto, para instruirse en él, y luego revelarlo a los hombres aplicándoles toda su potencia salvadora. Quizás no existe una verdad más importante que recordar en nuestros días que esta “esencia del cristianismo” y esta función del apostolado cristiano. Los sacerdotes de Cristo continúan la obra de su Maestro; ellos no son los depositarios de una civilización terrenal ni los agentes de una revolución social; su finalidad principal no es ni siquiera la transformación de las costumbres y menos aún asegurar la felicidad en este mundo a sus contemporáneos. Su vocación entera consiste en salvar a los hombres, no de cualquier manera y, por así decir, a su capricho, sino encaminándolos hacia el conocimiento de la verdad religiosa esencial, que es Dios y su voluntad salvífica […]. Este misterio, que en su origen no era nada más que un divino propósito, fue puesto en ejecución al adquirir una existencia real. En Cristo se tornó un acontecimiento histórico; los apóstoles proclaman su realización y, podemos decir, su “contemporaneidad” […]. Una iniciativa tal por parte de Dios, un don tan grande y generoso ofrecido a los miserables pecadores que somos, suscitó el estupor y el entusiasmo de los apóstoles, los primeros que tuvieron el beneficio de esta revelación […] Ellos no hacían nada más que proclamar lo que habían visto». Ver para creer, y algunas veces también leer para creer.