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COLEGIOS ECLESIÁSTICOS DE...
Sacado del n. 01/02 - 2009

EL COLEGIO GERMÁNICO-HÚNGARO

«Ningún miedo. En nosotros piensa Jesús»


Actualmente aloja a 81 estudiantes procedentes de 45 diócesis de Europa. Fundado en Roma por san Ignacio de Loyola en 1552, el Colegio Germánico-Húngaro tenía el objetivo de formar a un clero fiel al papa para enviar a las regiones del Imperio que habían pasado al protestantismo. Su vida y su función en el presente a través de las palabras del rector y los estudiantes


por Pina Baglioni


El papa Julio III ratifica la fundación del Colegio Germánico con la bula 
<I>Dum sollicita</I> del 31 de agosto de 1552, anónimo, Colegio Germánico, Roma

El papa Julio III ratifica la fundación del Colegio Germánico con la bula Dum sollicita del 31 de agosto de 1552, anónimo, Colegio Germánico, Roma

Está en el número 13 de la via San Nicola da Tolentino, barrio de Trevi de Roma. En el centro del triángulo ideal dibujado por la via Barberini, la via de San Basilio y la via Bissolati. En un edificio austero, en perfecto estilo racionalista. Lo que le hace identificable, en ese concentrado de arquitectura fascista, es la solemne inscripción sobre el frontispicio de la fachada: Pontificium Collegium Germanicum et Hungaricum de Urbe, uno de los institutos eclesiásticos más antiguos y prestigiosos de la Santa Iglesia Romana. Fundado en Roma por explícita voluntad de san Ignacio de Loyola en 1552.
Entre los muchos cierres, reaperturas y cambios de sede sufridos en más de cuatro siglos y medio de vida, el Colegio se instaló en esta calle en 1886. «El palacio que nos alojaba, el viejo hotel Costanzi, fue destruido en 1939. Mussolini quería abrir una nueva arteria, la via Bissolati, para conectar la estación Termini con la embajada americana. Lo cierto es que el Germánico-Húngaro estaba en medio y tuvo que batirse en retirada. El edificio donde estamos ahora se nos entregó en 1944, y es uno de los poquísimos construidos en Roma durante la Segunda Guerra Mundial». Lo cuenta el padre Franz Meures, el cordial y afable rector del Germánico-Húngaro. Estuvo al frente de la Provincia de Alemania de la Compañía de Jesús durante seis años, durante nueve trabajó en la pastoral juvenil en Münster y en Berlín oeste, antes de la reunificación de Alemania; lleva el timón del Colegio desde hace cuatro. Colaboran con él otros cuatro padres jesuitas y un hermano.
Antes de abrir las puertas del Germánico, se detiene un instante ante la gran pintura colgada de una pared del vestíbulo. De autor anónimo, representa al papa Julio III en el centro de la escena. A su derecha está el cardenal Giovanni Morone, el experto más agudo de cosas alemanas en los años del avance protestante y convencido defensor del Colegio. A la izquierda, san Ignacio de Loyola. Arrodillados a los pies del Papa, los primeros estudiantes llegados de las regiones de la nación alemana del Sacro Romano Imperio, vestidos con la túnica color rojo cardenal. Los famosos “gambas rojas”, o, peor todavía, “gambas cocidas”, según los impertinentes motes que les pusieron los romanos de entonces.
La pintura habla de aquel 31 de agosto de 1552, cuando el pontífice, con la bula Dum sollicita, ratificó la fundación del Germánico, tan deseado por Ignacio de Loyola para la formación de un clero filopapal que destinar a aquellas tierras del Imperio que habían pasado a las filas de Lutero.
Al Germánico se añadiría en 1580 el Collegium Hungaricum, nacido autónomamente un año antes por iniciativa del papa Gregorio XIII vista la penosa situación también de la Iglesia húngara.

El texto original de la Constitución del Colegio Germánico escrita por san Ignacio de Loyola en 1552. Contiene las “reglas de vida”, o primer “ordenamiento del Colegio”, para la recién creada institución del Germánico. El texto está guardado en el archivo del Colegio

El texto original de la Constitución del Colegio Germánico escrita por san Ignacio de Loyola en 1552. Contiene las “reglas de vida”, o primer “ordenamiento del Colegio”, para la recién creada institución del Germánico. El texto está guardado en el archivo del Colegio

Europa occidental y oriental bajo el mismo techo
El Germánico-Húngaro aloja a 81 estudiantes de edades comprendidas entre los 21 y los 36 años llegados de 45 diócesis –22 de Europa occidental, 23 de Europa oriental– después de haber hecho un bienio de filosofía en los seminarios diocesanos. Estudian en la Pontificia Universidad Gregoriana (bachillerato) y en diversas universidades pontificias de Roma el segundo y tercer ciclo (licenciatura y doctorado). Quienes deciden si pueden acceder al Germánico-Húngaro son sus obispos, que mandan a Roma solo a los muchachos con una buena madurez y con una capacidad de estudio por encima de la media. Son alemanes, austríacos, suizos, holandeses, bosnios, croatas, letones, lituanos, rumanos, serbios, eslovacos, eslovenos, húngaros, luxemburgueses. Va a llegar también un sueco. La lengua “oficial” del Colegio es el alemán y todos estudian el italiano no solo para los exámenes, sino también para poder seguir el curso de lengua italiana. Actualmente viven en el Germánico-Húngaro 68 estudiantes. Los otros 13, después de conseguir el bachillerato, volvieron temporalmente a sus diócesis de pertenencia para pasar el año pastoral. «Una práctica en vigor solo aquí: estar seis, siete años encerrados en un colegio podía hacer que se perdiera la noción de la realidad. Durante el año pastoral, nuestros estudiantes van a trabajar a un seminario menor o a una parroquia para adquirir experiencia, y mientras tanto son ordenados diáconos», sigue explicando el padre Meures. Al final del año vuelven al Colegio para seguir con los estudios para la licenciatura después de que el obispo de su diócesis y el rector del Colegio intercambian pareceres y opiniones sobre el tipo de estudio más adecuado para su futuro. «Con la disminución continua y sistemática del número de sacerdotes en los últimos cuarenta años, sobre todo en Alemania», explica el padre Meures, «en las diócesis quieren sobre todo párrocos. Y para eso basta la licenciatura. Aunque algunos de los sacerdotes que han estudiado en el Germánico-Húngaro en poco tiempo pasan a ser colaboradores de obispos en virtud de su familiaridad con Roma y el Vaticano y por el conocimiento de las lenguas. Luego, si en una diócesis se necesita un experto de Derecho canónico o de un liturgista, se trata de encaminar a algún estudiante a conseguir el doctorado. Nosotros este años tenemos solo tres doctorandos. Y esto lo dice todo».
De los 68 estudiantes actualmente presentes en el Colegio, 41 son seminaristas, 8 diáconos y 19 sacerdotes. Un caso raro en Roma. Muchos Colegios, en efecto, tienen solo seminaristas o solo sacerdotes, mientras que son pocos los que tienen una combinación de seminaristas y sacerdotes. Desde hace siglos los seminaristas son ordenados en Roma. Desde hace unos 55 años la fecha de la ordenación cae siempre el 10 de octubre. En la iglesia de San Ignacio de Loyola: «Ese día se hace una hermosa fiesta con todos los parientes y amigos que vienen. En la plaza de San Ignacio, a la salida de la iglesia, se entonan cantos tradicionales de media Europa: un gran gozo para todos».

La iglesia del Colegio, consagrada en 1949, con el gran mosaico que representa a Cristo Rey, la Virgen y los apóstoles

La iglesia del Colegio, consagrada en 1949, con el gran mosaico que representa a Cristo Rey, la Virgen y los apóstoles

Estudio, música, teatro: el Germánico-Húngaro educa para la vida
En el Colegio no se oye una mosca: están de exámenes. El gran patio, donde está la entrada a la capilla, está desoladamente vacío. En una peana colocada en el arquitrabe de la iglesia está la estatua de san Pedro Canisio: fue él quien estuvo al frente de la Provincia de la Alta Alemania desde 1556 hasta 1569, después de haber sido fundada por San Ignacio poco antes de su muerte, ocurrida el 31 de julio de 1556. También en el patio, escondido entre las palmeras, está el busto de Gregorio XIII. «Evitó el cierre del Germánico por falta de fondos», cuenta el padre Meures. «Si seguimos vivos es gracias a que en 1573 entregó al Germánico vastas propiedades muebles e inmuebles. Está considerado el segundo fundador del Colegio». Y antes de hablarnos de sus estudiantes, el rector nos abre las puertas del hermoso refectorio recién reformado. Grandes o». Se come estrictamente comida italiana en el Germánico. «El aceite se produce en nuestra finca de la Villa San Pastore, entre Palestrina y Gallicano, a pocos quilómetros de Roma. Los estudiantes van allí a pasar el fin de semana. A veces para subir a pie a las montañas de los alrededores o al santuario de la Virgen de la Mentorella, el 26 de septiembre, al principio de cada año académico».
El tour del Colegio sigue en la sala-teatro. Todavía están las escenografías de la reciente obra Romolo il Grande, del dramaturgo suizo Friedrich Dürrenmatt, preparada por la comunidad alemana de Roma. Se organizan también espectáculos de cabaret, comedias “de uso interno”, «sobre todo para tomarle el pelo al rector», bromea el padre Meures. «Muchos se preguntan cómo es que estudiando tanto pueden encontrar tiempo para organizar espectáculos teatrales y conciertos. Nuestro objetivo es que nuestros estudiantes puedan dejar el Colegio como personas polifacéticas, desde el punto de vista espiritual, pastoral, humano. En definitiva, la academia la hace la universidad, el resto lo hacemos nosotros. Como formadores jesuitas, queremos que los estudiantes adquieran una fuerza mental que les permita vivir en el mundo actual y dar su aportación a la Iglesia, a la sociedad y a la cultura. Pero sin agobiarles, sin ejercer un control asfixiante sobre todo lo que hacen: son adultos, y como tales los tratamos. Han de ser capaces de organizar su tiempo según su propia responsabilidad; los formadores nos esperamos que nos tengan informados con cierta transparencia sobre lo que hacen. Y de hecho pueden ir al cine, al teatro, estudiar –si quieren también durante la noche–. Si no consiguen salir adelante o si se dan cuenta de que están desaprovechando su tiempo, pueden hablar con uno de los formadores –y he de decir que lo hacen–. Tratamos de ayudarles en lo que nos es posible». El arrojo teutón del rector deja paso a la conmoción: «Estos muchachos son para mí motivo de estupor y de asombro. Hay mucha vida aquí dentro. Observando sus rostros, los veo contentos, apasionados por lo que hacen». El padre Meures habla luego de una de las prácticas más queridas por los doctísimos estudiantes del Germánico-Húngaro: la peregrinación anual de las Siete Iglesias, cuando toda la comunidad se pone en camino un domingo de Cuaresma.

El santuario de la Mentorella, en los montes Prenestinos

El santuario de la Mentorella, en los montes Prenestinos

La iglesia donde Schlier se hizo católico
A los muchachos les gustan mucho las antiguas iglesias de Roma. «A diferencia de la nuestra, que no les gusta nada». Entrando, mientras “seguimos” al enérgico padre Meures, no nos cuesta nada creerlo. Toba, toba y más toba. Las únicas manchas de color son las del mosaico del ábside, con las imágenes de Cristo Rey, de la Virgen y de los apóstoles. «Hace un par de años que estoy tratando de comprender algo. La impresión que da la iglesia es parecida a la de una catacumba, como si fuera una iglesia subterránea. Fue inaugurada en 1949 y estoy persuadido de que quien la proyectó pensaba en las ciudades alemanas reducidas a escombros humeantes por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial». Los estudiantes de vez en cuando tratan de convencer al rector a que aligere la atmósfera, quizá colgando cuadros o colocando una estatua. Pero por el momento no habrá nada de eso. Precisamente entre las paredes de esta iglesia el 24 de octubre de 1953 fue acogido en la Iglesia católica Heinrich Schlier, el pastor luterano que se convirtió al catolicismo, considerado uno de los mayores exégetas del siglo XX. Y en estas mismas paredes rezó, también en los años cincuenta, un alumno del Colegio que se hizo muy famoso, pero por motivos distintos: el teólogo Hans Küng.
En la iglesia el rector nos ilustra una característica de un colegio alemán explicándonos el Gotteslob, el libro de los cantos y las oraciones en uso no solo en el Germánico-Húngaro, sino en todas las diócesis alemanas y austríacas. «Se les regala a los niños de la primera comunión y todo buen católico lo lleva consigo cuando va a la iglesia», explica. «Mientras en Italia se cantaba y se rezaba en latín hasta el Concilio, nosotros en los tiempos de la reforma de Lutero ya comenzamos a crear cantos litúrgicos en lengua alemana. Podemos contar con cuatro siglos de tradición. Aquí en Italia, vosotros estáis algo debiluchos desde este punto de vista». Solo que los estudiantes húngaros, eslovenos, eslovacos y así sucesivamente, estaban cansados de quedarse siempre fuera. «Así que les pedimos que nos trajeran los diez cantos más significativos de su tradición litúrgica e imprimimos el Kollegsanhang, es decir, el suplemento que recoge cantos de los países de procedencia. Yo, cuando canto con ellos, no entiendo una palabra. Pero es igualmente hermoso».

Vista de la iglesia de Santo Stefano Rotondo, en el Celio, con el altar central y el recuadro octagonal sobre el que se representan episodios de la vida de san Esteban, obra de Niccolò Circignani, llamado Pomarancio (1517-1596). Con la unión del Colegio Germánico y el Húngaro en 1580, también la iglesia de Santo Stefano Rotondo pasó a ser propiedad del Colegio

Vista de la iglesia de Santo Stefano Rotondo, en el Celio, con el altar central y el recuadro octagonal sobre el que se representan episodios de la vida de san Esteban, obra de Niccolò Circignani, llamado Pomarancio (1517-1596). Con la unión del Colegio Germánico y el Húngaro en 1580, también la iglesia de Santo Stefano Rotondo pasó a ser propiedad del Colegio

«Ningún miedo. En nosotros piensa Jesús».
Mientras tanto, el inagotable rector enseña las otras maravillas del Colegio. La imponente biblioteca: 100.000 volúmenes, 200 revistas. Pero además está también la biblioteca de Filosofía. Y el archivo. «Muchos libros nos lo regalan los Fratres maiores, nuestros mil ex alumnos esparcidos por todo el mundo, entre los que hay incluso personas que han estado solo un año en el Colegio. Dejaron su corazón en Roma y nos lo demuestran de mil maneras. Algunos de ellos, los Freunde von Santo Stefano Rotondo, con sede en Múnich, han contribuido con grandes sumas de dinero a la restauración de Santo Stefano Rotondo, en el monte Celio, una de las basílicas más hermosas del mundo, de propiedad del Germánico-Húngaro». Pero hay más. Porque ahora subimos a la terraza con una vista espectacular. Se ven el Palacio del Quirinal, la cúpula del Panteón, el Palacio de Montecitorio, el Palacio Madama y el de los Caballeros de la Orden de Malta. El padre Meures, sin embargo, nos ha hecho subir para enseñarnos un campanario sencillo y sobrio, que, desde luego, no es lo primero que uno mira. «Es la Christuskirche, la iglesia evangélica luterana de Roma. Hay gran cordialidad y colaboración entre nosotros. Durante la Semana por la Unidad de los cristianos rezamos las vísperas juntos. Nuestros estudiantes se reúnen a menudo con sus colegas luteranos que estudian en la Gregoriana y en todas las otras universidades pontificias. De acuerdo con el pastor, los hemos invitado a Villa San Pastore para un encuentro al comienzo de la Cuaresma».
Y a propósito de estudiantes, encontramos a tres que se conceden un breve descanso en el estudio: Moritz Schönauer, de Viena, 23 años, está en el segundo año de bachillerato en Teología. Junto a él está Andrija Milicevic, de Zagreb, también de 23 años, pero en el tercer año. Y luego está don Marco Schrage, 34 años, de padre alemán y madre del lago de Garda. Viene de la diócesis de Osnabrück, ciudad de la Baja Sajonia, y está a punto de licenciarse en Teología Moral en la Academia Alfonsiana. Le preguntamos si se imaginan ya su futuro y cuál es la situación de la Iglesia en sus respectivos países de procedencia. «El problema número uno es la carencia de curas. Es difícil transmitir la verdad de nuestra fe», dice el muchacho de Viena. Algo mejor es la situación de Croacia, cuenta Andrija: «En mi país, hace veinte años, después del régimen comunista y durante la guerra de independencia, existía una gran identificación nacional con la Iglesia. En los últimos años esta identificación no es tan fuerte». Para el padre Schrage es todo diferente. Él procede de una diócesis de la Alemania septentrional. En las dos ciudades mayores de esta región los católicos son el 12% y solo poco más de la mitad de la población pertenece a una comunidad cristiana. Con gran sutileza nos explica cómo tiene que moverse un cura católico por allí.
«La situación es dura, pero muy interesante. Hay que tener humildad y paciencia».
Los tres serán párrocos. Moritz ha trabajado en la parroquia de la Natividad de Roma. Don Schrage en una de Zagarolo, un pueblo cerca de Roma. Y Andrija ha colaborado con la parroquia de Santa María de Trastévere. Cuando hablan de sus experiencias, sus ojos se encienden de gratitud: «Cuánta humanidad hemos encontrado en estas parroquias. Cuánta vida: es muy hermoso». Les preguntamos una cosa más: si sienten algo de miedo y preocupación por su futuro. Responde esta vez Andrija, el croata: «Ningún miedo. En nosotros piensa Jesús».


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