Home > Archivo > 03 - 2009 > Riquezas malditas
REPORTAJE DESDE LA...
Sacado del n. 03 - 2009

Riquezas malditas


Crónica de un conflicto de decenios, que podría haber llegado a una solución


por Davide Malacaria


Ruanda: memorial de Murami [© Associated Press/LaPresse]

Ruanda: memorial de Murami [© Associated Press/LaPresse]

La región de los Grandes Lagos es realmente rica. Quizá una de las más ricas del mundo. En especial sobreabunda en riquezas naturales el este de la República Democrática del Congo [en adelante solo Congo, n. de la r.]. Y sin embargo cuando en África hay una zona rica, estalla una guerra. Ésta nace lejos, es decir, llega de la cercana Ruanda.

De Ruanda al Congo
Para tratar de comprender un cuadro complejo es mejor mirarlo desde la distancia. Es lo que pasa con nuestra historia, que comienza en Ruanda, cuando, a comienzos de los sesenta, los hutus toman el poder. Para muchos tutsis, etnia minoritaria derrotada, solo les queda el exilio. Una diáspora que se amplía a los países fronterizos y que, en los ochenta, comienza a concentrarse en Uganda, donde nace el FPR (Frente Patriótico Ruandés).
En septiembre de 1990 Ruanda recibe a Juan Pablo II: una visita que, en las intenciones del Pontífice, habría tenido que devolver la esperanza al país. Sin embargo, por una trágica ironía de la historia, nada más terminar la visita, se desencadena el caos. En octubre el FPR invade el país. Al frente de los rebeldes está Paul Kagame, un militar ligado al presidente ugandés Yoweri Museveni. Después de años de matanzas, llegan los primeros intentos de conversaciones de paz. Pero el 6 de abril de 1994, Sábado Santo, al regreso de un encuentro de negociaciones, el avión en el que viaja el presidente ruandés, Juvénal Habyarimana, es derribado. Los hutus, que apoyan al presidente, se desencadenan. Comienza la matanza de los tutsis y de los hutus considerados moderados, es decir, inmunes a la locura homicida que se extiende por el país. En cien días se asesina a 800.000 personas. En el verano de 1994 Kagame toma Kigali. La guerra termina y con ella el genocidio. Parece el final de una pesadilla, pero no es más que el comienzo de otra.
Los hutus, asustados por una posible venganza tutsi, abandonan el país y se refugian en Congo. Son dos millones de personas entre militares regulares, milicias Interhamwe (sobre las que se concentran las acusaciones de genocidio), pero sobre todo civiles, mujeres y niños, que la ONU amontona en campos de refugiados preparados cerca de las fronteras de Ruanda. La tensión sigue siendo alta hasta que, en 1996, estalla: Uganda, Burundi y Ruanda invaden Congo. El conflicto dura dos años, luego, tras una breve pausa, estalla otro, de 1998 a 2003, aún más sangriento.

Mina de oro en Kilomoto, en los alrededores de Bunia, capital de Ituri

Mina de oro en Kilomoto, en los alrededores de Bunia, capital de Ituri

De guerras y minas
El padre Franco Bordignon tiene mirada aguda, como alguien que sabe discernir. Nos encontramos con él en la casa madre de los javierianos, en Bukavu, capital de Kivu del Sur, la ciudad que más ha sufrido la violencia del conflicto. «En la propaganda de los invasores, la primera guerra tiene varias justificaciones. Ante todo la defensa de los Banyamulenge, una población de tutsis ruandeses, que se había instalado en el Congo ya en el siglo pasado y que, a principios de los años noventa, comienza a sufrir violencias. Y luego la amenaza de los refugiados hutus en la frontera con Ruanda, los cuales, según los ruandeses, estaban dispuestos a volver para perpetrar un nuevo genocidio. En realidad se trataba de aprovechar la debilidad de Congo, que se estaba desmoronando bajo el régimen de Mobutu». En 1996 los ejércitos ruandés, burundés y ugandés invaden el país. Al frente del mismo colocan al congoleño Laurent Kabila, presentado como el libertador del Congo.
La guerra termina en mayo de 1997. Kabila se convierte en presidente. Hereda un país devastado, con las regiones orientales aún bajo el control de los ejércitos ocupantes. Pero al cabo de un año establece nuevas alianzas, probablemente con Cuba y China, dice Bordignon, y se rebela a sus tutores, exhortándoles a retirar a sus soldados. Así será luego, pero por poco.
El 2 de agosto del 98 se reanudan las hostilidades. En teoría se trata de la rebelión de algunos señores de la guerra del Este contra el gobierno de Kinshasa, en realidad detrás de estos se esconden siempre Ruanda, Uganda y Burundi (y dinero e instructores occidentales). En Ituri arramblan las milicias de Jean-Pierre Bemba, en Kivu el RCD (Rassemblement Congolais pour la Démocratie, movimiento filorruandés), que en realidad nace en Ruanda dos semanas después del comienzo del conflicto, como aclara Bordignon. Comenta el misionero: «Si se hubiera tratado de una invasión, la ONU se hubiera visto obligada a hacer algo. En cambio, de este modo es un problema interno y la ONU prácticamente no puede hacer nada...».
En pocos meses Kabila está entre la espada y la pared cuando, inesperadamente, llegan en su ayuda tropas de Angola, de Namibia y contingentes de otros Estados africanos, como Zimbabue y Sudán. Es la llamada Primera Guerra Mundial africana.
«Un conflicto que beneficia a las multinacionales occidentales, que acaparan las minas del Este», afirma Bordignon. «Aún ahora Ruanda sigue siendo uno de los mayores productores de minerales preciosos del mundo, entre ellos el coltán, pero en su territorio casi no hay ninguna mina...». Sonríe Bordignon, aludiendo también a la hipocresía de las multinacionales: el coltán se usa para realizar componentes para los teléfonos móviles. Tras las denuncias de lo que estaba ocurriendo en Congo, varios productores, asustados por la mala publicidad, se apresuraron a colocar en los móviles la frase: “Construido con materiales no procedentes de zonas de guerra”. «¡Por supuesto!», exclama el javieriano, «procedían de Ruanda...». Y de repente nos vuelve a la memoria el recuerdo de aquel barrio de Kigali, de chalés limpios y ordenados, llamado por los lugareños Merci Congo (Gracias Congo), en el que está situado también la imponente embajada de los Estados Unidos...
«En realidad detrás de Kagame hay un proyecto muy amplio del que forma parte su ascenso y consolidación en el poder», explica la javieriana sor Teresina Caffi, de “Red Paz para el Congo”, «y es el empuje a promover un cambio geopolítico en los Grandes Lagos. Los Estados Unidos, aunque en general todo el mundo anglosajón, lo han apoyado para tener acceso a las riquezas minerales del este del Congo. Para eso necesitaban una base de apoyo en África. Y Ruanda, país pequeño y bien controlable, era el ideal...».

El genocidio congoleño
La palabra guerra no es suficiente para explicar lo que se ha consumado en este rincón del mundo: matanzas sistemáticas, violaciones usadas como arma de destrucción masiva (para aterrorizar y difundir el sida), razias diarias de militares hambrientos, de ambas partes, que han despojado a las aldeas de toda fuente de sustento, reclutamiento de niños soldados. «Según un estudio», dice Bordignon, «en 2001 había 2.950 muertos al día, un número de víctimas equivalente al que causó el atentado contra las Torres gemelas. Es decir, teníamos un 11 de septiembre al día. Pero no era noticia... ».
En 2006 se celebran las elecciones presidenciales, momento decisivo para el proceso de paz. El cambio parece irreversible: una votación regular y masiva premia a Joseph Kabila, hijo de Laurent (asesinado en 2001), sin provocar excesivas protestas. Pacifica aún más la situación, la decisión de integrar las milicias de los señores de la guerra en el ejército regular.
Pero las matanzas no cesan. En el Este, y no sólo en esta zona, continúan los estragos atribuidos a grupos armados llamados Rasta o a los Interhamwe de siempre. «En realidad», explica sor Teresina, «son muchos los que piensa que se trata de una estrategia oscura, que mira a culpar por las matanzas a estos grupos, y en especial a los Interhamwe. Para criminalizarlos, mantener alta la tensión». Así se justificaría otra, posible, invasión. Además, dicen más o menos todos, quedan pocos Interhamwe originales. Han pasado ya quince años...

Laurent Nkunda [© Afp/Grazia Neri]

Laurent Nkunda [© Afp/Grazia Neri]

La pesadilla Nkunda
La sublevación de Laurent Nkunda, uno de los viejos señores de la guerra, volvió a inflamar de nuevo el este del Congo. El carnicero de turno sembró los alrededores de Goma de muerte y terror. Más de dos millones de desplazados. Hay quien ha puesto en relación su escalada militar con el acuerdo firmado en verano de 2008 por el presidente Kabila con China, que ofrece obras e infraestructuras a cambio de recursos minerales. Un acuerdo duramente contestado por el rebelde...
La locura de Nkunda se esparce sobre todo por Kivu del Norte, deteniéndose a las puertas de Goma. Parece como si la ciudad estuviera a punto de caer y que la guerra fuera a extenderse. Luego, en cambio, algo cambia, y el pasado 22 de enero, un una inesperada e imprevisible operación conjunta, es arrestado por fuerzas congoleñas y ruandesas. Un giro radical tras años de odio. ¿Está realmente cercana la paz? Quizá. O bien, como explica Bordignon, Nkunda había dejado de ser de confianza para quien le maniobraba. Y además estaban las presiones internacionales, especialmente de algunas naciones europeas, que daban a entender a Ruanda que no iban a tolerar otras aventuras.
El acuerdo que llevó a la captura de Nkunda fue motivo de encendida polémica dentro del Congo. Lo más sospechoso fue que el Parlamento estuvo al margen de sus contenidos. En especial, causó mucha preocupación la autorización para que entraran tropas ugandesas y ruandesas en Congo. A los primeros, en el noreste, se les permitió que persiguieran a los rebeldes del LRA (Ejército de Liberación del Señor) en territorio congoleño. A los segundos, más al sur, se les ha permitido además de participar en el arresto de Nkunda, poner fin a la presencia armada de los milicianos Interhamwe, considerada una amenaza por el régimen de Kigali. Así que alguien ha hablado de una nueva invasión, esta vez legalizada, mientras hay otros que temen un nuevo período de matanzas.
En realidad, pese a que la presencia extranjera ha ido más allá de lo previsto, la alarma parece haber cesado. Los militares ruandeses y ugandeses, por lo menos según las fuentes oficiales, han vuelto a sus respectivos países.
¿Estamos realmente ante una paz florecida, paradójicamente, gracias a los mismos protagonistas de antaño? Las señales en este sentido se multiplican, pero tras años de guerra y desinformación han de vencer reservas más que lógicas y desconfianzas razonables. En fin, aún hay que esperar.
También los obispos de Congo, al final del encuentro que se celebró en Kinshasa el pasado febrero, hicieron público un documento que exhorta a tener esperanzas pero sin bajar la guardia. En efecto, pese a subrayar con alivio las pequeñas y grandes «señales de pacificación», los obispos indican «zonas de sombra» que aún han de despejarse. Es especialmente significativo el título del documento: Estad alerta.
Una invitación dirigida también a la comunidad internacional.


Italiano English Français Deutsch Português