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NOVA ET VETERA
Sacado del n. 03 - 2009

ARCHIVO DE 3ODÍAS

El Apocalipsis de la esperanza y los apocalipsis del miedo



por Gianni Valente


La sección “Nova et vetera” continúa con la republicación de El señorío de Cristo en el tiempo, publicado en el número 11 de 30Días de 2003 y firmado por Lorenzo Cappelletti.
Al igual que el artículo de Cappelletti que republicamos en el número anterior, basado en el comentario de Ceslas Spicq a las Cartas pastorales del apóstol Pablo, también este no es más que la revisión de un comentario exegético autorizado, precisamente el que hizo Heinrich Schlier en varias obras y en varias ocasiones, de algunos pasajes del Apocalipsis de Juan.
La intención no era, ni tampoco hoy lo es, ir buscando premoniciones de la catástrofe inminente, sino dejarse ayudar por Schlier en la lectura del Apocalipsis de Juan por lo que es: «la revelación de Jesucristo», como dice el primer versículo, es decir, una revelación hecha por Él y que le concierne, su victoria sobre la muerte, el señorío de Cristo en el tiempo (no en vano la liturgia lee el Apocalipsis de Juan en ese tiempo litúrgico de su victoria que es el tiempo de Pascua).
Schlier enseña que dicha revelación, hoy como en la época en que fue escrito el Apocalipsis de Juan, tiene lugar en un contexto de absoluta precariedad, es inerme, está expuesta a cualquier forma de persecución de fuera y de dentro. Este es el primer elemento de actualidad. Escribe el papa Benedicto XVI en la reciente carta a los obispos (que publicamos en las páginas de este número): «En nuestro tiempo, en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento». Palabras que en la sustancia suenan idénticas a las que escribió don Giussani al regresar de una peregrinación a Tierra Santa hace más de veinte años: «Lo que uno se trae de esos lugares es el deseo, el celo de que la gente se dé cuenta de lo que pasó. Y, en cambio, hoy parece posible borrar lo que pasó al igual que se borra con el pie una letra en la arena – una letra en la arena del mundo» (de Un avvenimento di vita, cioè una storia, p. 29)
Pues bien, si es esta la condición, resulta muy pertinente en el momento actual y para nada sibilina la «profecía» del Apocalipsis de Juan ilustrada en el artículo siguiente, que ante todo subraya que es Cristo quien da testimonio de sí. El «testimonio de Jesucristo», del segundo versículo, tiene como sujeto al Señor (genitivo subjetivo en el texto griego). El testimonio de los suyos, pocos, desperdigados, escarnecidos, sometidos a grandes tentaciones y a la debilidad, reside simplemente, por su gracia y su renovada misericordia, en «guardar los mandamientos de Dios» y en «mantener el testimonio de Jesús» (Ap 12, 17; cf. Ap 19, 10). Él es la luz de las gentes, la Iglesia es un simple reflejo de su luz, como dice el inicio de la Lumen gentium y como decía el cardenal Ratzinger en su memorable intervención en el Meeting de Rímini de 1990, siempre referido a la diferencia entre lo que ofusca y lo que ayuda a ver: «Así se piensa, en cierto modo, que debe existir una actividad eclesial, se debe hablar de la Iglesia o se debe hacer algo por ella o en ella. Pero un espejo que se refleja a sí mismo deja de ser un espejo; una ventana que en lugar de permitir una mirada libre hacia el horizonte lejano se pone como una pantalla entre el observador y el mundo, ha perdido su sentido» (de Una compagnia sempre riformanda, p. 11).
Un segundo contenido de actualidad y de esperanza de la profecía del Apocalipsis de Juan es la inanidad de la guerra desencadenada por la bestia apocalíptica. Al final su ferocidad manifiesta una impotencia radical. «El testimonio del Hijo de Dios aparece cada vez con más fuerza y la impotencia del mal se convierte en la figura dominante de la historia», decía don Giussani en su última intervención dos meses antes de su muerte (Tg2, 24 de diciembre de 2004), «pues ha sido rota la potencia de la historia», decía Schlier. Y hay también momentos de tregua, espacios históricos de orden y refrigerio de los que pueden beneficiarse aquellos que son fieles a su nombre y no han renegado de su fe (cf. Ap 2, 13), que revelan que «la victoria de Jesucristo está escondida, pero es real». Efectivamente «la victoria en la tierra corresponde siempre aproximadamente pero no completamente a la bestia» (subrayado nuestro).
Estos momentos de alivio, que hacen entrever la victoria de Cristo en el tiempo presente, pueden ser pedidos simplemente en la oración. Pidiendo que el Señor venga y se manifieste, como repiten los últimos versículos del Apocalipsis de Juan y de toda la Escritura. Al final de los tiempos, la victoria de Cristo será evidente para todos; en el tiempo es «una apuesta» ligada a la «oración»: termina diciendo don Giussani en la citada intervención (Tg2, 24 de diciembre de 2004). Cuando en lugar de la petición que surge siempre de la gratuidad del don (cf. Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, n. 534) se da la presunción de anticipar la evidencia de la victoria de Jesucristo o de prevenir esa gracia que en cambio nos previene siempre, entonces, en vez de participar con la esperanza en el Apocalipsis de Jesucristo, se vuelve a caer en la agitación y en el miedo de los apocalipsis que son propios de la bestia.


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