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LA ACTUALIDAD DEL JUICIO DE...
Sacado del n. 04 - 2009

Archivo de 30Días

El imperialismo internacionaldel dinero


En 1931, con motivo del 40 aniversario de la Rerum novarum, veía la luz la encíclica social de Pío XI. Realismo y actualidad de un análisis sobre el funesto predominio en la economía del aspecto financiero sobre el productivo


por Lorenzo Cappelletti


Fila de desempleados en Nueva York en 1929 [© Hulton-Deutsch Collection/Corbis]

Fila de desempleados en Nueva York en 1929 [© Hulton-Deutsch Collection/Corbis]

«Este es un momento en el que hay gran preocupación global por un neocapitalismo hecho sólo de capitales sin ninguna referencia a industrias y bienes agrícolas», declaraba el 12 de septiembre nuestro director a Avvenire, diario de la Conferencia Episcopal Italiana, cuando aún se cernía sobre Nueva York la nube de polvo y escombros. La misma preocupación se podía leer en un amplio artículo escrito para nuestra revista en las mismas circunstancias por el profesor Caloia, presidente del IOR (30Días, n. 11, págs. 34-43): «Es el problema de las operaciones financieras que se resuelven utilizando el dinero sólo para crear más dinero, sin que ello contribuya en nada a la economía real […]. El buen funcionamiento de la economía global ha de ser considerado más importante que la excesiva libertad de algunos centenares de hábiles agentes (financieros) internacionales». Eugenio Scalfari, fundador del periódico la Repubblica, en un editorial del pasado 16 de diciembre (la economía argentina aún no se había derrumbado) hacía suyo este tema: «La economía se ha transformado en finanzas y las finanzas han globalizado a la economía. […] El dinero se mueve con rapidez de un país a otro, de un continente a otro a la velocidad de la luz». Personajes diferentes y en momentos distintos hacen un análisis idéntico del momento que está viviendo el mundo globalizado y su economía.
Nadie, por lo que sabemos, y mucho menos en ámbito eclesiástico, ha pensado o ha considerado oportuno citar al respecto la encíclica Quadragesimo anno que en el año 2001, además, celebraba su 70 aniversario. Quizá se duda de la legitimidad de su nacimiento, pues vio la luz durante el periodo fascista en Italia. O quizá se piensa que el 70 cumpleaños de la Quadragesimo anno (y el 110 de la Rerum novarum) son aniversarios que no merecen celebraciones especiales. En efecto, nuevos documentos en este campo probablemente producirían inflación. Respecto a la primera duda, sin embargo, hay que distinguir lo que fue el nacimiento de la Quadragesimo anno, nacida de las ideas bastante liberales y de la pluma no servil de jesuitas franceses y alemanes, y cómo la adoptaron algunos regímenes que no fueron igualmente abiertos (léase: el Portugal de Salazar y el Austria de Dollfuss).
En todo caso, nuestro fin no es subrayar que nadie se acordó del cumpleaños de esta encíclica. No queremos darle voz para que nos hable de sí misma, para que se presente demasiado vigorosa e inmaculada, como sucede a menudo en las narraciones autobiográficas. Lo que queremos es evidenciar, por medio de los testimonios de quien la conoce, el realismo que en su época demostró respecto al funesto predominio del poder económico sobre el poder político y el igualmente funesto predominio del aspecto financiero sobre el aspecto productivo. Y también que nos ayude a comprender nuestro presente, que a menudo en el ámbito eclesial se nutre más de antropologías filosóficas y teológicas que de la observación de los hechos humanos.

Las tres partes de la encíclica
Ante todo hay que admitir que la Quadragesimo anno no es una encíclica cualquiera. Tanto los comentarios específicos que se le han dedicado como los manuales reconocen que si existe una doctrina social cristiana, esta se debe en la substancia más a la Quadragesimo anno que a la Rerum novarum. Edoardo Benvenuto, en un interesante volumen, afirma que esta encíclica, «caso único en la historia del magisterio pontificio de tema social», constituye la «fundación orgánica de una doctrina. […] Guste o no guste, esta es la doctrina socialis Ecclesiae, no vaticinada mediante reproches, admoniciones o votos, como había sucedido antes, sino claramente expuesta según una articulación lógica, con sus premisas, sus tesis y sus corolarios» (Il lieto annunzio ai poveri, Edb, Bolonia, 1997, pág. 124). Y explica agudamente (cf. ibídem, págs. 103-11) que la Quadragesimo anno precisamente para poderlo innovar libremente, quiere presentarse en perfecta continuidad con el magisterio de León XIII, a cuya alabanza dedica toda su primera parte (nn. 1-40).
Los temas y las categorías fundamentales de la Quadragesimo anno están expresados en su segunda parte (nn. 41-98), donde se habla de propiedad, capital, trabajo, salario, hasta considerar la necesaria reforma de las instituciones a partir de la valoración del principio de subsidiariedad y de aquel que debería ser el principio directivo de toda la vida económica: la justicia social. Al final de esta parte hay dos páginas (nn. 91-96) famosas no sólo por estar escritas en italiano por el Papa («uno de los raros casos en que un texto de encíclica procede de la redacción del mismo papa», escribe en sus memorias, publicadas en Humanitas 1971, el padre Oswald von Nell-Breuning, el principal redactor de la encíclica), sino sobre todo porque, aun planteando algunas críticas, reconocían las ventajas del sistema corporativo recién introducido en Italia por el régimen fascista. Como sucede a menudo cuando la autoridad eclesiástica interviene directamente in re politica o oeconomica asistimos a una heterogénesis de los fines. La captatio benevolentiae no sirvió, en efecto, para calmar el enojo de Mussolini que «vio la encíclica como una crítica tan desfavorable para él que desencadenó su ira contra las organizaciones católicas», escribe Nell-Breuning.
Además de la reforma de las instituciones, la encíclica considera necesaria la reforma de las costumbres para la instauración de un orden social más adecuado, y a esto dedica la tercera y última parte (nn. 99-149). Parte que, por lo demás, toma su título de los cambios ocurridos en el campo socioeconómico después de León XIII. Naturalmente el análisis está en función de la reforma de las costumbres, pero nos parece significativo que la encíclica considere necesario ante todo encuadrar los remedios en un diagnóstico no apresurado del nuevo escenario socioeconómico.

Una imagen elocuente de la crisis en Argentina, el asalto a un camión lleno de géneros alimenticios delante de un supermercado de Buenos Aires, el 19 de diciembre de 2001 [© Associated Press/LaPresse]

Una imagen elocuente de la crisis en Argentina, el asalto a un camión lleno de géneros alimenticios delante de un supermercado de Buenos Aires, el 19 de diciembre de 2001 [© Associated Press/LaPresse]

El diagnóstico
La Civiltá Cattolica (II.507) al presentar el texto de la encíclica recién publicada, escribía: «Mérito propio del nuevo documento de Pío XI es el diagnóstico que, con la seguridad del médico experto, hace del actual régimen económico». Casi cuarenta años después, en otros s actuales que las proposiciones de la encíclica. Como demuestra el hecho de que cuando Pablo VI, en la encíclica Populorum progressio de la Pascua de 1967, quiso hacer una referencia explícita a la Quadragesimo anno, no se refirió a su estructura o a sus soluciones, sino precisamente a su diagnóstico, a las «nuevas condiciones de la sociedad», sobre las que, decía, «por desgracia ha sido construido un sistema que […] conduce a la dictadura justamente denunciada por Pío XI como generadora del “imperialismo internacional del dinero”».
El diagnóstico de la tercera parte no contiene sólo formulaciones duraderas como la antes citada, sino también distingos importantes que imponen cautela a la hora de decir que la Quadragesimo anno condena sin apelación al capitalismo y al socialismo. Sobre todo si nos atenemos a la letra. El padre Nell-Breuning escribía que «para la explicación de un documento del magisterio no importa ni lo que el redactor del esquema ha pensado, ni lo que ha pensado el titular del magisterio mismo, sino exclusivamente lo que el tenor verbal significa según los principios generales de interpretación».
Pues bien, si el socialismo resulta condenado varias veces en la encíclica, podemos también leer que, en su forma moderada, diríase que «parece inclinarse y hasta acercarse a las verdades que la tradición cristiana ha mantenido siempre inviolables: no se puede negar, en efecto, que sus postulados se aproximan a veces mucho a aquellos que los reformadores cristianos de la sociedad con justa razón reclaman» (n. 113). De ahí que el padre Chenu, en un texto muy actual editado por Queriniana en 1977, se pregunte qué fue lo que motivó la posterior «severidad, después de haber constatado notables convergencias» (La dottrina sociale della Chiesa, p. 30).
Del regimen capitalisticum, a su vez, se afirma que «no es condenable por sí mismo» (n. 101), al no ser «vicioso por naturaleza» (ibídem) y, por el contrario, se dice que conlleva «ventajas» (n. 103). Y de la libre competencia se dice que «dentro de ciertos límites es justa e indudablemente beneficiosa» (n. 88). Sin embargo, no olvida las degeneraciones monopolistas, fruto paradójico, pero «natural» (natura sua) de esa libre competencia cuando se vuelve ilimitada (n. 107); podríamos decir sin traicionar a Pío XI, el papa de la «caridad política» (cf. discurso a la FUCI del 18 de diciembre de 1927): “fuera de todo control de la política”. De esa ilimitada libertad de competencia, en efecto, «han sobrevivido sólo los más poderosos, lo que con frecuencia es tanto como decir los más violentos y los más desprovistos de conciencia» (n. 107).
Un aspecto de esta degeneración es el «dominio ejercido de la manera más tiránica por aquellos que, teniendo en sus manos y dominando sobre el capital financiero, se apoderan también de las finanzas y señorean sobre el crédito, y por esta razón administran, diríase, la sangre de que vive toda la economía y tienen en sus manos así como el alma de la misma, de tal modo que nadie puede ni aun respirar contra su voluntad» (n.106). «Esto», escribe el padre Nell-Breuning en la página 186 de su comentario a la encíclica publicado en Colonia en 1932 y varias veces reeditado, «es el pasaje más tajante de toda la encíclica». Pero en seguida precisa que «no ha de leerse lo que no está escrito. El texto subraya una situación que es criticada como un proceso defectuoso […], un error del sistema que afecta a la actual economía capitalista, cuya eliminación se desea fuertemente» (ibídem).
Por tanto, el sistema capitalista es distinto de sus degeneraciones. Y además, tampoco condena al capital financiero, pues dice que es necesario como la sangre para la economía capitalista. Se critica la falta de normas que regulen su flujo, precisamente porque en su circulación reside la vida o la muerte de las articulaciones del organismo económico. Por esto no puede ser dejado a la merced de pocos.
Bien poco hay que añadir, si acaso que hoy la informática ha hecho más virtual esta sangre, muchísimo más rápido el movimiento de su flujo y más invisibles a los pocos administradores. Por tanto, la terapia es aún más urgente.

Diagnóstico detallado
De alguna manera forman parte también del análisis ofrecido por la Quadragesimo anno los interesantes nn. 130 y 132. En efecto, después de haber dicho, en el n. 129, con una cita sacada de la Rerum novarum, que se trata de «volver a la vida y a las costumbres cristianas», en el número siguiente la encíclica afirma que «son tales en la actualidad las condiciones de la vida social y económica, que crean a muchos hombres las mayores dificultades para preocuparse de lo único necesario, esto es, de la salvación eterna». No se hacen reproches ni votos ni proyectos sobre la piel ajena, se trata de comprender. Es interesante al respecto que el padre Chenu, al perfilar el cuadro en el que se coloca la encíclica, subraye que Pío XI refleja positivamente la emancipación de la Acción católica de una «eclesiología totalitaria tanto en su gestión interna como en el compromiso de los cristianos en la vida económica y social» (cf La dottrina sociale, pág. 21) y que empiece a mirar con buenos ojos «el retorno a una estrategia que no nacía de arriba, sino de una situación concreta según coyunturas diferentes y variables» (ibídem). De esta estrategia se entrevén algunas alusiones en la parte final de la encíclica (desde el n. 138 hasta el final).
También el número 132 demuestra idéntico realismo comprensivo cuando afirma que las desordenadas pasiones del alma, es decir, la sed de riquezas y bienes temporales, son «triste consecuencia del pecado original». Y en segundo lugar que el moderno sistema económico «tiende lazos mucho más numerosos a la fragilidad humana». Por lo demás, y aquí hace una nueva distinción, no es tanto la modalidad de producción del moderno sistema económico lo que se ve como una ocasión próxima al pecado, sino las «fáciles ganancias que un mercado desamparado de toda ley ofrece a cualquiera, y que incitan a muchísimos al cambio y tráfico de mercancías, los cuales sin otra mira que lograr pronto las mayores ganancias con el menor esfuerzo, en una especulación desenfrenada tan pronto suben como bajan, según su capricho y codicia, los precios de las mercancías, desconcertando las prudentes previsiones de los fabricantes». De nuevo queda establecida una jerarquía de responsabilidades entre un sistema financiero defectuoso y la producción, tanto es así que en los números siguientes se dice que «no se prohíbe aumentar adecuada y justamente su fortuna a quienquiera que trabaja para producir bienes; al contrario, la Iglesia enseña que es justo que quien sirve a la comunidad y la enriquece, con los bienes aumentados de la sociedad se haga él mismo también más rico, siempre que todo se persiga con el debido respeto para con las leyes de Dios y sin menoscabo de los derechos ajenos y se empleen según el orden de la fe y de la recta razón» (n. 136).
Otros dos aspectos dan ejemplo del realismo de la Quadragesimo anno. Colocados al final de esta larguísima encíclica (por desgracia, también en esto precursora), podrían fácilmente formar parte de los cumplidos: por un lado, la afirmación, que se adelanta con mucho a los tiempos de la nueva evangelización y, por tanto, aún a tiempo, de un mundo «que ha recaído en gran parte en el paganismo» (141). Por otro lado, la preocupación de que este nuevo/antiguo orden de cosas trastorne no a la Iglesia en cuanto tal en su dimensión metahistórica, sino que, turbando «no menos las leyes naturales que las divinas» (144), cause daño a las almas: «La Iglesia de Cristo, fundada sobre una piedra inconmovible, nada tiene que temer por sí, puesto que sabe ciertamente que jamás las puertas del infierno prevalecerán contra ella; antes bien, por la experiencia de todos los siglos tiene claramente demostrado que siempre ha salido más fuerte de las mayores borrascas y coronada por nuevos triunfos. Pero sus maternales entrañas no pueden menos de conmoverse a causa de los incontables males que en medio de estas borrascas maltratan a miles de hombres y, sobre todo, por los gravísimos daños espirituales que de ellos habrían de seguirse, que causarían la ruina de tantas almas redimidas por la sangre de Cristo» (ibídem).

Pablo VI con los obreros en 1972 <BR> [© Pepi Merisio]

Pablo VI con los obreros en 1972
[© Pepi Merisio]

De Pío XI a Pablo VI
Pero si volvemos ahora al principio de la segunda parte, en la que, con gran respeto de la autonomía de los ámbitos, Pío XI se declara con derecho para tratar en el campo económico sólo lo que tiene que ver con la moral y no lo que concierne a los aspectos técnicos de la economía, pues ésta tiene sus propios principios y leyes que deben ser investigados según razón (cf. n. 41), nos damos cuenta de que, por lo menos en las premisas, también la parte deductiva de la encíclica evita tomar partido por uno u otro sistema. Si el papa Pío XI hubiera sido fiel hasta el final a ese principio y por un instante no se hubiera fiado de un olfato político que no es necesariamente competencia del magisterio («hoy estoy firmemente convencido de que Pío XI no comprendió el fenómeno del fascismo, que le faltaban las categorías sociológicas y políticas para encuadrarlo», escribía el padre Nell-Breuning en 1971, y subrayaba el “no”) quizá no habría añadido las dos páginas sobre la conveniencia del sistema corporativo italiano. Pablo VI, en la carta apostólica Octogesima adveniens de 1971, retomaba este principio y sacaba las consecuencias. Frente a situaciones tan diversas, decía: «Nos es difícil pronunciar una palabra única, como también proponer una solución con valor universal. No es éste nuestro propósito ni tampoco nuestra misión» (n. 4). Incumbe a los fieles laicos, seguía diciendo, tanto el análisis como las decisiones y la participación en la obra de transformación social, política y económica. «La enseñanza social de la Iglesia no interviene para confirmar una determinada estructura establecida o prefabricada» (n. 42).
En tiempos aún más próximos, si se hubiera tenido en cuenta la indicación que viene de la historia de la misma enseñanza social de la Iglesia, tal vez se habría usado más cautela a la hora de exaltar los ideales de cambios económico-políticos que en breve tiempo se han demostrado ideales sólo para la proliferación del crimen internacional.


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