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ARGENTINA
Sacado del n. 04 - 2009

BUENOS AIRES. Los sacerdotes, los narcos, las amenazas

«Son sacerdotes que rezan y trabajan»


Los narcotraficantes amenazan al párroco de una villa miseria. Provocando un movimiento unánime de simpatía popular hacia él. Entrevista al cardenal Jorge Mario Bergoglio


Entrevista al cardenal Jorge Mario Bergoglio por Gianni Valente


También él se topa con los pobres esclavos del paco, cuando quizás el domingo se acerca andando al recinto de alguna villa miseria, para celebrar misa, bautizar y administrar la confirmación, festejar al santo patrono. Desde lejos ven el cuello blanco, comprenden que es un cura, y entonces le dicen: «Hola padre, ¿tenés un peso para la coca?». Para Jorge Mario Bergoglio, jesuita, cardenal y arzobispo de Buenos Aires desde 1998, es la prueba de que por estas partes «dicen la vedad». Incluso cuando piden salir de la negra oscuridad de sus vidas desastradas. Y entonces todo va bien, pero que nadie se meta con sus amigos curas de Baires. Esos que hablándoles a la cara les cuentan los milagros que hace el Señor en sus zonas. El padre Bergoglio ha sido quien ha hecho públicas las amenazas de muerte que los mercaderes de las tinieblas, como él los llama, dirigieron a los sacerdotes.

El cardenal Bergoglio durante la procesión de la Virgen del Carmen, en Ciudad Oculta, la villa miseria en el barrio Mataderos (Buenos Aires)

El cardenal Bergoglio durante la procesión de la Virgen del Carmen, en Ciudad Oculta, la villa miseria en el barrio Mataderos (Buenos Aires)

¿Por qué ha decido hacer saber a todo el mundo que un sacerdote suyo había sido amenazado por los traficantes de droga?
JORGE MARIO BERGOGLIO: He tomado esta decisión en oración. He sentido que era un problema de toda la Iglesia local. Y que todos los fieles lo tenían que saber. Mencioné la cuestión durante la homilía de la misa anual por la educación, donde había hablado también de los peligros para los jóvenes de hoy, como la droga. Al final, añadí sólo que un sacerdote había sido amenazado, sin decir ni siquiera su nombre.
Quien ha tenido la suerte de conocer al padre Pepe y a los sacerdotes que trabajan con él sabe que son prudentes y realistas. No interpretan el rol de “curas de frontera” o de “profesionales de la antidroga”. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué los han amenazado?
BERGOGLIO: Ellos trabajan. No atacan a nadie. Quien dijo que la droga es un peligro, no sólo en las villas sino en toda la ciudad, fui yo, durante esa misa. Les dije a los padres: mirad lo que hacen vuestros hijos, preocuparos de ellos, porque la droga llega a todas partes, llega a la puerta de las escuelas. Ellos, los sacerdotes de las villas, trabajan también en la prevención de las drogodependencias y en la reinserción social de los jóvenes drogadictos. Hace un mes redactaron un documento propositivo y constructivo sobre el aumento impresionante del tráfico de droga. Los de Villa 21 han abierto recientemente tres casas de asistencia para jóvenes drogadictos. Ha de ser que todo esto no les ha gustado a los narcos. Alguno se habrá puesto nervioso.
Es sabido que usted aprecia mucho a los sacerdotes que trabajan en las villas miserias y en los barrios obreros.
BERGOGLIO: Ellos trabajan y rezan. Son sacerdotes que rezan. Y trabajan en la catequesis, en las obras sociales… Esto es lo que a mí me gusta. Y este párroco que ha sido amenazado, se dice, y es verdad, que tiene una devoción especial por don Bosco. Es precisamente el estilo de don Bosco lo que le mueve.
¿Cómo ha reaccionado el resto de la diócesis? ¿Celos?
BERGOGLIO: Por supuesto que no. Más de cuatrocientos sacerdotes de Buenos Aires han firmado una declaración en favor de sus hermanos, y la han presentado durante una conferencia de prensa en el obispado. Ha sido una iniciativa suya, los obispos no han tenido nada que ver. Han visto este caso como un ejemplo de trabajo apostólico.
Su interés por el trabajo pastoral en los barrios obreros y en las villas se ha convertido en un punto de referencia para toda la diócesis.
BERGOGLIO: Sí, y ellos están contentos de esto. También la sociedad y el Gobierno han reaccionado en favor de Pepe.
Quizás algunos hubieran preferido ocultar estos problemas, que ponen en evidencia complicidades y ausencias por parte de la política.
BERGOGLIO: Desde hace tiempo ha surgido en la Iglesia una mayor sensibilidad hacia este problema. El año pasado, además, la Conferencia episcopal había hecho una declaración. La Comisión de pastoral social hizo otra. Luego el obispo Jorge Casaretto, asesor de la Comisión nacional de Justicia y paz, ha llevado a cabo una investigación y ha hablado muchas veces del tema. Por último, ha llegado el documento de estos sacerdotes de las villas, con la consiguiente amenaza, que ha llamado la atención de todo el mundo. Todo esto para repetir que ese documento no era una declaración aislada, sino que se insertaba en el camino realizado por toda la Iglesia en Argentina, para decirle a todo el mundo: miren que esto es un peligro.
¿Pero tiene la Iglesia como tarea principal la lucha contra la droga?
BERGOGLIO: No. Es una cosa pastoral. Una obra pastoral. Para pedir la conversión de todos. También de los narcotraficantes.





El padre José María Di Paola, Pepe, saluda a los dos mil fieles que acudieron a manifestarle cariño y solidaridad al final de la misa celebrada por el obispo auxiliar de Buenos Aires Óscar Ojea en la iglesia 
de Nuestra Señora de Caacupé, 
el 26 de abril de 2009 [© La Nacion]

El padre José María Di Paola, Pepe, saluda a los dos mil fieles que acudieron a manifestarle cariño y solidaridad al final de la misa celebrada por el obispo auxiliar de Buenos Aires Óscar Ojea en la iglesia de Nuestra Señora de Caacupé, el 26 de abril de 2009 [© La Nacion]

El padre Pepe tiene muchos amigos
El hecho delictivo sucedió por la noche, a finales de abril. El padre Pepe volvía a casa en su bicicleta. La de las pegatinas del Huracán, el equipo de fútbol que se salva siempre por los pelos, y por lo que los otros curas de Nuestra Señora de ros sacerdotes que trabajan en las villas miseria –asentamientos precarios a mitad de camino entre barrios de barracas y barrios obreros llenos de inmigrantes que llegan de Bolivia, Paraguay y de las provincias pobres del norte del país– había escrito y difundido un documento para decirle a todo el mundo que en sus barrios la droga «está despenalizada de hecho»: que los narcos están transformando estas villas llenas de gente pobre e inerme en territorios off limits, tierra de nadie donde despachar las sobras de la elaboración de la coca. Una deriva “brasileña”, que ve aumentar de mes en mes el número de muertos y heridos, de atracos y crueldades diarias.
No es que a Pepe y a sus amigos se les haya antojado hacerse héroes. El hecho es que les ha tocado ser sacerdotes ahí, en las villas. Y entre las historias desquiciadas y afligidas de estas callejuelas, entre esas vidas frágiles y heridas es donde han visto muchas veces florecer la esperanza, como un brote sobre el abismo. Han visto cómo goza el Señor haciendo grandes cosas entre la multitud de sus amigos sin poder ni bienes, Él que desde siempre prefiere el humilde al prepotente. Así, toda tentativa que trata de proteger a estos pobres predilectos salta siempre como un reflejo condicionado, come un movimiento instintivo. De generación en generación.
En los años sesenta y setenta, los primeros sacerdotes que abrían capillas y parroquias en las villas, entre otras cosas para respaldar las luchas de los villeros por la justicia e indicarles el camino del rescate social, habían reflorecido en el encuentro con la fe y las devociones sencillas de los que habían ido generosamente a instruir y ayudar. Ellos –Rodolfo Ricciardelli, Carlos Mugica, Jorge Vernazza y todos los demás “pioneros” cercanos al movimiento de los sacerdotes para el tercer mundo– debían a veces abrir los brazos inermes para cerrar el paso a las topadoras mandadas en varios momentos por los regímenes militares para derribar las viviendas de los villeros.
Ahora ya no amenazan los días las topadoras enviadas por los militares para limpiar la ciudad de esa gente que según ellos no merecía vivir allí. Desde hace unos años, el monstruo es más infame y devastador. Quema lo cerebros, apaga las miradas, necrotiza los corazones de jóvenes, adolescentes, niños. La llaman “el paco”, o pasta base de cocaína (PBC). La hacen con los residuos químicos de la elaboración del polvo blanco. La de calidad la envían a Europa y Estados Unidos. La “normal” está destinada a los barrios altos de Buenos Aires. A partir de 2001, año del crac económico argentino, descubrieron que también con los residuos podían sacar beneficios y empezaron a venderla como mercancía para las masas de las villas. Una dosis cuesta menos de un dólar y medio, es más, las primeras te las regalan. “Coloca” más que la marihuana, pero el efecto dura muy poco, y en seguida se quiere otra dosis. Basta un día para convertirse en un adicto. El estado de angustia que produce tras ser fumada es insoportable, la abstinencia se llena de paranoias y alucinaciones. El ansia de encontrar dinero para pagar nuevas dosis vuelve loco. Muchachos y adolescentes tranquilos se transforma en pocos días en zombis voraces, que pueden llegar incluso a matar al primero que se encuentran por unos pesos sin ni siquiera darse cuenta. Les llaman “muertos vivos”. Se olvidan de comer. Pasan semanas enteras sin dormir. Vagabundean sin meta, con los ojos inertes, o se desploman en la acera, los labios quemados por las pipas caseras de lata en las que fuman.
El padre Pepe [© La Nacion]

El padre Pepe [© La Nacion]

También Pepe se cruza con ellos cuando pasa por los rincones más apartados de la villa. A algunos de los de su barrio los conoce desde que eran niños. Le saludan, le preguntan si tiene algún rosario o una moneda que darles. Y Pepe responde que ahora no tiene, pero que si se pasan un momento por la parroquia, puede hacer algo. Cosas que hacer tiene ya muchas. Desde que hace doce años llegó a Caacupé, con la ayuda de la Virgen y de los santos –san Expedito, san Pantaleo, san Cayetano y todos los demás– en torno a la red de capillas de la parroquia ha florecido un entramado de vida cristiana sorprendente: misas de curación y comedores populares, rosarios y escuelas de formación profesional, peregrinaciones y cursos de corte y confección, campamentos en Bariloche y retiros espirituales para las parejas, ambulatorios médicos y veladas preparando las brasas para el asado. Otros se hubieran parado a gozar complacidos estas pequeñas y grandes victorias en el enredo marginal de la villa, agachando la cabeza ante el destino de los drogadictos. Resignándose. Como si fueran un ineluctable sacrificio humano que se ha de conceder al mal de la época. Pero Pepe y sus amigos no pueden. No quieren dejar de trabajar para que el contagio de vida buena que ven difundirse en la villa les llegue también a ellos, a los más perdidos. Y cerrar la boca del abismo donde tantos se pierden.
En 2008, viendo que los chicos villeros fracasaban casi siempre en sus intentos de desintoxicarse en los centros de asistencia de la ciudad, probaron a poner en marcha un proyecto de recuperación ad hoc, articulado en tres fases e inherente a la red de relaciones sociales de la villa. Se ocupan de ello el padre Charly y el misionero Gustavo, con la ayuda concreta de toda la comunidad. Los hombres de la parroquia han ofrecido decenas de fines de semana de trabajo solidario para construir la granja, en la carretera de Luján, donde tiene lugar la segunda fase de la desintoxicación: unos meses de retiro, con ritmos de trabajo acompasados y de descanso, lejos de la ciudad. Pero el camino empieza en el Hogar de Cristo, el centro diurno abierto a las afueras de Villa 21: pocos cuartos, la cocina, la cancha. Allí van también a comer, lavarse y ver alguna película bonita de héroes buenos los niños de la calle, los han llamado los “niños de Belén. Algunos de los adictos al “paco” empiezan a asomarse por allí para ver si hay alguien que pueda expulsar la noche de sus vidas. El símbolo del Hogar es una cruz que rompe una cadena. Algo naif. Es para decir que nadie se salva solo, si Jesús no le ayuda. No se puede prescindir de él, hace falta como el pan que cuecen en el horno de la escuela de cocineros de la calle Pepirí, para llevarlo a los comedores y dar de comer a los niños de la villa. Bien lo sabe Miriam, una muchacha muy guapa que hace dos años dormía tirada como un guiñapo entre los cubos de basura, a la que le habían quitado sus dos hijas y pasaba el día y la noche buscando dinero para el “paco”, de cualquier manera. «Para mí no había salvación, pensaba. Pero siempre me encontraba en la calle con el cura que me decía: “Dios te ama”». Ahora es maestra de catecismo, desea ser colaboradora terapéutica para los drogadictos que quieren curarse, y quiere volver a ver a sus hijas, «pero no enseguida, sólo cuando sea más fuerte». Bien lo sabe Raúl, que una vez consiguió dejarlo, pero volvió a caer («me sentí una mierda. Un año de esfuerzos, y en pocas horas lo eché todo a perder») y ahora, desde hace unos meses va por el Hogar, asiste a clases de electricidad y carpintería en la escuela de Pepirí, y nota confusamente que algo está cambiando. Charly y Gustavo conocen muchas historias parecidas. Fracasos y de nuevo a comenzar. Inicios que terminan por descarrilar y se empieza de nuevo. Vidas salvadas palmo a palmo. Los “muertos vivos” que vuelven a vivir. ¿Hay un milagro mayor que este? Deja abierta la esperanza también a los que venden drogas, y parecen irredimibles. Cuando Charly o Pepe pasan por la calle los pequeños vendedores de droga de la villa los saludan, quizá piensan que están haciendo un trabajo como cualquier otro, para llevarle dinero a su familia, y ni siquiera se dan cuenta del daño que hacen.
Los muraleros de la parroquia de Nuestra Señora de Caacupé en Villa 21 repintan el mural que representa al padre Daniel de la Sierra, el primer párroco de la villa

Los muraleros de la parroquia de Nuestra Señora de Caacupé en Villa 21 repintan el mural que representa al padre Daniel de la Sierra, el primer párroco de la villa

La Iglesia, dice siempre Bergoglio, no es un lugar solo para los buenos. El cardenal de Buenos Aires lo repitió también durante la homilía, en la fiesta de San Cayetano: «Acá no se echa a nadie por ser malo, todo lo contrario se lo recibe con más cariño. Nos lo ha enseñado Jesús». El cardenal, cuando quiere animarse, va a menudo a que le cuenten las victorias de Jesús que se ven en las villas. El Jueves Santo de 2008, en la misa in Coena Domini, fue a lavar los pies a doce muchachos que frecuentaban el Hogar de Cristo. Ese día los apóstoles fueron ellos. Al principio, el único dinero que llegaba para el Hogar de Cristo procedía de las colectas de las misas celebradas en la diócesis de Buenos Aires, y de una donación del gobierno vasco. Es conocido el interés de Bergoglio por las villas. Así que, cuando supo de las amenazas a Pepe, el cardenal se lo dijo a todo el mundo, públicamente, durante una misa que retransmitía la televisión. Después de sus palabras, todo el país corrió a dar testimonio de su cercanía y estima a los sacerdotes de las villas por su trabajo. Gobierno, políticos, sindicatos, periodistas, movimientos de la sociedad civil. No quiso faltar nadie. Un inmenso escudo protector, frente al odio ciego de los que disparan, y quizá no saben lo que hacen ni lo que se pierden. Más de cuatrocientos sacerdotes de Buenos Aires firmaron como buenos hermanos un documento para decir con fuerza que están todos al lado de los curas villeros. El 26 de abril, el obispo auxiliar Óscar Ojea celebró una misa muy emotiva en Nuestra Señora de Caacupé ante una multitud de dos mil fieles que acudieron a manifestar el cariño popular que rodea al sacerdote. «No se va y Pepe no se va» cantaban todos.
Claro que Pepe no se va. «Esta es mi casa y ustedes son mi familia. Queremos que todos lo muchachos crezcan en la fe, estudien, tengan metas y objetivos», dijo al final de la misa. En su corazón, no ve la hora de que pase la vorágine de este tiempo de entrevistas, televisiones, conferencias. No ve la hora de volver a montar en su bicicleta y correr hacia los días revueltos y benditos que le esperan, con todos los amigos de Villa 21.





Como ayudar al padre Pepe
Quien desee enviar donaciones para el programa de recuperación de toxicómanos comenzado por los sacerdotes de Villa 21 puede ponerse en contacto con la auditoría de la parroquia
Nuestra Señora de Caacupé, calle Osvaldo Cruz 3470. Barrio de Barracas, Buenos Aires.
E-mail: info@ceosnet.com.ar; teléfono +54-11-42418570


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