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SANTO ROSTRO
Sacado del n. 04 - 2009

Indicios de la resurrección de Jesús

El Velo de Manoppello


Desde el siglo XVII está en la región de los Abruzos la “Verónica” romana, “verdadero icono” de Cristo “no hecho por mano de hombre”. Una imagen que muestra el rostro de una persona real


por Lorenzo Bianchi


San Miguel Arcángel de Manoppello, iglesia edificada en 1630 que desde 1638 conserva el Velo del Santo Rostro. En los años sesenta del pasado siglo fue reconstruida: la fachada se remonta a aquel período

San Miguel Arcángel de Manoppello, iglesia edificada en 1630 que desde 1638 conserva el Velo del Santo Rostro. En los años sesenta del pasado siglo fue reconstruida: la fachada se remonta a aquel período

«En tiempos de Julio II, pontífice romano, hacia el año del Señor de 1506, […] vivía en Manoppello, tierra muy civilizada y bien situada, en todas las cosas necesarias a la vida humana rica y opulenta, en el Abruzo Citerior, provincia del reino de Nápoles, Giacom’Antonio Leonelli, doctor físico […]. Estaba un día Giacom’Antonio Leonelli en la plaza y casi en los umbrales de la iglesia madre dedicada a San Nicolás de Bari, en honesta conversación con otros; en lo mejor de la conversación llegó un peregrino que nadie conocía, de aspecto religioso y muy venerando, el cual, después de saludar a tan hermoso grupo de vecinos, dijo con términos de buena crianza y humanidad al doctor Giacom’Antonio Leonelli que tenía que hablarle de una cosa secreta y que era para él de mucho gusto, utilidad y aprovechamiento. Se apartó con él hasta casi atravesar los umbrales de la iglesia de San Nicolás, le dio un fardo y, sin desenvolverlo, le dijo que conservara con gran cuidado aquella devoción, porque Dios le iba a hacer muchos favores y siempre iba a conocer prosperidad tanto en las cosas temporales como en las espirituales. Tomó Giacom’Antonio el pequeño fardo, se apartó casi hasta la pila del agua bendita, comenzó a abrirlo. Al ver aquella Sagradísima Imagen del Rostro de Cristo Señor nuestro, se quedó en un primer momento muy asustado, comenzando a llorar muy tiernas lágrimas que luego se enjugó para que no lo vieran así sus amigos. Dando gracias a Dios por tan gran regalo, envolvió de nuevo la imagen como estaba antes, hizo ademán de dirigirse luego al desconocido peregrino para darle las gracias y recibirlo en su casa, pero no lo vio. Asustado, casi balbuciendo, les preguntó a los amigos, los cuales afirmaron que le habían visto entrar con él en la iglesia, pero que no lo habían visto salir. Asombrado, hizo que lo buscaran diligentemente dentro y fuera de Manoppello, pero no fue posible dar con él, por lo que todos creyeron que aquel hombre de aspecto de peregrino era un Ángel del cielo u otro Santo del Paraíso».
Así se cuenta, con características evidentemente legendarias, la llegada a Manoppello del Velo del Santo Rostro en la Relatione historica del padre Donato da Bomba, compuesta entre 1640 y 1646. Desde ahí en adelante todo lo que se cuenta en la Relatione es históricamente cierto: validez histórica: en 1618 Marzia Leonelli, hija y heredera de Giacom’Antonio, vendió el velo a Donat’Antonio de Fabritiis, que a su vez en 1638 lo regaló a los capuchinos de Manoppello. En 1646 un acta notarial autentifica la donación. El Velo, muy dañado y deshilachado, es limpiado, recortado y colocado en un marco, como sigue diciendo la Relatione: «el propio padre Clemente tomó las tijeras y cortó todas las hilachas del borde, y purificando muy bien la Santísima Imagen del polvo, carcoma y otras inmundicias, la dejó al final como ahora se encuentra. El referido Donat’Antonio, deseoso de disfrutar de aquella Santísima Imagen con mayor devoción la hizo extender en un marco de madera, con cristales en una y otra parte, adornada con algunas cornisas y trabajos de nogal por un hermano nuestro capuchino llamado fray Remigio da Rapino (pues no se fiaba de otros maestros seglares)».
El marco y los cristales son los mismos que hoy componen el ostensorio que contiene el Velo del Santo Rostro, expuesto en el santuario que se encuentra en las afueras de Manoppello (provincia de Pescara, aunque en la diócesis de Chieti).

Una imagen única
Las características del Velo y de la imagen que en él aparece son únicas. El Velo, que mide 17,5 por 24 centímetros (aunque originalmente era mayor, como nos dice la Relatione; aunque no podemos saber sus dimensiones de entonces), está fabricado con textura finísima (aunque se aprecian algunas imperfecciones en la trama) con hilos de aproximadamente un milímetro y un intervalo de espacio entre uno y otro de unos dos milímetros; parece de color marrón dorado, según la visual y la iluminación, y es transparente. Se ha trabajado con la hipótesis, por el color y la transparencia, de que esté fabricado con seda de mar, es decir, formado por filamentos trabajados de un molusco denominado Pinna nobilis. La seda de mar es un tejido finísimo de esplendor parecido al de la seda, a la que se parece incluso al tacto, siendo de ligereza casi impalpable. La hipótesis del tejido la defendió en 2004 Chiara Vigo, una de las últimas tejedoras de ese material, pero sigue esperando confirmación definitiva, que se podrá dar, si no tras el examen táctil directo (que ahora no es posible por estar colocado entre dos cristales), tras investigaciones morfológicas y estructurales realizadas con instrumentos adecuados.
En el Velo está impreso un rostro de frente ancha, el pelo que llega hasta los hombros, bigote ralo y barba bipartita. Los ojos tienen una posición particular: miran ligeramente hacia arriba mostrando el blanco del globo ocular bajo la pupila. El rostro no es visible observando el velo en transparencia, sino solo colocándolo contra un fondo; y, algo singular, la imagen aparece especularmente y con la misma intensidad de color por ambos lados: de frente y por detrás. Se comporta aparentemente, en resumidas cuentas, como una película fotográfica positiva. El rostro es claramente asimétrico, con un lado más hinchado que el otro; y se observan manchas que podrían interpretarse como sangre, en especial cerca de la boca y la nariz, que parece tumefacta. Estas manchas son bidimensionales y sin referencia al relieve del rostro.

A – el rostro de la Sábana Santa de Turín; <BR>B – superposición del rostro del Velo de Manoppello sobre el rostro de la Sábana Santa; <BR>C – el rostro del Velo de Manoppello <BR> (Blandina Paschalis Schlömer)

A – el rostro de la Sábana Santa de Turín;
B – superposición del rostro del Velo de Manoppello sobre el rostro de la Sábana Santa;
C – el rostro del Velo de Manoppello
(Blandina Paschalis Schlömer)

Investigaciones iconográficas e históricas
La tradición popular ha venerado durante más de cuatrocientos años como reliquia el Santo Rostro de Manoppello, atribuyéndole carácter de acheiropoietos (término griego que significa “no hecho por la mano del hombre”), pero solamente en los últimos años del pasado siglo comenzaron a hacerse investigaciones sobre el objeto, que hasta el momento han dado resultados sin duda alguna muy parciales, pero desde luego sorprendentes, que tienen que ver con la naturaleza de la imagen del Santo Rostro.
En los estudios de sor Blandina Paschalis Schlömer, pintora y a la vez estudiosa de iconos, se sostiene la estrecha relación entre la imagen del Velo de Manoppello y el rostro impreso en la Sábana Santa (una imagen que es el resultado de la oxidación de las fibras más superficiales del lino de que está hecha la sábana, y cuyas causas no han podido ser determinadas por las investigaciones científicas que se han desarrollado durante los últimos cien años). Una relación tan estrecha que permite la total compatibilidad en superposición del Santo Rostro con el rostro de la Sábana Santa (y, además, plena compatibilidad también con las manchas de sangre del Sudario de Oviedo), según una numerosa serie de puntos de contacto. Al mismo tiempo, existen dos diferencias fundamentales entre las dos imágenes: ante todo la Sábana Santa presenta los ojos cerrados y el rostro parece más precedentes a su repentina y misteriosa llegada a Manoppello. El 31 de mayo de 1999, el jesuita profesor Heinrich Pfeiffer, uno de los mayores expertos de arte cristiano (enseña Historia del Arte en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma), después de años de comprobaciones comunicó, en la Asociación de la Prensa extranjera de Roma, el resultado de sus investigaciones, es decir, que había sido encontrada la Verónica romana, la famosa imagen del rostro de Cristo acheiropoietos , conocida en Roma entre los siglos XII y XVII cuando, custodiada en la Basílica Vaticana, se exponía periódicamente a la veneración de los fieles. Imagen que una tradición atribuía al episodio de la mujer –llamada Verónica, nombre que hay que interpretar probablemente como corrupción del término vera icona, “verdadera imagen”– que habría enjugado con un paño el rostro de Jesús durante la subida al Calvario.

El icono del Sancta Sanctorum en Letrán, conocido en las fuentes antiguas como “acheropsita”. Desde el siglo VIII hasta el XII se le había superpuesto, según la hipótesis del padre Heinrich Pfeiffer, el velo que actualmente se conserva en Manoppello, conocido luego en Roma como la “Verónica” (“vera icona”)

El icono del Sancta Sanctorum en Letrán, conocido en las fuentes antiguas como “acheropsita”. Desde el siglo VIII hasta el XII se le había superpuesto, según la hipótesis del padre Heinrich Pfeiffer, el velo que actualmente se conserva en Manoppello, conocido luego en Roma como la “Verónica” (“vera icona”)

«El Santo Rostro es la Verónica romana»
Sobre las razones de esta identificación con la reliquia antiguamente más famosa que la propia Sábana Santa, el padre Pfeiffer ya escribió en estas páginas (H. Pfeiffer, Ma la “Veronica” è a Manoppello, en 30Giorni, n. 5, mayo de 2000, págs. 78-79), sosteniendo con argumentos más que convincentes que la Verónica –que las fuentes medievales nos describen como una tela muy fina transparente con la imagen visible por ambos lados– fue robada en una fecha no conocida en Roma a principios del siglo XVII (otra hipótesis, según la documentación de archivo y consideraciones históricas de Saverio Gaeta, retrotrae este hecho al Saco de Roma de 1527, dejando de todos modos inalterado lo sustancial), aparece en Manoppello entre 1608 y 1618, de acuerdo con la documentación histórica local depurada de sus rasgos legendarios.
Resumamos brevemente algunos datos fundamentales propuestos por Pfeiffer para esta identificación. Ante todo la Verónica que todavía se conserva en el Vaticano no muestra ninguna imagen: los pocos estudiosos del pasado que pudieron observarla de cerca, como De Waal y Wilpert (recordemos que desde el siglo XVII la tela presente en Roma no se ha vuelto a exponer al público), vieron en ella solo algunas manchas azuladas; tampoco quienes han podido observarla recientemente (incluido el pontífice Juan Pablo II) han encontrado trazos de imagen.
En segundo lugar la tela actualmente en Roma no es para nada transparente, mientras que el relicario de 1350 que contenía la Verónica de Roma, aún conservado en el tesoro de la Basílica Vaticana, compuesto por dos vidrios de cristal de roca, estaba destinada evidentemente a un objeto que podía ser expuesto por ambos lados. Este relicario, de forma cuadrada y de tamaño compatible con el velo de Manoppello, y algo mayor que éste (aunque hemos visto que el velo fue recortado) fue sustituido primero por otro, a mediados del siglo XVI (ahora perdido), y luego por el actual: un documento atestigua la nueva y solemne colocación de la reliquia –es decir, como se piensa, del falso que la sustituye– el 21 de marzo de 1606 en un nicho excavado dentro del pilar de la cúpula llamada precisamente “de la Verónica”. Como se lee en una relación del archivero de San Pedro, Giacomo Grimaldi, fechado en 1618, el relicario de 1350 tiene los vidrios rotos: y un residuo, que se interpreta como vidrio, puede verse todavía pegado al borde inferior del velo de Manoppello. De la misma manera que ya se ha dicho a propósito de las investigaciones sobre la naturaleza física del tejido con que está fabricado el velo, la actual imposibilidad de quitarlo del ostensorio que ahora lo contiene impide tener hasta el momento la certeza de que el tipo de materia de este fragmento sea idéntico al del relicario vaticano de 1350.
En tercer lugar la Verónica mostraba un rostro con los ojos abiertos, como aparece en todas sus representaciones anteriores a 1616, mientras que una copia hecha aquel año muestra un rostro con los ojos cerrados. Pablo V iba a prohibir al cabo de poco que se realizaran más copias de la reliquia, so pena de excomunión; Urbano VIII en 1628 ordenará, en fin, que todas las copias existentes, realizadas en los últimos años, se destruyan.

El rostro de una persona real
Pero el padre Pfeiffer llega más lejos con sus investigaciones, que nos permiten considerar con muchísima probabilidad que el Santo Rostro de Manoppello, es decir, la Verónica romana, es uno de los dos prototipos, es decir, modelos fundamentales, de la imagen de Cristo. El segundo modelo es la Sábana Santa de Turín. Pfeiffer subraya especialmente que las mejillas de las imágenes del tipo clásico de Cristo son casi siempre, como sucede con la Sábana Santa y el Santo Rostro, desiguales: el rostro es por ello asimétrico, al contrario de lo que pasa con todas las representaciones de las divinidades antiguas, que presentan un rostro ideal y simétrico. El Cristo clásico, pues, tiene un rostro personal e individual; y el modelo de este rostro, por su estructura fuertemente asimétrica, es la Sábana Santa, o la Sábana Santa con el Santo Rostro (ambas reliquias, probablemente, durante cierto período, como piensa Pfeiffer, tuvieron que haber circulado juntas); referente a los ojos y todos los aspectos más vitales, el único modelo es el Santo Rostro.
Así pues, deducimos nosotros, un rostro existido, concreto, real; no un modelo abstracto, tomado prestado de la iconografía del filósofo, como a veces se lee o se escucha de boca de historiadores de arte, cristianistas e incluso teólogos. El rostro de un hombre de carne, no de una idea.
La investigación iconográfica lleva, en fin, al padre Pfeiffer a sostener la identificación, que muchos comparten, de la Sábana Santa de Turín con el Mandylion de Edesa, conocido en esta ciudad en el 544 en tiempos del asedio de los persas, trasladado a Constantinopla en el 944, y de aquí desaparecido en 1204 y luego llegado a Occidente; y la identificación del Santo Rostro de Manoppello con la imagen del rostro de Cristo trasladada desde Kamulia (Capadocia) a Constantinopla en el 574, de donde desapareció hacia el 705, durante el segundo período del reinado del emperador Justiniano II; esta tela finísima, transparente, al llegar a Roma fue escondida (quizá se le pegó encima el icono llamado “acheropsita” del Sancta Sanctorum en Letrán), y luego bajo Inocencio III (1198-1216) fue despegada y llevada a San Pedro, con el nombre de Verónica.
El padre Pfeiffer tiene la firme convicción de que el Santo Rostro es una imagen acheiropoietos: «Partiendo de la perfecta superposición del rostro de la Sábana Santa de Turín con el rostro de Manoppello, estamos tentados a admitir que tanto la imagen del velo como la de la Sábana Santa se formaron en el mismo tiempo. Es decir, en los tres días que van de la sepultura de Jesús a su resurrección, dentro del sepulcro. El Sudario de Manoppello y la Sábana Santa son las únicas dos imágenes verdaderas del rostro de Cristo llamadas “acheropitas”, es decir, no realizadas por mano de hombre» (H. Pfeiffer en P. Baglioni, Bernini o no, è un capolavoro, en 30Días, n. 9, septiembre de 2004, págs. 56-65).
¿Existen algunos indicios físicos que puedan hacer pensar que, así como imagen de la Sábana Santa fue producida no artificialmente, pasara lo mismo con la imagen del Santo Rostro de Manoppello?

El Velo del Santo Rostro de Manoppello dentro del relicario que lo contiene actualmente

El Velo del Santo Rostro de Manoppello dentro del relicario que lo contiene actualmente

Investigaciones científicas en curso
En 1998-1999 algunas primeras investigaciones de carácter científico sobre el Santo Rostro de Manoppello fueron llevadas a cabo por Donato Vittore, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Bari. El Velo fue examinado con un escáner digital de alta resolución; el resultado declarado por Vittore fue que en el intersticio entre el hilo de la urdimbre y el hilo de la trama no se advierten residuos de color. Esto le permitió excluir que el Santo Rostro fuera el resultado de una pintura al óleo, dada la ausencia de depósito de color, así como tampoco podía ser pintura a la acuarela, pues los bordes de la imagen estaban muy definidos en el ojo y la boca, y no se advertían rebabas en el dibujo como hubiera ocurrido si al tejido se le hubiera aplicado pintura. Todavía no se han publicado sistemáticamente estas investigaciones, pero el autor las ha ilustrado, presentando distintas imágenes de detalles en varios congresos, el último de los cuales tuvo lugar en Lecce en marzo de 2007.
De este modo, si resultara confirmada la hipótesis, lanzada en 2004, de que el tejido está compuesto de seda marina, fibra lisa e impermeable, habría que considerar también que un tejido similar no puede de hecho técnicamente ser pintado, pues el color tendería a resbalar formando costras, que en la tela no aparecen; mientras que podrían conseguirse modificaciones del color en un tejido similar por decoloración (pero desde luego los resultados no serían tan precisos como los que tenemos en el Velo de Manoppello).
Otras investigaciones realizadas con microscopio y espectroscopio fueron llevadas a cabo luego por Giulio Fanti, profesor de Ingeniería mecánica y térmica en la Universidad de Padua. El análisis con luz ultravioleta con la lámpara de Wood ha confirmado una prueba que ya había sido realizada en 1971: ni el tejido ni la imagen del Rostro muestran fluorescencia apreciable, como sería de esperar en presencia de sustancias de amalgama de colores, mientras que se advierte claramente fluorescencia donde son evidentes las señales de restauración, en las esquinas superiores derecha e izquierda. Sin embargo, hay rastros de sustancias (¿pigmentos?) aparentemente también en otras partes del Velo. El análisis con luz infrarroja, sin embargo, ha mostrado también la ausencia de esbozo bajo la imagen, y la ausencia de correcciones. La elaboración tridimensional de la imagen ha mostrado otros puntos de correspondencia entre la imagen del Velo y la de la Sábana Santa; se ha notado, en fin, que, pese a la apariencia, las dos imágenes (anterior y posterior) del Velo no son perfectamente especulares: hay diferencias singulares y difícilmente explicables en algunos detalles, entre la parte frontal y la posterior, tan sutiles que la idea de que se pueda hablar en este caso de pintura resulta técnicamente muy problemática.
Otras investigaciones científicas se están desarrollando todavía; se espera que puedan ofrecer más datos sobre tres problemas fundamentales: el primero, sobre la relación del Velo con la Sábana Santa; el segundo, sobre cómo se formó la imagen en el Velo; el tercero, si existen dos momentos de esta formación, uno referido a las manchas de sangre (si realmente son de sangre), el otro referido al rostro: la bidimensionalidad de las supuestas manchas hemáticas, no relacionadas con los rasgos en relieve del rostro, postularía de hecho dos distintos momentos de impresión, exactamente como las investigaciones han demostrado que ocurrió con la Sábana Santa.
Leamos el Evangelio de Juan: podría ser precisamente este velo, “el sudario”, que Pedro y Juan vieron en el sepulcro, «que había estado sobre su cabeza», y que los dos Apóstoles vieron «no tendido con los lienzos [es decir, con la Sábana Santa], sino envuelto en una posición única» (Jn 20, 7). Es decir, que había quedado en la posición en la que había sido colocado, sobre la Sábana Santa y a contacto con ella, cubriendo la zona de la cabeza y del rostro de Jesús. Y Juan «vio y creyó» (Jn 20, 8).


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