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COLEGIOS ECLESIÁSTICOS DE...
Sacado del n. 06/07 - 2009

Celebraciones

Los setenta y cinco años del Pío Brasileño



por Pina Baglioni


El cardenal Gaetano Bisleti coloca la primera piedra del Pío Brasileño, bendecida por Pío XI, el 27 de octubre de 1929 [© Pontificio Colegio Pío Brasileño]

El cardenal Gaetano Bisleti coloca la primera piedra del Pío Brasileño, bendecida por Pío XI, el 27 de octubre de 1929 [© Pontificio Colegio Pío Brasileño]

«Un día de dolor... la mística pío-latina, es decir, la unión espiritual en un solo y único Colegio en la ciudad de Roma, comenzaba a disgregarse». Con estas sentidas palabras saludaba alguien el día del 3 de abril de 1934, fecha de la fundación del Pontificio Colegio Pío Brasileño. Aquel día, en efecto, se cortaba el cordón umbilical con la casa madre: el Pontificio Colegio Pío Latinoamericano, fundado en Roma en 1858 por Pío IX para formar al sacerdocio a los seminaristas de América Latina.
Setenta y seis años antes, algunos cardenales y obispos brasileños, en completa sintonía con el papa Pío XI y el prepósito general de los jesuitas, el padre Vladimiro Ledóchowski, habían trabajado mucho para conseguir un Colegio dedicado solo a los seminaristas llegados de Brasil. Debido en parte a la lengua, el portugués, pero sobre todo al gran número de estudiantes que presionaban para venir a Roma. Aquella decisión arrancaba de lejos. Quizá, desde la primera elección a cardenal, que tuvo lugar el 11 de diciembre de 1905, de un sacerdote latinoamericano: el brasileño Joaquim Arcoverde de Albuquerque Cavalcanti, ex alumno del Pío Latino. Después de él, otros dos brasileños habían conseguido la birreta cardenalicia: Sebastiano Leme da Silveira Cintra y Alfredo Vicente Scherer, también ex alumnos del Pío Latino. En fin, había llegado el momento de reconocerle a la Iglesia brasileña lo que se le debía.
En la luminosa entrada del Colegio, donde la mirada queda inmediatamente capturada por el gran mosaico que representa a Nossa Senhora Aparecida, patrona de Brasil, dos pequeños bustos recuerdan a los mayores artífices de la emancipación del Pío Latino: el cardenal Sebastiano Leme y el cardenal Benedetto Aloisi Masella, italiano, entonces nuncio apostólico en Brasil. El acuerdo entre los dos personajes puso en marcha a todo el episcopado brasileño, que, en la Navidad de 1927, envió al clero y a los católicos de Brasil una carta pastoral colectiva en la que se hacía un llamamiento a la generosidad del pueblo para poder construir por fin el ansiado Colegio.
El lugar elegido para la construcción fue Villa Maffei, una inmensa extensión de maquia mediterránea en la vía Aurelia, a dos pasos del Vaticano. De propiedad del papa Pío IX, el área izquierda se había utilizado hasta 1859 para alojar a los estudiantes del Pío Latino los fines de semana. A los brasileños les tocó el área derecha: cinco mil metros cuadrados, donde, el 27 de octubre de 1929, el cardenal Gaetano Bisleti colocó la primera piedra, precedentemente bendecida por Pío XI, en presencia del primado de Brasil, el arzobispo Augusto Álvaro da Silva, y de todos los estudiantes del Pío Latino.
En aquella ocasión también se eligió al patrón del futuro Colegio: el Sagrado Corazón de Jesús, cuya devoción estaba muy extendida en Brasil gracias a la obra del padre jesuita Bartolomeo Taddei, activo en la misión de la provincia romana en Brasil a finales del siglo XIX.
El gigantesco Colegio, que podía alojar entre cien y ciento treinta alumnos, fue inaugurado el día después del cierre de la Puerta Santa por Pío XI como acto terminal del Año Santo de la Redención. El día anterior, los piolatinos, junto a aquellos 34 brasileños –29 seminaristas y 5 sacerdotes– que estaban a punto de irse, estuvieron juntos por última vez, frente a la estatua de la Virgen colocada en la entrada del Pío Latino, cantando una Salve para que protegiera tanto a los que se quedaban como a los que se iban.
El día siguiente, el fatídico 3 de abril, después de la misa y la consagración al Sagrado Corazón de Jesús, se cantó el Oremus pro Pontifice y luego se leyó el documento enviado por el secretario de Estado, Eugenio Pacelli, al cardenal Bisleti, en el que se transmitían los mejores deseos del papa Pío XI y su concesión del título de “Pío” a la nueva criatura. Entre los cardenales, obispos, embajadores, sacerdotes de a pie y peregrinos brasileños, aquel día estaba también un cura sencillo que se llamaba don Luigi Orione, fundador de la Pequeña Obra de la Divina Providencia.


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