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EDITORIAL
Sacado del n. 08 - 2009

Alcide De Gasperi

La humanidad del cristiano


La fe y la religiosidad de De Gasperi eran transparentes en todas sus acciones, tanto ordinarias como extraordinarias. Formaban parte de su planteamiento general, y era fácil intuirlas en cada iniciativa suya, aunque no alardeaba nunca de su fe


Giulio Andreotti


De Gasperi con su familia en la plaza de San Pedro

De Gasperi con su familia en la plaza de San Pedro

La fe y la religiosidad de De Gasperi eran transparentes en todas sus acciones, tanto ordinarias como extraordinarias. Formaban parte de su planteamiento general, y era fácil intuirlas en cada iniciativa suya, aunque no alardeaba nunca de su fe y consideraba muchas veces que no tenía que añadir palabras o gestos que demostraran su pertenencia a la Iglesia. Especialmente cuando hablaba a los jóvenes ajustaba sus discursos a las encíclicas sociales de los papas, pero como llegamos a percatarnos claramente de su coherente línea política, que yo definiría naturaliter christiana, es considerando todas sus grandes ideas reformadoras, desde la tierra para los campesinos al progreso del sur o el proceso europeo de unificación.
Recuerdo, por ejemplo, que cuando la beatificación de María Goretti subrayó con gozo que la reforma agraria había cancelado aquel nomadismo de los braceros que había tenido que padecer la familia de la santa. Y, en cierto sentido, también la ley que impulsó para luchar contra las publicaciones escandalosas o que pretendieran turbar la sensibilidad de los adolescentes (1947-48) indica claramente su preocupación por preservar la fe del pueblo. También el hecho de que la política no le quemara, ni el poder se le subiera a la cabeza hasta hacerle perder la serenidad y la objetividad es una señal de su grandísima fe, de sus costumbres integérrimas, de que era una persona extraordinariamente correcta.
Hubo un episodio en el que me manifestó su modo de vivir el cristianismo. Ocurrió un día en que el papa Pío XII proclamaba en la plaza de San Pedro el dogma de la Asunción de María. De Gasperi me dijo en voz baja: «Esperemos que esto no sirva de obstáculo para el camino de diálogo con los protestantes». Luego, quizá preocupado por haberme creado algún problema, añadió: «Date cuenta, sin embargo, de que mi libro de meditación es La imitación de Cristo, y que de muchacho no me acostaba nunca sin haber rezado antes el rosario, incluso cuando estaba muy cansado».
Que De Gasperi no hiciera alarde de su religiosidad lo confirma también el hecho de que iba a misa por su cuenta y, a menudo se acercaba los domingos con su familia a San Pedro como un fiel cualquiera. En las manifestaciones religiosas que implicaban por algún motivo a los políticos casi nunca estaba presente. Fue una excepción el que aceptara uno de los turnos que entonces se hacían para la adoración nocturna del Santísimo Sacramento reservado a los políticos católicos. En cambio promovió, en la apertura de la Asamblea Constituyente, el Veni Creator colectivo, motivándolo con la frase de Benedetto Croce según la cual no podemos por menos que llamarnos cristianos.
Hubo algunos sacerdotes con quienes De Gasperi tuvo familiaridad en un plano estrictamente religioso: recuerdo al padre Caresana, párroco de la Iglesia Nueva, y al padre De Bono. Sobre todo fue el obispo de Trento, monseñor Endrici, el elemento base de toda su vida, su mentor de muchacho, la persona que estuvo junto a él cuando, bajo el fascismo, comenzaron sus problemas de tipo político. De Gasperi sentía también una gran amistad por don Giovanni Battista Montini, pero quizá más que estar ligado al Montini sacerdote y al Montini hombre de la Secretaría de Estado, con quien los católicos podían contar para volver a formar un movimiento político, lo estaba al monseñor Montini hijo de su gran amigo diputado popular.
Otro punto de referencia esencial para De Gasperi fue su familia, por la que sentía un cariño especialmente vivo: hablaba a menudo de los sacrificios que había hecho su mujer durante los años difíciles de la persecución fascista y del desempleo. Yo vi cómo se conmovía profundamente cuando su hija Lucia entró en el convento de la Asunción. Está claro que el gran trabajo político sacrificaba grandemente la vida familiar, pero el apego por su mujer e hijas era fortísimo, y a ellas les dedicaba su tiempo libre, y nunca se permitía ningún momento para sí mismo. Su único entretenimiento eran la petanca en verano o alguna comida dominical con Bonomelli en Castelgandolfo.
Aludía antes a las dificultades económicas que afrontó durante el fascismo. De Gasperi es un ejemplo precisamente por esta coherencia suya personal: nunca dio su brazo a torcer en cuanto a principios, y cuando llegó al poder jamás se aprovechó de su vida pública para conseguir lo que quizá podía ser una justa recompensa por los momentos en que la sociedad le había quitado los bienes materiales y sus derechos de ciudadano. Quisiera recordar una frase, casi de escarnio, que siempre me ha parecido muy negativa, dicha una vez por el comandante Lauro sobre De Gasperi: «Se dice siempre “bien por De Gasperi”, pero si uno llega a los setenta años y no ha conseguido forrarse de dinero será que no lo ha hecho muy bien». De Gasperi, es cierto, nunca amasó ningún patrimonio, la casa donde vivía en Roma, en la via Bonifacio, era una modesta casa en alquiler. Cuando la DC le regaló un pequeño chalet cerca del lago de Albano, en las proximidades de Roma, a De Gasperi le encantó, y aquella fue la primera vez que era propietario de un inmueble. Pero nunca fue un victimista, solo alguna que otra vez demostró amargura, pensando en quienes habían escurrido el bulto durante la instauración del régimen fascista y hacían como si no le conocieran. Fueron también, como he dicho, tiempos de grandes dificultades económicas para él, y, debido a la persecución política, ni siquiera el Vaticano lo tuvo fácil a la hora de encontrar un escamotage para ofrecerle un pequeño trabajo en la biblioteca. Y sin embargo nunca sintió deseos de venganza o desquite. Todo lo contrario, cuando muchos “ex” volvieron a aparecer solo porque el fascismo estaba ya agonizando, los volvió a recibir con los brazos abiertos. Aquí me viene a la mente la parábola del hijo pródigo.
Alcide De Gasperi y Giulio Andreotti durante una reunión del gobierno en 1948

Alcide De Gasperi y Giulio Andreotti durante una reunión del gobierno en 1948

Además de la observancia regular del precepto festivo, también en otros aspectos de la vida religiosa me dio ejemplos personales de relieve. Recuerdo que cuando en 1951 Ivanoe Bonomi, laico socialista, estaba gravemente enfermo, me mandó buscar urgentemente a monseñor Barbieri (un conocido del período clandestino) para que fuera a verlo como sacerdote. También se preocupó del contacto con la Iglesia de otro “no practicante”, el ministro Sforza, hallando en el cardenal Celso Costantini (que había trabajado en China, país al que Sforza se sentía muy ligado) al sacerdote más adecuado para establecer contactos. Y cuando visitaba los restos mortales de Giuseppe Grassi, ministro liberal que había muerto con los sacramentos, De Gasperi me dijo que había no-democristianos respetabilísimos, y que siempre tenemos que preocuparnos de su vida religiosa, con una palabra dicha en el momento justo, pero más que nada atrayéndolos con la ejemplaridad de nuestra vida.
En relación a esto hablaba a menudo de sus años juveniles y del apostolado que desarrollaba con los estudiantes y también con los trabajadores, tanto en Trento como en Austria. Estaba orgulloso de estos antiguos orígenes de apostolado sindical.
De Gasperi era distinto y superior a los demás, eacute;l que era de costumbres tan enjutas, valía más que una alabanza solemne. A la hora de elegir a las personas acudía a veces a viejos conocidos de familia, pero para los cargos de responsabilidad en los ministerios valoraba rigurosamente solo la capacidad de los candidatos.
Como líder de la mayoría y de la DC despertaba también envidias e intentos de defenestración. Especialmente tras la victoria democristiana en las elecciones de 1948. Personalmente estaba satisfecho del éxito y de la posición de poder, pero no los usaba nunca para fines propios. Sentía que tenía una misión, la de desarrollar un servicio al prójimo (cosa fácil de decir, pero más difícil de practicar) según un designio de Dios que otorga para esto carismas y oportunidades. La gente lo percibía, y sus comicios estaban siempre abarrotados de manera excepcional.
Bajo otro aspecto, no había situaciones de necesidad concreta de las que tuviera conocimiento en las que no intentara aportar su ayuda. Hay que encontrar siempre soluciones, decía. Fue noticia la llamada telefónica de De Gasperi al alcalde de Nueva York, Fiorello La Guardia, para conseguir barcos cargados de harina para poder hacer el pan de la cartilla de racionamiento (fuente de sustento de la población italiana durante la posguerra); pero las intervenciones de este tipo eran cotidianas para él y toda su vida pública estaba inspirada en la elevación de los humildes. La gente lo sabía. Por eso también sus funerales fueron grandiosos: el tren que llevaba sus restos mortales encontraba una inmensa muchedumbre en cada estación. En Roma hubo, tanto en el velatorio que se hizo en la Iglesia del Jesús como en la misa fúnebre y el cortejo hasta la iglesia de San Lorenzo del cementerio del Verano, una abultada presencia no solo de autoridades sino del pueblo llano, conmovido y en oración. Fue un triunfo espontáneo que se unió a las condolencias que llegaron de todos los países del mundo.
De Gasperi fue un gran cristiano. Y lo digo sin entrar en el tema de su causa de beatificación, porque es cierto que De Gasperi nos enseñó a rezar en los momentos difíciles, pero sobre todo fue un gran cristiano porque es el ejemplo más claro de una política entendida con “P” mayúscula. Hasta tal punto que la fe de De Gasperi, como ya he dicho, se percibe sobre todo rememorando su historia política.
Con los adversarios no era nunca agresivo de manera vulgar, incluso cuando lo eran ellos hacia su persona (Togliatti habló de «patadas en el trasero a De Gasperi»).
Por supuesto, era polémico, duro, perseverante. Era intransigente con las ideas opuestas. Después del 45 invitaba a no infravalorar el peligro de un regreso del fascismo con la misma táctica de 1922. Pero no era menos duro con el comunismo, aunque tengo la impresión de que hasta 1947 no creyó en la importancia del peligro comunista.
El terreno de mayor enfrentamiento con los comunistas fue la adhesión italiana al Pacto Atlántico en 1949: De Gasperi fue acusado por los comunistas, y también por algunos ambientes católicos, de llevar a la nación hacia una alianza militar que iba a desencadenar la tercera guerra mundial. En su furor los comunistas vilipendiaron también las leyes de desarrollo social para las clases desprotegidas promovidas por De Gasperi, como la reforma agraria y la Caja para el Sur. El efecto popular de las políticas degasperianas quedaba deslucido por esta perfidia de la izquierda. Incluso el padre Pío, tan cercano a la gente pobre y al mundo campesino, se dejó convencer y habló críticamente de la reforma agraria.
De Gasperi, como buen católico, nunca hubiera hecho nada que perjudicara a la Iglesia o la religión, pero yo no lo definiría un hombre del Vaticano. Tenía conciencia de la responsabilidad autónoma del católico comprometido con la política. Era de la idea de que el Señor concede la gracia de estado por las atribuciones que son específicas para cada vocación. Así pues, prestaba mucha atención a los problemas de la Santa Sede, pero al César había que darle lo que era del César. De este modo, salvo en la polémica mezquina de los comunistas, nadie podía llamarlo clerical. Había valorado positivamente los Pactos Lateranenses y varias veces me dijo que si no se hubiera firmado el concordato entre el Estado y la Iglesia en 1929, para los democristianos hubiera sido muy difícil realizarlo en los primeros años de la recién nacida República. Hubiera sido un gran handicap para la presencia política de los católicos después del fascismo.
Robert Schuman, Alcide De Gasperi y Konrad Adenauer, los tres padres fundadores de la Europa unida

Robert Schuman, Alcide De Gasperi y Konrad Adenauer, los tres padres fundadores de la Europa unida

Sin embargo, hay un punto delicado; y es el de las relaciones entre De Gasperi y Pío XII, porque todavía hoy muchos siguen pensando que el papa Pacelli no sentía simpatía por el estadista democristiano, y que incluso lo obstaculizase.
Digamos para empezar que el temperamento de Pío XII era más bien autoritario, y que el Papa estaba muy preocupado por el peligro de que ganaran los comunistas, experiencia que ya había vivido en Alemania, en donde durante aquellos años estaban llevando a cabo una tremenda persecución contra la Iglesia, pero esto no quita que Pacelli no apreciara a De Gasperi. En más de una ocasión demostró públicamente su estima hacia él. También hubo detalles de cortesía importantes, como la invitación a De Gasperi para asistir en el Vaticano a una representación privada ante el Papa del Anuncio a María de Claudel.
Con la Curia De Gasperi tenía relaciones de colaboración, aunque no frecuentes, y si se exceptúa la que tuvo con Montini (quien, sin embargo, a principios de los cincuenta no estaba muy bien visto en el Vaticano) y monseñor Kaas, yo no usaría la palabra amistad. Hacia quien lo protegió durante el período de la ocupación De Gasperi sentía agradecimiento, pero no se puede esconder que las críticas a De Gasperi por parte de la izquierda democristiana habían encontrado cierto eco en el Vaticano.
De Gasperi es un personaje irrepetible. Pero, ¿qué queda de él? Sobre todo queda la gran capacidad de mirar lejos, de no conformarse, de ver que los horizontes se agrandan. No le dio tiempo a oír hablar de globalización, pero de hecho su formación tan multicultural lo empujó a ser el promotor más fuerte de la Europa Unida, el defensor más convencido de que la paz sería duradera solo en un ámbito más vasto del ámbito tradicional de las relaciones entre cada Estado. Intuyó que era necesario superar ese nacionalismo que, a su vez, había sido la base para la formación de muchos Estados europeos.


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