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IGLESIA
Sacado del n. 08 - 2009

Los antecedentes históricos

Fray Toribio, los indios y el bautismo “fácil”



por Gianni Valente


Fray Toribio de Benavente “Motolinía”

Fray Toribio de Benavente “Motolinía”

La campaña de los párrocos de Buenos Aires para facilitar el bautismo tiene un antecedente histórico ilustre y crucial para el anuncio cristiano en América Latina. Los franciscanos, que fueron los primeros en las tierras del Nuevo Mundo recién sometidas al Reino de España, eran favorables a bautizar a los indios con extrema facilidad, a simplificar el rito, dejando para un momento posterior la profundización en la fe. Por otra parte, los dominicos y agustinos eran más cautos a la hora de conceder el bautismo, exigían una mayor preparación, incluso catecumenal.
La disparidad de enfoque fue motivo de controversias teológicas que llegaron a Europa. Intervinieron en el caso también los severos teólogos de la Universidad de Salamanca, según los cuales «aquellos bárbaros infieles antes de ser bautizados han de ser suficientemente instruidos, no sólo en la fe, sino también en las costumbres cristianas (modos de actuar españoles u occidentales), por lo menos en cuanto es necesario para la salvación».
Las razones con que los franciscanos justificaban entonces su modus operandi nacían de su contacto directo con los indígenas. Precisamente este contacto directo con las poblaciones locales les hacía ver lo infundada y fuera de lugar que estaba cualquier disposición que –quizás en nombre de ostentados principios teológicos o morales– los indios pudieran ver como obstáculo y barrera a su deseo y a sus peticiones de ser bautizados.
Fray Toribio de Benavente “Motolinía” – uno de los “doce apóstoles”, como fue llamada la docena de frailes que llegaron a México en 1524, apenas cuatro años después que Hernán Cortés– ha narrado en sus crónicas con palabras sencillas y aún actuales su decisión y la de sus hermanos de hábito. Para ellos los indios son los preferidos del Señor, como lo son todos los pobres del mundo. Complicarles los primeros pasos en la vida de fe sería como decomisar los dones que Dios mismo les ha prometido especialmente a ellos. «Pues», escribe fray Toribio hablando de los indios, «es suyo el reino de Dios, porque apenas alcanzan una estera rota en que dormir, ni una buena manta que traer cubierta, y la pobre casa que habitan rota y abierta al sereno de Dios». Hay que tener en cuenta su timidez y carácter sumiso, que no debe confundirse con ignorancia o desinterés respecto a la novedad cristiana: «Muchas veces vienen a bautizarse y no lo osan demandar ni decir; por lo cual no los deben examinar muy recio, porque yo he visto a muchos de ellos que sabe el Pater Noster y el Ave María y la doctrina cristiana, y cuando el sacerdote se lo pregunta, se turban y no aciertan a decir». Es perjudicial sobre todo la ansiedad de algunos celantes, condicionados por prejuicios de una cultura que se considera superior: «Algunos sacerdotes que los comienzan a enseñar, los querrían ver tan santos en dos días que con ellos trabajan, como si hubiere diez años que los estuviesen enseñando, y como no les parecen tales déjanlos: parécenme los tales a uno que compró un carnero muy flaco y diole a comer un pedazo de pan, y luego tentole la cola para ver si estaba gordo». En su favor, los franciscanos referían sobre todo cómo el bautismo alegraba con un gozo sencillo y contagioso la vida de los nuevos bautizados, que a menudo para recibirlo hacían largas jornadas llenas de peligros: «Después de bautizados es cosa de ver la alegría y regocijo que llevan con sus hijuelos a cuestas, que parece que no caben en sí de placer». La reacción es totalmente distinta cuando el bautismo es negado: «Era la mayor lástima del mundo ver lo que hacían, y cómo lloraban, y cuan desconsolados estaban, y las cosas y lástimas que decían…».
En aquella época, el papa Paulo III, después de confesar la fe en las secretas disposiciones de Dios que nos da por su gracia, rechazó las teorías de quienes afirmaban que los indios eran por su naturaleza “incapaces” de recibir el anuncio evangélico y con la bula Altitudo divini consilii (1537) confirmó la solicitud franciscana en darles fácilmente el bautismo. Pocos lustros después, partiendo de las disputas con Lutero, el Concilio de Trento volvió a repetir que los sacramentos no son meras “contraseñas” de la fe cristiana, y que la gracia eficaz de los sacramentos no la produce la santidad de quienes los administran ni la disposición de quienes lo reciben, porque es opus operatum a Deo. Si un signo sacramental se realiza válidamente, es en sí mismo eficaz, y puede tocar y transformar los corazones de los hombre según la voluntad divina.
El vademécum orientativo realizado por la diócesis de Buenos Aires traza el hilo de continuidad que une las decisiones de los actuales párrocos porteños con las de los franciscanos de la primera evangelización latinoamericana. Hoy, como entonces, el invito a bautizar a todos los que lo piden es sugerida por el modo propio de obrar de los sacramentos. Y ayuda a superar la «lamentable confusión» (así la definía el padre Tello en 1988) que ha predominado en la práctica pastoral de los últimos decenios: el equívoco compartido por muchos –y alimentado a menudo de buenas intenciones– de que el don de los sacramentos coincide con cierto grado de “toma de conciencia espiritual” de la doctrina cristiana, que se ha de adquirir con itinerarios de preparación, según el modelo de los cursos de formación profesional.
Si muchos siguen reconociendo los sacramentos como gestos gratuitos del Señor –subraya el vademécum argentino– hay que dar las gracias no tanto a las estrategias del alto clero, si no más bien al sensus fidei custodiado en los fieles por la piedad popular. Esa tradición de gestos y prácticas con la que el pueblo se evangeliza a sí mismo «mejor de lo que suelen hacerlo aún los sacerdotes», y cuya «manifestación más importante» es solicitar el bautismo de sus hijos. «A estos modos», explicaba el padre Tello en sus homilías y conferencias más entrañables, «pertenece el camino más usado por nuestro pueblo que llamamos como sacramental: un hecho sensible (el rito bautismal) captado como un signo de que Dios lo toma para sí. Para nuestra gente es así. Lleva al chico a bautizar y lo reviste de Cristo. Esto es catoliquísimo, hasta el fondo de la cosa. Yo llevo al chico este, que va a vivir en el mundo como un desgraciado, pero ya está revestido de Cristo». Y esta «certeza teológica», añaden los redactores del vademécum, «tiene primacía, a nuestro entender, sobre cualquier otra consideración de tipo moral o de práctica eclesiástica ».


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