La Capilla Paulina de Miguel Ángel
Una lectura de los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Paulina del Vaticano. Dijo Benedicto XVI, tras la reciente restauración: «Los dos rostros están uno frente al otro. Se podría pensar incluso que Pedro tiene su rostro vuelto hacia el de Pablo, el cual, a su vez, no ve, pero lleva en sí la luz de Cristo resucitado. Es como si Pedro, en la hora de la prueba suprema, buscara la luz que había dado la verdadera fe a Pablo»
por Giuseppe Frangi
Crucifixión de san Pedro, Miguel Ángel, Capilla Paulina, Ciudad del Vaticano [© Osservatore Romano/Associated Press/LaPresse]
«No puedo negarle nada al papa Paulo»: así pues Miguel Ángel antes de finalizar aquel mismo año comienza a trabajar en las dos paredes de seis metros por seis que se le habían reservado. Es todavía un hombre repleto de energía, pese a su edad y pese a sentir que no tenía «el cerebro consigo». La reconstrucción de los días de trabajo, posible gracias a las técnicas de restauración modernas, nos revela a una persona capaz de hacer frente a una gran cantidad de trabajo en un día. Al final serán en total 172 jornadas de trabajo (85 en la Conversión de san Pablo y 87 en la Crucifixión de san Pedro), distribuidas durante siete años, con la interrupción de 1544, por problemas de salud.
La empresa comenzó por la pared izquierda, con la escena de la Conversión de san Pablo. Miguel Ángel tenía en sus manos la primera traducción al italiano de los Hechos de los Apóstoles, realizada por Antonio Brucioli, el amigo en cuya casa se había refugiado durante su fuga de Florencia en 1529: «Y habiendo caído todos nosotros al suelo, oímos una voz que me hablaba... Y yo dije, ¿quién eres, Señor? Y aquél dijo, yo soy Jesús, al que tú persigues». Miguel Ángel vuelve a imaginar el episodio basándolo en estos dos factores: el “me hablaba” y el “¿quién eres, Señor?”. Así pues, una interlocución directa y una presencia física. Es una reinterpretación avasalladora, con respecto a las imágenes algo apocadas de muchos otros pintores que le habían precedido. Miguel Ángel hace que Jesús irrumpa desde lo alto de la escena, como presencia física, real. No es un sueño, ni tampoco una bella y solemne aparición como la de Rafael en los tapices vaticanos. La figura de Cristo parece precipitarse hacia Pablo, una solución que también Caravaggio tendrá bien presente en la primera versión de los cuadros de la Capilla Cerasi de Santa Maria del Popolo. No todos aceptaron y comprendieron la representación de la conversión de Pablo propuesta por Miguel Ángel. En ambientes curiales no faltaron las críticas, como la de Giovanni Andrea Gilio, el eclesiástico censor del Juicio Universal, que en 1564, recién muerto el artista, escribiría: «Pero me parece que Miguel Ángel no acertó en el Cristo que se le aparece a Pablo en su conversión; el cual sin ninguna gravedad ni decoro parece que se precipita desde el cielo con gesto poco honroso...».
Conversión de san Pablo, detalle, Miguel Ángel, Capilla Paulina, Ciudad del Vaticano [© Osservatore Romano/Reuters/Contrasto]
En la pared de enfrente Miguel Ángel ha de representar, en cambio, la crucifixión de Pedro. Las jornadas de trabajo son cada vez más numerosas, las áreas pintadas son cada día más pequeñas. El tema tenía muchos y célebres precedentes, desde el del Sancta Sanctorum, el fresco de Cimabue de Asís, hasta la predela de Giotto en el políptico Stefaneschi, hoy conservado en los Museos Vaticanos. Desde el punto de vista simplemente compositivo, este tema siempre había dado quebraderos de cabeza a los artistas, porque la cruz al revés de san Pedro dejaba un gran espacio vacío arriba. Cimabue lo había resuelto levantando de manera innatural la cruz; Giotto haciendo volar dos ángeles a la altura de los pies del santo. Miguel Ángel, por su naturaleza, innova en sentido dramático la iconografía. En e Miguel Ángel es sin lugar a dudas el rostro de Pedro, que con un gesto imprevisto y lleno de fuerza levanta el busto y dirige su mirada hacia atrás. Miguel Ángel trabajó muchísimo en este punto del fresco, corrigiéndolo en seco, para reforzar el gesto de Pedro, el único personaje de la escena que mira hacia fuera de la escena. ¿Por qué lo hace? ¿Y a quién mira? Tradicionalmente se ha sostenido siempre que la mirada iba dirigida a los cardenales reunidos en cónclave, ya que la Paulina, como hemos dicho, se destinó originariamente a ser lugar de celebración de los cónclaves. Benedicto XVI, en cambio, ofrece una hipótesis mucho más profunda y convincente: «Existe como un desconcierto, una mirada penetrante, tendida, como si buscara algo o a alguien en la hora final», ha anotado el Papa, quien sigue diciendo: «Los dos rostros [de Pedro y Pablo, n. de la r.] están uno frente al otro. Se podría pensar incluso que Pedro tiene su rostro vuelto hacia el de Pablo, el cual, a su vez, no ve, pero lleva en sí la luz de Cristo resucitado. Es como si Pedro, en la hora de la prueba suprema, buscara la luz que había dado la verdadera fe a Pablo».