Home > Archivo > 09 - 2009 > El pragmatismo indispensable
EDITORIAL
Sacado del n. 09 - 2009

A veinte años de la caída del Muro de Berlín

El pragmatismo indispensable


Giulio Andreotti rememora el proceso de unificación de Alemania y el terremoto político que embistió a los países comunistas de Europa del Este. Protagonistas y momentos clave del final del bipolarismo Este-Oeste. Entrevista


Entrevista a Giulio Andreotti por Roberto Rotondo


El canciller alemán Helmut Kohl con el presidente del Gobierno italiano, Giulio Andreotti. Detrás de ellos el ministro de Exteriores italiano, Gianni De Michelis, y su homólogo alemán, Hans-Dietrich Genscher, en octubre de 1989 en Bonn

El canciller alemán Helmut Kohl con el presidente del Gobierno italiano, Giulio Andreotti. Detrás de ellos el ministro de Exteriores italiano, Gianni De Michelis, y su homólogo alemán, Hans-Dietrich Genscher, en octubre de 1989 en Bonn

«Hubo un momento en que tuvimos la sensación de que el status quo se podía modificar, que el Muro que dividía desde hacía cuarenta años el Este del Oeste no era tan inatacable. Se percibía que era posible evolucionar en positivo, aunque el camino estaba lleno de dificultades e interrogantes. Hoy esto les parece claro a los historiadores, pero en aquel momento era muy distinto». Cuando el Muro de Berlín fue derribado por la muchedumbre el 9 de noviembre de hace veinte años, Giulio Andreotti estaba al frente del gobierno italiano y estuvo comprometido de manera notable en el proceso récord que en apenas 329 días tras el derrumbe del Muro llevó a la unificación de las dos Alemanias. Italia, en los momentos más centrales, tuvo un peso político notable, aunque solo fuera porque tenía la presidencia de turno de la Comunidad Europea y de la CSCE. Andreotti, que en los años anteriores había estado con los que ponían un freno a la unificación, se había convertido en uno de sus defensores: «Helmut Kohl ha de darle las gracias a Italia, y especialmente a Andreotti, de que muchas cosas fueran bien», declaró recientemente a la revista Limes Gianni De Michelis, entonces ministros de Exteriores.
Director, ¿por qué cambió de idea? «Yo nunca estuve de entrada en contra de la reunificación alemana, cuya base de principio ya se encontraba en los acuerdos de Helsinki de 1975. Sencillamente lo que poco tiempo antes hubiera parecido una aventura inconcebible se había convertido en un camino posible. Ciertos procesos derivan de factores que al principio parecen secundarios, pero que luego, colocados uno junto a otro, acaban condicionando fuertemente la situación».
Pero, ¿qué podía pasar si el gesto más simbólico del final del bipolarismo, es decir, la caída del Muro, hubiera ocurrido algún año antes? «No soy profeta, pero abrir una discusión sobre la unificación en la situación existente antes de la perestroika hubiera creado un enorme problema a la Unión Soviética. También hubiera podido crear quién sabe qué reacciones en otros países, por el miedo de que se pudiera plantear no solo el problema de la reunificación, sino también todo el problema alemán de la posguerra, incluido el de las fronteras con el Este. La perestroika les dio a los distintos países controlados una especie de “salida libre”, que les permitió organizarse según su identidad. Y puesto que Alemania del Este nunca había tenido una identidad propia, era normal que se hiciera la unificación». ¿Y cuáles fueron los factores que habían cambiado la situación a la que hacía referencia? «Hubo varios. Uno determinante fue la introducción por parte de Reagan y Bush del tema del respeto de los derechos humanos en las negociaciones para la reducción de armamentos. Además, se había hecho la estúpida campaña militar de Afganistán, que había creado dentro de la URSS un motivo para dudar del sistema».
Hubo un momento en que tuvimos la sensación de que el status quo se podía modificar, que el Muro que dividía desde hacía cuarenta años el Este del Oeste no era tan inatacable. Se percibía que era posible evolucionar en positivo, aunque el camino estaba lleno de dificultades e interrogantes. Hoy esto les parece claro a los historiadores, pero en aquel momento era muy distinto
Y sin embargo, releyendo algunas declaraciones de los líderes políticos incluso pocas semanas antes de aquel 9 de noviembre, no parece que fuera previsible lo que estaba a punto de ocurrir. Aludamos solo a uno de ellos: el presidente Miterrand, que en fecha 2 de octubre de 1989 (son palabras recogidas por Jacques Attali), dice: «Los que hablan de reunificación alemana no entienden nada. La Unión Soviética no la aceptará jamás. Sería la muerte del Pacto de Varsovia. ¿Quién puede imaginárselo?». Sigue diciendo Andreotti: «Hoy no es importante establecer si era o no previsible que al cabo de poco tiempo fuera a caer el Muro. No teníamos que adivinar los números de la lotería. Ya había habido señales que daban que pensar: la apertura de la frontera entre Hungría y Austria había provocado inmediatamente la huida de miles de alemanes de Alemania del Este hacia Alemania del Oeste. Yo no tengo ni dejo de tener mérito alguno en esto, pero pienso que ante acontecimientos de alcance histórico lo que uno tiene que hacer ante todo es observar bien y sin prejuicios, teniendo en cuenta los acontecimientos posibles. Nosotros pensábamos que estábamos en el camino justo, pero también estábamos muy preocupados porque no había una fórmula magistral que nos garantizara que todo iba a salir bien». ¿Qué podía suceder? «Habría podido darse un paso en falso que hubiera hecho ingobernable el proceso en curso, o bien adoptar posturas rígidas que hubieran hecho imposible superar los obstáculos, interrumpiendo el diálogo Este-Oeste y atrasando el reloj de la historia».
Usted ha declarado varias veces que estaba por una política de pequeños pasos, pero los acontecimientos se aceleraron de repente: «La verdad es que la historia no se programa. Lo cierto que es que si hubiera sido posible diseñar una transición gradual de todos los cambios políticos en el Este, se hubieran evitado contragolpes muy duros. Desde el desmembramiento repentino de las Repúblicas yugoslavas federadas a las maniobras que causaron la caída de Gorbachov dando al traste con su proyecto de autonomías diferenciadas dentro de la Unión Soviética. Pero el cambio se esperaba desde hacía tiempo y en el momento en que se estaba llevando a cabo los acontecimientos tomaron el timón. Por otro lado también era verdad lo que dijo Gorbachov el 7 de octubre al presidente Honecker, que estaba celebrando el cuarenta aniversario de la RDA: “Quien reacciona tarde es castigado para toda la vida”. Los dirigentes de Alemania Oriental estaban convencidos de que su huésped de honor estaba equivocándose en todo, creyendo que iban a renovar el sistema comunista. Por su parte, el Muro los iba a salvaguardar por lo menos durante otro siglo de las contaminaciones burguesas. Vistas después, las cosas parecen claras, pero entonces tantos unos como otros podían haber acertado el pronóstico.

La gente se amontona alrededor de un pedazo del Muro de Berlín, dos días después de la histórica apertura, 
que tuvo lugar el 9 de noviembre de 1989 [© Associated Press/LaPresse]

La gente se amontona alrededor de un pedazo del Muro de Berlín, dos días después de la histórica apertura, que tuvo lugar el 9 de noviembre de 1989 [© Associated Press/LaPresse]

Aquella noche del 18 de noviembre en París
Uno de los momentos clave, tanto para los estudiosos como para quien lo vivió, fue la noche del 18 de noviembre de 1989 en París, nueve días después de la caída del Muro. Los líderes de los doce países de la Comunidad Europea se reunieron, por invitación de Mitterrand, para discutir la situación. Debía ser un encuentro de fachada pero se convirtió en un momento histórico. En la reunión tras la cena, Kohl está en dificultad: la Thatcher se opone férreamente a la reunificación, Mitterrand habla de ella solo como una «eventualidad histórica»; también España se alinea con esta posición. Usted, en cambio, casi por sorpresa, ayuda a Kohl a salir del impasse afirmando que «Europa promueve y desea la reunificación de Alemania». La cumbre termina con un explícito apoyo a Kohl, que diez días después presenta al Parlamento de Bonn un proyecto en diez puntos para la reunificación y las cosas siguen adelante. Aquella noche, ¿fue realmente un momento decisivo? «No sé si puede existir un solo momento decisivo. Era en general un período en el que se sentía el empuje a cambiar las líneas políticas, que se habían convertido también en prejuicios, y me daba cuenta de que cierta evolución, de todos modos, iba a ocurrir. Así que era mejor bajar con paracaídas». El apoyo a la reunificación, sin embargo, no fue incondicional. Se definió lo que será el “intercambio” geopolítico implícito en el Tratado de Maastricht de 1991: la Comunidad Europea acepta la reunificación de Alemania en breve tiempo, pero dentro de una aceleración del proceso de integración del gigante alemán. En el centro del lemán, pero el tiempo había pasado. Además Kohl y Genscher habían planteado con gran firmeza el proceso de reunión, encuadrándolo en un fuerte compromiso de participación en la CEE, de participación a una Alianza Atlántica actualizada y de reforzamiento de la CSCE. Estos dos últimos anillos nos permitieron conectar el diálogo interalemán con la relación entre Europa y Estados Unidos y recorrer el camino adecuado».
La CEE, en particular, bajo la presidencia italiana, consiguió estar a la altura de los acontecimientos. Se necesitaron siete años para que España y Portugal entraran y pocos meses para absorber la Alemania del Este. Una de las primeras iniciativas que se tomaron fue la de dejar entrar en el Parlamento europeo a los representantes de Alemania Oriental. Explica Andreotti: «El hecho de presidir la CEE le daba a nuestro país un papel de interlocutor que de lo contrario hubiera sido presuntuoso adoptar. Y creo que lo utilizamos bastante bien. Se forzó el paso en alguna que otra ocasión, debido al poco tiempo a disposición. Pero fue una política de sentido común. A veces en la política nacional e internacional se cometen errores precisamente porque se pierde de vista que es el sentido común lo que debería guiar la acción. En cambio se van a buscar fórmulas y motivaciones complejas, aunque sean doctas, perdiendo de vista la línea central de ese camino de desarrollo que se quiere recorrer».
Pero, ¿no le pesa pasar por quien en 1984 dijo que amaba tanto a Alemania que quería que hubiera dos, y no ser considerado uno de quienes más ayudaron a la unificación alemana bajo el techo europeo? «Digamos que hubiera podido ahorrarme aquella frase, porque se prestó a muchas especulaciones. En el 84 había que ser realista, no se podía pensar en saltarse a la torera fácilmente las dificultades históricas, étnicas, culturales y económicas existentes. Podía habérmela ahorrado también porque funcionó tan bien, incluso literariamente, que se convirtió en eslogan de cierta posición contraria a la unificación y esto me lo echaron en cara varias veces».

Mitterrand y la primera ministra británica, Margaret Thatcher, la adversaria más obstinada de la unificación alemana [© Afp/Grazia Neri]

Mitterrand y la primera ministra británica, Margaret Thatcher, la adversaria más obstinada de la unificación alemana [© Afp/Grazia Neri]

Gorbachov, Juan Pablo II, Thatcher
Releyendo declaraciones que usted realizó en aquel período a la prensa, sale a relucir su preocupación por no comprometer los procesos de reforma que se estaban desarrollando en el Este. ¿Por qué esta atención? «En primer lugar diré que nuestra mejor arma siempre fue no provocar. Nunca dimos la impresión de querer agredir, incluso en años en que la cortina de hierro no dejaba espacio para ningún tipo de diálogo. Además yo confiaba en la perestroika. Pensaba que era el único modo para superar las enormes dificultades que tenían los soviéticos, dificultades acentuadas por el hecho de que habían abierto de par en par las ventanas. Quienes al otro lado de la cortina se oponían a la perestroika no actuaban a la luz del sol sino que hurgaban en las rivalidades étnicas y en la pesada situación económica, en la escasez de alimentos. Yo, en cambio, siempre he pensado que Europa está mucho más equilibrada si también Rusa es una potencia económica».
Pero ¿percibía Gorbachov que podía encontrar en esta línea política de ustedes un apoyo para reforzar la perestroika? Las evidencias apuntan más bien a que los rusos esperaban una Alemania unida pero fluctuante entre Europa y el pacto de Varsovia, un gigante neutral con una relación económica y política privilegiada con la URSS. ¿Era realmente este el plan de Gorbachov? «Entre las hipótesis más papables estaba también el eje Berlín-Moscú, y yo declaré públicamente que los ejes nunca le trajeron suerte a nadie. No sé si era esta la idea de Gorbachov, si dentro de él predominaba el miedo a lo nuevo o el deseo de ser su autor o coautor. Era una persona muy atenta, reflexiva, no era impulsivo. Sin embargo, hay que considerar que a su vez estaba condicionado por una opinión pública rusa que no veía con buenos ojos ciertos cambios; antes bien, muchos consideraban que conceder algo al frente opuesto era subversivo. Pienso que Gorbachov estaba muy preocupado, pero que tenía grandes convicciones constructivas y creo que íntimamente nunca renunció a ellas, ni siquiera cuando la URSS se disolvió con el golpe de Estado del 91».
A veces en la política nacional e internacional se cometen errores precisamente porque se pierde de vista que es el sentido común lo que debería guiar la acción. En cambio se van a buscar fórmulas y motivaciones complejas, aunque sean doctas, perdiendo de vista la línea central de ese camino de desarrollo que se quiere recorrer
Y sin embargo, hace un mes Gorbachov declaró en una entrevista a la Repubblica que en la caída del muro de Berlín hubo solo dos héroes: los rusos y los alemanes. ¿Qué piensa usted? «Es un modo muy restrictivo de ver las cosas, el hecho es que él no puede verlas con distancia porque fue actor en los acontecimientos, con una historia política personal a sus espaldas, con un proyecto que quería poner en práctica. El suyo no es el juicio sereno de un historiador».
Una de las imágenes más significativas del período que siguió a la caída fue el encuentro entre Gorbachov y Juan Pablo II en Roma, el 1 de diciembre de 1989: el presidente de la URSS y el papa polaco, la persona que, según cierta línea interpretativa, había derrotado al comunismo. Una pregunta que le han planteado muchas veces: ¿cuánto influyó el papa Wojtyla en el terremoto político de aquellos años en elEste? «Es difícil de decir. Quizá es exagerado afirmar que el Papa polaco representó el comienzo de todos los cambios de Europa del Este, aunque cronológicamente sea así. En realidad Juan Pablo II mantenía siempre separados sus orígenes, a los que estaba muy ligado, de su misión universal de Pontífice. Claro está que con respecto a la preparación y formación que tenían otras grandes personalidades de la Iglesia en aquel momento, su experiencia pasada lo colocaba en una posición privilegiada, que le permitía ver más lejos que los demás».
¿Qué recuerdo conserva del encuentro entre Gorbachov y Wojtyla? Entre otras cosas durante aquellos días el presidente de la URSS le dijo que la reunificación alemana era absurda... «Vuelvo a decir que a veces nos olvidamos de que todos los líderes extranjeros han de tener en cuenta la opinión pública de sus países. Seguimos aquel viaje con gran interés, porque además, aunque no confundíamos lo sacro con lo profano, prestábamos una atención a la situación de la Iglesia que otros países podían no prestar. Estábamos algo preocupados por el giro que estaban dando los acontecimientos, pero nunca hicimos nada hostil, en el caso de que hubiéramos podido hacerlo. Teníamos la esperanza de que se reconociera que quienes, como nosotros, habían caminado más rápidamente en la dirección justa, podían ver mejor las cosas». ¿En el Vaticano estaban contentos, preocupados o nerviosos por la caída del Muro y por las consecuencias que se estaban viviendo? «El Vaticano no está nunca nervioso, o nunca hace ver que lo está. Allí miran las cosas sub specie aeternitatis, y con toda razón, vista su historia milenaria. Hubo tomas de posición y artículos de L’Osservatore Romano, pero no constaté especial preocupación».
¿Hasta qué punto fue decisivo el que en Polonia hubiera en aquel momento un gobierno no comunista, con un jefe católico, pero que no había puesto en duda su fidelidad a la URSS? «En Occidente había cierta simpatía por Polonia, precisamente porque no había escapado hacia adelante; sin duda fue uno de los elementos que impidió algunas posiciones hostiles y negativas. Uno de los problemas más críticos que hubo que afrontar fue el de las fronteras del Este de la Alemania unida, precisamente con Polonia». De allí, cincuenta años antes, había arrancado la Segunda Guerra Mundial... «Cierto, pero el 9 de noviembre, cuando cayó el Muro de Berlín, Kohl y Genscher estaban precisamente en Varsovia, y lo primero que hicieron fue tranquilizar a los polacos asegurándoles que la frontera Oder-Neisse nunca iba a ponerse en discusión».
También Thatcher fue protagonista. La primera ministra inglesa, a diferencia de Mitterrand, que había comenzado siendo escéptico y terminó siendo uno de los fautores de la integración de la nueva Alemania unida, nunca cambió de idea y fue la más acérrima adversaria de la unificación. Nunca dio un paso atrás, y esto le costó la carrera política tras el Tratado de Maastricht... «En parte porque ese era su temperamento, en parte porque también su visión de las cosas y sus preocupaciones eran legítimas. A posteriori es evidente que se anduvo el camino justo, pero en aquel momento se podía considerar también que era justo oponerse. Nosotros estuvimos de acuerdo con la línea de la unificación porque nos pareció la más concreta, nos afectaba en el presente, pero no es que no viéramos las dificultades ni los riesgos». Pero la antipatía de Thatcher hacia usted, ¿nace en este período? «No lo sé, quizá nació porque estaba habituada a una serie de cumplidos que rayaban en la veneración por parte de muchos políticos, incluidos los italianos, y cierta frialdad romana por mi parte ella pudo interpretarla como hostilidad. Pero yo no tenía nada en su contra».

Juan Pablo II recibe en audiencia a Mijaíl Gorbachov el 1 de diciembre de 1989. Era la primera vez que el presidente del Soviet Supremo de la URSS atravesaba la puerta de bronce del Vaticano

Juan Pablo II recibe en audiencia a Mijaíl Gorbachov el 1 de diciembre de 1989. Era la primera vez que el presidente del Soviet Supremo de la URSS atravesaba la puerta de bronce del Vaticano

Los EE UU, la OTAN y alrededores
Los Estados Unidos, ¿acuciaban para que se acelerara el proceso de unificación? ¿Le parecía que querían cerrar pronto y con una victoria aplastante la época del bipolarismo con la URSS? «No era esta su actitud. Teníamos la sensación de que los EE UU pensaban que era el camino justo, pero también constaté en algunos círculos influyentes de estudios políticos estadounidenses una notable desconfianza por todo el asunto, también por las consecuencias que tenía en el plano global. Había complicaciones psicológicas y prácticas también para ellos. Así que el mensaje que llegaba estaba claro y lo compartíamos también nosotros: es una escalinata que hay que subir peldaño a peldaño sin saltos». Un elemento importante que une Europa a Estados Unidos era y sigue siendo la Alianza Atlántica. Usted reafirmó varias veces en aquel período que para actuar bien había que proyectar rápidamente una nueva OTAN: «Habían cambiado las tareas que hasta aquel momento había tenido. Fui ministro de Defensa durante siete años y nunca tuve ocasión de ver un proyecto que no partiera de la idea de defenderse de un ataque procedente del Este». Usted veía la OTAN como un elemento positivo para absorber a Alemania del Este, pero en octubre de 1990 reveló la existencia de Gladio, una estructura militar de la Alianza Atlántica, como diciendo que la Alianza era ya obsoleta. ¿Por qué? «Había cierto contraste entre una visión cultural, digámoslo así, y una visión práctico-política del problema. Ninguna de las dos posiciones era extraña, pero en aquel momento estábamos en una línea intermedia, que no era exactamente “intermedia” porque también existía un desequilibrio entre las dos posiciones. De todos modos, lo que nunca habría imaginado es que me definieran polémicamente, años después, un “paleoatlántico”, como hizo cierto círculo que fue durante largo tiempo irreducible y combativamente hostil a la Alianza, aprobada por el Parlamento italiano no sin enfrentamientos».
1990 fue también el año en que Sadam invadió Kuwait, dando inicio de este modo a la crisis del Golfo. ¿Fue un año especialmente problemático? «Si tuviera que ir a buscar un período en el que las cosas hubieran sido muy sencillas, me costaría encontrarlo. Siempre tuvimos una serie de dificultades, y siempre estuvo viva la contraposición entre las cosas que se consideran útiles y necesarias y las que se pueden realizar. Pero cuando en determinado momento histórico la conciencia de esta contraposición se relajó, hubo fugas hacia adelante inútiles, o bien aminoramos la marcha cuando hubiéramos podido perfectamente haber seguido caminando».

La bandera alemana izada frente al palacio del Reichstag de Berlín durante la ceremonia de celebración de la unificación de Alemania la noche 
del 3 de octubre de 1990 <BR>[© Associated Press/LaPresse]

La bandera alemana izada frente al palacio del Reichstag de Berlín durante la ceremonia de celebración de la unificación de Alemania la noche del 3 de octubre de 1990
[© Associated Press/LaPresse]

El pragmatismo indispensable para construir hoy Europa
El 9 de noviembre es un aniversario múltiple: es el día en que cayó el Muro de Berlín, en el 89, pero también el día del año 1938 en que los nazis comenzaron los pogroms antijudíos, con la Noche de los cristales rotos. En 1999 fue el entonces canciller alemán Gerhard Schröder quien dijo que para los alemanes el 9 de noviembre es «el día de la renovación, pero también el día en que comenzó el abismo». ¿Una broma de la historia? «La coincidencia existe, pero tenemos que habituarnos a mirar más hacia adelante que hacia atrás. A veces haciendo comparaciones con el pasado hacemos más difícil la convivencia en el presente y el desarrollo positivo de la política internacional, y de la europea en concreto».
Dedicando una encuesta a ese sentimiento de desencanto y descontento que sienten los alemanes desde hace algunos años, Der Spiegel se preguntaba recientemente: «Pero, ¿hacia qué parte cayó el Muro?». Hoy, según un sondeo, el 49% de los alemanes del Este piensa que la RDA tenía más cosas buenas que malas y sigue sintiéndose un ciudadano de segunda. «Claro, cuando el Muro cayó Alemania estaba por construir y es normal que se cometieran algunos errores y algunas previsiones resultaron equivocadas luego. Pero sigo siendo escéptico ante las encuestas y creo que, en fin de cuentas, todos pueden comprobar que el camino emprendido era el justo».
También la construcción política de Europa parece estar actualmente estancada, y el euroescepticismo es cada vez más consistente. ¿De qué depende? «Probablemente el optimismo de los más convencidos iba más allá de lo que se podía realizar hasta aquí de manera realista. Si nos referimos a ese optimismo sí que podemos estar decepcionados o disgustados. Pero con respecto a quienes veían la realidad con más objetividad puede verse que algunas cosas importantes se han realizado, que el camino era y sigue siendo el camino justo».
¿Cuáles son, pues, las condiciones para avanzar algo más en este camino? «No tengo recetas especiales, lo esencial es, por una parte, no acostumbrarse al status quo, por la otra, no hacer programas futurísticos y poco realizables. También hoy nos encontramos en una fase de transición. Y cada paso puede darse de manera acompasada o apresurada, depende de la situación. Lo que cuenta realmente es que las intuiciones tengan una base lógica, para que puedan desarrollarse concretamente». ¿Es casualidad que partiendo del grupo histórico (Adenauer, De Gasperi, Schuman) hasta los años setenta y ochenta (usted y Kohl), la integración europea haya sido acelerada por políticos democristianos y católicos? «Yo estoy convencido de lo positivo de estas inspiraciones religiosas, pero hay que evitar confundir los buenos deseos con las realidades realizables en la práctica. Porque en esta Europa tan ampliada de lo que se trata es de construir realidades y estructuras de enorme complejidad, que aún más que en el pasado han de tener en cuenta las ideas, las expectativas de culturas y pertenencias distintas entre sí. En fin, hoy es indispensable cierto pragmatismo».


Italiano English Français Deutsch Português