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IGLESIA
Sacado del n. 09 - 2009

VEINTE AÑOS DESPUÉS. De la caída del Muro a la crisis global

Sucesor del sucesor de Pedro



por Gianni Valente


Marx durante una ordenación sacerdotal en la Catedral de Freising en junio de 2009 <BR>[© Katharina Ebel/KNA-Bild]

Marx durante una ordenación sacerdotal en la Catedral de Freising en junio de 2009
[© Katharina Ebel/KNA-Bild]

«Habéis esperado a Marx durante cuarenta años. Ahora ha llegado, y es un cura católico». De este modo se divertía el joven Reinhard comenzando sus discursos cuando atravesaba la cortina de hierro en sus idas a los Länder de la ex RDA, antes de la caída del Muro. El actual arzobispo de Múnich y Freising –56 años, hijo risueño y extrovertido de Westfalia– siempre se ha divertido con el nombre que le vincula con el maître à penser del comunismo. Después del doctorado en Teología en Münster, después de los años como sacerdote y luego como obispo auxiliar de la diócesis natal de Paderborn, su nombramiento a la sede episcopal de Tréveris –ciudad natal del barbudo filósofo decimonónico– les pareció a todos una broma de la providencia. Y una rúbrica eclesial de la calificación mediática de monseñor neosozial adquirida en el campo por su innata vocación para ocuparse de cuestiones sociales y problemas del mundo del trabajo. En 2008 publicó una summa de sus análisis socioeconómicos sobre nuestros tiempos de globalización, y la tituló, mira tú por dónde, El capital. Algunos meses antes, el 30 de noviembre de 2007, había sido ya nombrado para la sede “cardenalicia” bávara, que desde 1977 a 1981 había ocupado Joseph Ratzinger, nombrado por Pablo VI.
«¡Soy sucesor del sucesor de Pedro!», bromea hoy Reinhard Marx. Pero su «crítica cristiana a las razones del mercado» (así reza el subtítulo de la versión italiana de su Das Kapital, publicada por Rizzoli la pasada primavera) es muy seria.
Según el obispo, en los últimos veinte años la globalización liberista y la “usurocracia” de los especuladores han asestado golpes funestos precisamente a una economía social de mercado que con sus elementos de tutela y corrección –salarios mínimos garantizados con contratos colectivos, estado del bienestar robusto y generalizado, amortiguadores sociales para los parados y las franjas débiles– parecía haber desmentido las profecías marxianas sobre la inevitable inversión de tendencia del modelo de desarrollo económico capitalista. De este modo, tras el derrumbe histórico del comunismo, precisamente los procesos de concentración desmesurada de la riqueza, el sentimiento generalizado de alienación provocado por la precariedad del trabajo, el surgimiento de nuevas oligarquías financieras y la progresiva erosión de las clases medias le ofrecen al filósofo de Treviri la oportunidad de un póstumo y paradójico desquite. «Nos apoyamos todos en los hombros de Marx. En su análisis del siglo XIX hay puntos irrefutables», reconoció el obispo en una entrevista a Der Spiegel hace poco más de un año.
En su libro, Reinhard Marx describe con pasión pastoral y precisión nada moralizadora los efectos desestabilizadores producidos por la aceleración “turbocapitalista” en la vida concreta de una amplia franja de la población mundial: eclipse de las tutelas conseguidas por las luchas sindicales, erosión del valor real de los salarios, gradual desaparición del comercio al por menor, ampliación surrealista de la horquilla que separa a la élite de los súper ricos («Si a finales de los setenta un ejecutivo americano ganaba como término medio veinticinco veces el salario de un obrero, apenas treinta años después ha subido a quinientos») y masas de antiguos pertenecientes a la clase media convertidos inexorablemente en working poor, personas que «pese a disponer de un trabajo fijo, viven por debajo del umbral de pobreza». La raíz de estos procesos puede describirse con términos marxianos. «en el ámbito del antiguo conflicto entre trabajo y capital», reconoce el arzobispo de Múnich y Freising, citando al sociólogo Manuel Castells, «el incremento de la velocidad en el intercambio de información, bienes y a menudo también de servicios ha desplazado el peso a favor del capital […]. El capital es en sustancia global, el trabajo es por regla general local. De este modo las posibilidades de inversores, especuladores y prestidigitadores de la financia aumentan, mientras que quienes pueden contar solo con la laboriosidad de sus manos llevan todas las de perder».
Frente a este estado de cosas, hay quienes ya le han reservado a la Iglesia el papel de sparring partner, garante de la naturaleza “compasiva” del neocapitalismo: «Pese a que todas las críticas dirigidas a la Iglesia», escribe el obispo Reinhard, haciendo ironía sobre la artificiosidad ideológica de la operación, «de ella se espera de todos modos el “rearme moral”, a falta de otras instituciones. Como si se pudiera fabricar moral como se fabrican zapatos. O como si la moral fuera la esencia del cristianismo, como si Jesús hubiera pensado sobre todo en cementar nuestra sociedad con la moral. No consigo encontrar la confirmación en el Evangelio de que esta fuera su primera preocupación».


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