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CRISTIANISMO
Sacado del n. 09 - 2009

«Concede lo que mandas»


Esta invocación desencadenó la durísima reacción de Pelagio cuando la escuchó en Roma mientras se leía el libro X de las Confesiones, en el cual Agustín repite varias veces: «Da quod iubes et iube quod vis»: una oración que hace depender de Dios lo que, según Pelagio, es tarea solo del hombre. Entrevista con Nello Cipriani, profesor ordinario en el Instituto Patrístico “Augustinianum”


Entrevista a Nello Cipriani por Lorenzo Cappelletti


Las portadas de las ediciones en francés, español e inglés de <I>30Días</I>, n. 8, 2009

Las portadas de las ediciones en francés, español e inglés de 30Días, n. 8, 2009

Como siempre, encontramos al padre Cipriani trabajando.Y es que a lo que, a veces enfáticamente, se llama “trabajo intelectual”, se le ha de aplicar el mismo método que al trabajo manual de obreros y artesanos. Es decir, que se ha de disponer de un taller donde se ejerza con cotidiana asiduidad. El último fruto del taller de trabajo del padre Cipriani es un volumen recién salido en la editorial Città Nuova: Molti e uno solo in Cristo. La spiritualità di Agostino, el cual nos pone en bandeja la posibilidad de dialogar brevemente con él sobre la oración en Agustín, a partir de la frase del santo obispo de Hipona que el papa Benedicto XVI colocó en la clausura de la homilía que dirigía a sus ex alumnos el pasado verano (cfr. 30Días , n. 8, 2009): Da quod iubes et iube quod vis (Concede lo que mandas y luego manda lo que quieras).

NELLO CIPRIANI: ¿Sabes que esta frase desencadenó una reacción durísima por parte de Pelagio cuando por primera vez la escuchó en un círculo de Roma donde se leían las Confesiones de Agustín? Era hacia el año 405 y en la misma estaban Pelagio, un obispo amigo de Agustín y otros. Se leía el libro X de las Confesiones donde Agustín (como él mismo recuerda en el De dono perseverantiae 20, 53), repitió varias veces: Da quod iubes et iube quod vis. Frente a esta invocación, Pelagio se levantó enfurecido, porque la consideraba una ofensa a Dios. Según Pelagio, esta frase ponía en manos de Dios, lo que, para él, es tarea del hombre: Dios ordena y el hombre ha de obedecer. ¿Da quod iubes? No, sostiene Pelagio, no es Dios quien debe dar, porque si no la culpa, en el caso de que el hombre no cumpla lo que Dios manda, caería sobre el propio Dios. En esta circunstancia sale a relucir toda la distancia que separa a Agustín de Pelagio. Se trata de dos concepciones opuestas de la vida cristiana. Mientras Agustín hace derivar todas las obras buenas del don que Dios mismo hace del Espíritu Santo, principio de la oración y de una vida nueva, para Pelagio es el hombre quien, instruido por Cristo con la enseñanza, con el ejemplo y la gracia entendida solo como iluminación de la inteligencia, decide luego por sí mismo si hacer el bien o el mal. No hay más ayuda por parte de Dios. Para Agustín, en cambio, repito, es el Espíritu Santo quien nos hace gemir (como dice san Pablo en el capítulo VIII de la Carta a los Romanos), quien nos inspira el deseo santo, quien nos inspira los sentimientos de cariño filial hacia Dios con que nosotros nos dirigimos a Él como Padre, que nos inspira la oración. Para Pelagio no existe esta inspiración ulterior, este cariño interior debido al Espíritu Santo.
Se podría decir que al fin y al cabo la oposición entre Pelagio y Agustín gira entorno a la oración. En la concepción pelagiana la oración se convierte en algo superfluo, o, en todo caso, en algo no absolutamente necesario.
CIPRIANI: Es exactamente así. Toda la insistencia de Agustín en la necesidad de la oración depende de su concepción de la vida cristiana, que tiene como centro al Espíritu Santo, que habita en quien cree. Se habla incluso demasiado de cristocentrismo agustiniano y no se habla casi nunca del Espíritu Santo en Agustín, hasta el punto de que algunos llegan incluso a negar este perfil. En realidad, también el Espíritu Santo está en el centro. La doctrina de la gracia va ligada estrechamente a esta fe, es decir, que el Espíritu Santo nos ha sido dado para renovarnos, para hacernos hijos de Dios, para convertir el corazón de piedra del hombre en un corazón de carne, para hacer del hombre un hijo capaz de amar al Padre y capaz de amar todo lo que es justo y bueno según Su voluntad. Pelagio no considera en absoluto toda esta acción interior del Espíritu Santo. Podemos constatar que Pelagio no le daba ninguna importancia a la oración leyendo un texto sin duda alguna suyo, la Carta a Demetriada, una muchacha de la nobleza romana que se había consagrado a Dios. Pelagio compuso esta carta como escrito de formación espiritual. Pues bien, en esta carta alude al Espíritu Santo y a la oración solo una vez. Y no a la oración de súplica, es decir, para que Dios ayude a la joven a mantenerse fiel a su consagración, sino solo a la oración entendida como meditación sobre la Ley. La idea de que se ha de pedir a Dios ayuda para hacer el bien es completamente extraña a Pelagio. Lo dice explícitamente en la Carta a Demetriada: tú, siendo de noble familia, posees muchas riquezas, muchos honores, pero estos bienes, pese a que te pertenecen, no son verdaderamente tuyos, porque los has heredados; la virtud, en cambio, es un bien solo tuyo, porque solo tú la puedes alcanzar, está solo en tus manos. Por lo tanto exhorta sin hacer ninguna referencia a la súplica, a la invocación de ayuda a Dios, subrayando que todo depende de ella. Por el contrario, Agustín exhorta continuamente a sus cristianos a rezar.
La colecta de la santa misa dominical de hace algunas semanas nos hacía decir: «Que nos preceda y nos acompañe siempre tu gracia, Señor, para que respaldados por tu paternal ayuda estemos dispuestos a obrar siempre el bien». La liturgia ha recibido extensamente la enseñanza de Agustín.
CIPRIANI: Sin duda la liturgia refleja muy bien esta enseñanza de Agustín sobre la gracia y la necesidad de la oración. De todos modos, hay que observar que todo lo que dice san Agustín sobre la oración lo tomó de la Escritura, y ante todo del Padre nuestro. La oración, en otras palabras, no va ligada solo al Espíritu Santo, sino también al Evangelio. No podemos pedir nada rectamente si no es conforme con la oración que nos enseñó Jesús. También es importante subrayar esto, es decir, que para Agustín, que tanto se apoya en el Espíritu Santo, es igualmente imprescindible la enseñanza de Jesucristo. Hasta el punto de que en el Padre nuestro pone muy de relieve la segunda parte que sigue a la petición «perdónanos nuestras ofensas», es decir, «como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». E insiste contra Pelagio también en «no nos dejes caer en la tentación», precisamente porque está en la oración que nos enseñó el Señor y que es para nosotros la regla en la que hemos de inspirar nuestra oración. Pelagio, que no le pide a Dios que no nos deje caer en la tentación porque considera que todo es tarea del hombre, se coloca contra la enseñanza del Señor. Al principio del libro II del De peccatorum meritis Agustín escribe «que no consigue expresar con palabras lo dañino, peligroso y contrario a nuestra salvación (pues está en Cristo), lo opuesto a nuestra propia religión que hemos abrazado y a la piedad con que honramos a Dios, que es no rezar al Señor para conseguir el beneficio de no ser vencidos por la tentación, y considerar que es vana la invocación “no nos dejes caer en la tentación” contenida en la oración del Señor» (II, 2, 2). San Agustín lo repetía siempre a los pelagianos: ¿qué valor tiene esta oración que nos ha enseñado el Señor mismo si todo depende de nosotros? Sostiene que también los apóstoles tenían que rezar cada día para no caer en la tentación an class="text21259247682673">. Los salmos no son más que una invocación de ayuda a Dios para cumplir lo que manda. Poco más adelante, también en el De peccatorum meritis (II, 5, 5), después de decir que Dios da su ayuda no solo a quien se dirige a él, sino también a quienes no lo hacen para que se dirijan a él, motiva el Da quod iubes precisamente con las palabras de los salmos: «Cuando nos manda: “Convertíos a mí y yo me convertiré a vosotros”, y nosotros le decimos: “Conviértenos, oh Dios, salvación nuestra” [Sal 84, 5] y “Conviértenos, Dios de los ejércitos” [Sal 79, 8], ¿qué otra cosa le decimos sino “Concede lo que mandas”? Cuando manda: “Entended, oh insensatos del pueblo”, y nosotros le decimos: “Dame la inteligencia para que comprenda tu Ley” [Sal 118, 73], ¿que otra cosa le decimos sino “Concede lo que mandas”?, y así sucesivamente. Las mismas Confesiones las escribió san Agustín inspirándose en los salmos. Las Confesiones no son solo confesiones de los pecados, sino alabanzas y gracias a Dios, y muchas veces invocaciones, como cuando repite Da quod iubes et iube quod vis. Esta frase citada por el Papa es precisamente la expresión más significativa de la concepción cristiana.
Tu referencia a los salmos me ha hecho recordar que la Regla de San Benito en gran medida no es más que la detallada indicación de los salmos de rezar en las distintas horas del día, y que también la oración de san Francisco –lo confirman estudios muy recientes– estaba inspirada enteramente en los salmos. Dicho de otro modo, me refiero a que también la tradición de la santidad cristiana ha hecho suya continuamente esta inspiración fundamental.
CIPRIANI: El auténtico espíritu de la liturgia que estos santos habían asimilado está basado enteramente en los salmos. Las propias Confesiones de Agustín comienzan precisamente con dos versículos de los salmos: «”Eres grande, oh Señor, y digno de toda alabanza” [Sal 146, 5]». Y también el estilo de las Confesiones está inspirado en el de los salmos, casi cada línea cita palabras y expresiones. Agustín, que había aprendido precisamente en los salmos que Dios actúa en el mundo para la salvación de los hombres, lo alaba y le da gracias. Por eso las Confesiones son realmente un libro muy original. No son una autobiografía. Agustín afirma que las escribió para alabar a Dios justo, tanto por los bienes que le había dado como por los males que hizo que evitara, y para implicar a los lectores en la alabanza de Dios. Este es el objetivo de las Confesiones , que reafirman la idea a la que me refería al principio, es decir, que toda la vida del creyente está animada por el Espíritu de Dios, por lo que todo lo bueno que el hombre realiza es un don de Dios. Antes ha de pedir ayuda a Dios, para poder hacer el bien, y luego lo ha de alabar y ha de darle gracias. La oración de súplica y de agradecimiento son complementarias, no pueden estar la una sin la otra: las Confesiones son una y otra cosa. Quisiera añadir algo más.
Adelante.
CIPRIANI: Agustín está siempre buscando y reza continuamente, y no solo a Dios... Quiero decir que le pide ayuda también a los lectores. Esto es lo interesante de la teología de Agustín. Ningún teólogo moderno lo hace. Lee cualquier libro de cualquier teólogo. ¿Alguna vez has leído que se pongan a pedir que recen por él o que se le critique? Agustín es un hombre realmente fascinante precisamente porque no solo es plenamente consciente de su inteligencia, sino también de sus límites, y por lo tanto vive en un diálogo continuo con Dios y con los hermanos, y espera la ayuda de todos para avanzar algo. Es un pensador no encerrado en sí mismo, u orgulloso de su inteligencia. Está siempre rezando pidiéndole a Dios la luz; pero no se la pide solo a Dios, sino que se la pide también a sus lectores.


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