Archivo de 30Días
Introducción
por Gianni Valente
Benedicto XVI celebrando la santa misa en la plaza Pablo VI de Brescia, domingo 8 de noviembre de 2009, durante su visita pastoral a Brescia y Concesio
[© Osservatore Romano]
Cecilia, que tiene un proceso de beatificación en curso, era una chica que vivió a principios del siglo pasado en un pueblo de la Tuscia viterbense. Una hija de la Italia campesina de entonces, que murió cuando tenía sólo dieciocho años, consumida por la tuberculosis, y que en su breve vida no hizo nada especial. Una de esas que Charles Péguy inscribiría en la lista de los «santos de ningún ejercicio»: esos que en ejercitarse «no han pensado ni siquiera (no han tenido ni siquiera que pensar), al haber sido muy ejercitados por Dios». Esos que en su propia vocación no han introducido «una sombra de invención de ejercicio verdadero y propio», habiendo recibido todo como un don, que les ha hecho humildes.
Cecilia sigue de cerca a santa Teresita de Lisieux por el caminito. Lo que sorprende, en particular, es precisamente el modo «infantil y confidencial» – leemos en el artículo propuesto – con que Cecilia habla de Jesús. La confianza es una señal y un fruto de la predilección que el Señor manifiesta en sus santos. No como intención o predisposición, sino como efecto, reflejo del haber sido tomados en brazos por Aquel que nos ama primero. La confianza a la que alude san Bernardo, en el Memorare, dirigiéndose a la Virgen María («Ego tali animatus confidentia»). La misma de la que escribe Santa Teresita de Lisieux («Confiance! C’est la main de Jésus qui conduit tout! Confiance! La confiance fait des miracles!»). La que atraviesa las passio de los primeros mártires cristianos. Y de la que san Juan Crisóstomo ha evidenciado el rasgo inconfundible e íntimo de una cierta inermidad, mansa y humilde, en términos que valen para toda la existencia terrena del pueblo de Dios: ««Mientras somos corderos, vencemos y superamos a los lobos, aunque nos rodeen en gran número; pero, si nos convertimos en lobos, entonces somos vencidos, porque nos vemos privados de la protección del Pastor. Este, en efecto, no pastorea lobos, sino corderos, y, por esto, te abandona y se aparta entonces de ti, porque no le dejas mostrar su poder. Es como si dijera: No os alteréis por el hecho de que os envío en medio de lobos y, al mismo tiempo, os mando que seáis como corderos y como palomas. Hubiera podido hacer que fuera al revés y enviaros de modo que no tuvierais que sufrir mal alguno ni enfrentaros como corderos ante lobos, podía haberos hecho más temibles que leones; pero eso no era lo conveniente, porque así vosotros hubierais perdido prestigio y yo la ocasión de manifestar mi poder. Es lo mismo que decía a Pablo: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” (2Cor 12, 9). Así es como yo he determinado que fuera. Al decir: “Os envío como corderos” (Lc 10, 3), dice implícitamente: No desmayéis: yo sé muy bien que de este modo sois invencibles» (Homilías sobre el Evangelio de san Mateo, Liturgia de las Horas, Oficio de las lecturas, jueves de la XXXIV semana del Tiempo ordinario).