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EDITORIAL
Sacado del n. 01 - 2010

Una página nueva en la relación entre judíos y cristianos


No es la primera vez que Benedicto XVI es recibido en una sinagoga, pero es importante también que lo que pasó el 17 de enero, en aquel rincón de la ribera del Tíber donde vive una comunidad judía con una profunda y notable historia, no es un hecho solo romano


Giulio Andreotti


Benedicto XVI y el rabino Riccardo Di Segni en la Sinagoga de Roma, el 17 de enero de 2010 <BR>[© Osservatore Romano]

Benedicto XVI y el rabino Riccardo Di Segni en la Sinagoga de Roma, el 17 de enero de 2010
[© Osservatore Romano]

La visita de Benedicto XVI al Templo mayor de Roma es una página nueva que se abre en la relación entre judíos y cristianos, sobre la que sería un grave error hacer retórica, pero que tampoco ha de infravalorarse por miedo de salirse del tema.
Recuerdo que en abril del 86 se me llenó el corazón de gozo cuando Juan Pablo II entró en el Templo mayor de Roma recibido por el rabino jefe Elio Toaff, porque era la primera vez que un papa entraba en la Sinagoga. Pero aquella innovación que se introducía en el diálogo entre cristianos y judíos, aun siendo un acontecimiento importantísimo, parecía entonces como un momento aparte.
La del papa Ratzinger, en cambio, representa el capítulo de un enfoque que se está desarrollando, aunque en silencio, como es justo que sea, y que sin duda abrirá nuevos caminos.
No es la primera vez que Benedicto XVI es recibido en una sinagoga, pero es importante también que lo que pasó el 17 de enero, en aquel rincón de la ribera del Tíber donde vive una comunidad judía con una profunda y notable historia, no es un hecho solo romano. Es más, precisamente porque tuvo lugar en Roma es un momento cargado de significados y repercusiones sobre todo el camino de reconciliación entre católicos y judíos. Y no podemos pasar por alto que ciertos momentos históricos tienen lugar porque se dan todas las condiciones para cambiar de página y mirar hacia delante.
Justamente el rabino jefe de Roma, Riccardo Di Segni, recordó la importancia del Concilio Vaticano II, que fue un cambio valiente, pero que, añado yo, ya estaba maduro desde hacía tiempo, aunque se tenía miedo de afrontarlo. Se puede también recordar que históricamente fue durante el potificado de Juan XXIII que se eliminó de la liturgia del Viernes Santo la oración pro perfidis Iudaeis, que sonaba duro, pero no por casualidad hacía muchos años un grupo de sacerdotes de vanguardia (entre los que estaban también Roncalli [futuro Juan XXIII] y don Giulio Belvederi, y otros que luego fueron tratados mal y erróneamente tachados de modernistas) por iniciativa propia ya habían suprimido esta oración. Porque, me explicaba monseñor Belvederi, si bien en aquel contexto el adjetivo “pérfidos” no tenía el significado negativo del uso común, la liturgia no es terreno para sutilezas literarias.
Indudablemente como católico romano que creció en su juventud con la prohibición de entrar en edificios de culto no católicos incluso para un funeral, no puedo más que apreciar el camino recorrido hasta aquí. Sobre todo porque no ha sido un cambio de ruta reservado a los expertos, sino un cambio radical en la vida concreta de la Iglesia.
Los católicos hemos superado toda veleidad de discriminación hacia los judíos. Discriminación que históricamente no estuvo solamente representada por las odiosas leyes racionales de 1938 (si bien ya entonces muchos jóvenes percibimos como profundamente injusto el alejamiento de la escuela de nuestros compañeros judíos), sino también desde luego por el hecho de subrayar la diversidad del pueblo judío con un fondo de hostilidad y desconfianza.
Creo que hoy, aun habiendo todavía evidentes e irreductibles diferencias en el plano teológico, ha llegado el momento de que en un plano práctico y social pueda desarrollarse un enfoque que yo definiría de comunión con los judíos, que representa una lógica consecuencia del camino realizado hasta aquí. Antes hubiera sido incluso extravagante pensarlo, pero hoy podemos disfrutar responsablemente de los frutos de lo que se ha alcanzado.
Espero, pues, que podamos dejar todo lo atrás posible la angustia cultural que a veces ha ensombrecido la relación entre cristianos y judíos, y en esta perspectiva tampoco la beatificación de Pío XII es realmente un obstáculo. Mi intención no es entrar en el tema, pero, salvo en algunas posturas tanto de una parte como de la otra que yo definiría facciosas, el diálogo y la comprensión recíproca pueden profundizarse sin abandonar el respeto recíproco y la coherencia hacia un juicio histórico. Esto es importante también para los jóvenes, para que contemplen estos problemas con ojos nuevos, no mediatizados por el lastre procedente del pasado, que es fruto más de la política que de la teología.
Juan Pablo II con el rabino Elio Toaff con motivo de la visita a la Sinagoga de Roma el 13 de abril de 1986 [© Romano Siciliani]

Juan Pablo II con el rabino Elio Toaff con motivo de la visita a la Sinagoga de Roma el 13 de abril de 1986 [© Romano Siciliani]

Además, espero que todo lo que se está haciendo en torno a la figura de Pío XII se haga de buena fe. Quiero decir, que no ha de haber ni vencedores ni vencidos sobre el tema. Se trata de dejar que la Iglesia pueda desarrollar con absoluta amplitud su acción y no inmiscuirla en polémicas que, bien mirado, no son del otro mundo, sino que pertenecen a este de aquí. Y quizá tampoco son gran cosa como polémicas.
La relación entre cristianos y judíos existe históricamente con momentos de convergencia y divergencia a lo largo del tiempo. Cancelar los puntos de divergencia de un tirón es ilusorio; mirar hacia delante sin dejarse condicionar negativamente por acontecimientos históricos (que nadie puede negar) es, creo yo, la línea justa. Con reflexión, prudencia y, como ya he dicho, respeto recíproco. También la situación política en Oriente Medio, con la interminable crisis árabe-israelí, es un elemento que incide en el diálogo entre judíos y católicos, haciéndolo difícil, e incluso a veces imposible. Pero, aunque algunas posturas que atañen al campo espiritual no pueden cambiarse, no podemos considerar tampoco nuestra relación con los judíos ni la de la comunidad judía con nosotros solo como una relación entre distintas diplomacias.
Son temas difíciles en los que a veces la pasión impide ver los términos reales de la cuestión. A mí mismo me cuesta trabajo evitar esta pasión. La política exterior de Italia, por ejemplo, ha sido considerada varias veces de manera injusta por los judíos como demasiado filoárabe, con un esquematismo y una rigidez que no deja paso a la objetividad y comprensión de los problemas. Por este motivo bastaron algunas declaraciones durante el viaje a Israel del presidente del Gobierno Berlusconi para que ocurrieran incidentes ante la embajada italiana en Irán. Creo que hemos de tranquilizarnos todos, porque el racismo ya no existe, por suerte, pero ha dejado un rastro que se expresa en cierta manera de plantear los problemas con los ojos del prejuicio.
Nosotros sabemos que hay cosas que quedan por resolverse y comprenderse todavía, pero no ha de haber piedras en el camino que nos hagan tropezar. Con valor hay que dejarlas atrás, por el bien de todos.
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