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NUEVA EUROPA
Sacado del n. 01 - 2010

La APORTACIÓN DE LOS CRISTIANOS. Entrevista con el cardenal Angelo Sodano

Nova et vetera, la clave para armonizar la modernidad y la tradición


Si quiere alcanzar sus objetivos, Europa ha de inspirarse con «fidelidad creativa» en la herencia cristiana. El cardenal decano del Sacro Colegio analiza los veinte años que nos separan de la caída del Muro de Berlín y los problemas y perspectivas de la Unión Europea


Entrevista al cardenal Angelo Sodano por Roberto Rotondo


¿En qué situación se encuentra la construcción de la casa común europea a los veinte años de la caída del Muro de Berlín? ¿Qué ha sido de tantas esperanzas? ¿Y cómo salir de la dialéctica estéril entre laicismo y fundamentalismo religioso que en que están inmersas las instituciones europeas? El reciente libro del cardenal Angelo Sodano, decano del Sacro Colegio y secretario de Estado emérito, Per una nuova Europa. Il contributo dei cristiani, editado por la Librería Editrice Vaticana, consigue en pocas páginas dar más de una respuesta sin saltarse ni siquiera una de las cuestiones abiertas, por espinosa que sea. Todo ello sin polémica, con esa capacidad de síntesis, claridad y sentido práctico que el cardenal Sodano ha adquirido, desde luego, en cincuenta años dedicados a la diplomacia vaticana, quince de los cuales como secretario de Estado de los últimos dos papas, aunque, quizá, también en el vínculo con su tierra, ese mundo rural piamontés donde creció y donde se hizo sacerdote. Su padre Giovanni fue diputado en el Parlamento italiano de 1948 a 1963.
El cardenal nos recibe para la entrevista con mucha cordialidad en el Colegio Etíope, un trozo de África en el Vaticano, donde se encuentra su apartamento y donde hoy, una soleada mañana de finales de enero, está trabajando.

El cardenal Angelo Sodano durante su intervención con motivo de las celebraciones del “Millenium del Nombre Lituania”, en Vilnius, el 6 de julio de 2009 [© AFP/Getty Images]

El cardenal Angelo Sodano durante su intervención con motivo de las celebraciones del “Millenium del Nombre Lituania”, en Vilnius, el 6 de julio de 2009 [© AFP/Getty Images]

Su libro, Per una nuova Europa, se abre con el recuerdo conmovido de la visita de Juan Pablo II al Muro de Berlín en 1996. Tras la caída del Muro, el papa Wojtyla dijo que Europa podía volver a respirar con dos pulmones, volviendo a enlazar las tradiciones de Oriente y de Occidente. Veinte años después de aquellos hechos, ¿qué opinión tiene usted del camino andado desde la caída del Muro hasta hoy?
ANGELO SODANO: En mi opinión, el camino recorrido por Europa en los veinte años que nos separan de la caída del Muro de Berlín ha sido positivo por varios aspectos. Ante todo, es positivo el camino hacia la libertad emprendido por los pueblos de Europa centro-oriental, que tanto habían sufrido bajo la dictadura de regímenes comunistas. Para reivindicar este derecho fundamental de la persona humana, muchos hombres y mujeres sacrificaron sus vidas. Desde 1989 en adelante todos los europeos pudieron, de este modo, reivindicar su libertad ante el Estado, bien conscientes de que el hombre es anterior a la sociedad política y que esta ha de detenerse frente a los derechos inalienables del hombre.
También ha sido positivo el camino de Europa hacia la paz, para superar la división existente entre el Oeste y el Este del continente. Nunca más la guerra, nunca más una nación contra otra: este ha sido el propósito común en estos años. Con este compromiso se emprendieron luego nuevos caminos para la cooperación europea. El último y trágico conflicto mundial tenía que ser una advertencia para las nuevas generaciones. Una guerra absurda que provocó más de cincuenta y cinco millones de muertos. Luego le siguió la llamada “guerra fría”, con la división de Europa en dos partes, separadas por una “cortina de hierro”, según la conocida expresión acuñada por Winston Churchill ya en 1945. En síntesis, con la caída del Muro de Berlín nació una nueva Europa, la Europa de la libertad y la paz.
Usted escribe que más que una realidad geográfica Europa es una realidad espiritual, y añade que el impulso que comenzó hace veinte años por una renovación espiritual ha sufrido fuertes contratiempos, con el objetivo de desnaturalizar la realidad, de eliminar la identidad cristiana de Europa. ¿Cómo afronta esto la Iglesia?
SODANO: Es cierto lo que dice usted. Después de subrayar los aspectos positivos del camino recorrido por los Estados europeos para conseguir más integración, en mi libro tenía que hablar también de la mole que obstaculizó el camino emprendido, la mole del laicismo.
En realidad, se trata de un fenómeno distinto en cada Estado. Es un fenómeno más acentuado en algunos países de Europa occidental. Así que no es justo generalizar sobre este asunto. En Europa existen hoy cuarenta y seis Estados soberanos, incluyendo también los dos países que tienen en Europa una parte de su territorio, es decir, Kazajstán y Turquía. La situación de cada Estado es distinta. Pero es cierto que en varios de estos Estados de Europa occidental el fenómeno del laicismo se ha infiltrado en varios estratos de la sociedad, en partidos e instituciones.
Mi reciente libro, además, quería subrayar la obra de los cristianos, católicos, ortodoxos y reformados, para recordarle a la opinión pública europea que sin la presencia de los valores espirituales en la vida pública, Europa dejaría de ser lo que es.
Desde las primeras páginas entra usted en el debate sobre las raíces cristianas de Europa, y lo hace retomando las palabras de Benedicto XVI, que afirmaba que Europa, si quiere alcanzar sus objetivos, ha de inspirarse con «fidelidad creativa» de la herencia cristiana. La expresión «fidelidad creativa» a propósito de herencia cristiana es muy hermosa, porque sugiere que por tradición no se entiende un patrimonio de museo, sino algo actual. ¿Cómo puede concretizarse esta fidelidad creativa?
SODANO: Hay una parábola del Señor, en el Evangelio de san Mateo, que nos da la clave para comprender en qué consiste esta “fidelidad creativa”. Jesús nos dice que «el discípulo del Reino de los cielos es como el dueño de una casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas» (Mt 13, 52).
También hoy los cristianos han de recurrir a este método: recurrir a los nuevos caminos del progreso y conservar los tesoros del pasado. “Nova et vetera”: estas son las palabras que pueden armonizar la modernidad y la tradición.
Por ejemplo, hoy está cada vez más claro en la conciencia de los creyentes el principio de la distinción entre esfera política y religiosa. Hoy es ya un valor adquirido y reconocido por la Iglesia. Pertenece, pues, al patrimonio de civilización que hoy se ha alcanzado.
Este principio de laicidad comporta el respeto de toda confesión religiosa por parte del Estado, pero desde luego no le exime de tener en cuenta las exigencias religiosas de sus ciudadanos.
Antes bien, el Estado moderno –nos dice el papa Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate– ha de tener presente la aportación que las religiones pueden dar al desarrollo de los pueblos. Sobre esto dice el Papa: «La exclusión de la
La llamada del Papa se carga de gran expresividad cuando equipara el laicismo con el fundamentalismo. No queda, pues, más que formular el deseo de que este mensaje haga reflexionar a todos los responsables del futuro de Europa.
Un gigantesco dominó con más de mil piezas fue construido y derribado a lo largo del antiguo recorrido del Muro de Berlín con motivo de la ceremonia oficial de la conmemoración del 20 aniversario de su caída, Berlín, 9 de noviembre de 2009 [© AFP/Getty Images]

Un gigantesco dominó con más de mil piezas fue construido y derribado a lo largo del antiguo recorrido del Muro de Berlín con motivo de la ceremonia oficial de la conmemoración del 20 aniversario de su caída, Berlín, 9 de noviembre de 2009 [© AFP/Getty Images]

Usted ha especificado que, reivindicando la influencia del cristianismo en la formación de Europa, nadie quiere apropiarse de la historia de nuestro continente. No se busca, pues, una Europa confesional, sino una sinfonía de tradiciones distintas. ¿Por qué?
SODANO: Este era un pensamiento recurrente en el llorado papa Juan Pablo II, a quien tanto le debe el actual proceso de integración europea. Él insistía en el deber de los europeos de construir su nueva casa sobre esos valores espirituales que antiguamente formaban la base, pero teniendo presente la riqueza y diversidad de las culturas y las tradiciones de cada una de las naciones. Para el difunto Pontífice, la nueva Europa había de convertirse en una gran comunidad del Espíritu. ¿Quién no recuerda el histórico llamamiento dirigido a Europa ya en 1982 con el Acto europeo de Compostela, en España?
Este es un punto recurrente en el magisterio del llorado siervo de Dios Juan Pablo II. Recuerdo, por ejemplo, la célebre homilía que pronunció en Gniezno, la sede primacial de Polonia, el 3 de junio de 1997, durante la cual, hablando de Europa, reconocía que «la historia de Europa es un gran río, en el que desembocan numerosos afluentes, y la variedad de las tradiciones y culturas que la forman es su gran riqueza».
Los católicos, pues, no buscan una Europa confesional, pero, como ya hemos dicho, tampoco quieren una Europa laicista, que da la espalda a los valores espirituales que fundamentan a todas las civilizaciones. Como discípulos de Cristo, está claro que hemos de darle al César lo que es del César, pero hemos de pedir también al César que le dé a Dios lo que es de Dios.
Usted subraya varias veces que frente a los distintos proyectos de construcción de una casa común europea, la Iglesia no tiene soluciones técnicas que aportar. La Iglesia mantiene sustancialmente una actitud de apoyo a la integración europea, pero no de aprobación acrítica de todo. ¿Lo puede explicar?
SODANO: Es cierto: hay que distinguir. Una cosa es ser europeísta y otra es aprobar acríticamente los distintos pasos para la deseada integración europea.
Apoyar la integración europea no comporta la aprobación global de la actuación de las distintas instituciones europeas. A veces estas han tomado posiciones agnósticas y a veces ¡incluso se ha llegado en el Parlamento europeo a atacar a la propia Santa Sede! Pero los cristianos tienen el deber de estar presentes en estas instituciones. La política de la silla vacía no lleva a nada. Los cristianos no deben sentirse objeto, sino sujeto activo de la actual historia europea, confrontándose con las distintas propuestas que hoy se debaten, con el estilo propio de los discípulos de Cristo. En especial, la Santa Sede nunca ha pretendido manifestar ante la Unión Europea una explícita preferencia por una u otra solución institucional o constitucional de la misma Unión, para respetar la legítima autonomía de los ciudadanos en sus opciones temporales.
De hecho, no es ningún misterio que existían y siguen existiendo muchas discusiones sobre la organización de la Unión, por ahora formada por veintisiete países de Europa occidental y central.
Ahora estos países han aprobado un Tratado entre ellos, que fija las normas para el futuro. Es el conocido Tratado de Lisboa, firmado en la capital portuguesa el 13 de diciembre de 2007, que entró en vigor el 1 de diciembre de 2009. Sobre ello el papa Benedicto XVI ha dicho recientemente, hablando a los embajadores acreditados ante la Santa Sede con motivo del saludo navideño, que, después de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, la Santa Sede seguirá observando la nueva fase del proceso de integración europea «con respeto y cordial atención», o en el texto original en francés, «avec respect et avec une attention bienveillante» (L’Osservatore Romano, 11 de enero de 2010).
Angelo Sodano, <I>Per una nuova Europa. Il contributo dei cristiani</I>, 
Lev, Ciudad del Vaticano, 2009, 104 págs., 11,00 euros

Angelo Sodano, Per una nuova Europa. Il contributo dei cristiani, Lev, Ciudad del Vaticano, 2009, 104 págs., 11,00 euros

En su libro hace usted un amplio análisis de las consecuencias del 89 en las relaciones entre la Santa Sede y Europa oriental. Escribe usted que el final del bloque soviético trajo un clima distinto. ¿Qué opinión le merecen los pasos que se han dado? ¿Ha habido fugas hacia adelante debidas a falta de realismo? Y el reciente acuerdo para establecer plenas relaciones con Rusia, ¿qué importancia reviste?
SODANO: El final del bloque soviético no solo llevó a un clima distinto: llevó a una situación totalmente distinta. Es la diversidad entre la dictadura de ayer y la democracia de hoy, aunque admitimos las dificultades encontradas al comienzo del nuevo curso histórico y las grandes diferencias entre las situaciones políticas de los distintos países de Europa oriental. Ha recordado usted justamente las dificultades de Rusia a la hora de llegar a establecer plenas relaciones diplomáticas con la Santa Sede.
Podría recordar también que el gobierno de la República Checa había firmado ya en 2002 un acuerdo con la Santa Sede, pero luego el Parlamento no lo aprobó. En otros países se habían tomado acuerdos para devolver los bienes eclesiásticos confiscados a las Iglesias locales: pero esos acuerdos no han sido mantenidos hasta el momento plenamente.
Estas dificultades, sin embargo, no pueden hacernos olvidar la nueva realidad que nació en Europa oriental y en los Balcanes con la caída de los distintos regímenes comunistas.
Señal de la nueva situación son también las relaciones que todos esos Estados han querido establecer con la Santa Sede. Con diez de ellos se llegó incluso a estipular acuerdos específicos, para dar una garantía de derecho internacional a los recíprocos compromisos adquiridos.
El papa Benedicto XVI resaltó en el discurso a la Curia del 21 de diciembre la “reconciliación”, llegando incluso a definirla palabra-clave también del Sínodo para África y de su viaje a Tierra Santa. ¿Qué les indica a la Iglesia y a Europa esta invitación del Papa?
SODANO: El llamamiento lanzado por el papa Benedicto XVI a una reconciliación de los ánimos en África y en Tierra Santa posee un valor universal. En efecto, es misión de la Iglesia recordar a los creyentes y a los hombres de buena voluntad que todos somos hijos de Dios y miembros de la misma familia humana. La Iglesia no se cansará nunca de anunciar esta Buena Nueva a los hombres de hoy, que a menudo están divididos por situaciones sociales, grupos étnicos, partidos políticos.
Personalmente recuerdo muy bien lo que me dijo el papa Pablo VI, de santa memoria, cuando en 1977 me destinó a Chile como nuncio apostólico dándome la siguiente consigna: «Tendrá que ser usted un artífice de reconciliación en aquel país».
Esta fue también la bandera que plantó en todo el mundo el llorado papa Juan Pablo II, que con frecuencia nos recordó que además de la justicia está también el deber del perdón. Incluso en el mensaje para la Jornada de la paz de 2002 llegó a decir: «No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón».
Ahora este mensaje lo repite al mundo continuamente el papa Benedicto XVI. Es más, este llamamiento se ha convertido en leit motiv de su pontificado, recordando el deber del perdón para llegar a una verdadera reconciliación entre las personas y los pueblos del mundo entero. Su última encíclica Caritas in veritate es toda ella una llamada a este aspecto esencial de la identidad cristiana y de la propia convivencia humana.


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