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APOCALIPSIS
Sacado del n. 11 - 2003

El señorío de Cristo en el tiempo


En el breve espacio de tiempo que va desde la ascensión al cielo de Jesucristo a su regreso glorioso, la victoria del Señor se manifiesta ya en este mundo. Releemos los ensayos sobre el Apocalipsis de Heinrich Schlier veinticinco años despuésde la muerte del gran exègeta bávaro


por Lorenzo Cappelletti


El fresco de la contrafachada de la iglesia de San Pietro al monte Pedale, en Civate (Lecco) que representa el capítulo XII del Apocalipsis

El fresco de la contrafachada de la iglesia de San Pietro al monte Pedale, en Civate (Lecco) que representa el capítulo XII del Apocalipsis

No pasa día sin que el eco del Apocalipsis y de sus temas resuene en artículos de periódico, ensayos sobre la actualidad y la historia, debates y programas de televisión y sobre todo en el cine con sus efectos especiales, que por lo demás son los que menos atinan, porque la del Apocalipsis es una lengua «que intenta aferrar y exponer en el signo –y no en la imagen– la importancia del acontecimiento y conjuntamente el verdadero y real acontecimiento en el acontecimiento del mundo» (Heinrich, Schlier, Il tempo della Chiesa, p. 428). El subrayado está en la edición italiana, que a nosotros nos recuerda el libro publicado hace justamente diez años, en el fatídico 1993, que contenía entrevistas y conversaciones con monseñor Luigi Giussani: Un avvenimento di vita cioè una storia. Itinerario di quindici anni concepiti e vissuti.
Por tanto, no podemos precisamente nosotros ignorar esta actualidad del Apocalipsis. Nos ocuparemos de ello, pero a modo nuestro, dejándonos llevar por Heinrich Schlier. Guía autorizada (esto quiere decir exégeta), aunque inactual cuando vivía: pero su testimonio fue recordado por el cardenal Ratzinger en su reciente intervención con motivo del centenario de la constitución de Comisión Bíblica Pontificia (cf. 0Días, n. 6, junio de 2003, p. 64).
Schlier, de quien en diciembre cae el 25 aniversario de su muerte, dedicó expresamente al Apocalipsis tres ensayos, pero trató el tema también en otros. Utilizaremos también estos. Los citaremos todos por la versión italiana, si bien en algunos casos nos tomaremos la libertad de traducirlos del original alemán (Il tempo della Chiesa, de 1965= TC; Riflessioni sul Nuovo Testamento, de 1969= RNT; La fine del tempo, de 1974= FT).
No trataremos aquí las fases más cruentas del enfrentamiento apocalíptico que preceden al fin de los tiempos, a las que nos hemos dedicado otras veces, sino a comprender cómo, según el Apocalipsis, en el tiempo que queda, «por señales y escondido en lo humano […] el señorío de Jesucristo, colgado por nosotros en la cruz a causa de su amor obediente, se revela en ese breve espacio de tiempo que Dios concede todavía a cada individuo y a toda la humanidad» (FT, p. 68). Efectivamente, si, con la muerte y resurrección de Jesucristo, «el tiempo de Dios irrumpió en el tiempo como fin del tiempo» (ibídem, p. 81), esto no comporta, sin embargo, el fin inmediato de los tiempos: «El fin del tiempo vino con el nacimiento, la pasión y la ascensión de Jesucristo (cf. por ejemplo Ap cap. 5 y 12; 11, 15.17s.; 19). En el Apocalipsis se anuncia, por tanto, la “cercanía” de la “hora”, que el Señor vendrá “pronto” o “rápidamente”, que el tiempo es “poco” (1, 1.3; 2, 16; 3, 11; 11,14; 12, 12; 22, 6s.10.12.20). Sin embargo, esta “cercanía” del fin no excluye, sino que al contrario incluye, un periodo de tiempo dado al mundo. […] El hecho de que este aplazamiento de tiempo no se considere contradictorio respecto de la “cercanía” del Señor, demuestra que este tiempo está verdaderamente en las manos de Dios, quien incluso cuando concede tiempo permanece inaprensiblemente cercano» (TC, p. 169). Pues bien, quisiéramos ver cómo el poco tiempo que queda está verdaderamente en las manos de Dios inaprensiblemente cercano.
La lucha de los ángeles guiados por el arcángel Miguel contra el dragón rojo que amenaza al niño que es salvado de sus garras

La lucha de los ángeles guiados por el arcángel Miguel contra el dragón rojo que amenaza al niño que es salvado de sus garras

LA IRA DEL DRAGÓN FRENTE A LA VICTORIA DE JESUCRISTO
Que este tiempo está en las manos de Dios lo dice ante todo el hecho de que el principio del fin comienza y continúa gracias a la victoria de Jesucristo. Desde la apertura del primer sello, sobre el caballo blanco signo de su cuerpo resucitado, «el testigo fiel y veraz» (Ap 3,14 y 19,11), el «Rey de reyes y Señor de señores» (Ap 19,16) «salió como vencedor para seguir venciendo» (Ap 6,2). «La muerte obediente de Jesucristo en la cruz […] es la victoria, la victoria del amor. No es la derrota. Porque este muerto fue resucitado por Dios y elevado a la derecha del Padre» (RNT, p. 465). Lo que determina el principio del fin del tiempo no es una catástrofe, sino la victoria con la que Jesucristo resucitado de entre los muertos y subido al cielo le quitó a la muerte y al infierno las llaves de su soberanía (cf. ib.). Es muy importante establecer este punto de partida porque, como veremos enseguida, catástrofes y destrucciones vienen como consecuencia, son la señal, en cambio, del fin de los tiempos. Por una parte, son el modo con el que la fuerza aparente de la autoafirmación egoísta de la historia trata de construir su oposición. La historia «no quiere admitir su derrumbe metafísico y con terribles hechos y catástrofes construye sobre su abismo un reino político y espiritual contrapuesto al reino de Dios y de Cristo» (ib., p. 470). Por la otra, son la admonición, la exhortación y el juicio que Dios «manda adelante desde el futuro como señal de su omnipotencia crítica» (ib., p. 477).
La victoria de Cristo, en efecto, ha destronado a Satanás, visto bajo la forma de dragón (cf Ap 12,3ss.), del lugar que ocupaba hasta ahora ante el trono de Dios y Satanás se arroja con sus ejércitos sobre la tierra donde, con gran furor, porque sabe que le queda poco tiempo (cf Ap 12,12), va a hacer la guerra al resto de la descendencia de esa mujer a la que en vano ha intentado destruir con su hijo. «De alguna manera el conocimiento del fin se ha comunicado en profundidad al espíritu de la historia. Este “sabe que tiene poco tiempo”, que el tiempo del mundo tiene un plazo y por esto, según el vidente del Apocalipsis, existe el extraño fenómeno del furor de la historia» (FT, p. 87).



LA GUERRA Y LAS TREGUAS
De este furor, de esta guerra que, aunque inútil, «no tendrá fin en la tierra» (ib., p. 89), los santos, es decir, «aquellos que cumplen los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (Ap 12,17), «son el enemigo último» (FT, p. 89).
Esto es muy extraño, escribe Schlier, porque se trata de «pequeños hombres asediados» (RNT, p. 474); «escarnecidos por la inteligencia del Estado mundial» (ib., p. 475); aproximativamente siempre derrotados: a la bestia «se le concedió hacer la guerra a los santos y vencerlos», se lee en Ap 13,7; «sometidos a grandes tentaciones, a la debilidad y al fracaso» (FT, p. 89); «pocos» ( ib.), tanto es así que, escribe Schlier, «en verdad, el cuerpo de Cristo al final no tendrá ningún sitio» (TC, p. 40), o, en otro lugar, que «no se podrá volver a hablar de un mundo cristiano, sino de santos y testigos desperdigados» (RNT, p. 273). «Cuántos serán los que acepten que Cristo les dé la vida y, en la obediencia, se dejen llevar e instruir por Él, esto nadie lo sabe. Pero el Nuevo Testamento parece decirnos algo. Cuanto más las cosas se acercan al final cuyo momento no puede saberse, es decir, van veloces hacia la revelación definitiva del señorío de Cristo, tanto más el número de aquellos que acepten que Cristo es el Señor será menor e insignificante» (FT, p. 72).
Con todo, estos «amenazan abiertamente al dios establecido del imperio universal, le hacen sentir su fragilidad y le recuerdan su plazo» (ib., p. 89), también a partir del hecho de que «hay también treguas en las situaciones funestas en las que se encuentran los creyentes y la humanidad en general» (RNT, p. 478), es decir, que la victoria de la bestia nunca es total: «La victoria en la tierra corresponde siempre aproximadamente pero no completamente a la bestia» (ib., p. 475). No es la bestia, sino que son ellos, porque viven de la victoria de Jesucristo, los testigos de una victoria irreversible. «La victoria de Jesucristo, con la que ha roto el arbitrio de la historia generador de tinieblas y destrucción, acosa a la historia misma también con el pueblo que vive de esta victoria y por esta victoria, y que así la testimonia. Es notable que en las visiones del vidente la Iglesia es presentada, en definitiva, nada más que como una Iglesia de testigos y su acción como un dar testimonio» (ib., p. 468). Y, sin embargo, ni siquiera como testigos están «sin mancha» (ib.). Los miembros de las siete comunidades de Asia, que representan a toda la Iglesia, pueden estar «“muertos” en parte» (ib.), pero «se convierten también cuando han caído y han fracasado. Y así son testigos de la victoria de Jesús» (ib.). Efectivamente, según una icástica definición de monseñor Giussani del concepto de testimonio, contenida en el libro que mencionábamos al principio (p. 346), el testimonio consiste en «hacer presente a Cristo mediante el cambio que Él actúa en nosotros».


FE, VIGILANCIA, PACIENCIA, ESPERANZA, ALABANZA
¿Cuáles son, en el poco tiempo que queda, las características del testimonio, es decir, del cambio que Cristo mismo lleva a cabo en los testigos? En sus escritos sobre el Apocalipsis Schlier las enumera, pero el número y el orden no siempre es el mismo, subrayando ora una ora la otra, aunque destacan siempre vigilancia y paciencia. Tomemos como base la lista contenida en RNT (p. 479), donde se dice que, aun no pudiendo «cambiar e invertir el curso de los hechos en su conjunto», se puede y se debe «vivirlo en la libertad, y estar, mucho más allá y por encima de él, al lado de la victoria de Cristo con la fe, la perspicacia, la vigilancia, la paciencia, la esperanza y la acción de gracias». Como veremos, los movimientos de la bestia tratan de contradecir punto por punto ese «estar al lado» (ib.) o «vivir de la victoria de Cristo» (ib., p. 468).
El Cordero místico rodeado por los 18 mártires, es decir, el número correspondiente al nombre de Jesús; en las esquinas, cuatro ángeles detienen los vientos de destrucción, fresco de la bóveda del ciborio de la iglesia de San Pietro al monte Pedale, en Civate (Lecco)

El Cordero místico rodeado por los 18 mártires, es decir, el número correspondiente al nombre de Jesús; en las esquinas, cuatro ángeles detienen los vientos de destrucción, fresco de la bóveda del ciborio de la iglesia de San Pietro al monte Pedale, en Civate (Lecco)


1) La primera característica es permanecer fieles al nombre de Cristo: «“Eres fiel a mi nombre y no has renegado de mi fe” (Ap 2,13). “Sólo que mantengáis firmemente hasta mi vuelta lo que ya tenéis” (Ap 2,25). ¿Qué tienen? Además de la fe, el testimonio del Señor y de su Espíritu y su profecía. En esta historia es de primordial importancia la fidelidad, la fidelidad inamovible a Dios y al Señor» (RNT, p. 480). La fe es, pues, «firmeza perseverante», «permanecer», «estar», «tener» (cf. FT, págs. 91-93).

2) Al lado de la firmeza perseverante está la vigilancia (es decir, la sobriedad), que es «estar preparados interior y exteriormente para el futuro del Señor» (RNT, p. 480). En ella Schlier incluye también la perspicacia. «Ser sobrios significa ver y tomar las cosas tal y como son» (FT, p. 92). En una página que nos parece muy actual (se podría cotejar con ciertos pasajes del libro La guerra de Alberto Asor Rosa), Schlier explica: «Estando diariamente frente a la posibilidad extrema de la historia, es decir, frente al amor de Cristo, que, escondido pero real, hace oír su llamamiento en la historia que lo combate, abandonaremos toda ilusión respecto a la historia. No volveremos a soñar que podemos proyectar, disponer y guiar su desarrollo. Y esto no sólo porque la historia, incluso en el ámbito de vida más restringido, a menudo es inescrutable, sino porque su pretensión concreta cada vez es tan grande y tan difícil de realizar que a quien la intuye se le pasa el tiempo, las ganas y la capacidad de hacer algo que no sea vivir el momento presente, vivir el momento presente que en ella se nos ofrece del futuro del amor de Dios» (TC, p. 438).
Y por otra parte, «ser sobrio significa distinguir» (FT, p. 93). «Nada hay más difícil en esta historia que distinguir cada día a Jesucristo del anticristo» (RNT, p. 480). En esta historia que todo lo imita, el instinto espiritual debe permitir, en cambio, «examinar y diferenciar» (ib.).

3) De la paciencia, que, como el testimonio y la fe, es la paciencia de Cristo, Schlier traza en RNT (págs. 480-481) sólo algunos aspectos, que en otras obras desarrolla en páginas de gran eficacia, tales como «soportar indefenso el dolor y la tentación», «calma reservada», «prudencia», «soportar con caridad al otro y en cierto sentido a mí mismo», «firmeza simple en la resistencia contra la adoración del Estado mundial totalitario», «camino rápido y espera».
a) Respeto al hecho de soportar indefenso el dolor y la muerte y a la calma reservada, los sitúa especialmente cercanos a la fe: «El profeta [el autor del Apocalipsis] exhorta a los lectores de su escrito a aguzar el oído y los invita a estar tranquilos: “El que a la cárcel, a la cárcel ha de ir; el que ha de morir a espada, a espada ha de morir. Aquí se requiere la paciencia en el sufrimiento y la fe de los santos” (Ap 13,9-10). […] Los cristianos no se rebelan ni siquiera contra la bestia; no son rebeldes políticos. No la adoran, pero tampoco la combaten con violencia. Saben que forman parte del número de las almas que están bajo el altar (Ap 6,9ss), número que aún no está completo, y que no pueden escapar al dolor. Los cristianos contraponen paciencia y fe a la rabia de la bestia. Es la paciencia que vive de la paciencia de Cristo (cf. Ap 3,10), y es la fe que Cristo testimonió» (TC, p. 41).
b) La resistencia contra la adoración del Estado mundial totalitario no atañe a la obediencia leal a la autoridad política legítima porque ésta tiende a conservar el orden y la paz, bienes preciosos también para la ciudad de Dios. Por tanto, «tampoco en el Apocalipsis [como en la Carta a los Romanos, comentando la cual Schlier escribe que «en verdad pueden obedecer al Estado sólo aquellos que, haciendo esto, quieren y pueden obedecer a Dios» (RNT, p. 266)] los mártires no son rebeldes así que no se menoscaba la autoridad del Estado. Para comprender el juicio del Apocalipsis hay que poner atención a qué Estado se refiere y en qué situación este Estado se le presenta» (TC p. 24). Mientras que «el Estado, en cuanto aún Estado, obstaculiza al Estado degenerado» (RNT, p. 269), es precisamente la degeneración del Estado lo que se presenta en el Apocalipsis como algo monstruoso, que no pretende obediencia sino adoración religiosa. «No es “el Estado” en sí, es decir, el poder político, que está al servicio del orden de este mundo, sino el poder que no cumple su tarea de instaurar el orden justo y, por tanto, en vez de poder ordenador, resulta una fuerza política degenerada, que se presenta concretamente en forma inhumana (Ap 13, 2a)» (TC, p. 35). Así que al final «no sabe ni siquiera castigar, sino sólo asesinar o, como se lee en un pasaje (Ap 18,24), “degollar”» (RNT, p. 272). Y, sin embargo, incluso frente a esta degeneración bestial, “simple firmeza”, no batalla.
c) Respecto a la rapidez del camino que no perjudica la espera de la victoria de Jesucristo leemos un fragmento de supremo realismo. Frente a esa especie de inmortalidad del Estado mundial que maravilla a la tierra (cf. Ap 13,3), frente a la palabra de orden de la juventud inmortal (cf. Ap 18,7), «la paciencia no anticipa nada conjeturando y soñado, ni siquiera el pan diario; pero tampoco la muerte; mientras que el hombre agarrado a su futuro y al futuro de su propio mundo se pierde en ilusiones por pura impaciencia» (FT, p. 70). Por lo contrario, «la impaciencia práctica y metafísica nace del ansia del tiempo, que hemos recibido con él, y se revela entre otras cosas en correr detrás del tiempo, creyendo que se le hace justicia. En cambio, se hace justicia al tiempo sólo si se da tiempo al tiempo. Y se le da tiempo sólo si nos abandonamos, y lo abandonamos, al tiempo de Dios» (ib., p. 91).

4) De la paciencia hemos llegado a la esperanza. «Y así se afirma la esperanza, que espera y, sin embargo, procede veloz, procede veloz y, sin embargo, espera como atalaya y levanta la mirada al Señor precisamente cuando ya no hay nada que esperar, en la concreta angustia de la vida, en la separación, en la muerte. Demuestra ser la fuerza portante de una existencia sostenida y, por tanto, abierta, que acepta y soporta la muerte como muerte y la vida como vida» (ib., p. 70).
Aunque la palabra no aparece ni siquiera una vez en el Apocalipsis, «la esperanza no es uno de los vocablos de nuestro escrito, sino que es el vocablo fundamental» (RNT, p. 481), ya que «lo que la esperanza únicamente espera y lo que se le da en compensación es la revelación de la victoria de Jesucristo, escondida, pero real» (ib.).

5) «El fruto y la prueba de la esperanza» es «la alabanza a Dios que llena todo el libro» (ib.) La alabanza a Dios Creador, ante todo. No se silencia a la creación: «en medio de las visiones de los daños y las ruinas de la tierra y de su cielo se alzan continuamente alabanzas y acción de gracias por la creación y por el Creador y la admonición a adorar “al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales de agua” (Ap 14,7; cf. 4,11; 5,13)» (ib.). Pero sobre todo «se oye la alabanza al salvador de la historia» (ib.), que contiene también «la alabanza al juez» (ib., p. 482). Por reacción, «la autoadoración y la autotransfiguración del mundo se convierten en la meta de una historia ufana de sí, autoglorificación que parece aún más siniestra por carecer de todo fundamento, ya que ha sido rota la potencia de la historia» (ib., p. 472).

«La fidelidad, la vigilancia, la paciencia, la esperanza y la alabanza son en nuestro libro objeto de petición sin que se diga nada sobre su significado para el desarrollo diario de la historia. Pero es cierto que en ellas no sólo queda superada en libertad esta historia, sino que también se preparan espacios históricos de orden y descanso y periodos de alivio y de salvación» (ib., p. 482). Es maravilloso que dentro y más allá de la guerra, y aún antes de comprender paso a paso el porqué, precisamente mediante la fidelidad, la vigilancia, la paciencia, la esperanza y la alabanza, podamos vivir ya tranquilos como niños, en paz.


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