Fe, verdad, tolerancia
El presidente emérito de la República italiana, Francesco Cossiga, presentó en el Meeting de Rímini el último libro del cardenal Joseph Ratzinger. Publicamos su intervención
por Francesco Cossiga
La portada italiana del libro del cardenal Joseph Ratzinger. La versión italiana ha sido editada por Cantagalli y traducida en colaboración con nuestros redactores Silvia Kritzenberger y Lorenzo Cappelletti
Este es un libro que nos traslada al clima fervoroso de estudios teológicos que caracterizó al siglo XX. Es el ejemplo de una teología que ofrece una visión de conjunto de la realidad: por eso Joseph Ratzinger, al igual que el otro gran pensador, Romano Guardini, podría sin duda alguna ser titular de una cátedra de Katholische Weltanschauung, una cátedra que cuando fue creada pareció cosa extraña y naturalmente fue criticada por la “academia”, quizá también debido a que muy pocos eran dignos de ella. Hoy se siente realmente la necesidad de visiones de este tipo, que hagan entender con términos actuales y modernos, aunque fieles a la tradición, es decir, a la verdad, el fenómeno de la existencia cristiana y, al mismo tiempo, devuelvan a esa existencia la unidad de la que ha carecido durante mucho tiempo la llamada cultura moderna.
A menudo encontramos elaboraciones teológicas que, pese a ser buenas desde un punto de vista exquisita y exclusivamente especializado, no poseen la cualidad de la síntesis. Se aplica aquí perfectamente el antiguo dicho filosófico alemán según el cual muchos son los que ven los árboles, pero pocos ven el bosque.
2. ¿Por qué me han llamado a participar en el encuentro, habiéndoseme además asignado esta tarea nada fácil en el fervoroso Meeting de la amistad entre los pueblos, fruto precioso de la inteligencia y del corazón de Comunión y Liberación?
Por dos motivos fuertes y por otro débil. El motivo débil: cierta fama de lector, sólo de lector, y además de aficionado a la teología, una fama a la que ha contribuido inconscientemente el propio Joseph Ratzinger.
Pero hay también dos motivos fuertes: su amistad, y otra amistad más reciente, aunque ya sólida porque está basada en la gran admiración que siento por él y en esperanzas intelectuales comunes, con el valiente editor Cantagalli, a quien se debe la publicación de este libro.
Francesco Cossiga durante la presentación del libro de Joseph Ratzinger, Fede, verità, tolleranza. Il cristianesimo e le religioni del mondo, en el Meeting de Rímini
Hoy hay necesidad de ayudar a todos, pero especialmente a los más jóvenes, en lo que Hegel llamaba ejemplarmente la «fatiga del concepto», es decir, la fatiga de pensar, de construir con la mente, es decir, de construir razonamientos.
Demasiado a menudo el uso de la razón, algo que no puede eliminarse del horizonte del cristiano creyente, queda desterrado por cierto sentimentalismo, al que a veces se despacha por espiritualidad o incluso por mística. Parece como si pasando a través de la razón el mensaje quedara algo frío, no pudiendo llegar al corazón. Como si el corazón albergara dentro de sí un cuerpo sin intelecto totalmente dislocado de él. No ha de ser así porque no es así. No estaría mal leerse de vez en cuando algunas páginas de Tomás de Aquino, de Agustín y de Pascal.
4. Este es un libro también de extraordinaria y dramática actualidad, que yo considero providencial, más que necesario, especialmente frente a ciertos “modernismos posconciliares” que, por exceso de simplicidad o quizá también por exceso de “caridad” no alimentada suficientemente por la doctrina o no “medida” por la virtud cardinal de la prudencia, han abierto las puertas a itinerarios teóricos y prácticos confusos y que han llevado a la confusión… A la confusión pueden llevar ciertos itinerarios, por ejemplo, en materia de “ecumenismo”, “diálogo entre las religiones”, relación entre filosofía y fe, entre fe y religión, entre religión y conocimiento humano, entre monoculturalismo, interculturalismo y pluriculturalismo, si no nos sentimos anclados en la tradición, en la enseñanza de la Iglesia, en el pensamiento cristiano de los Padres de la Iglesia, en los actualísimos John Henry Newman y Antonio Rosmini.
5. En realidad, estos problemas han surgido también debido a algunas “asambleas de oración común”, generosas y entusiastas, qué duda cabe, pero mal entendidas, y también por algunas reacciones sentimentales a documentos como la Fides et ratio, la Dominus Iesus, el documento sobre los deberes morales de los católicos en política y, por último, el de la Eucaristía.
6. El libro de Joseph Ratzinger ilumina también un problema que la lectura superficial, y quizá poco acertada y lingüísticamente poco atenta, de los documentos conciliares en materia de ecumenismo, tolerancia, salvación universal, ha hecho nacer casi en contradicción con el apostólico mandato misionero que Cristo dio a la Iglesia, basado en lo exclusivo y exhaustivo de la Revelación y de su figura redentora: Jesús de Nazaret.
7. Católico “progresista”, como se decía cuando yo era joven, “conciliarista enfadado”, me he preguntado luego quizá temerariamente, lo reconozco, si –salvo su valor “providencial”, naturalmente– la cultura filosófica y teológica no sólo de los laicos, sino sobre todo del clero, estaba preparada para recoger los mensajes, en cierto sentido proféticos, del Concilio Vaticano II, sin malentendidos peligrosos ni temerarias “fugas hacia delante”. Piénsese en la “teología de la liberación”, y en campo litúrgico o ecuménico, en ciertos equívocos, distorsiones, ligerezas y superficialidades.
Tienen un error en común la teología de la liberación y cierta teología litúrgica, que tiende a que prevalezca la asamblea de los fieles, el clero y los laicos, por encima de la función personal y vicaria de Cristo que, siendo precisamente personal y vicaria, no puede ser substituida por ningún sujeto, ni siquiera por una asamblea, por muy alto que cante aporreando baterías y guitarras.
Lo mismo ocurre con la teología de la liberación, donde el proyecto histórico y político prevalece o se identifica –lo que es peor– con la figura y la realidad del Reino de Dios.
Son formas que casi repiten el error del pelagianismo: considerar al hombre capaz de conseguir su salvación por sí mismo, con sus propias fuerzas. Estos miedos hay que superarlos siguiendo dos caminos: una sólida teología de la gracia gratis data y otra igualmente sólida autorreponsabilización por parte del creyente católico de su responsabilidad mundana, como se le pide al “cristiano adulto” en la lección de un gran mártir protestante, el pastor luterano Dietrich Bonhoeffer.
En estas páginas, algunas vidrieras de la catedral de Regensburg (siglo XII), en Baviera, Alemania; a la izquierda, la adoración de los Magos; a la derecha, la fuga a Egipto
8. El libro de Joseph Ratzinger es casi una suma de sana y moderna doctrina para poder afrontar estos problemas que la Iglesia de hoy, aunque más aún la de mañana, tendrá que afrontar: ¡la Iglesia somos todos nosotros! En mi ligera –aunque sin ninguna culpa– inmodestia, que incluso revela normalmente mi lenguaje, me he atrevido a aconsejar a Joseph Ratzinger y al amigo Cantagalli que hagan una nueva edición del libro: reordenar las diferentes aportaciones que contiene para hacerlo más sistemático y homogéneo.
9. No es mi intención, desde luego, resumir aquí el riquísimo contenido del libro –me faltaría espacio y, sobre todo, capacidad de hacerlo– dada su vastedad y profundidad. Voy a detenerme, sin embargo, a modo de índice, sobre lo que más me ha llamado la atención.
10. Ante todo, frente al “enamoramiento” de grandes pensadores, pensemos en el culto y pío padre Dupuis sj con respecto al espiritualismo oriental y, en especial, a la altísima versión que de éste dio Radhakrishnan, gran pensador religioso y político, se hace necesaria y contundente la afirmación incondicionada de que Jesucristo es la única salvación real y definitiva del hombre. Por supuesto, esto no significa negar que en las otras religiones se pueda entrever un resquicio de luz y de verdad –esto es cierto de manera inconmensurable y completamente propia en el hebraísmo; aunque, si bien en distinta medida, también en otras comunidades, en otras “religiones”: porque la primera alianza de Dios con Noé no fue todavía la alianza con un pueblo elegido, sino con todos los hombres, y de ella se benefician todos los hombres en Jesucristo, como admirable y definitivamente enseña Pablo de Tarso.
Dejando a Dios omnipotente las vías extraordinarias de la gracia, sólo y únicamente en la Iglesia existe la salvación; aunque el Espíritu Santo puede otorgar gracia y salvación fuera de los confines visibles de la misma. La posición de Joseph Ratzinger, en los términos expuestos, es una posición que mantiene unidas la libertad del Espíritu con el mandato y la vocación de la Iglesia en la realidad de la Revelación.
11. Son muy importantes las palabras escritas por Joseph Ratzinger sobre el “camino de la fe”.
Son dos las vías señaladas para ese “camino” por las religiones históricas: la “mística” y la de la “revolución monoteísta”. Según esta última, el camino de la salvación es el camino de donación de la gracia por parte de Dios hacia el hombre; con la primera es el camino del hombre hacia Dios, pero dentro del hombre mismo…
Un problema similar es el de la relación entre fe y razón. La razón lleva a un Dios que es naturalmente el Dios verdadero, pero es la Revelación la que hace que conozcamos al Dios absoluta y consumadamente verdadero.
El hombre busca racionalmente el Misterio porque en su naturaleza está escrito el deseo de ese Misterio como prenda de felicidad: pero el conocimiento pleno del Misterio es sólo don de Dios.
Y siempre me he planteado el problema de si el “credo ut intelligam” no prevalece sobre el “intelligo ut credam”.
12. Y Jesús, el Cristo, es el Logos encarnado, no sólo tuvo, sino que tiene una carne. ¡En eterno! Y “carne” es nuestro ser y nuestro intelecto, para siempre.
De ahí la legitimidad y la obligatoriedad de la investigación racional más alta, la filosofía. Gran valor poseen aquí las valientes intuiciones y las deducciones de Joseph Ratzinger: la insuficiencia de la llamada “neoescolátisca” a la hora de demostrar los llamados preámbulos de la fe y la pertenencia a la verdadera filosofía no sólo de Agustín y Tomás, sino también de Pascal y Kierkagaard, de Gilson y Rosmini; y también de otros grandes pensadores hebreos como Buber y Levinas. Joseph Ratzinger desearía que se añadieran a la lista de la Fides et ratio a otros dos grandes pensadores: Max Scheler y Bergson, hombres de fe, el último en los umbrales de la Iglesia.
Y si Cristo posee un cuerpo, ante todo lo posee en el tiempo y en la historia: y la Historia “plena” es, por lo tanto, también y sobre todo historia de la Redención.
Y si Cristo posee un cuerpo, en relación con Cristo y con la fe (el acontecimiento y la adhesión al mismo), la parte más espiritual del cuerpo natural de la humanidad es la cultura, entendida como conjunto de valores y conocimientos, que maduran bajo los valores y con los valores en la historia temporal de los pueblos.
El cristianismo, desde luego, no puede ser monocultural: pero no puede encarnarse en todas las culturas, sino sólo en las culturas que permiten “trigo, cizaña y ortiga”.
No lo es de seguro Joseph Ratzinger, pero yo sí soy más bien “occidentalista”, y no tanto en sentido “eurocéntrico”, sino “euroindiasiático”.
Y por ello puedo pensar, con el protestante Novalis, en una Iglesia sin Europa (pero él, luterano, no pensaba realmente eso), si bien no puedo pensar en una Europa sin el fundamento de la cultura cristiana.
El mundo como creación, el hombre como persona y las vicisitudes humanas como historia no cíclica sino historia única que tiende a su Salvación, ¿de quién son herencia en nuestro Occidente?
¿Son o no son conceptos absolutamente fundamentales sobre los que se han construido siglos de historia del pensamiento, de la cultura y también de las instituciones?
¿Y no son las raíces cristianas lo que los produjeron?
13. Último tema, entre los muchos tratados por Joseph Ratzinger, que me impresionó. La fe en la verdad: ¿una verdad exclusiva es compatible con la “tolerancia”? Aquí entra en juego la declaración conciliar sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae.
Quizá los católicos hemos descubierto demasiado tarde que la libertad religiosa del ciudadano se basa no sólo en los principios de igualdad jurídica y de aconfesionalidad del Estado, sino también y sobre todo en el propio concepto cristiano de fe y de salvación, que es libre aceptación del Dios que viene hacia nosotros en el camino de la gracia para la Salvación, Salvación que no salva sin la libertad.
Sin la libertad no puede haber verdadera Fe, es decir, Salvación, ni para el cristiano ni para ningún hombre. Porque el Amor se dona y no se impone; se ama a quien nos ama y no lo padecemos.
Aquí termina mi bastante incompleto pensamiento y escritura. Y es que Joseph Ratzinger expuesto por Francesco Cossiga es cosa bien modesta.
Pero espero por lo menos haberles incitado a sentarse en una silla con un lápiz y un papel en blanco para tomar apuntes (hasta me atrevería a aconsejarles que lo hicieran a la luz de una vela) para leer Fede, verità, tolleranza. Il cristianesimo e le religioni del mondo.
Y no duden a la hora de subrayar el libro con el lápiz. No subrayar el libro con el lápiz es como no abrazar y besar a una persona querida.
Una confesión: leyendo este libro (ayudado por el clima silencioso y amoroso de una habitación de hospital) me parecía respirar un aire que ya creía haber respirado y oído, como si ya hubiera olido ese perfume. Y me acordé de algunas magníficas páginas de Blaise Pascal, cristiano, que les leo:
«Año de Gracia de 1654, lunes 23 de noviembre, día de san Clemente papa y de otros mártires, vigilia de san Grisógono mártir y de otros, desde las 10,30 aproximadamente hasta la noche, las 00,30. Fuego, de Dios de Abraham, de Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos y los doctos, fortaleza, gozo, paz, Dios de Jesucristo, Deum meum et Deum vostrum. El tuyo será mi Dios, olvido de todo menos de Dios, se le halla sólo por los caminos enseñados por el Evangelio, “grandeza del alma humana, Padre justo. El mundo no te ha conocido, ni yo te he conocido, que no me separen de Él por la eternidad, entre llantos de gozo me he separado de él: dereliquerunt me fontem aquae vivae, no me abandonarás; esta es la vida eterna: que te reconozcan a ti como único Dios y como aquel que ha enviado a Jesucristo”: “Me he separado de él, he escapado de él, he renegado de él, le he crucificado: que no me separen de él, a él se le conserva sólo por los caminos enseñados por el Evangelio, en gozo por la eternidad, por un día de ejercicio sobre la tierra…».