Home > Archivo > 11 - 2003 > La inculturación en el primer milenio
HISTORIA DE LA IGLESIA
Sacado del n. 11 - 2003

La inculturación en el primer milenio


Bruno Luiselli, profesor de literatura latina, explica en su último libro cómo el cristianismo se difundió durante los primeros siglos entre los iletrados y los pobres, hablando su lenguaje y mediante su cultura. Desde el principio la dinámica de la inculturación fue una exigencia obvia, aunque no teorizada. Entrevista


por Paolo Mattei


Los mártires Gervasio y Protasio presentan los oferentes a san Ambrosio, lado este del ciborio (siglo X), Basílica de San Ambrosio, Milán

Los mártires Gervasio y Protasio presentan los oferentes a san Ambrosio, lado este del ciborio (siglo X), Basílica de San Ambrosio, Milán

El profesor Bruno Luiselli llama «edad romano-bárbara» al periodo que va del siglo V al siglo VIII d. de C. en Europa occidental. Siglos de cambios epocales, de fronteras violadas, de emigraciones masivas y violentas de poblaciones nómadas y paganas a los territorios del antiguo Imperio romano. Siglos que desde siempre se han metaforizado en la imagen del ocaso, con su natural consecuencia de noche del silencio cultural y humano. «Yo, en cambio, he estudiado siempre este periodo con la mirada puesta en su futuro y no en su pasado. Considero esta edad desde un punto de vista no retrospectivo, sino perspectivo», explica a 30Días Luiselli, profesor de Literatura latina de la Universidad La Sapienza de Roma y docente del Instituto patrístico “Augustinianum”. La mirada “perspectiva” del profesor permite observar mejor la riqueza de los frutos que durante los siglos de la edad romano-bárbara maduraron en la Europa occidental en términos de crecimiento humano y cultural. En su último libro, La formazione della cultura europea occidentale (Herder, Roma, 2003). Luiselli sigue las etapas de esas grandes transformaciones. Y pone especial atención en el proceso de evangelización de los pueblos del área del Imperio y de los llamados bárbaros, utilizando categorías sociológicas de reciente acuñación como “inculturación” y “aculturación”. Le hemos hecho algunas preguntas.

¿Qué sentido tiene hablar de inculturación en los primeros siglos del cristianismo?
BRUNO LUISELLI: Inculturación es un término que constituye una conquista de hoy, sobre todo a partir del Concilio ecuménico Vaticano II. Es esa dinámica mediante la cual el mensaje evangélico y la doctrina cristiana entran en las lenguas y en las culturas locales, se inculturan, para llegar adecuadamente a los destinatarios del mensaje mismo, de la doctrina misma. Desde hace muchos años florece en torno a la inculturación una rica bibliografía; se celebran congresos y se teoriza mucho sobre ella. Así que me he preguntado: una dinámica de este tipo, si bien no era teorizada como ahora, ¿estaba ausente en el cristianismo antiguo, en la Iglesia antigua? He comenzado a reflexionar y me he dado cuenta de que muchos aspectos y dinámicas del cristianismo de los primeros siglos eran inculturación. No se teorizaba sobre la inculturación, pero era una exigencia obvia. Y, por tanto, he decidido escribir esta historia de la cristianización en el mundo romano y entre las poblaciones llamadas bárbaras, germánicas y celtas.
Explica usted que una de las primeras manifestaciones de inculturación se encuentra en el discurso de Pablo a los atenienses en el Areópago.
LUISELLI: Sí, es el episodio que se lee en los Hechos de los Apóstoles 17, 22-31. Pablo es el primero que enuncia la asunción de elementos de cultura pagana por parte del cristianismo, el altar al dios desconocido y el verso del poeta-filósofo griego Arato: «de ese dios nosotros somos el linaje». El Apóstol proclama que ese altar que los paganos han dedicado al dios que no conocen, lo han levantado sin saber al verdadero Dios. Pablo enuncia, por tanto, la asunción de realidades paganas para utilizarlas en el anuncio cristiano. Pero hay que decir que la inculturación en la historia del cristianismo se manifiesta antes del discurso del Areópago. La primera vez se realiza en la Encarnación misma, cuando la Palabra, con mayúscula, Dios, asume la naturaleza humana y se expresa con la palabra del hombre, en el tiempo, lugar y cultura concretos en que Jesús vivió: «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros», dice san Juan.
¿Quiénes son los destinatarios de la inculturación cristiana de los primeros siglos?
LUISELLI: En primer lugar, los pobres. En Mateo 11,5 leemos que «se anuncia a los pobres la Buena Nueva». Y los destinatarios de la primera bienaventuranza (Mt 5,3) son «los pobres de espíritu» que, en mi opinión, son precisamente los pobres, los que no poseen riquezas. Lo confirma la bienaventuranza paralela, la de Lucas 6,20, que dice simplemente «bienaventurados los pobres». Es más, la especificación «de espíritu» subraya, pienso, la condición que no permite a los pobres la arrogancia y el dogmatismo típicos de las clases económicamente dominantes.
¿Cómo se expresa esta preferencia por los pobres en la evangelización del mundo romano?
LUISELLI: Los pobres, las masas iletradas, son el componente mayoritario de la sociedad antigua. El mensaje cristiano se incultura entre los pobres, entre las masas iletradas, hablando con su lengua y con su cultura. En mi libro hago ver cómo el latín, mediante el cual se expresa el mensaje cristiano en el momento en que se dirige a las masas del mundo romano, es un latín humilde, degradado. Por eso los intelectuales paganos fruncen el entrecejo. Los apologistas cristianos responden a sus críticas con una magnífica toma de postura antigramatical y antipurista. Como explica Arnobio: «¿Acaso es menos verdad lo que se dice si se cometen errores de número o de caso o de preposición o de participio o de conjunción?». San Agustín muestra en su predicación el deseo de que los humildes destinatarios de sus palabras le entiendan: «¿Qué nos importan las pretensiones de los gramáticos? Es mejor que nos comprendáis mientras proferimos barbarismos y no que os abandonemos mientras hablamos con elocuencia»; o también: «Es preferible ser reprendidos por los maestros de gramática antes que no ser comprendidos por la gente».
Pero por su naturaleza el mensaje cristiano está dirigido a todos…
LUISELLI: Desde luego. De la redención no están excluidas las clases altas, la intelectualidad romana. Por tanto, el mensaje cristiano se expresa también mediante la cultura de la intelectualidad aristocrática. Al respecto no hemos de olvidar que el cristianismo aun siendo “religión de la Tradición” es también “religión del Libro”. Los apóstoles de Cristo y sus sucesores han llevado a todo el mundo tanto la Tradición oral como el Libro, es decir, el corpus de textos testamentarios viejos y nuevos. Los intelectuales cristianos para leer y comprender el Libro por excelencia consideraban cómodos y útiles los instrumentos de lectura que les ofrecía la tradición escolástica romana y helenística. La cultura profana greco-romana y helenística se encontraba de este modo con la cristiana. Constituían la cultura profana la gramática, la retórica y la dialéctica; la aritmética, la geometría, la música y la astronomía, es decir, los dos conjuntos de materias, las artes liberales, que posteriormente, ya a partir de la última antigüedad y luego durante toda la Edad Media, se llamarán el “trivio” y el “cuadrivio”. Este es otro tipo de inculturación, que se da totalmente dentro del mundo romano. Cuando el mensaje cristiano se dirige a la intelectualidad pagana usa un lenguaje apropiado, sirviéndose del bagaje retórico tradicional, como se ve, por ejemplo, en la literatura de defensa del credo cristiano contra los ataques de esa misma intelectualidad. Muchos cristianos fueron discípulos de maestros paganos y ellos mismos fueron luego maestros de gramática y retórica con discípulos paganos. De este modo el cristianismo asimiló y salvo el producto más prestigioso del paganismo: gran parte de la cultura clásica y la escuela. En síntesis, podemos decir que la inculturación de la doctrina evangélica en el mundo romano fue asunción y valorización, por parte cristiana, de dos diversas culturas expresivas propias de ese mundo: de la humilde de las masas, a las que principalmente estaba dirigido el mensaje cristiano, y de la elevada de la aristocracia culta.
¿Qué sucede entre las poblaciones bárbaras del mundo occidental?
LUISELLI: El cristianismo se difundía según la misma dinámica de inculturación también entre los pueblos germánicos y entre los pueblos celtas, con el uso de las lenguas y de las culturas locales cuando trata de expresarse al nivel de las masas de los pobres. Cuando, en cambio, había que explicar el Libro por excelencia, no era posible hallar aquí la tradición expresiva culta y la doctrina gramatical y retórica presentes en el mundo romano. Entonces se hizo necesario introducir en las vertientes extrarromanas los mismos instrumentos interpretativos del texto escriturario. Así pues en las vertientes no romanas la inculturación de segundo nivel, del nivel más elevado, se transformaba en “aculturación” en sentido romano. Por tanto, la dinámica de la inculturación, utilizando las lenguas y las culturas locales, legitimaba y valorizaba esas mismas lenguas y culturas favoreciendo el nacimiento de las literaturas nacionales en lengua vulgar. Mientras que la dinámica de la aculturación en sentido romano creaba la koiné intelectual de formación romana capaz de escribir y hablar en latín.
San Agustín dictando a un clérigo, Homiliario de Egino (Codex Egino), finales del siglo VII, Biblioteca nacional, Berlín

San Agustín dictando a un clérigo, Homiliario de Egino (Codex Egino), finales del siglo VII, Biblioteca nacional, Berlín

También dentro del Imperio había, especialmente entre los pobres, gente que no conocía el latín. ¿Cuál era la dinámica de inculturación en este caso?
LUISELLI: Sí, dentro del mundo romano había enclaves de resistencia a la romanización y por tanto de resistencia lingüística a la consiguiente latinización. Algunos obispos sensibles se esforzaban por utilizar las lenguas y las culturas de estos pueblos que hoy definimos “alóglotas”: grupos que formaban parte del mundo político-institucional romano pero que todavía no habían asimilado la cultura romana, y no sabían expresarse en latín. Un ejemplo es el del África romana, para cuya evangelización es importante tener en cuenta el testimonio de Agustín. Para llegar a las poblaciones rurales, Agustín consideraba oportuno que se predicara en lengua púnica, hoy diríamos, más científicamente, en lengua “neopúnica”. Agustín no era capaz de predicar en esta lengua, aunque conocía algunos elementos. Se servía entonces de un diácono suyo, Lucilo, que hablaba el púnico. Para Agustín era tan importante la colaboración de este diácono que se negó a cedérselo al obispo de Sitifi, hermano carnal de Lucilo, que se lo había pedido. Agustín deseaba dirigirse a este humillimum vulgus, y él mismo nos ha dejado testimonio de que, además de las predicaciones, se compusieron psalmi abecedarios en lengua púnica destinados a la instrucción cristiana.
¿Cómo se difundía el cristianismo entre los pueblos no romanos?
LUISELLI: La de los primeros siglos fue una cristianización no oficial, no organizada desde arriba. Las ocasiones eran varias. Los prisioneros, por ejemplo. Los cristianos que durante las correrías de los bárbaros eran capturados se imponían a la atención de sus amos que quedaban fascinados por su humanidad buena y positiva. Esta dinámica está documentada ya en la segunda mitad del siglo III. Nos lo dice claramente un poeta cristiano muy interesante Comodiano, cuando habla de godos paganos invasores que dan de comer a cristianos prisioneros. Otro canal eran los mercaderes, protagonistas de contactos entre el mundo romano “intralimítrofe” –dentro de las fronteras del Imperio– y el mundo “extralimítrofe” –más allá de las fronteras del mundo romano–. Nos habla de ello Tácito. No se trataba de una cristianización culta ni organizada. Se trataba más bien de encuentro entre personas comunes, gente del pueblo. Por tanto, para sintetizar: en la vertiente gótica, en la germánica –tanto más allá del Rin como en ámbito británico, es decir, entre los anglosajones– y en la vertiente céltica, es decir, en el extremo Occidente de Bretaña y en Irlanda, he podido constatar que las primeras semillas de cristianismo fueron difundidas precisamente por personas humildes. Así nacían los primeros creyentes. La Iglesia oficial llegaba siempre en un segundo momento, es decir, cuando sabía de esta presencia de creyentes en el mundo romano. Entonces se creaban los obispos ad hoc que eran enviados como pastores.
En su libro trata la historia de la cristianización hasta el siglo IX. En el 813 se celebró el Concilio de Tours, que en cierto sentido fue la “oficialización” de la inculturación cristiana…
LUISELLI: El Concilio de Tours es un cambio epocal, un momento fundamental. En el canon 17 los padres conciliares establecen que los textos de predicación heredados de la gran tradición patrística cristiana anterior no se repitan en latín sino en «rusticam Romanam linguam aut Theodiscam, quo facilius cuncti possint intellegere qua dicuntur», es decir, en la lengua rústica “romana”, o en la lengua “alemana” para que todos puedan comprender más fácilmente lo que se dice. Se trata del reconocimiento de los dos grandes componentes geoculturales que formaban el imperio de Carlomagno: el mundo que había sido romano, el mundo románico, de tradición latina, hasta la región del Rin; y el mundo germánico, de la región del Rin en adelante. En el Concilio de Tours había obispos de ambas partes. En la vertiente románica la predicación se haría, desde ahora en adelante, en lengua “romana” pero “rústica”, es decir en las hablas que descendían del latín; en la otra parte, en las hablas germánicas. Estas dos grandes realidades geopolíticas –la romance ex gálica, hoy francesa, y la germánica– se convertirían en las naciones protagonistas de la historia de Europa y del mundo.


Italiano English Français Deutsch Português