Siria y Oriente Medio
La vista oficial a Siria del presidente de la República italiana, Giorgio Napolitano, el pasado 18 de marzo, se enmarca en una obra de larga tradición de amistad y cooperación entre Italia y Siria, un país clave para Oriente Medio, el cual es sin duda alguna el área donde se concentran más contrastes y preocupaciones
Giulio Andreotti
El presidente italiano Giorgio Napolitano con el presidente sirio Bashar el Assad en Damasco, el 18 de marzo de 2010
[© Associated Press/LaPresse]
Contrastes que hasta hace algunos años parecían insuperables y que hoy, en ciertos momentos, dejan entrever débiles esperanzas de solución, que han de respaldarse a toda costa, so pena de que las situaciones y los conflictos sigan deteriorándose.
Ya sea por su posición geográfica como por algunas características de sus habitantes únicas en el mundo, Siria ejerce una notable influencia en los equilibrios de Oriente Medio. Tiene tanto peso que a veces desde el exterior, con visión sin duda miope y llena de prejuicios, se le han achacado injustamente influencias y complicidades con fenómenos subversivos, que, por el contrario, habría que comprender mejor cómo, dónde y por qué nacen.
También yo, que he realizado varios viajes a Siria, cada vez que atravesaba la frontera advertía su gran tradición. Una vez, por ejemplo, me asombró la larga descripción que me hizo el presidente sirio Hafiz el Assad de la figura de san Marón, extrañado de que yo, católico, lo conociera tan poco. En junio se cumplirán diez años de la muerte de este gran estadista que hablaba poquísimo, pero que en las palabras que decía condensaba tanta sabiduría comunicativa que uno se quedaba encantado.
El Parlamento sirio introdujo inteligentemente una modificación a la Constitución que permitía que el hijo de Assad, Bashar, sucediera a su padre. De Hafiz el Assad conservo muchos recuerdos, entre ellos su disponibilidad a la hora de ayudarnos a salir del delicado asunto de la nave Achille Lauro: aunque hubiera preferido no verse implicado, me dijo que estaba dispuesto a aceptar la petición de los terroristas de desembarcar en Siria. Los EE UU, sin embargo, temiendo que los terroristas se esfumaran tras poner pie en tierra siria, se opusieron a la solución. Todos conocemos el trágico epílogo.
Precisamente en tema de relaciones con los Estados Unidos recuerdo la decepción de Assad cuando Washington alentó un acuerdo entre Líbano e Israel. No sólo porque hay raíces profundas que unen a Siria con Líbano –raíces que quizá el tiempo atenúa pero que no puede cancelar y que explican la influencia estabilizadora siria en el país de los cedros–, pero también porque Assad siempre estuvo convencido de que la paz con los israelíes tenía que ser simultánea con todos los vecinos (palestinos, Líbano, Jordania y Siria). «No quiero terminar como los Horacios y los Curiacios», me dijo antes de la Conferencia de Madrid de 1991, en la que aceptó participar pese a su escepticismo sobre las posibilidades reales de que de ella saliera un camino positivo. Lo que pasó después hizo que quienes –no entendiendo en aquel momento lo que estaba sucediendo– se comportaron con soberbia, opinando apresuradamente sobre Assad y Siria, pudieran cambiar sus puntos de vista. El haber abandonado la simultaneidad buscada por Assad fue consecuencia de esa miopía tan generalizada que nos impide ver bien situaciones que necesitan no solamente una vista perfecta, sino también grandes orejas para oír mejor. Luego, como suele pasar cuando nos damos cuenta con retraso de los errores, se buscan parches, inútiles, porque llegan cuando la situación ha vuelto a cambiar otra vez.
Giulio Andreotti con el ex presidente sirio Hafiz el Assad en Damasco, febrero de 1988
El presidente Napolitano, en su declaración a la prensa que siguió al encuentro con el presidente Bashar el Assad, no solo recordó el papel de Siria en el proceso de paz de Oriente Medio, sino también el compromiso de Italia y la Unión Europea en la devolución de las alturas del Golán a Siria, la necesidad de afrontar la gravísima situación humanitaria que se ha creado en Gaza y la aportación de Siria a la solución negociada del problema nuclear iraní. Este último pude tener repercusiones positivas por la decisión de Estados Unidos y Rusia de sentarse para estudiar una drástica reducción de los arsenales nucleares. Hemos de acostumbrarnos cada vez más a la interdependencia de los hechos que ocurren en el mundo: nunca existe un lugar donde puede desarrollarse un proceso o un acontecimiento sin que tenga consecuencias en los vecinos y a veces en los que están más lejos. Tampoco faltó una alusión de Napolitano a las preocupaciones que despiertan las recientes decisiones del gobierno israelí de comenzar nuevas construcciones y crear otros asentamientos en Jerusalén Este. Las consecuencias pueden ser graves, pero, aunque se nos ocurre pensar que en Israel existen algunas personas que no desean la paz, sigo siendo de la opinión de que solo en la paz puede encontrar respuesta el interés efectivo de la gente. Y de que la mayoría de los israelíes piensa de este modo. Hechos como éste, sin embargo, demuestran que no hay alternativa al camino justo y subrayan la importancia del proceso de paz, porque si las cosas no van por el camino justo, por largo y difícil que éste sea, pueden degenerar rápidamente.