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IGLESIA
Sacado del n. 02/03 - 2010

Litterae communionis entre Roma y Baoding


Una carta del cardenal Tarcisio Bertone hace públicas las indicaciones y las sugerencias del Papa con relación al caso de Francisco An Shuxin, el obispo coadjutor de Baoding acusado de traición por algunos sacerdotes de su diócesis por haber decidido salir de la clandestinidad. Benedicto XVI invita a todos a seguir el camino de la reconciliación. Y mientras tanto confirma a monseñor An en la dirección pastoral de la diócesis, aunque el obispo haya aceptado un cargo en la Asociación patriótica local de los católicos chinos, instrumento de la política religiosa del gobierno


por Gianni Valente


El Papa Benedicto XVI con algunos chinos procedentes de Pekín, el 25 de mayo de 2005

El Papa Benedicto XVI con algunos chinos procedentes de Pekín, el 25 de mayo de 2005

Cuando surgen disputas y cuestiones entre los hijos de la Iglesia, es normal que todos miren hacia el obispo de Roma, aunque esté lejos físicamente. Quizá sólo buscan el veredicto del juez imparcial, que sepa dirimir razones y sinrazones justamente, y en cambio se encuentran con algo mejor.
Es lo que les ha ocurrido recientemente a los sacerdotes, religiosos y fieles laicos de la comunidad católica china de Baoding, en la provincia de Hebei.
Allí, desde hace unos años, los corazones se dividían en torno al caso de Francisco An Shuxin, el obispo ordenado clandestinamente (es decir, sin el placet de la política religiosa del gobierno chino) que desde 2006, después de diez años de prisión y aislamiento, decidió salir de la clandestinidad y ejercer su ministerio pastoral como obispo coadjutor fiel al Papa y también respetando los procedimientos y vínculos impuestos por el gobierno. Todo esto mientras el otro obispo “clandestino” Santiago Su Zhimin, primer titular de la diócesis, resulta hasta hoy en paradero desconocido, desde que en 1996 se lo llevaran los aparatos de policía.
Desde el principio, una parte de los sacerdotes del área clandestina consideró la decisión del obispo An como un cambio de chaqueta, llegando a poner en entredicho la legitimidad de su autoridad episcopal. Las polémicas y los reproches alcanzaron su fase más virulenta en la segunda mitad de 2009, cuando los opositores de monseñor An publicaron como una prueba de su presunta “traición” su disponibilidad para aceptar un cargo en las estructuras diocesanas de la Asociación patriótica.
Mientras crecía la controversia, la comunidad católica de Hebei recibió en diferentes momentos indicaciones y sugerencias procedentes de la Sede apostólica, cuyo objetivo era poner freno al contagio venenoso del desgarro y de la duda. La última, la más reciente y autorizada invitación a la reconciliación es del Papa: una carta enviada desde el Vaticano a la monseñor Francisco An con la que Benedicto XVI confirma la autoridad episcopal de éste y hace votos para que todos los sacerdotes diocesanos la reconozcan, a pesar del cargo que el obispo ha asumido en la Asociación patriótica.

«Querido hermano obispo»
La carta, escrita en nombre del Papa por el secretario de Estado Tarcisio Bertone, lleva la fecha del 10 de febrero de 2010 y el número de protocolo 696/10/RS. Se trata de una respuesta a la carta que el mismo Francisco An envió a Benedicto XVI el 12 de noviembre de 2009, en la que el obispo sometía su caso al Papa solicitándole indicaciones concretas sobre lo que tenía que hacer. En las primeras líneas Bertone refiere la estima el Papa por los «sentimientos de fidelidad a Cristo y a la Iglesia y la devoción filial al sucesor de Pedro» manifestados por el obispo An en su carta. Luego transmite las indicaciones del Papa en relación a las vicisitudes convulsas de la diócesis.
Benedicto XVI, a través de Bertone, hace saber que sigue con «gran atención» la vida de la Iglesia en China, con respecto específicamente a las comunidades diocesanas «que viven en situaciones especialmente difíciles». El Papa dice que está «espiritualmente cercano» al obispo An y envía una bendición especial al obispo Su Zhimin (que es citado cuatro veces en el nuevo mensaje papal), de quien se recuerda la situación de segregación que le impide ejercer su ministerio episcopal a favor del pueblo confiado a su cura pastoral.
En la parte central, la carta se detiene directamente en las decisiones del obispo An que más críticas han recibido de una parte del clero de la diócesis, y con palabras inequívocas aclara las dudas aún no resueltas.
Una de las principales acusaciones contra An era su decisión de concelebrar una misa con Juan Su Changshan, obispo “oficial” de Baoding, reconocido como tal por el gobierno pero no por la Sede apostólica. Respecto a ese episodio, la carta afirma que «ahora todos pueden saber que esto sucede porque su excelencia sabía que el obispo Su Changshan deseaba ardientemente y había pedido con insistencia la comunión plena con el Santo Padre». Se menciona también las cartas que envió Su Changshan a la Santa Sede con las que –se explica– el obispo ilegítimo afirmaba que su ordenación episcopal sin mandato apostólico había tenido lugar contra su voluntad, y refería su aflicción por la situación en la que se veía. «Este caso», hace saber el secretario de Estado en nombre del Papa, «ha de considerarse cerrado».
A continuación, la carta pontificia toca el punto doloroso del papel que el obispo An ha aceptado asumir como vicepresidente de la Asociación patriótica diocesana. Con un matiz nada insignificante, el texto no cita ninguna «inscripción» de An en el organismo patriótico, visto que el obispo se ha limitado a aceptar verbalmente el cargo que le propusieron. La carta de Roma hace saber que la Santa Sede conoce las cuestiones y las dificultades «delicadas y complejas» suscitadas por dicho caso. Las líneas-guía que ofrece el texto enviado desde el Vaticano son claras y concretas: «En su situación específica», escribe Bertone en nombre del Papa, «se debería haber evitado una decisión de este tipo. Sin embargo, en las circunstancias actuales parece preferible que su excelencia no renuncie por su propia iniciativa a la posibilidad que tiene hoy de actuar de manera oficial y acompañe y guíe a todos sus sacerdotes, tanto oficiales como clandestinos». En la carta enviada por el Vaticano se asegura que la Sede apostólica continuará siguiendo la situación de Baoding, y ante otros acontecimientos significativos no dejará al obispo An sin criterios prácticos de orientación. «Mientras tanto», se recomienda en la carta, con una alusión dirigida implícitamente a toda la diócesis de Hebei, «la Santa Sede cuenta con la obediencia que todo el clero de Baoding le debe a usted, en ausencia del obispo Su Zhimin». En la parte final, el cardenal Bertone pide que se den a conocer a la comunidad católica de Baoding las indicaciones del Papa, «de la manera que usted considere más apropiada». Por esto, desde la segunda semana de marzo, la versión íntegra del texto apareció en chino e inglés en la página web de la diócesis.

Francisco An Shuxin, obispo coadjutor de Baoding [© Ucanews]

Francisco An Shuxin, obispo coadjutor de Baoding [© Ucanews]

Ni vencedores ni vencidos
Con las sugerencias e indicaciones contenidas en la carta del 10 de febrero al obispo y a la diócesis de Baoding, se han guen siendo gestionados por esos organismos “patrióticos” inspirados por el Partido, los cuales, ajenos a la estructura de la Iglesia, pretenden desempeñar un papel-guía en la vida de la comunidad eclesial. Por ello, en casos concretos, y «después de reafirmar los principios», se dejaban las decisiones operativas «a cada obispo que, después de escuchar a su presbiterio, está en condiciones de conocer mejor la situación local, sopesar las posibilidades concretas de opción y valorar las eventuales consecuencias dentro de la comunidad diocesana» (Carta de Benedicto XVI a los obispos, a los presbíteros, a las personas consagradas y a los fieles laicos de la Iglesia católica en la República Popular China, cap. 7). El Papa también tenía en cuenta que las decisiones del obispo pudieran no encontrar el consenso de todos los sacerdotes y fieles. En este caso, manifestaba su esperanza de que dichas decisiones sean acogidas, «aunque fuera con sufrimiento», para mantener la unidad de la comunidad diocesana con su propio pastor.
Precisamente el punto controvertido de las relaciones del obispo An con la Asociación patriótica le ofrece la ocasión también a la Santa Sede de atenerse a las orientaciones expuestas por el Papa en la Carta de mayo de 2007. En la compleja situación pastoral de Baoding la participación directa del obispo en el organismo patriótico ha encendido de nuevo el malestar y las protestas entre esos sacerdotes y fieles clandestinos que ya criticaban su decisión de salir de la clandestinidad, y en la carta del 10 de febrero está escrito que dicha participación «se debería haber evitado». Pero una vez que el obispo ha decidido aceptar el cargo de vicepresidente de la Asociación patriótica diocesana, la Sede apostólica toma nota de su decisión y no le pide que vuelva atrás. La «presencia» del obispo An en los organismos patrióticos no deslegitima su autoridad episcopal ante la Santa Sede. No se plantean artificiosas contraposiciones dialécticas entre los principios doctrinales y las decisiones pastorales que algunos se empeñan en presentar como formas de concesión cobardes y reprobables respecto a las pretensiones ilegítimas del gobierno. En cambio, en la carta escrita por Bertone en nombre del Papa se le sugiere a An que no salga por su propia iniciativa de la situación en la que se ha metido, que ahora le permite ejercer públicamente su papel de guía y acompañante para todos los sacerdotes de la diócesis, «tanto oficiales como clandestinos».
Con estas indicaciones, se deja entrever toda la eficacia potencial y congruencia pastoral de los criterios expuestos en la Carta a los católicos chinos de 2007, cuando se aplican operativamente a las condiciones determinadas. Este texto confiaba a los obispos el discernimiento sobre cómo moverse en las situaciones locales, teniendo en cuenta los contextos y las circunstancias. El obispo An se ha movido dentro de los criterios y las posibilidades contempladas en la Carta papal de 2007. Y la Santa Sede, ateniéndose en los hechos a esa colegialidad apostólica que es también hacerse cargo de responsabilidades compartidas, le renueva su propia confianza, lo confirma en su autoridad episcopal e invita a todos a seguirlo, incluso a los que hasta hoy no comparten las decisiones del obispo.
La misma confianza delicada y cordial se les dedica a los críticos que hasta ahora han manifestado con más energía su oposición al obispo An, hasta llegar casi a rechazarlo como pastor de la diócesis. En la carta de febrero no hay ninguna huella de reproche contra ellos, no hay ningún diktat. El Papa solamente hace saber que él cuenta con su sensus Ecclesiae: también aquellos que en el pasado padecieron más persecuciones a causa de su fe, y quizás ahora les cuesta más acoger las decisiones del obispo, serán ayudados por esa misma fe a aceptar con el tiempo la nueva situación.
Así, con alusiones, las indicaciones propuestas de nuevo en la carta enviada a Baoding por la Sede apostólica dejan entrever también de dónde puede venir un posible nuevo inicio para la atormentada diócesis de Hebei. No se trata de intentar falaces balances de las sinrazones y de las razones, para establecer quién ha ganado y quién ha perdido, como sucede en las disputas del mundo: entre otras cosas porque no hay nunca vencedores sino solamente vencidos en las desviaciones sectarias que quizás en nombre del intransigente apego a las propias convicciones acaba por desgarrar la comunión y complicar el acceso de los fieles a los medios de la vida de gracia. En cambio, es precisamente la naturaleza sacramental de la Iglesia lo que puede traslucir en las relaciones entre sus miembros, incluidas las relaciones entre el obispo y sus sacerdotes. Y puede favorecer en el tiempo, con paciencia, sin inútiles presiones exteriores, ese milagro de la reconciliación que puede pasar sólo a través de los corazones y de las conciencias de cada uno, abrazando a todos y perdonándolo todo. De modo que sea más fácil para todos los cristianos de Baoding «vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad», como escribió san Pablo en su primera Carta al amigo Timoteo.


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