Home > Archivo > 02/03 - 2010 > La carta enviada por la priora del Carmelo de Gallipoli a Lisieux
EL MILAGRO DE GALLIPOLI
Sacado del n. 02/03 - 2010

La carta enviada por la priora del Carmelo de Gallipoli a Lisieux


Reproducimos el texto de la carta enviada por la priora del Carmelo de Gallipoli, la madre María Carmela del Corazón de Jesús, a Lisieux, dirigida a la madre Inés, hermana de santa Teresa del Niño Jesús


por madre María Carmela del Corazón de Jesús


La carta autógrafa de la madre Maria Carmela, priora del monasterio de las carmelitas descalzas de Gallipoli, a la madre Inés, con la narración del milagro; a la derecha, un retrato de la madre María Carmela del Corazón de Jesús

La carta autógrafa de la madre Maria Carmela, priora del monasterio de las carmelitas descalzas de Gallipoli, a la madre Inés, con la narración del milagro; a la derecha, un retrato de la madre María Carmela del Corazón de Jesús

Carmelo de Gallipoli, 25 de febrero de 1910
Muy reverenda madre Inés de Jesús:

Que la gracia del Espíritu Santo sea siempre en su reverencia. Amén.
Le pido perdón por el involuntario retraso en responder a sus dos apreciadísimas cartas. Muchas circunstancias me han hecho descuidar este sagrado deber, y usted, tan buena, sin duda me compadecerá.
¡Imagínese con cuánto afecto he leído sus escritos y lo afortunada que me siento de poderme encomendar a las oraciones de una hermana de la queridísima sor Teresa del Niño Jesús, mi íntima confidente! Esta Alma hermosa, aunque está en el cielo, goza en venir y hacer el bien en esta tierra, especialmente a las almas pecadoras, así pues no se asombre, mi reverenda madre, si la querida sor Teresa, cual Ángel intercesor ante el Corazón de Jesús, se ha dignado regalarnos un milagro en nuestro monasterio, sirviéndose del ser más abyecto de esta santa comunidad […]. Le mando, pues, la relación en italiano que desea, pero consérvela usted privadamente, pues en Roma existe un gran documento con la firma no solo de todas las hermanas, sino también del ilustrísimo monseñor obispo y de una Comisión de reverendos entre quienes está también la de un santo padre de la Compañía de Jesús.
La noche anterior al día 16 de enero del presente año la pasé algo mal con sufrimientos físicos; cuando daban las tres, casi agotada, me incorporé sobre la cama como para refrescarme y me quedé dormida. En sueños me pareció que me tocaba una mano, que tirando de la colcha me cubría con cariño. Creí que había venido una hermana mía a hacerme la caridad, y sin abrir los ojos dije: “Déjame, no me airees, voy [estoy] muy sudada, esto no es bueno, siento como si me faltara la vida”. Entonces una voz desconocida me dijo: “No, hija mía, es cosa buena y no te quita la vida”. Siguió cubriéndome y añadió sonriendo: “Escucha, el Señor se sirve de los Celestes como de los terrestres, aquí tienes quinientas liras con las que pagarás las deudas de la comunidad”. Y al responderle yo que la deuda de la comunidad era de trescientas liras, respondió: “Entonces las otras sobrarán; pero tú no puedes tenerlas aquí en la celda, ven conmigo”. Yo sin responder pensaba: “¿Cómo voy a levantarme si estoy completamente sudada?”. Y penetrando inmediatamente en mi pensamiento, añadió sonriendo: “Sucederá la bilocación”. Y ya me vi fuera de la celda en compañía de una joven hermana carmelita, de cuya ropa y velo salía una luz de Paraíso que nos servía de escolta. Me llevó abajo, a la habitación del torno, me hizo abrir una cajita donde estaba la nota de la deuda de la comunidad y me entregó las quinientas liras. Yo la miré con gozosa maravilla y me postré para darle las gracias diciéndole: ¡Santa Madre mía! Pero me levantó y acariciándome con cariño me dijo: “¡No, hija mía, no soy nuestra Santa Madre, soy la sierva de Dios sor Teresa de Lisieux...! ¡Hoy se festeja en el Cielo y en la tierra el santo Nombre de Jesús!”. Yo, conmovida, trastornada, no sabiendo qué decir, le dije más con el corazón que con las palabras: ¡Madre mía! Estas continuas violencias... ¡no pude seguir diciendo más! Entonces la Celestial Hermana, colocándome la mano en mi velo como para ponerlo bien, y con una caricia fraternal, se alejó lentamente. Espere, dije yo, podría errar el camino. Y con una sonrisa angelical me dijo: “No, no, hija mía, mi camino es seguro, no me he equivocado!”.
Me desperté, me sentía algo cansada, pero dándome fuerzas me levanté, fui al Coro, a la Santa Comunión, etc.
Las hermanas me miraban y, viéndome tan destrozada, querían llamar al médico. Pasé por la sacristía y allí encontré a las dos sacristanas que querían obligarme a meterme en la cama y llamar al médico, para evitar todo esto les dije que en sueños había recibido una impresión que me había conmocionado un poco, y les conté todo con total ingenuidad. Estas dos hermanas me obligaron a ir a abrir la cajita, pero yo les respondí que no hay que creer en los sueños porque es pecado. Pero su insistencia fue tal que por pura complacencia fui a la rueda, abrí la cajita y... ¡encontré realmente la suma milagrosa de quinientas liras!
¡Le dejo imaginar el resto!
Mi reverenda madre, todas nosotras nos sentimos confusas por tanta condescendencia y anhelamos el momento de ver en los altares a la pequeña sor Teresa, nuestra gran protectora. ¿Me quiere mandar la vida de ese Ángel en lengua italiana? Se lo agradeceré inmensamente y le guardaré eterna gratitud. Le agradezco también de todo corazón la figurita que me ha mandado. Que el buen Dios la recompense abundantemente por tanta caridad.
Acepte los saludos más sentidos de toda la comunidad, que se encomienda a sus santas oraciones.
Y ahora permita que, de manera especial, yo encomiende a usted la pobre alma mía. Rezará usted mucho por mí, estoy segura. Considéreme como una hermana suya (¡aunque muy indigna!) ya que tengo los mismos años que su hermana celestial.
Saludo fraternalmente a su querida comunidad, mi buena madre, y créame en el Señor.
De su reverenda y humilde hermana y sierva,

sor María Carmela del Corazón de Jesús, rci

m"> Français Deutsch Português