EDITORIAL
Sacado del n. 05 - 2010

Mare Nostrum


Nuestra regla es que a la hora de relacionarnos con los demás no hemos de considerarnos ni superiores ni inferiores, sino mantener siempre el diálogo, que ha de ser muy respetuoso con nuestros interlocutores, pero también pedir por su parte apertura y actitud de confianza hacia nosotros. Somos un país mediterráneo, y las relaciones con los otros países que se asoman al Mare nostrum siempre han sido importantes


Giulio Andreotti


Giulio Andreotti y Muamar el Gadafi firman el acuerdo de cooperación Italia-Libia, Trípoli, junio de 1991

Giulio Andreotti y Muamar el Gadafi firman el acuerdo de cooperación Italia-Libia, Trípoli, junio de 1991

La tradición de Italia en cuanto a relaciones con los otros países se basa en la comprensión, la civilidad, la comunicación, sobre todo con los vecinos, con los que según una regla universal es más difícil llevarse bien que con los que están lejos.
Nuestra regla es que a la hora de relacionarnos con los demás no hemos de considerarnos ni superiores ni inferiores, sino mantener siempre el diálogo, que ha de ser muy respetuoso con nuestros interlocutores, pero también pedir por su parte apertura y actitud de confianza hacia nosotros.
Somos un país mediterráneo, y las relaciones con los otros países que se asoman al Mare nostrum siempre han sido importantes.
Con Libia, por ejemplo, la línea de comportamiento siempre ha sido la del respeto de las reglas de la ONU, pero dentro de este encuadre siempre hemos rechazado de entrada la enemistad y la demonización de Gadafi.
No es solo una cuestión de intereses económicos que defender, sino de huellas culturales sobre las que hemos de reflexionar, atestiguadas también por una larga tradición de emigración tanto en una dirección como en la otra de una población mixta cuyas exigencias no han de olvidarse.
Observando nuestra historia hallamos no solo raíces comunes y momentos de convergencia, sino también momentos de divergencia, que han creado problemas que todavía hoy hay que afrontar bilateralmente y que no pueden ser desatendidos. El Tratado de Amistad entre Italia y Libia de 2008 fue un paso más de un largo camino, iniciado hace muchos años, que nos permite mirar con esperanza al futuro con la convicción de que podremos superar cualquier inconveniente que pudiera surgir con la buena voluntad de ambas partes. Además no hemos de olvidar que la ubicación de Libia hace que, independientemente de cómo funcionen las cosas a uno u otro lado del Mediterráneo, la Al-Yamahiría árabe tendrá siempre su incidencia.
No es casualidad que Libia haya tenido siempre en estos años un papel de amortiguador frente a las tendencias fundamentalistas del área: porque es un pueblo que posee ciertas peculiaridades con respecto a los otros, lo cual ha impedido que arraigara el fundamentalismo y nos obliga a observarlos con atención. He subrayado en varias ocasiones que, significativamente, Gadafi fue el primero en emitir una orden de búsqueda y captura contra Bin Laden. Pero también su pensamiento social y religioso, expresado en el Libro verde, ha tenido su papel: recuerdo que ya con motivo de nuestro primer encuentro en 1978 (reunión pedida por Carter y Sadat para convencer a Gadafi a aceptar los acuerdos de Camp David, como confirmación de que a veces cierto diálogo que Italia mantiene con todos los países árabes es bienvenido) tuve la posibilidad de leer su Libro verde de teoría doctrinal de un socialismo religioso islámico, y me asombró cómo se subrayaba la atención que el individuo debe poner no solo con respecto a los otros individuos, sino frente a toda la colectividad. Una valorización del sentimiento asociativo y participativo aplicada en Libia que raramente he encontrado en otros textos.
No son nuevas las acusaciones contra Libia que saltaron a los periódicos el mes pasado a propósito de que no respeta los derechos humanos en su acción de control de la inmigración clandestina. Sin embargo, son acusaciones en las que veo cierto prejuicio hacia Gadafi, que impide observar el fenómeno con objetividad. Pero ni siquiera el propio Gadafi hace nada para impedir el odio hacia su persona; antes bien, a veces parece que hasta él mismo lo estimula en los medios de comunicación, o que se siente complacido. Pero he de decir que en todas las ocasiones en que me he reunido con él he tenido la impresión de que, pese a querer dejar siempre bien claro lo específico de su personaje, siempre buscaba con sus interlocutores puntos de encuentro, no solo de divergencia.


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