Home > Archivo > 08/09 - 2010 > Dignidad, fortaleza y sacrificio por el progreso de la patria
EDITORIAL
Sacado del n. 08/09 - 2010

Retrato de Konrad Adenauer

Dignidad, fortaleza y sacrificio por el progreso de la patria


La intervención de nuestro director en el XIV Congreso Internacional sobre el Sagrado Rostro que se celebró en la Universidad Pontificia Urbaniana el 9 y el 10 de octubre de 2010


Giulio Andreotti


Konrad Adenauer con motivo de la colocación de la primera piedra de la fábrica de automóviles Ford en Colonia, cuando era burgomaestre de la ciudad, en octubre de 1930 [© Associated Press/La Presse]

Konrad Adenauer con motivo de la colocación de la primera piedra de la fábrica de automóviles Ford en Colonia, cuando era burgomaestre de la ciudad, en octubre de 1930 [© Associated Press/La Presse]

Konrad Adenauer ha sido glorificado por la historiografía de tal manera que en cierto modo se ha hecho justicia con los reconocimientos que no tuvo en vida. No me gustaría, pues, hacer una biografía del estadista alemán que fue uno de los padres de la Europa unida, sino más bien tratar de hallar la característica esencial de este imponente personaje y decir algo de sus relaciones con Alcide De Gasperi.
Adenauer sigue siendo todavía hoy el símbolo de un carácter firme e intransigente, sin la menor indulgencia hacia el tacticismo que frecuentemente parece ser el instrumento primario de la acción política. Desde 1917 hasta 1933 fue el burgomaestre de Colonia, y estuvo al frente de la administración de la ciudad hasta que lo echaron los nacionalsocialistas, con los que no había querido llegar a ningún acuerdo. Fue el número uno de la “Lista blanca” de Alemania del ejército americano de liberación, y en 1945 fue de nuevo colocado en su cargo; tuvo, pues, que afrontar la reconstrucción de una gran ciudad semidestruida y con una población reducida de 760.000 a 32.000 personas. Sirvió como prueba para lo que después sería –tras cuatro años de ocupación aliada– la reconstrucción nacional; Adenauer inició inmediatamente un tipo de renacimiento en el que los factores morales se consideraban esenciales y en posición de reconocido privilegio. Y, ciertamente, si las bombas habían destruido hombres y cosas, más graves aún eran los daños espirituales que la larga dictadura hitleriana había causado en el alma germánica con el racismo, el odio, la ciega violencia, la soberbia hacia el resto del mundo.
Más aún: había cientos de miles de prófugos que se refugiaban en la Alemania occidental procedentes de las regiones que habían quedado bajo la influencia ruso-comunista, lo cual empeoraba todavía más las exigencias de la reconstrucción, creando además delicadísimos problemas de convivencia psicológica no menos arduos que los materiales.
Ante tareas tan enormes y arriesgadas, una parte importante de democristianos se mostraba partidaria de una coalición gubernamental con los socialistas democráticos: tanto más cuanto que en el primer gobierno federal no podía haber ni siquiera un ministro de Exteriores ni de Defensa. Parecía el momento adecuado para la unión de todas las fuerzas y de dejar a un lado las responsabilidades de partido frente a la nación.
Adenauer impuso su convicción contraria. Pensaba que el único medio para conseguir progresos en democracia y para acostumbrarse y acostumbrar a “razonar como demócratas” era tener un gobierno y una oposición, el uno contra la otra. Y si esto era válido en general, con mayor razón se imponía para Alemania, tan necesitada de ser y parecer democrática, si quería reconquistar crédito ante las demás naciones.
El resultado de la actividad política de Adenauer y de sus gobiernos permanece en la historia con indicios que nadie puede seriamente infravalorar. La economía productiva de la República Federal llegó a tales niveles que no había país que no la apreciara y, en algunos casos, la temiera. Los democristianos alemanes demostraron entonces que sabían crear trabajo –llevando a la práctica la revalorización del hombre como riqueza– no solo para sus propios ciudadanos sino para millones de inmigrantes extranjeros, circunstancia sobre la que no se abunda lo suficiente.
También fue importante el desarrollo cultural, mientras que la conciencia democrática de los alemanes se volvió sólida y responsable.
Adenauer sabía mirar al futuro con una agudeza extraordinaria. Fue así como se encontró constructivamente con De Gasperi, el cual colaboró con eficacia en la recuperación de las relaciones franco-alemanas invirtiendo completamente la tendencia de las históricas rivalidades y enemistades. La silenciosa mediación en el Saar, el feliz nacimiento del plan Schuman para la Comunidad del Carbón y del Acero, la idea –por desgracia fue abortada por Francia– de una comunidad europea de defensa, la OTAN: son algunas de las etapas sobre las que las aspiraciones y la voluntad de los dos grandes democristianos de la posguerra encontraron una fructífera convergencia.
Para no caer en inexactitudes, la idea europea de Adenauer no coincidía completamente con la de De Gasperi, pues el canciller partía de una plataforma de unión franco-alemana de la que podían formar parte también Italia, Inglaterra y el Benelux. De Gasperi, por su parte, estaba completamente a favor de la absoluta igualdad y la integración supranacional comunitaria.
Abajo, de izquierda a derecha, Robert Schuman, 
Alcide De Gasperi y Konrad Adenauer, los padres fundadores de la Europa unida, en una foto de 1952 [© Associated Press/La Presse]

Abajo, de izquierda a derecha, Robert Schuman, Alcide De Gasperi y Konrad Adenauer, los padres fundadores de la Europa unida, en una foto de 1952 [© Associated Press/La Presse]

Sin embargo, nunca fue justa la acusación de pretendido eje Bonn-París. El propio Adenauer en un artículo aparecido en Christ und Welt, rechazó esta terminología «falsa, vieja e incluso peligrosa» y se negó a considerar válida la alternativa entre la entente franco-alemana y el ingreso de Inglaterra en el Mec.
También es mérito de Adenauer el no haber provocado nunca por ningún motivo a Rusia, y, por el contrario, haber buscado, y con frecuencia obtenido, ocasiones concretas de distensión. Y cuando tenía que tomar posición sobre la unificación alemana lo hacía con prudencia y serenidad. Con frecuencia se remitía a la doctrina de otros, aceptando como tesis clave para la unificación la expuesta retóricamente por Kruschev: «Cada pueblo debe decidir el sistema que más le agrade».
En los últimos años de su actividad política adoptó ciertas actitudes algo duras hacia los americanos, de los que, por lo demás, siempre fue aliado leal y agradecido (¡aunque incómodo!). Recuerdo cuando durante una campaña electoral atacó el primer proyecto estadounidense de acuerdo para la no proliferación. «El plan americano», dijo, «contiene una teoría espeluznante, peligrosa y radicalmente equivocada. Nuestra consigna ha de ser: desarme, y no club atómico de los tres».
A algunos les pareció entrometido y exagerado. Pero está muy claro que al levantar voluntariamente la voz pretendía reaccionar a tiempo contra un giro político que podía ser fatal para Alemania, anulando todo el fatigoso trabajo de construcción democrática que llevaba el sello de Konrad Adenauer. El temor de un trueque entre la seguridad alemana y la distensión ruso-americana creaba alarma en el estadista alemán, que también veía el peligro de una caída antidemocrática como reacción, algo negativo especialmente para los jóvenes alemanes; y en ese caso el mundo democrático no volvería a estar dispuesto a defender de la URSS a una Alemania nostálgicamente involucionada. ¿Eran temores infundados? De todos modos, denunciarlos ayudaba a luchar contra los círculos americanos orientados hacia un desentendimiento hacia Europa.
También él conoció la oposición interna de su partido, las escaramuzas hostiles, la amargura de ciertos abandonos. Pero la historia ha empezado a hacer justicia, elevando la luz de Konrad Adenauer a faro de civilización que salva la barbarie humana del dictador Adolf Hitler. Y para los que militamos en la Democracia Cristiana fue un orgullo y un motivo de honda meditación.


Italiano English Français Deutsch Português