Home > Archivo > 10 - 2010 > «Lo que les impresionó fue el misterio en cuanto tal...»
NOVA ET VETERA
Sacado del n. 10 - 2010

Archivo de 30Días

«Lo que les impresionó fue el misterio en cuanto tal...»


Publicamos de nuevo un artículo de Gianni Cardinale en el que se proponen amplios pasajes de la relación pronunciada el 25 de septiembre de 1997 por Joseph Ratzinger en el Congreso?Eucarístico de Bolonia. El entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, partiendo de una antigua leyenda sobre el origen del cristianismo en Rusia, volvió a proponer los elementos esenciales de la enseñanza de san Pablo sobre la Eucaristía


por Gianni Cardinale


Detalle de <I>La Crucifixión</I>, Giotto y taller, Basílica inferior de San Francisco, Asís

Detalle de La Crucifixión, Giotto y taller, Basílica inferior de San Francisco, Asís

La lección que el cardenal Joseph Ratzinger dio en el viejo Palacio de los Deportes de Bolonia fue uno de los momentos más reales del Congreso eucarístico nacional italiano que se celebró del 20 al 28 de septiembre en dicha ciudad italiana. También Avvenire, periódico de propiedad de la Conferencia Episcopal Italiana, definió el 25 de septiembre, día en que el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe habló, el “Ratzinger-Day”. Aunque la verdad es que para los medios de comunicación la noticia fueron las afirmaciones que el purpurado bávaro hizo durante la posterior conferencia de prensa. Respondiendo a una pregunta sobre los herejes que en los siglos pasados fueron quemados, Ratzinger dijo: «La Iglesia debe ser siempre tolerante; pedimos, pues, al Señor perdón por estos hechos y para no volver a caer en estos errores».
Pocos, en cambio, resaltaron la lección en sí, titulada Eucarística como génesis de la misión. Y, sin embargo, se trató de un discurso realmente magistral, ejemplo de una catequesis que deja entrever el asombro y el respeto por el misterio de la fe.

«El misterio en cuanto tal hace brillar ante la razón la potencia de la verdad»
Ratzinger comienza con una narración: «Una antigua leyenda sobre los orígenes del cristianismo en Rusia cuenta que ante el príncipe Valdimir de Kiev, que estaba buscando la verdadera religión para su pueblo, se presentaron uno tras otro los representantes del islam procedentes de Bulgaria, los representates del judaísmo, y los enviados del Papa procedentes de Alemania, y cada uno le propusó su fe como la más justa y la mejor de todas. El príncipe, sin embargo, no quedó satisfecho con ninguna de estas propuestas. Su decisión maduró, en cambio, cuando sus enviados regresaron de una solemne liturgia, en la que habían participado en la iglesia de Santa Sofía de Constantinopla. Llenos de entusiasmo los enviados refirieron al príncipe: “Y llegamos donde los griegos y nos llevaron a donde ellos celebran la liturgia para su Dios… No sabemos si estábamos en el cielo o en la tierra… hemos experimentado que allí Dios vive entre los hombres…». «Lo que les impresionó fue», añade luego Ratzinger, «el misterio en cuanto tal, que justamente por ir más allá de la discusión hizo brillar ante la razón la potencia de la verdad».
Esta narración le ofrece a Ratzinger el punto de partida para dar una opinión sobre cómo se concibe y se practica hoy normalmente la liturgia: «Hablar, como se ha hecho a partir de los años cincuenta, de liturgia misionera es un tema por lo menos ambiguo y problemático. En muchos ambientes de liturgistas esto ha llevado, de manera verdaderamente excesiva, a hacer del elemento instructivo en la liturgia y de su comprensión, incluso para los externos, el criterio primario de la forma litúrgica. También la teoría, según la cual la elección de las formas litúrgicas debería darse a partir de puntos de vista pastorales, sugiere el mismo error antropocéntrico».
Después de esta introducción Ratzinger afronta la primera parte de su lección, titulada: «La teología de la cruz como presupuesto y fundamento de la teología eucarística». «Si tratamos, pues, de captar el vínculo entre eucaristía y fe según Pablo», dice el prefecto del ex Santo Oficio, «tenemos ante todo la interpretación de la muerte en la cruz de Cristo con categorías del culto, que constituye el presupuesto interior de toda teología eucarística. Solamente con fatiga percebimos aún la grandeza de esta intuición. Un acontecimiento en sí profano, la ejecución de un hombre del modo más cruel posible, es descrito como liturgia cósmica, como apertura del cielo cerrado, como el acontecimiento, en el cual lo que en todos los cultos se entiende en última instancia y se busca en vano, finalmente se torna realidad». «Estando así las cosas, podemos decir que la teología de la cruz es teología eucarística y viceversa. Sin la cruz la Eucaristía sería un vacío ritual, sin la Eucaristía la cruz sería solamente un cruel evento profano».

«Signo de un nuevo inicio»
En la segunda parte de su lección Ratzinger propone la «Teología eucarística en la primera Carta a los Corintios». «Si el cordero representa ante todo a Cristo, el pan se convierte, por consiguiente, en símbolo de la existencia cristiana. El pan ácimo es signo de un nuevo inicio: ser cristiano es presentado como continua fiesta a partir de la nueva vida». «La eucaristía misma […] se transparenta en realidad como el fundamento permanente de la vida de los cristianos, como la fuerza que informa su existencia. […] La Eucaristia es mucho más que una liturgia y un rito, pero por otra parte nos hace ver que también la vida cristiana es algo más que un compromiso moral…». «El fin verdadero y más profundo de la creación y a la vez del ser humano querido por el creador es precisamente este devenir una cosa sola, “Dios todo en todos”. El “eros” de la criatura lo asume el “ágape” del creador y así se se convierte en ese santo y beatificante abrazo del que habla san Agustín». «La eucaristía no ofrece ninguna certeza casi mágica de la salvación. Exige siempre nuestra libertad. Y, por tanto, también pemanece siempre el peligro de la pérdida de la salvación, sigue siendo necesaria la mirada sobre el juicio futuro».
Llegado a este punto el cardenal afronta «el último y más importante texto eucarístico de la primera Carta a los Corintios, que al mismo tiempo contiene la narración paulina de la institución: 11, 17-34». Comentando este texto Ratzinger afirma: «El temor reverencial es una condición fundamental para una verdadera Eucaristía, y precisamente el hecho de que Dios se haga tan pequeño, tan humilde, se nos entrega, se da a nuestras manos, debe aumentar nuestra reverencia y no puede dejar que nos extraviemos en la distracción y en la autosuficiencia. Si nos damos cuenta de que Dios está presente y nos comportamos consecuentemente, entonces también los demás podrán ver esto en nosotros, como los enviados del príncipe de Kiev, que experimentaron el cielo en la tierra».

«La encarnación no es una idea filosófica, sino un evento histórico»
Al respecto el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe hace una observación capital: «En la doctrina de la Eucaristía y en el mensaje de la resurrección Pablo se inserta con gran decisión en la obedicencia a la tradición, que vincula hasta en cada una de las palabras, porque en ella la realidad más santa y, por tanto, la que verdaderamente sostiene llega hasta nosotros. Pablo, el espíritu impetuoso, creador, que a partir de su encuentro con el resucitado y de la experiencia de su fe y de su ministerio, ha abierto al cristianismo nuevos horizontes, en el ámbito central de la fe es realmente el fiel administrador que no “adultera” ( 2 Cor 2, 17) la palabra, sino que la transmite como precioso don de Dios, que está fuera de nuestro arbitrio y precisamente así nos enriquece a todos». «Por eso», sigue diciendo Ratzinger, «son especulaciones falsas y profundamente contrarias al mensaje bíblico, cuando hoy nos dicen que si bien los dones del área mediterránea eran pan de trigo y vino, en otras culturas se debería usar como materia del sacramento lo que sea característico en esa cultura. La encarnación, a la que se hace referencia, no es cualquier principio filosófico general, según el cual lo espiritual debe siempre tomar cuerpo y expresarse en correspondencia con las diferentes situaciones. La encarnación no es una idea filosófica, sino un evento histórico, que precisamente en su singularidad y verdad es el punto de inserción de Dios en la historia y el lugar de nuestro contacto con él. Si la consideramos, tal y como la Biblia exige, no como principio, sino como evento, entonces la consecuencia es exactamente lo contrario: Dios ha unido a sí mismo a un determinado punto histórico con todas sus limitaciones y quiere que su humildad sea la nuestra. Dejarse unir con la encarnación significa aceptar este autovínculo de Dios: precisamente estos dones ajenos a otros ambientes culturales –también al germánico– son para nosotros la señal de su acción única y singular, de su única figura histórica. Son la señal de su venida entre nosotros, de aquel que para nosotros es el extranjero y que por medio de sus dones nos hace vecinos. La respuesta a la condescendencia divina puede ser solamente la humilde obediencia, que en la tradición recibida y en la fidelidad a ésta, recibe en don la certeza de su cercanía». «Pablo», concluye el purpurado, «exige con fuerza el autoexamen de los comulgantes: “Porque el que come y bebe sin reconocer el cuerpo del Señor, come y bebe su propia condena” ( 1 Cor 11, 29). Quien habla del cristianismo solamente como feliz nueva, en la que no cabe la amenaza del juicio, lo falsifica. La fe no refuerza la soberbia de la conciencia dormida, la autosuficiencia de los que establecen como norma de su vida sus deseos y de tal modo reducen la gracia a una devaluación de Dios y del hombre, porque, de todos modos, Dios no podría decir que sí a todo. Seguramente, sin embargo, el hombre que sufre y que lucha sabe que “Dios es más grande que nuestro corazón” ( 1 Jn 3, 20) y que en cada fracaso yo puedo estar lleno de confianza, porque Cristo ha sufrido por mí y ha pagado por anticipado también por mí».

«La verdadera esencia de la mística cristiana»
La tercera parte de la lección examina el tema de «El martirio, la vida cristiana y el ministerio apostólico como realización de la Eucaristía». En ella Ratzinger describe el martirio de san Policarpo como «el cristiano que se convierte en eucaristía». Luego analiza el versículo 12, 1 de la Carta a los Romanos, donde «el apóstol exhorta a los Romanos a “ofrecer como sacrificio vivo, consagrado y agradable a Dios” sus cuerpos, es decir, a ellos mismos, en efecto, este es su “culto espiritual”». Ratzinger pone particular atención en la «última expresión, que en verdad es intraducible. En griego se dice “ logikè latreia” –culto lógico–». «Hallamos la misma palabra», afirma el purpurado, «también en el Canon Romano, donde inmediatamente antes de la consagración se reza para que nuestra ofrenda sea “rationabilis”. Es demasiado poco, aún más, es falso, si traducimos que sea razonable. Rezamos para que sea un sacrificio del Logos. En este sentido rezamos por la transformación de los dones, y una vez más, sin embargo, no solamente por esto; pero la oración va exactamente en la misma dirección de la Carta a los Romanos: pedimos que el Logos, Cristo, que es el verdadero sacrificio, nos asuma a nosotros mismo en su ofrenda, nos “haga logos“, nos haga, como dice la palabra, verdaderamente razonables, de modo que su sacrificio sea el nuestro y Dios lo reciba como nuestro, se nos pueda atribuir». «Estoy convencido», añade Ratzinger, «que el Canon Romano con su invocación ha comprendido la verdadera intención también de la exhortación paulina de Romanos 12». Así san Pablo y, por tanto, el Canon Romano «nos hacen comprender la verdadera esencia de la mística cristiana. La mística de la identidad, en la que el Logos y la interioridad del hombre se funden, es superada por medio de una mística cristológica: el Logos, que es el Hijo, nos hace hijos en la comunión sacramental vivida. Y si llegamos a ser sacrificio, cuando nostros mismos llegamos a ser según el Logos, esto no es un proceso limitado al espíritu, que deja el cuerpo detrás de sí como algo lejano de Dios. El Logos mismo se ha hecho cuerpo y se da a nosotros en su cuerpo. Por esto nosotros estamos invitados a ofrecer nuestros cuerpos como culto según el Logos, es decir, a ser atraídos en toda nuestra existencia corpórea a la comunión con Cristo».

«Para que la misión sea algo más que una propaganda…»
En la conclusión Ratzinger, como corolario a las reflexiones anteriores, torna al título de su lección (Eucaristía como génesis de la misión) y recuerda la figura de santa Teresa de Lisieux: «Para que la misión sea algo más que propaganda de cierta idea o publicidad de una determinada comunidad, para que proceda de Dios y lleve a él, la misión debe tener origen en una profundidad mayor que la de los planes de acción y las estrategias indicadas por éstos. Debe tener un origen, que ha de estar en un lugar más alto y más profundo que la publicidad y la técnica de persuasión. “No obra de persuasión, sino algo verdaderamente grande es el cristianismo”, dijo una vez de modo muy sugestivo san Ignacio de Antioquía. La forma y el modo con el que Teresa de Lisieux es patrona de las misiones puede ayudarnos a comprender cómo se debe entender esto».


Italiano English Français e">Del número
banner italiano
Chi prega si salva
(Italiano)
banner english
Who prays is saved
(English)
banner espanol
Quien reza se salva
(Español)
banner francaise
Qui prie sauve son âme
(Française)
banner deutsch
Wer betet, wird gerettet
(Deutsch)
banner portugues
Quem reza se salva
(Português)
banner china
祈祷使人得救
(Chinese)