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COLEGIOS ECLESIÁSTICOS DE...
Sacado del n. 10 - 2010

Historia

El Pontificio Seminario francés, encrucijada de la historia



por Pina Baglioni


El padre Louis-Marie Lannurien, el fundador del Pontificio Seminario Francés

El padre Louis-Marie Lannurien, el fundador del Pontificio Seminario Francés

Tiene poco más de un siglo y medio de vida el Pontificium Seminarium Gallicum. Pero frente a su portal, en el número 42 de la vía de Santa Chiara, en Roma, a medio camino entre el Panteón y la Basílica de Santa María de la Minerva, la historia corrió a raudales: los 4.800 seminaristas franceses que han vivido dentro de aquellas paredes han visto desfilar la Roma pontificia, la Roma unitaria, la fascista y la republicana. Mientras en Francia se sucedían el Segundo Imperio, la Tercera República, el régimen de Vichy, la Cuarta y la Quinta República. Y en esta extraordinaria secuencia de acontecimientos estudiantes casi adolescentes se vieron obligados a interrumpir los estudios para ir al campo de batalla con motivo del conflicto franco-prusiano, de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial.
Dirigido desde su nacimiento por los padres de la congregación del Espíritu Santo como fortaleza de defensa de la autoridad del papado, representará una de las realidades más significativas del ultramontanismo, la corriente del catolicismo galo del siglo XIX que “miraba más allá de los montes”, es decir, al papa como única e indiscutida autoridad de la Iglesia. En contraposición al neogalicanismo, que defendía las tradiciones peculiares de la Iglesia francesa, sobre todo en campo litúrgico, y cuyos representantes en Roma actuaban en la iglesia de San Luis de los Franceses.
El papa Pío IX demuestra inmediatamente un gran interés por el Seminario Francés. Hasta el punto de que el 14 de julio de 1859, con la bula In sublimi Principis, ratifica su aprobación canónica y se compromete a ser su «protector para siempre». Para reforzar este vínculo concurrieron en 1858 las apariciones marianas en la cueva de Lourdes ante Bernadette Soubirous.
Un puñado de años después, entre 1868 y 1870, la casa de la vía de Santa Chiara se poblará de unos cincuenta huéspedes, entre obispos y teólogos, con motivo del Concilio Vaticano I. Todos estaban por la infalibilidad del papa, tema central del Concilio. Contra la facción de los antiinfalibilistas, que se alojaban en el Palacio Rospigliosi y en el Palacio Grazioli.
El 20 de junio de 1902 el Seminario consigue del papa León XIII el título de “Pontificio”. En aquel período llega a Roma, como rector, el padre Henri Le Floch, el cual, por sus posturas ultraconservadoras, transformará el Seminario en la dépendance italiana de la Action française de Charles Maurras, del cual el rector se declaraba ferviente admirador. Con el padre Le Floch se produce un extraordinario aumento en el número de seminaristas: si en 1904 eran 100, poco antes de estallar la Primera Guerra Mundial eran ya 140, para llegar a 207 en 1926: un récord nunca alcanzado antes en toda la historia del Seminario.
Pero la admiración por la Action française será fatal para el padre Le Floch: el papa Pío XI lanza el 8 de septiembre de 1926 una condena pública del movimiento. Desde aquel momento a los católicos no les sería ya posible adherirse, ni leer su prensa, considerada peligrosa para la fe y la formación de los jóvenes. El padre Le Floch dimite como rector del Seminario y su dimisión será inmediatamente aceptada por el Papa. Se va de Roma el 20 de julio de 1927, dejando desconcertados a sus seminaristas. En especial, a uno de ellos: Marcel Lefebvre, huésped del Seminario desde 1923, gran admirador del padre Le Floch y de las ideas de Charles Maurras.
Después del ultramontanismo de los primeros decenios y del ultraconservadurismo del período del padre Le Floch, el Seminario francés se transformará, durante el Concilio Vaticano II, en uno de los talleres más vivos de la renovación de la Iglesia. Gracias a figuras como el arzobispo de Toulouse, el cardenal Gabriel-Marie Garrone. Hábil organizador de la fase preparatoria del Concilio, colabora en la redacción de la constitución pastoral Gaudium et spes. Entre los muchos obispos franceses que acudieron a Roma para el Concilio, 44 eran ex alumnos del Seminario. Entre ellos estaba el arzobispo de Dakar, el ya citado Marcel Lefebvre, y Alfred Ancel, obispo auxiliar de Lyón. Se habían formado bajo el mismo techo en los años veinte, y vivirán destinos distintos: el primero, a partir de 1962, criticará radicalmente el Concilio, y las consecuencias de esto harán que sea suspendido a divinis en 1976 y excomulgado en 1988; el segundo llevará a la atención de la Iglesia su experiencia pastoral junto a los obreros de Lyón.
Un episodio cuenta quizá mejor que cualquier otro el clima que se respiraba en los años sesenta en el Seminario Francés: la llegada en el otoño de 1963 de Bartolomeo Archondonis, un joven diácono ortodoxo, enviado de Constantinopla a Roma por el Patriarcado ecuménico para completar sus estudios de Derecho canónico en el Pontificio Instituto Oriental. Era la primera vez, después de diez siglos, que un ortodoxo iba a estudiar en un ambiente y en un instituto católico-romano. El 28 de junio de 1995, Bartolomeo atravesaba de nuevo el portal de la vía de Santa Chiara, como homenaje al Seminario de su juventud. Esta vez como Patriarca ecuménico de Constantinopla, con motivo de la visita oficial a Juan Pablo II.
El Seminario, tras atravesar a partir de 1947 por una preocupante disminución de estudiantes, había llegado en los primeros años sesenta a la cifra de 108. A partir de 1966, sin embargo, la disminución del número de estudiantes volvió de nuevo a ser preocupante. Hasta llegar a los 54 inscritos en 1970.
Uno de los motivos de la crisis había que buscarlo en que una parte de los seminaristas había manifestado un fuerte rechazo a las profundas transformaciones introducidas con el Concilio Vaticano II en campo litúrgico. Éstos, después de varios intentos de adaptación, habían decidido unirse a la Fraternidad sacerdotal San Pío X, fundada por monseñor Lefebvre en 1970, y, por consiguiente, a su seminario internacional, en Écône, Suiza. En aquellos mismos años además otros ocho jóvenes abandonaron el Seminario francés y fueron a ingresar en la Fraternidad de la Santísima Virgen María fundada en Génova por el sacerdote griego Theodossios María de la Cruz, bajo la protección del cardenal Giuseppe Siri. Pero en 1976 se asistió al fenómeno inverso: algunos ex seminaristas y jóvenes sacerdotes expresaron la voluntad de volver al Pontificio Seminario Francés porque habían quedado afectados por la suspensión a divinis de monseñor Marcel Lefebvre. El camino para volver a Roma no fue sencillo: en un primer momento se encargó a los padres lazaristas que comprobaran el estado de sus estudios teológicos para evitar que fueran a formar un grupo autónomo en el Seminario. Pero, al final, gracias al apoyo de sus obispos diocesanos y a la benevolencia de Pablo VI, consiguieron volver a Roma.
«No se habían resignado nunca a la ruptura. Una ruptura que había comportado, desde luego, sufrimientos y heridas, pero que al mismo tiempo había preparado el terreno a la idea de una reconciliación en la verdad, en el respeto de la concepción íntegra de la doctrina católica y de la Iglesia como había sido afirmada en el Concilio Vaticano II» (Claude Dagens, Formation intellectuelle et mission des prêtres au Séminaire Français de Rome, en 150 ans au coeur de Rome. Le Séminaire Français, 1853-2003, op. cit., págs. 453-454).
En la actualidad, el “botín” del Pontificio Seminario Francés en sus 157 años de vida es de todo respeto: de sus 4.800 seminaristas, 195 han sido obispos, 23 cardenales. Entre las “glorias” figuran el cardenal Roger Etchegaray, vicedecano del Colegio de cardenales, Jean-Louis Tauran, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, y el obispo Dominique Mamberti, secretario para las Relaciones de la Santa Sede con los Estados.


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