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IRÁN
Sacado del n. 12 - 2010

De Mesopotamia a China


Cómo la fe en Jesucristo, durante el primer milenio y gracias a una Iglesia desconocida para la mayoría, llegó a través de Asia Central hasta China


por Lorenzo Cappelletti


La sorpresa de Marco Polo cuando halló cristianos en las lejanas tierras chinas es la misma que asalta también hoy a la mayor parte de los cristianos de Occidente cuando oyen hablar de la existencia de comunidades cristianas que existen desde la lejana antigüedad al este de las fronteras del Imperio romano, en los infinitos territorios de Asia central, desde Persia hasta India y China. Se trata de comunidades que algo apresuradamente son llamadas nestorianas porque en el momento del Concilio de Éfeso (431), que condenó al patriarca constantinopolitano Nestorio, siguieron siendo fieles a la tradición teológica antioquea, de la que procedía Nestorio, contra la extremización de la corriente teológica alejandrina (con previdencia, porque, todo hay que decirlo, esta estaba llevando a desviaciones monofisitas). Pero también porque, ya antes del Concilio de Éfeso, habían pretendido distanciarse de la Iglesia de Estado romana. Desde comienzos del siglo III, en efecto, estos cristianos tenían su propio patriarca ( katholikos) con sede en Seleucia-Ctesifonte del Tigris, cuya autonomía surgió de la necesidad de hacer ver la independencia de estos cristianos con respecto al Imperio romano, que era desde hacía siglos el enemigo por excelencia del mundo persa. Más que un alejamiento a nivel dogmático, en otras palabras, su autonomía iba a dirigida a evitar incomprensiones y persecuciones.
La cuna de esta Iglesia siro-oriental (denominación que, por lo ya expuesto, le es más propia que la de “nestoriana”) fue el área noroccidental de Mesopotamia, área de frontera entre el Imperio romano y el persa. Desde la primera mitad del siglo II se establecen en este área, que bien pronto se extiende hacia oriente, comunidades cristianas ligadas a la Iglesia de Antioquía, Iglesia de carácter pluralista y abierta al mundo pagano, como sabemos por los propios Hechos de los Apóstoles.
Una vez que los persas, ya en el siglo IV, ocupan la parte del área mesopotámica sujeta a Roma, las deportaciones, que afectan también a los cristianos, engrosan las comunidades cristianas del Oriente persa, las cuales se desarrollarán, pese a algunos períodos de persecuciones entre los siglos IV y V, no solo dentro del Imperio persa sino también hacia el este del mismo.
La ciudad de Herat, que por desgracia aparece continuamente en las noticias de actualidad solo por la presencia del contingente italiano en Afganistán, fue a partir de 585 sede arzobispal. Y así mismo otras ciudades y regiones de resonancias míticas y exóticas fueron sedes de comunidades cristianas florecientes a lo largo de la vía de la seda. Merw, la actual Mary in Turkmenistán, considerada la puerta de Asia, era ya sede obispal y rica en monasterios en el siglo IV. Samarcanda y Tashkent, en Uzbekistán, en la región más allá del río Oxus (actualmente Amu Darya), fueron el lugar de encuentro con los sogdianos, mercaderes nómadas, trámites, a su vez, del cristianismo hacia el Extremo Oriente. Su lengua, que se usaba en todo el Asia central para los intercambios y el comercio, se convirtió también en el medio de comunicación que permitió al cristianismo llegar a finales del siglo VI también hasta algunas tribus turco-mongolas del Altai y luego, a partir del oasis de Turfan, también al territorio chino hasta la capital imperial Chang’an.
Actualmente los herederos de la tradición siro-oriental, que tienen en común el sirio como lengua litúrgica, son los caldeos católicos de Irak e Irán (unos 700.000 en total), que a partir de 1553, bajo el patriarca de Babilonia de los Caldeos (Bagdad), están en plena comunión con Roma, y la Iglesia asiria de Oriente, más pequeña (menos de 300.000 fieles), no en plena comunión con Roma y llamada antiguamente “nestoriana”, pero con la que el 11 de noviembre de 1994 se firmó una Declaración común precisamente sobre la profesión de la fe en Jesucristo y aún más recientemente (el 20 de julio de 2001) las Orientaciones para la admisión a la eucaristía que favorezcan una paulatina comunión entre la Iglesia caldea y la Iglesia asiria de Oriente. Pueden considerarse como pertenecientes a la tradición siro-oriental también a los casi cuatro millones de siro-malabares de la costa ocidental de India.
Sin pretender resultar profesoral, quizá vale la pena, por una vez, ofrecer una sencilla indicación bibliográfica, porque se trata de temas y lugares muy distantes de nuestro horizonte habitual y uno corre el riesgo de perderse. Ante todo un breve panorama sobre la actualidad de las Iglesias de Oriente puede encontrarse en un texto de Ronald Roberson, The Eastern Christian Churches. A Brief Survey, que llegó en 2008 a su séptima edición y contiene una rica bibliografía. Si se desea un manual en italiano de carácter histórico sobre el tema, podemos sugerir los 3 volúmenes de Giorgio Fedalto, Le Chiese d’Oriente, o bien Le Chiese d’Oriente. Identità, patrimonio e quadro storico generale, de Filippo Carcione, ambos de mediados de los 90. Más propiamente relacionado con la historia que vincula a la Antioquía apostólica con China, puede verse La via radiosa per l’Oriente, de Matteo Nicolini-Zani, de 2006. «De hecho no es posible aislar el cristianismo que floreció en China en el primer milenio de su origen medio-oriental y de su recorrido de expansión centro-asiática» (p. 20). Recientemente, además (2008), gracias a Ilaria Ramelli, se han editado, con un rico aparato bibliográfico, los Atti di Mar Mari, es decir, la relación de la primera evangelización de Mesopotamia por obra de Mari, discípulo a su vez de uno de los setenta discípulos del Señor. Por último, podemos señalar el libro del cardenal Roger Etchegaray Vers les chrétiens en Chine, vus par une grenouille au fond d’un puits (2005), en el que habla de sus cuatro viajes a China.



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