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CRISTIANISMO
Sacado del n. 12 - 2003

«Quizá en la Iglesia se hace necesario un momento de calma, para respirar un poco»


Entrevista al cardenal Godfried Danneels, arzobispo de Malinas-Bruselas, sobre una posible reforma de la Iglesia


por Gianni Valente


Godfried Danneels

Godfried Danneels

Reforma y contrarreforma, en los tiempos de Lutero y del Concilio de Trento. O mejor dicho, reforma protestante y reforma católica, como han evidenciado los historiadores. También en la época del último Concilio la reforma de la Iglesia era uno de los objetivos que Pablo VI indicaba a la asamblea ecuménica en la encíclica Ecclesiam Suam y en el discurso de apertura de la segunda sesión. Quizá en su petición de reforma había una ingenuidad valiente, pero desde luego el papa Montini lo hacía con el deseo sincero y doloroso de que la luz de Cristo brillara con más transparencia en el rostro de su Iglesia, para facilitar el encuentro del hombre moderno. En estos últimos decenios no se ha vuelto a hablar de la reforma de la Iglesia. Y también han quedado desatendidas las sugerencias de reforma más significativas, como la que hace Juan Pablo II en la encíclica Ut unum sint sobre un posible cambio en la práctica del primado, o como la propuesta por el cardenal Gantin, en 30Días, sobre la restauración de la antigua disciplina según la cual el obispo, como norma, no podía cambiar de diócesis. Y, sin embargo, si se tuviera presente que la Iglesia es para los hombres y no los hombres para la Iglesia, se trataría de hacer todo lo posible, incluso con reformas de leyes e instituciones, para hacer más sencilla y más fácil la vida cristiana a todos los fieles. Más ligera, como dice Jesús hablando de su yugo.
Con estos sentimientos en el corazón hemos querido dialogar con el cardenal Godfried Danneels, arzobispo de Malinas-Bruselas, que está acostumbrado a responder con franqueza incluso cuando los periodistas lo acosan con cuestiones controvertidas. Estábamos seguros de que inmediatamente iba a compartir con nosotros la simple constatación de Congar: «Las reformas que han tenido éxito en la Iglesia son las que se han hecho en función de las necesidades concretas de las almas».

En diciembre de 1963 los padres del Concilio ecuménico Vaticano II promulgaban la constitución Sacrosanctum Concilium, el documento en el que se debía inspirar la reforma de la liturgia. ¿Qué recuerda de ese periodo después de cuarenta años?
GODFRIED DANNEELS: La Sacrosanctum Concilium comienza con estas palabras: «Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana». El espíritu que animaba la reforma litúrgica era que los ritos fueran sencillos. Una vuelta a la tradición antigua, que quitara todos esos añadidos que se habían acumulado en el transcurso de los siglos, y que en sí mismos no había que rechazar, pero que podían oscurecer la estructura esencial del sacrificio eucarístico.
¿Se ha conseguido?
DANNEELS: Ha sido importante haber hecho accesible la celebración litúrgica a los fieles de a pie mediante la introducción de las lenguas vernáculas. Y además, la flor de toda la reforma ha sido el leccionario. No hemos tenido nunca en la historia de la Iglesia un leccionario tan rico. Demasiado rico, diría yo. Cada lectura se oye sólo una vez cada tres años. Ha habido también un esfuerzo de adaptación de las formas exteriores: el canto, el altar, la participación activa de la comunidad. Pero quizá en muchos casos se ha perdido de vista el misterio profundo de la eucaristía, la presencia real, el sacrificio de Cristo. Porque la celebración litúrgica no es una obra de teatro.
En estas páginas, algunas imágenes de los mosaicos de la catedral de Monreale, Palermo, del siglo XII

En estas páginas, algunas imágenes de los mosaicos de la catedral de Monreale, Palermo, del siglo XII

El año pasado, hablando a los obispos canadienses, se detuvo usted en los aspectos esenciales de la liturgia.
DANNEELS: La liturgia es la obra de Dios hacia nosotros. En su esencia es un datum, algo que nos viene de fuera y que nos supera. El sujeto activo de la liturgia es Cristo resucitado. Él es el primero y único sacerdote, el único capaz de ofrecer el culto al Padre y de santificar la asamblea. El núcleo de la liturgia nos lo dio ya el Señor con los gestos de institución establecidos por Él. Ciertas formas litúrgicas fueron determinadas por Cristo mismo. La Iglesia no tiene ningún poder sobre estos datos esenciales del sacramento. La celebración eucarística será hasta el fin de los siglos esa cena de Cristo, que tuvo lugar en aquel momento, en Jerusalén, con el pan y con el vino. Esto no lo puede cambiar nadie.
También describió usted en la ocasión antes mencionada las sombras que han marcado la aplicación concreta de la reforma litúrgica.
DANNEELS: Sucede cuando los que deberían estar al servicio de la liturgia parecen convertirse en sus propietarios. Parece como si el verdadero sujeto ya no fuera Cristo, sino la persona o la comunidad que hace un rito de autocelebración. En vez de hacer un gesto ya dado, se multiplican los discursos, se dan instrucciones.
Quizá algunos resultados de la reforma litúrgica han favorecido el prejuicio hacia la categoría misma de reforma, que ha caído en el olvido.
DANNEELS: En la Iglesia la noción de reforma es una noción clásica. Ecclesia semper reformanda. Este fue también el leitmotiv del Concilio. No creo que se le deba tener miedo.
Pero es un hecho que a los que hablan de reformar leyes y estructuras de la Iglesia a menudo se les tapa la boca objetando que pierden tiempo en discursos inútiles en vez de dedicarse a la llamada nueva evangelización.
DANNEELS: Es un modo de hablar de estas cosas un poco por rutina. Como los senadores romanos que al final del Imperio se perdían en sus disputas mientras las ciudades caían una a una, y ellos ni se daban cuenta. La necesidad de cambiar y reformar está ligada a la misma naturaleza instrumental de la Iglesia.
¿En qué sentido? Explíquenoslo.
DANNEELS: La Iglesia no existe por sí misma. Existe en gracia de Cristo y por Cristo, para cumplir su mandamiento de salvar a los hombres. Es un instrumento en las manos de Cristo, que ya no está visiblemente presente en el mundo. Y si Cristo es instrumento de salvación en las manos del Padre, la Iglesia no puede ser nada más que un instrumento del instrumento, que puede ser cambiado y reformado para desempeñar mejor su función.
Otra objeción es que si nos concentramos en reformar las cosas secundarias, se pierde de vista lo esencial.
DANNEELS: Toda la Iglesia, por ser instrumento, es algo secundario. Pero como instrumento es indispensable. La reforma atañe a aspectos exteriores, secundarios, no concierne al alma, el corazón. Pero un alma sin cuerpo no existe y cuando el cuerpo está enfermo el alma sufre.
A decir verdad, el perfil exterior de la Iglesia se ha reforzado en los últimos años. Como al principio del segundo milenio, en la época de la reforma gregoriana, en estos decenios se ha trabajado para reforzar el papel público de la Iglesia frente a las instituciones seculares.
DANNEELS: Veo en esto una mundanización de la Iglesia. Aunque se combaten batallas en su defensa, nos movemos en un horizonte mundano. La Iglesia como grupo de presión política, como un lobby cualquiera. Aquí, en Bélgica, es algo inimaginable. No tenemos ningún poder político. Somos pobres y sin influencia. Vivimos en una condición en que sólo nos podemos dar cuenta de que somos fuertes cuando somos débiles, como dice san Pablo. Es una situación precaria que para muchos sería incómoda. En Italia me parece más destacada la tendencia de grupos eclesiales a buscar papeles de influjo político.
Jesús y los apóstoles, detalle de la curación de la mujer con flujos

Jesús y los apóstoles, detalle de la curación de la mujer con flujos

¿Cuál es, entonces, el criterio para una verdadera reforma de la Iglesia?
DANNEELS: El criterio ha de ser la salvación de las almas. Salus animarum suprema lex. Es el criterio vinculante, normativo, que debería juzgar todo cambio incluso en los modos de ejercer la potestas en la Iglesia: favorecer la vida de fe y la salvación de todos los fieles, como señalaba el comienzo de la Sacrosanctum Concilium. Cuando el criterio es favorecer la vida cristiana de los fieles, se respetan esas condiciones de la verdadera reforma que Yves Congar indicaba en el libro Verdadera y falsa reforma en la Iglesia, y que siempre van bien.
¿A qué se refiere?
DANNEELS: Por ejemplo, condición de una verdadera reforma es la paciencia, cierto sentido paciente del tiempo, por lo que la Iglesia no se transforma mediante revoluciones, sino a través de procedimientos orgánicos. No hay cambios bruscos ni violentos, no se producen rupturas.
Teniendo presente el criterio de la salus animarum, pongámonos a considerar algunas posibles perspectivas de reforma. Comenzando por los fieles laicos. Cuando se habla de laicos en la Iglesia se piensa, casi sin darse cuenta, en los miembros de movimientos organizados.
DANNEELS: No tengo ninguna objeción contra los movimientos, pero hay que tener en cuenta que los carismas pasan. Tal vez bastaría tener presente esto para permanecer en la humildad y no encerrarse en sí mismos. Además, quien de verdad tiene el don del carisma normalmente no lo sabe, no se da cuenta. Se dan cuenta los demás en la Iglesia, y él no siempre está muy contento de este reconocimiento.
A veces los laicos organizados parecen militantes que se dedican a afirmar el papel público de la Iglesia en las sociedades descristianizadas. ¿Le convence este perfil?
DANNEELS: La tarea de los laicos puede ser, en situaciones especiales, la de organizarse para llevar a cabo acciones de presión en el campo de la cultura, de la política, de la economía. Pero, ¿por que se quiere a toda costa transformar a todos los fieles laicos en militantes? El concepto de militancia tiene que ver con situaciones excepcionales. Mientras que el laico es simplemente el fiel que vive en el siglo, es decir, en las situaciones ordinarias como la familia, el trabajo, las cosas de todos los días. Y ahí, «en las circunstancias de su vida cotidiana», como dice la Lumen gentium, «hace manifiesto a Cristo por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad».
Pasemos al sacerdocio ordenado. Comenzó usted su última intervención en el sínodo hablando de la felicidad del obispo y de las muchas cosas que insidian su salus animarum
DANNEELS: En comparación con los obispos de hace sólo treinta o cuarenta años, veo que nuestra vida se ha vuelto fatigosa y llena de estrés. Cuando se oye decir que el obispo debe ser el primer maestro de liturgia, el primer evangelizador, el primer catequista, el primer amigo de los… pobres, el primer ecumenista, el primer maestro de doctrina social, el primer responsable del diálogo interreligioso y de la vida consagrada de su diócesis… Es una concentración tan alta de primacías, que al final uno no encuentra el modo de hacer las cosas ordinarias de su trabajo diario. Porque es como en el Estado. Cuando todas las funciones se concentran en una persona, al final lo único que se puede hacer es no moverse del propio trono porque hay tanto trabajo que no se logra atender. Esto me hace recordar siempre a san Gregorio Magno, que tenía nostalgia de su vida monástica, donde no tenía que vérselas con un río de palabras inútiles. O san Bernardo, que recomendaba a sacerdotes y obispos: «Tened piedad de vuestras almas».
No una especie de supercura o superobispo…
DANNEELS: Acaba uno por olvidarse que todos nuestros títulos sacerdotales y episcopales pertenecen a Cristo y solamente a él, y que nosotros los tenemos sólo por analogía.Tal vez haría falta una nueva Carta a los Hebreos para recordarnos que Cristo es el único sacerdote. Y que el secreto de nuestra alegría está en el don gratuito de poder hacer lo que hacemos in persona Christi.
Pedro es salvado de la olas, detalle

Pedro es salvado de la olas, detalle

¿Qué piensa del traslado de un obispo de una sede a otra? Hoy es una praxis habitual…
DANNEELS: Yo soy un mal ejemplo, me han trasladado ya tres veces. No es un delito, pero desde luego no es la practica ideal. Porque oscurece la relación estable y ordinaria entre el obispo y su diócesis. Y no me parece aceptable que alguien sea nombrado obispo en una sede sólo como periodo de prácticas para luego ir a una sede más grande. Todo esto le da un carácter funcionarial al episcopado. Los obispos son los sucesores de los apóstoles, no los funcionarios locales de una multinacional. Y su nombramiento se da en favor y para el bien espiritual de los fieles que deben gobernar. Este es el criterio que juzga todo.
Ya otras veces ha señalado usted que también la relación con los organismos centrales de la Iglesia se puede convertir en una carga para los obispos locales.
DANNEELS: Existe este perenne stream of paper, este río de papel infinito… Todos los días nos vemos inundados por documentos enormes, instrucciones, vademécum. Una lluvia de resoluciones que viniendo de los dicasterios romanos asumen siempre carácter de indicación autorizada, normativa, sin que exista una coordinación para indicar qué cosa es importante y cuál lo es menos. Y el obispo local debería pasar gran parte de su tiempo en la propia diócesis repitiendo estos dictados que vienen del Vaticano o de los organismos episcopales. Tal vez lo que hace falta a todos los niveles es una moratoria de todo esto para favorecer una simplificación. Quizá haría falta en la Iglesia un momento de calma, para respirar un poco.
El debate sobre la colegialidad se lee a menudo a través de la categoría mundana de la democracia.
DANNEELS: La colegialidad no es una cuestión de equilibrio de los poderes. Tiene un valor teologal. Tiene que ver con la naturaleza misma de la Iglesia. He dicho en otras ocasiones que necesitamos un sucesor de Pedro fuerte y un episcopado fuerte. No se trata de disminuir el influjo del papa o el de los demás obispos, en perjuicio uno del otro. En cualquier caso, será siempre un equilibrio que no se puede dar por descontado, al que hay que aspirar con paciencia. Porque pienso que el problema de la colegialidad lo resolveremos sólo después del regreso de Cristo.
Algunos piden que se aplique a la vida de la Iglesia el principio de subsidiaridad. Recientes declaraciones vaticanas parecen haber puesto fin al debate. Según usted, ¿qué aplicaciones prácticas puede tener dicho principio?
DANNEELS: En sentido amplio, la subsidiaridad ya se realiza en los planes pastorales adaptados a las distintas situaciones. Para lo demás, es difícil hacer una lista fija. Hay momentos en la Iglesia en los que hace falta centralidad y otros en los que, según el criterio de la necessitas Ecclesiae, las decisiones deben ser descentralizadas. De todos modos, se trata de elegir con elasticidad orientaciones que son siempre temporales. No se puede pretender que también esto quede establecido en alguna norma canónica que se mantenga en vigor durante los próximos tres milenios.
Ha manifestado usted en otras ocasiones sus reservas sobre los aspectos un poco autocelebrativos de ciertas reuniones de cardenales y obispos convocadas en Roma, incluidos los sínodos.
DANNEELS: Después de treinta años pienso que hay que readaptar el mecanismo del sínodo. Los sínodos han de ser lugares de verdadero debate, donde sea posible una discusión libre, responsable, respetando las prerrogativas del papa, pero sin complejos.
Hablando del Papa, hay quien subraya el “gigantismo papal” que ha marcado el reciente periodo eclesial.
DANNEELS: El hecho de que el Papa se haya convertido en una figura inmensa en la Iglesia se debe a varios motivos. En primer lugar, él es de verdad una personalidad carismática que concentra la atención sobre sí mismo. Es un hombre atlético física, espiritual y moralmente. Tiene don de gentes. Así que no es nada raro que haya asumido un papel preponderante en la imagen que el mundo se hace de la Iglesia. Entre otras cosas porque el mecanismo que usan los medios de comunicación, y sobre todo la televisión, es el zoom. Se toma un detalle, un personaje, se le separa del contexto, y se concentra la atención en él. Sucede lo mismo con los cardenales, o con los líderes políticos. Y no es sólo una técnica de la cámara de televisión. Hoy en día es una deformación de la mentalidad del hombre contemporáneo.
El encuentro entre Pedro y Pablo

El encuentro entre Pedro y Pablo

En cualquier caso, la personalización del ministerio petrino en sentido carismático conlleva consecuencias problemáticas.
DANNEELS: He pensado mucho en ello, en cómo es posible distinguir el cargo recibido en la Iglesia y la persona que temporalmente lo desempeña. No es fácil, porque el ministerio del sucesor de Pedro, como de cualquier obispo, no es un traje que se quita y se pone. No es como ser el presidente de Agip, de Philips o de Sony. La responsabilidad en la Iglesia es personal, penetra en la piel. Claro está que la identificación total entre el cargo y la personalidad de quien lo desempeña no es algo bueno. Pero creo que en la actual configuración de la Iglesia hay un único antídoto…
¿Cuál?
DANNEELS: La humildad de la persona. O por lo menos cierta jovialidad, una actitud a no sobrestimar su importancia, a no autoestimarse demasiado. Algo así como Juan XXIII, que cuando leía un texto que otros habían escrito para él, de vez en cuando comentaba: «No vale nada, así lo podía escribir yo también».
Los factores personales y subjetivos se insertan en la forma que ha asumido el ministerio petrino en el segundo milenio cristiano. Es opinión de muchos que se deberían encontrar formas correctivas a esta imagen del papa como superobispo cuya diócesis es el mundo entero.
DANNEELS: Lo que no se puede cambiar es la voluntad de Cristo cuando se refiere a la Iglesia, es decir, que el papa es el sucesor de Pedro y posee el primado. Luego el ejercicio histórico del primado ha conocido distintas modalidades. En el segundo milenio se dio un proceso de centralización, en el que la Iglesia fue influida también por el modelo de las monarquías nacionales que se iban formando. Lo que suceda en el tercer milenio no se puede programar. Pero puede ser deseable que se bajara el tono, en el buen sentido. Poner el acento en los rasgos esenciales del ministerio petrino.
¿Cuáles de estos rasgos esenciales pueden resultar más “valorizables” en la situación actual?
DANNEELS: El papa es ante todo el obispo de Roma. Ejerce su primado mientras sigue siendo obispo de su diócesis. Y el Pontífice actual, entre sus muchas características, ha honrado este rasgo visitando casi todas las parroquias de Roma, como no lo había hecho ningún papa. Está claro que debido a los compromisos con las grandes cuestiones de la Iglesia universal es difícil seguir la propia diócesis en los hechos de todos los días. Pero esta podría ser una clave que descubrir con formas nuevas, en el tercer milenio. El prestigio del papa debería ser un prestigio, digamos, de fuerza interior, más que de aparatos.
Viéndolo así, la posibilidad de que los futuros papas puedan dimitir no parece escandalosa. Usted ha hablado de ello varias veces.
DANNEELS: No se trata de hacer una norma como la que determina la jubilación de los obispos a 75 años, ni se deben hacer presiones de ningún tipo al papa. Hay que dejarlo todo a su libertad, a la relación íntima entre su conciencia y Dios. No podemos saber qué pasa en el corazón de alguien que tiene responsabilidades tan grandes. Pero puede suceder que con el aumento general de la longevidad también los papas del futuro lleguen a vivir cien años. No sería raro que uno de ellos dijera: soy viejo y estoy enfermo, ha llegado el momento de retirarme. Ha sucedido otras veces. Lo prevé también el derecho canónico. Sería una posibilidad en la que se plantearía de manera sencilla y sin tergiversaciones esa distinción entre el papel de papa y la persona que lo desempeña pro tempore, como decía antes.
En su intervención he hallado una expresión que me ha llamado la atención, cuando dice que hay dos cosas que pueden ayudar al sacerdote y al obispo en el ejercicio de su trabajo: la conciencia de ser pobres pecadores y la thlipsis apostólica. ¿Qué es la thlipsis?
DANNEELS: Son los sufrimientos apostólicos de los que habla san Pablo. Al principio de su misión, cuando no lograba hacer algo o le salía mal, san Pablo pensaba que era culpa suya. Y trataba en seguida de poner remedio, de recuperar, yendo, por ejemplo, a predicar a otra ciudad. Pero más adelante, comprendió que puede haber cosas que no salen bien, no por sus propios límites, sino como misterio de participación en el sufrimiento de Cristo, sufrimiento que no fue por causa suya. Hay en el sufrimiento apostólico un misterio inexplicable de conformación a la pasión gratuita de Jesús. «Oderunt me gratis», dice el salmo. Me odiaron sin motivo. No tenían razón, ninguna razón para odiar a Jesús. En mi experiencia, como en la de muchos sacerdotes y obispos, ha ocurrido algo parecido a lo que le sucedió a san Pablo. Al principio, frente a algo que no va bien, se piensa: lo tenía que haber hecho de otra manera, me he puesto a hacerlo sin estar bien preparado. Al final se ve que nuestros propios límites y pecados, que tienen su efecto, no lo explican todo. Nada es mecánico, nada se da por descontado. Igualmente, creo que si desde el Papa al último fiel fuéramos todos santos, si nuestro testimonio fuera límpido y nuestra misión digna de mérito, no quiere decir que por eso toda la gente vaya a venir a empujar impaciente a las puertas de nuestras iglesias, para entrar. Quizá nos odiarían aún más. Como le odiaron a Él, sin motivo.


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