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ORTODOXOS
Sacado del n. 01 - 2004

Entrevista a Bartolomé I, patriarca ecuménico de Constantinopla

La raíz del cisma: un pensamiento mundano en la Iglesia


«De todos los desacuerdos entre las Iglesias de Orientey de Occidente el que puede comprenderse más fácilmente es el porqué y el cómo la Iglesia de Occidente fundó su esperanza en su fuerza mundana»


por Gianni Valente


Bartolomé I durante la entrevista con los enviados de 30Días

Bartolomé I durante la entrevista con los enviados de 30Días

Bartolomé I, patriarca ecuménico de Constantinopla, después de la sorprendente visita de finales de enero a Cuba para asistir a la inauguración de la catedral ortodoxa de San Nicolás (construida en La Habana bajo los auspicios de Fidel Castro) se prepara para venir a Roma. En los próximos meses, terminadas las obras de restauración y adaptación, la iglesia católica de San Teodoro en el Palatino será entregada por fin a los popes de la archidiócesis ortodoxa de Italia para favorecer el cuidado pastoral de los fieles ortodoxos de lengua griega residentes en la Ciudad eterna. Para la ocasión está prevista también la llegada a la Urbe del primus inter pares de los patriarcas de las Iglesias ortodoxas, para honrar con su presencia este “traspaso” de innegable valor ecuménico. Y también visitar a Juan Pablo II en el Palacio apostólico.
El nuevo encuentro entre los sucesores de los hermanos pescadores Pedro y Andrés estaba previsto para mediados de febrero. El retraso de las obras de adaptación de la futura parroquia ortodoxa de Roma ha justificado oficialmente su aplazamiento para después de Pascua. La cita entre el papa y el patriarca asume un carácter especial por los sugestivos aniversarios históricos de este 2004. Se cumplirán 950 años del episodio que según las reconstrucciones históricas hizo de catalizador al gran cisma de Oriente: el 16 de julio de 1054 el legado papal Humberto de Silva Cándida arrojó sobre el altar de Santa Sofía, en Bizancio, la excomunión contra el entonces patriarca de Constantinopla Miguel Cerulario, y este le respondió con un anatema igual y contrario. Se cumplen también ochocientos años desde la cuarta Cruzada de 1204, cuando las milicias cristianas de Occidente, que iban a liberar los Lugares santos, prefirieron cambiar de rumbo y fueron a saquear Bizancio, para luego adornar con el oro y el mármol del botín las iglesias de Venecia. Después de estos dos golpes terribles, todo el segundo milenio cristiano ha transcurrido marcado por la división entre la Iglesia de Occidente y la de Oriente. Pero también se acaba de celebrar el 40 aniversario de otro hecho totalmente diverso: el abrazo entre Atenágoras y Pablo VI en Jerusalén el 5 de enero de 1964, cuando a algunos les pareció que el surco de enemistad entre hermanos no estaba destinado a cristalizarse de manera irreversible hasta el final de la historia.
El pasado 2 de diciembre, el día siguiente a las celebraciones por la fiesta patronal de san Andrés, su 264 sucesor recibió a los enviados de 30Días en la sede del Patriarcado, que se asoma al Cuerno de Oro, en una Estambul aún turbada por los sangrientos atentados de noviembre. Las preguntas que se le plantearon al patriarca tratan de recordar de manera sintética los hechos y las razones que alimentaron la división de la única Iglesia de Cristo a lo largo del segundo milenio cristiano. En sus respuestas el patriarca Bartolomé habla de cosas ocurridas hace centenares de años, pero al mismo tiempo sugiere perspectivas muy actuales sobre la situación presente de la fe y de la Iglesia en el mundo. Como cuando señala la razón de la división en la primera manifestación de un pensamiento mundano en la Iglesia.
En esta página y en las siguientes, momentos e imágenes de la sagrada liturgia celebrada el pasado 30 de noviembre en la catedral de San Jorge, junto a la sede del patriarcado ecuménico de Constantinopla, con motivo de la fiesta patronal de san Andrés apóstol; aquí arriba, a la izquierda, el patriarca armenio de Estambul Mesrop II Mutafyán, presente en la celebración

En esta página y en las siguientes, momentos e imágenes de la sagrada liturgia celebrada el pasado 30 de noviembre en la catedral de San Jorge, junto a la sede del patriarcado ecuménico de Constantinopla, con motivo de la fiesta patronal de san Andrés apóstol; aquí arriba, a la izquierda, el patriarca armenio de Estambul Mesrop II Mutafyán, presente en la celebración

Santidad, han transcurrido 950 años desde el cisma de 1054, que los libros de historia presentan como el momento de ruptura entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente. Después de tanto tiempo, y a la luz de lo que sucedió después y de la situación presente, ¿qué juicio histórico y teológico puede darse sobre aquel episodio?
BARTOLOMÉ I: Efectivamente, se trata de un episodio, es decir, de un hecho que en sí mismo tiene poca importancia, no porque el cisma no fuera la causa de consecuencias graves, sino porque el episodio de la manifestación oficial del cisma no es esencial para la historia y la teología. Lo esencial, respecto a éstas, es la mentalidad y el espíritu que dominaron en Occidente y que como tales poco a poco fueron tensando tanto la cuerda que mantenía unidos eclesialmente al Occidente y al Oriente que al final la cuerda se rompió.
La manifestación oficial del cisma, si no se hubiera dado en 1054 en las circunstancias en que se dio, habría ocurrido más tarde en otras circunstancias, porque se había infiltrado en Occidente otro espíritu, distinto del que se conservaba en Oriente.
Para quien conoce las leyes espirituales, el cisma fue la consecuencia inevitable de un proceso, cuya raíz hay que buscarla en las primeras manifestaciones del pensamiento mundano en la Iglesia. Dado que este pensamiento no fue rechazado inmediatamente por anticristiano, era inevitable que surgiera de él un espíritu diverso del de la primitiva Iglesia unida, llegando así hasta las consecuencias del cisma.
El año 1054 fue solamente la fecha en la que aparecieron con mayor evidencia algunas desviaciones, de hecho ya conocidas y que habían madurado anteriormente. Estas desviaciones revelaban que las Iglesias de Oriente y de Occidente no estaban de acuerdo sobre muchas cosas esenciales; algunas eran dogmáticas, como el Filioque y el primado papal de jurisdicción universal, otras eran canónicas, como el celibato de los sacerdotes.
De todos estos desacuerdos, el que puede comprenderse más fácilmente es el porqué y el cómo la Iglesia de Occidente fundó su esperanza en su fuerza mundana. Quizá el hecho de que casi todas las sociedades modernas occidentales basan sus esperanzas en el hombre y en sus conquistas, en la riqueza, la ciencia, el poder militar, la tecnología y en cosas semejantes, impide comprender al hombre ortodoxo, que, sin infravalorar o rechazar completamente todo esto, pone su esperanza principalmente en Dios.
La Iglesia debe apoyar su fuerza en su debilidad humana, en la locura de la Cruz (escándalo para los judíos, estulticia para los griegos), y su esperanza en la resurrección de Cristo. Sin poder mundano, perseguida y diariamente condenada a muerte, hace que surjan santos que tienen la gracia de Dios en vasos de barro, que viven dentro de la luz de la Transfiguración y son conducidos por Dios al martirio y al sacrificio, no a la instauración violenta en el mundo de un autodenominado Estado de Dios. Sus santos no son simplemente agentes sociales, filántropos o taumaturgos. Ponen en comunión a la persona humana con la persona de Cristo, conducen hacia la Divinidad increada al hombre creado, provocan en él no una simple mejoría o perfección moral, sino un cambio ontológico de la naturaleza del hombre. Por eso la esperanza de la Iglesia ortodoxa no está en este mundo.
Historiadores católicos hacen notar que también hubo tensiones entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente durante el primer milenio, sobre todo respecto al papel del Papa. De modo que no hay que describir el primer milenio como una especie de edad de oro. ¿Comparte esta opinión?
BARTOLOMÉ I: El mundo, en el que vive la Iglesia en su condición histórica, es una palestra y no un lugar de descanso. Durante el primer milenio la Iglesia afrontó centenares de herejías y desviaciones o caídas de todo tipo por parte de grupos de fieles. Por tanto, nadie que conozca los hechos puede definir el primer milenio de la Iglesia como su época de oro, y tampoco las relaciones entre las Iglesias de Oriente y de Occidente carecieron de nubes.
El patriarca Bartolomé I con 12 metropolitanos del patriarcado ecuménico de Constantinopla durante la liturgia

El patriarca Bartolomé I con 12 metropolitanos del patriarcado ecuménico de Constantinopla durante la liturgia

Pese a todo esto, durante el primer milenio, las Iglesias de Oriente y de Occidente conservaban el vínculo de la paz y la unidad de la fe, por lo menos en las cuestiones básicas, porque las desviaciones, aunque se manifestaron precozmente, todavía no se consideraban insanables. El diálogo era activo, se mantenía el sentido de la unidad y la comunión confirmada en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, es decir, en los sacramentos, y se ponía cuidado en eliminar las desviaciones.
Por desgracia estos propósitos no tuvieron éxito y al final predominó el movimiento contrario, es decir, el de la exasperación de las diferencias y del cisma, como decíamos antes. Por consiguiente, el primer milenio, si por un lado no fue una época de oro para las relaciones entre Oriente y Occidente, fue de todos modos una época de comunión espiritual, y esto es muy importante.
Según el cardenal Kasper las excomuniones recíprocas entre el patriarca Cerulario y el legado papal Humberto de Silva Cándida no fueron un cisma entre dos Iglesias, sino una excomunión «entre dos viejos y testarudos hombres de Iglesia, que cometieron errores y cuyas acciones tuvieron consecuencias más allá de las polémicas de su época». ¿Comparte esta opinión?
BARTOLOMÉ I: No exactamente. Hemos dicho que los anatemas de 1054 fueron un episodio de poca importancia en sí mismo, pero eran el resultado de un largo proceso, la ruptura de una inflamación purulenta que perduraba. Sus personas y sus caracteres jugaron desde luego su papel, pero no fueron estos los factores que determinaron el curso de la historia de la Iglesia. Las fuerzas que determinaron este curso eran más profundas, más amplias, más espirituales y más eficaces. Concernían a pueblos enteros y mentalidades, no a simples individuos, aunque influyentes en la jerarquía civil o eclesiástica, y de todos modos no concernían a sus reacciones aisladas e imprevisibles.
Si los cristianos de Oriente y de Occidente no hubieran estado divididos espiritualmente entre ellos, las actas de Cerulario y Humberto habrían sido anuladas por sus inmediatos sucesores. El hecho de que hayan estado en vigor durante un milenio atestigua que el espíritu común predominante aprobó el cisma como expresión de la diversificación espiritual existente.
Por lo demás, este sentimiento de la diversificación espiritual entre Oriente y Occidente o, con otras palabras, entre mundo romano-católico y protestante por un lado (visto que estos dos mundos sienten un parentesco más profundo entre ellos, a pesar de sus discordias) y el ortodoxo por el otro, es reconocido y proclamado también por los mayores intelectuales de la época moderna.
El teólogo dominico Yves Congar señalaba que también después de 1054 y hasta el Concilio de Florencia de 1431 los hechos de comunión eran tantos que no se podía hablar de una ruptura total. ¿Qué es lo que hizo en los siglos siguientes “provisionalmente definitiva” la separación?
BARTOLOMÉ I: Una ruptura espiritual que implica a millones de fieles y a continentes enteros no se realiza en un instante ni tampoco uniformemente. La enfermedad y la ruina que se deriva de ella no ataca simultáneamente a todas las células. Por eso es comprensible que se conservaran local y temporalmente elementos de comunión. Pero esto no cambia la situación general, que, por desgracia, fue empeorando cada vez más.
En 1204 Constantinopla fue saqueada de modo inhumano y bárbaro, como si fuera una ciudad de infieles y no de personas de la misma fe cristiana. Se instaló en ella y en otras muchas ciudades una jerarquía eclesiástica latina, como si la ortodoxa no fuera cristiana. Se proclamó que fuera de la Iglesia papal no había salvación, lo que significaba que la Iglesia ortodoxa no salva. Se comenzó y llevó a cabo sistemáticamente un imponente esfuerzo de latinización de matriz franca de la Iglesia ortodoxa de Oriente.
Este duro comportamiento amplió el abismo psicológico entre Oriente y Occidente con el resultado de llegar a la situación actual, en la que muchas Iglesias ortodoxas, coralmente o en su mayoría, critican la sinceridad de las intenciones unionistas de la Iglesia romano-católica respecto a la ortodoxa y desconfían frente a la esperanza de alcanzar un resultado unionista mediante los diálogos. Consideran este intento un método para englobar y someter los ortodoxos al papa. Personalmente consideramos siempre útil el diálogo y esperamos sus frutos, aunque maduran lentamente. Además de los intentos humanos de buena voluntad, contamos con la iluminación del Espíritu Santo, con la gracia divina, que siempre cura las enfermedades y suple las cosas que faltan.
Humberto de Silva Cándida era un representante de los innovadores que en la Iglesia de Occidente comenzaron la reforma gregoriana. ¿Por qué este movimiento comportó un alejamiento y una fractura de la Iglesia de Occidente de la Iglesia de Oriente?
BARTOLOMÉ I: La reforma gregoriana provocó reacciones en la Iglesia ortodoxa y en su grey a causa del espíritu del que nacía el modo de su realización (espíritu de autoritarismo, de poder y de acciones unilaterales que ponían fin a la tradición). Las reacciones eran contra el dominio espiritual, contra la esclavitud espiritual, contra el autoritarismo espiritual. Podríamos decir, en general, que las reacciones nacían del sentimiento de la libertad de la persona, que es familiar a la civilización ortodoxa oriental.
Bartolomé I abraza al cardenal Walter Kasper, jefe de la delegación enviada por la Santa Sede a Estambul  con ocasión de la fiesta patronal del patriarcado ecuménico

Bartolomé I abraza al cardenal Walter Kasper, jefe de la delegación enviada por la Santa Sede a Estambul con ocasión de la fiesta patronal del patriarcado ecuménico

A partir de la reforma gregoriana, el desarrollo histórico del poder papal se aleja, para los ortodoxos, del mandato dado por Cristo mismo a Pedro y a los demás apóstoles. ¿Cuáles son, según usted, los elementos más llamativos y substanciales de este proceso?
BARTOLOMÉ I: De todo lo que hemos dicho resulta evidente, creemos, que el espíritu de Cristo, manifestado en su palabra «no he venido para ser servido, sino para servir» y sobre todo en el «dar su alma como rescate para los muchos», que debe inspirar también a sus apóstoles, no lo expresa, según la percepción ortodoxa, un poder eclesiástico centralizado.
Según la percepción ortodoxa es errónea la teoría de la potestad de Pedro sobre los apóstoles, porque Pedro por un lado era corifeo, pero por el otro era uno de los apóstoles, igualmente apóstol, como todos los demás. Se pone en evidencia la superioridad de Pedro respecto a los demás apóstoles para justificar una supremacía de poder.
Además de esto, los ortodoxos desconfían justamente también de todas las demás pretensiones papales, como la infalibilidad y los nuevos dogmas papales, porque ven en estas pretensiones una desviación de la fe primitiva, de la eclesiología de la Iglesia primitiva.
Pero los efectos negativos del cisma no fueron sólo para la Iglesia de Occidente. Los estudiosos católicos subrayan que después de la separación aumentó la fragilidad de las Iglesias de Oriente y su sometimiento estructural al poder civil. ¿Está de acuerdo con esta opinión?
BARTOLOMÉ I: No, no estoy de acuerdo. Las Iglesias ortodoxas del Oriente no han buscado nunca el poder mundano y no han apoyado nunca su existencia y su vida en él. Recuerdan siempre lo que Dios le dijo a san Pablo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza» (2Cor 12, 9). Recuerdan también lo que Cristo le dijo a Pilatos: no pidió la ayuda de doce ejércitos de ángeles para ser liberado.
Además, pese a los esfuerzos que se hacen algunas veces para englobar a las Iglesias en el organismo estatal, como la tendencia de concepciones nacionalistas que a veces afloran, las Iglesias ortodoxas han denunciado el etnofiletismo [la justificación teológica de las ideologías nacionalistas, n. de la r.] como herejía y han conservado el sentido de su unidad espiritual, pese a la autocefalia administrativa que existe en muchas de ellas.
Después de siglos de recíproca lejanía, Pablo VI y Atenágoras, al final del Concilio Vaticano II, quisieron “borrar de la memoria de la Iglesia” las excomuniones de 1054 con la declaración común de diciembre de 1965. ¿Cómo recuerda aquel gesto y aquellos momentos?
BARTOLOMÉ I: Fue un momento excepcionalmente conmovedor, que dio nuevos ánimos a la esperanza de la unidad. Por desgracia esta esperanza no se ha cumplido hasta hoy, pese a que existía la posibilidad de realizarla, pero nosotros no hemos dejado de esperar, aunque, como decía antes, conocemos las dificultades. Mediante nuestra carta enviada estos días a su santidad el papa Juan Pablo II hemos saludado el aniversario del encuentro en Jerusalén de nuestros dos predecesores, el patriarca Atenágoras y el papa Pablo VI, como un gran acontecimiento histórico.
Atenágoras definió este acto «fianza de acontecimientos futuros». En aquel momento muchos tuvieron la impresión de que la católica y la ortodoxa volvían a reconocerse como una única Iglesia, hasta en la comunión sacramental. ¿Qué piensa de los últimos decenios de diálogo ecuménico en comparación con aquella fase?
BARTOLOMÉ I: Muy escasos en resultados importantes, pero fecundos en el profundo trabajo íntimo de las conciencias. Estamos lejos de la época de Atenágoras, porque estamos lejos de su espíritu radiante y visionario. Por desgracia los hechos testimonian que el pasado determina en muchas cosas al futuro, así como la bala que sale del fusil sigue inevitablemente su trayectoria. Tenemos que trabajar más y necesitamos una conversión más profunda para cambiar el camino del mundo y, en especial, el camino del cisma.
Me gustaría terminar con algunas preguntas sobre el mundo presente. Frente a las guerras, los atentados, el dolor continuo que embarga al mundo, ¿cómo ve todo esto la fe ortodoxa? ¿Con que criterios juzga los acontecimientos?
BARTOLOMÉ I: La Iglesia ortodoxa ve el mal de nuestros días como manifestación del mal general. Naturalmente condena con abominación todas las acciones terroristas y reza por la paz del mundo. Pero la eliminación definitiva de estas terribles heridas de la humanidad ocurrirá solamente si amamos al verdadero Dios y cumplimos su voluntad.
Hay quien sigue hablando de choque de civilizaciones y demonizando al islam. ¿Que les ha enseñado a ustedes su convivencia milenaria con gente de religión musulmana?
BARTOLOMÉ I: La demonización puede tocar a cualquier hombre, independientemente de la religión a la que perteneczca. El Evangelio mismo dice que llega la hora de que quien mata a los fieles creerá que da culto a Dios. Tenemos en la historia ejemplos conocidos de cristianos endemoniados que cometieron crímenes terribles en nombre de Cristo. Por consiguiente no es el islam en sí lo que ha de ser demonizado, sino sus interpretaciones fanáticas, como sucede exactamente también con muchas opiniones fanáticas de algunos cristianos o de seguidores de otras religiones.
En lo tocante a las civilizaciones, en las sociedades abiertas, como las del mundo moderno, están continuamente en diálogo y ejercen presiones equilibradoras. Los conflictos no son inevitables cuando los hombres están abiertos al diálogo cultural. Solamente los hombres que rechazan el diálogo o tiene miedo de él usan el conflicto para imponer visiones religiosas o culturales. El mismo Corán, invocado por los fanáticos, proclama que la religión no se impone.
También Turquía, donde gobierna un partido islámico moderado, ha sufrido atentados terroristas, mientras que muchos en Europa, incluso eclesiásticos, se oponen a su ingreso en la Unión Europea. ¿Qué opina de estos hechos?
BARTOLOMÉ I: Creemos conveniente tanto para Turquía como para Europa la perspectiva europea de Turquía, como hemos declarado repetidamente. Es necesario, desde luego, que Turquía comparta los niveles adquiridos en Europa respecto a los derechos humanos, la libertad religiosa y otras libertades, las leyes comunitarias sobre medio ambiente, el comercio etcétera, y conforta el hecho de que se hayan dado pasos importantes en esta dirección. Naturalmente aún deben hacerse muchas reformas legislativas, administrativas y sociales, algunas de las cuales ya se han puesto en marcha y otras seguirán.
Esta es la respuesta a los que se oponen a la entrada de Turquía. Visto que su entrada no es automática sino controlada, ésta tendrá lugar solo cuando se cumplan los presupuestos establecidos por la Unión Europea. Si dichos presupuestos se realizan, la diversidad religiosa de Turquía respecto a la mayoría de los Estados europeos con población cristiana no puede ser motivo suficiente para justificar la oposición a su entrada por parte de la Europa tolerante y laica en la que viven millones de musulmanes.
En los próximos meses irá usted a Roma. ¿Se verá con el Papa? ¿Qué le dirá?
BARTOLOMÉ I: Nuestros mejores votos por su salud, la expresión de nuestro amor y de nuestra oración para que en el momento oportuno maduren los presupuestos de la unión de las Iglesias de Dios.



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