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LIBROS
Sacado del n. 01 - 2004

Albino Luciani: la sonrisa de la vida cristiana


La intervención del prefecto de la Congregación para las causas de los santos en la presentación del libro sobre Juan Pablo I, Mio fratello Albino


por el cardenal José Saraiva Martins


Un momento de la presentación del libro sobre el papa Luciani, editado por 30Días, que se celebró en el Almo Colegio Capránica de Roma el 11 de diciembre de 2003. Los relatores, de izquierda a derecha, son: el padre Roberto Busa, el senador Giulio Andreotti y el cardenal Saraiva Martins

Un momento de la presentación del libro sobre el papa Luciani, editado por 30Días, que se celebró en el Almo Colegio Capránica de Roma el 11 de diciembre de 2003. Los relatores, de izquierda a derecha, son: el padre Roberto Busa, el senador Giulio Andreotti y el cardenal Saraiva Martins

1. Me alegra sobremanera participar en la presentación del libro Mio fratello Albino. Ricordi e memorie della sorella di papa Luciani. Ante todo porque para mí se trata de una ocasión significativa para manifestar mi aprecio y estima por la benemérita revista 30Días y sus acertadas iniciativas editoriales.
La labor desarrollada por la revista, en efecto, se podría paragonar, servatis servandis, a un púlpito de papel, pues contribuye a la difusión de la verdad, a la luz del Evangelio.
Con sus iniciativas editoriales, 30Días entra en los meandros de la contemporaneidad, interpretando eventos, vicisitudes y ofreciendo profundas reflexiones que despiertan interés.
30Días –que, confieso, leo con extremo placer– abarca todo el espacio cultural sin perder nunca de vista la finalidad, digámoslo así, apostólica, es decir, permeando el ambiente en el que se mueve y vive el hombre de hoy, sobre todo para que pueda encontrar a Cristo. En el fondo, es la manera propia de la revista de ser “sal y levadura” en el mundo de la prensa escrita.
Considero ésta una gran caridad, la caridad de la inteligencia, como la definía Antonio Rosmini, y me complace reconocer a 30Días la aportación real que ofrece en este campo a la Iglesia en el mundo actual.
Pese a que todo esto es obvio, me creo en el deber de comunicar estos sentimientos al director de 30Días, Giulio Andreotti, y desearle que siga prestando su autorizado y cualificado carisma a la revista.
2. Otro motivo de gozo, el objetivo principal del encuentro de esta tarde, es la presentación de este hermoso libro escrito por Stefania Falasca con talante periodístico y no sin apasionada participación, además de con su extraordinaria capacidad de nar“ar. El libro, además, está excelentemente presentado, a lo que ayuda sin lugar a dudas el espléndido reportaje fotográfico de Massimo Quattrucci.
Para presentar el libro me valdré también de dos citas, no sacadas del libro, aunque inherentes a él, como podrán comprobar más adelante.
La primera la tomo prestada de un escritor danés, que, en su época, gozó de cierta notoriedad en el ambiente eclesiástico de los primeros decenios del siglo XX. Esto era debido a su asombrosa conversión del luteranismo al catolicismo. Estoy hablando de Giovanni Joergensen, quien sentía gran fascinación por san Francisco de Asís, cuya biografía escribió –su obra más conocida–, y se fue a vivir definitivamente a Asís. También escribió una biografía de santa Catalina de Siena, y otra de don Bosco, cuya edición fue preparada por el salesiano don Cojazzi, que fue preceptor del joven Pier Giorgio Frassati. La cita la tomo precisamente de esta última biografía de don Bosco, que por desgracia está agotada y no se encuentra –ojalá 30Días pueda volver hacer algo para que vuelva a publicarse, a ser posible actualizada desde el punto de vista estilístico–. Joergensen escribe parafraseando, con mucho respeto, el Libro sagrado: «Me permito comenzar la vida de don Bosco con estas palabras: “En principio era la madre”… se llamaba Margherita Occhiena y era una campesina piamontesa» (G. Joergensen, Don Bosco, Società Editrice Internazionale, Turín 1929, pp. 19-20).
Respaldado por lo que he leído, con gran interés, en el testimonio de Antonia Luciani sobre su hermano Albino, incluido en el libro que presentamos esta tarde, quisiera decir que yo empezaría la biografía de Luciani precisamente con el estilo de Joergensen, es decir, así: «En principio era la madre… se llamaba Bortola Tancon y era una mujer de la montaña véneta».
La plaza de la iglesia de Forno di Canale, en una foto de los años veinte

La plaza de la iglesia de Forno di Canale, en una foto de los años veinte

Me van a permitir una confidencia sobre el tema. Yendo a Belluno para la apertura de la fase diocesana de la causa de canonización del papa Luciani, el pasado 23 de noviembre, el actual vicario general de Belluno contaba –estaba también don Giorgio Lise, postulador, quien se encuentra también aquí esta tarde y podrá confirmarlo– que había nacido en el mismo pueblo que don Albino, que entonces se llamaba Forno di Canale, hoy Canale d’Agordo, y que había asistido y servido la misa algunas veces a Luciani. Pero lo interesante era esta observación: «En el pueblo», decía, «incluso cuando era ya monseñor y obispo, cuando se hablaba de él siempre se decía don Albino el de Bortola». Luego añadía un detalle aún más elocuente: «Cuando se hablaba del padre de Luciani, la gente también le llamaba Giovanni el de Bortola, algo bastante insólito y extraño, pero que habla bien claro sobre la fuerte y significativa presencia de este mujer junto a su marido y su hijo».
3. Recordando una de las últimas citas, de las muchas que hacía, que el siervo de Dios Albino Luciani daba de su madre en los sermones, en las lecciones, en los discursos, en los escritos, la que hizo durante la audiencia general del miércoles 27 de septiembre –en la que dijo a propósito del Acto de caridad: «Me lo enseñó mi madre, pero yo la sigo rezando todavía, varias veces al día»–, la hermana del papa Luciani, Antonia (en el libro está en la página 38), hace notar que don Albino le dedicó su primer libro, Catechetica in briciole, que salió en 1949, precisamente el año después de la muerte de su madre, «A la suave memoria de mi madre, mi primera maestra de catecismo». Y sigue contando cosas del Albino niño que una vez hizo una composición sobre su madre, en el cuarto año de escuela, en la que escribía entre otras cosas: «Se viste de cualquier manera porque es campesina, pero sabe leer, escribir bien y hacer cuentas». Sigue diciendo la hermana Nina que su madre «era una mujer rústica, muy sencilla aunque de gran temperamento, volitiva, enérgica» (p. 38 del libro).
Otro sabroso episodio contado por la señora Antonia se refiere a la gran pasión de Albino por la lectura: «Llevaba siempre consigo libros, incluso cuando iba a segar a la montaña. Berto», el otro hermano que luego se dedicó a la enseñanza toda su vida, «le llamaba “el devorador de libros”». «”Recuerdo”, sigue diciendo la hermana sobre esta escena conmovedora, “la primera vez que leyó la Historia de un alma, de santa Teresa de Lisieux. Tenía diecisiete años. Lo recuerdo bien porque incluso le había pedido dinero a nuestra madre para comprárselo. Decía: “Si pudiera conseguir el dinero…”. Había leído la reseña del libro en un periódico que tenía nuestro padre y deseaba con todo su corazón tenerlo”» (p. 53 del libro). Han pasado muchos decenios, pero la señora Nina sigue teniendo clavados en la memoria varios episodios de la vida de santa Teresita que le contó su hermano Albino, quien sabía contarlos tan bien que se quedaban impresos en la mente.
Su hermana Antonia sigue contando sobre su madre (p. 74 del libro) que cuando el obispo nombró a monseñor Luciani primero provicario y luego vicario general de Belluno, la madre le preguntó al hijo: «Albino, ¿qué son estas cosas que tienes que hacer?». El hijo le explica que le han pedido que siga trabajando más duramente por la Iglesia, a lo que la madre comenta: «Si es así, tendré que rezar más por ti». La madre de don Bosco habría dicho lo mismo. Y, permítaseme decir, incluso nuestras santas madres.
La reflexión que hemos hecho nos sirve para comprender el gran papel de la familia, en especial de la madre, en el crecimiento, en la formación de una persona, y que, por decirlo con palabras de Joergensen, «un muchacho será santo si la madre camina por los senderos de Dios» (G. Joergensen, Don Bosco, op. cit., p. 20).
La santidad, pues, posee su pedagogía, o quizá habría que decir mejor que existe una pedagogía de la santidad, de la que también habla Juan Pablo II en la carta Novo millennio ieunte, donde escribe: «Los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia» (NMI 31). Durante una audiencia general, Albino Luciani, dialogando con el niño que llamó a su lado para que ayudara al Papa, dijo: «Cuando era mayorcito, mi madre me decía: “De pequeño estuviste muy enfermo”; yo, que ya no me acordaba, creía a mi madre. Creía lo que me decía, pero la creía sobre todo porque era mi madre», y luego paragonaba esto a la relación que el fiel ha de tener con el Señor.
En pie, la madre Bortola Tancon (izquierda), y, sentados, los abuelos maternos

En pie, la madre Bortola Tancon (izquierda), y, sentados, los abuelos maternos

En el estrecho vínculo de Albino Luciani con su madre Bortola hay toda una pedagogía de santidad que habría que redescubrir y proponer con valor en nuestros programas pastorales. El libro de Falasca que 30Días ha tenido la feliz idea de realizar posee esta virtud: introducirnos en una dimensión doméstica y familiar, descorriéndonos el velo sobre la santidad de esta familia Luciani, en su sencillez y cotidianidad.
4. Paso ahora a la segunda cita de la que hablaba al principio, que tampoco está en el libro, aunque no es ajena a él. La tomo del pequeño volumen editado por Città Nuova, que publica el curso de ejercicios espirituales dirigidos por el cardenal Van Thuân para el Papa y la Curia romana hace algunos años. El purpurado, un día que estaba de paso en Melbourne, Australia, adonde había ido a predicar un curso de ejercicios espirituales, cuenta: «Con gran consuelo he leído en una pared estas palabras de esperanza: “No hay santo sin pasado, así como no hay pecador sin futuro”» (en Testimoni della speranza, Città Nuova 2000, p. 47).
Mucho podría decirse sobre la esperanza que Albino Luciani, como sacerdote, confesor (especialmente en Agordo; hay un capítulo sobre este aspecto de Luciani, casi inédito hasta ahora, en las páginas 60-65), obispo, patriarca y Pontífice infundía en los pecadores. Pero despertó en mí mucho interés y curiosidad descubrir el “pasado” de este candidato a la santidad, el siervo de Dios Albino Luciani, un pasado sobre el que el libro se detiene y considera, con todo lujo de detalles, que nos da ánimos, diría Bo, y nos ayuda a sentir cercana y realmente posible la santidad.
En el retrato de familia que se dibuja en el coloquio con Nina Luciani, transformado por Stefania Falasca en este libro de agradable lectura, se hacen descubrimientos emocionantes. Por ejemplo, en la página 44 se habla de cuando el pequeño Albino, en 1915, enfermó de pulmonía porque un día, durante el invierno de aquel año en que había nevado mucho, escapó descalzo y su madre lo trajo a casa completamente empapado. Me he emocionado leyendo este pasaje porque a mí también, de niño, mi madre me reñía porque me escapaba de la cama para jugar en la nieve.
Así pues, Albino era travieso, como se lee en la página 46: «Muy travieso. Cuando su madre se iba al campo a trabajar, él se escapaba siempre, se iba corriendo con los otros niños y había que estar detrás de él porque nunca se sabía qué era capaz de armar». Les invito a leer el divertido episodio de los cartuchos y los azotes que se ganó Albino por ello. O bien el episodio de la página siguiente, cuando llamó ladrona a la maestra en la escuela porque no le devolvía un libro que él le había prestado. Los padres fueron convocados a la escuela, y el padre le dijo a su mujer: «Bortola, ve tú a pedirle perdón a la maestra; yo no voy, no sea que pierda la paciencia y le zurre» (página 47). Este episodio lo contaba también su hermano en la comida que se hizo cuando Luciani llegó a obispo, comentándolo al principio del discurso dirigido al hermano recién consagrado, y provocando una gran carcajada en los parientes y amigos presentes, con estas palabras: «No penséis que siempre fue un santo… aunque luego le diera tantas satisfacciones a nuestra madre».
 Pablo VI visita Venecia, el 16 de septiembre de 1972

Pablo VI visita Venecia, el 16 de septiembre de 1972

Es simpático el episodio de la pedrada con la honda, por cuya causa casi se hace franciscano. Y maravillosa la narración de los veranos pasados con la familia, cuando Albino era un joven seminarista o sacerdote fresco. Quiero leer una parte, no me resisto a la tentación, porque es realmente bonita: «De aquellos veranos pasados juntos, las imágenes que más se me han quedado grabadas», dice la señora Nina, «son las de Val Garés, adonde íbamos a cortar la hierba. […] Las imágenes más hermosas que conservo son de cuando íbamos a la montaña al amanecer para ayudar a Berto y a Albino a cortar el heno. Tengo grabado el recuerdo de aquellos amaneceres en los prados, cubiertos de azucenas, y a Albino segando con la sotana» (página 54).
5. No puedo alargarme más, por lo que les invito a descubrir las bellezas que esconde cada una de las páginas del libro. Una de ellas, casi al final, es la homilía de monseñor Luciani en la parroquia de su pueblo, recién consagrado obispo de Vittorio Veneto. Es una obra maestra de espiritualidad, pastoralidad y catequesis. La autora del libro elige inteligentemente esta homilía de entre las muchas que se conocen, porque efectivamente en ella está todo sobre Luciani, lo que fue y lo que será después como Pontífice. Es una homilía que condensa su pensamiento y su programa de pastor.
El aspecto de Luciani como maestro de catequesis queda patente varias veces en el libro (por ejemplo, en la página 55). Durante la apertura de la causa de beatificación, en Belluno, se leyó un pensamiento de Albino Luciani sobre la catequesis que me gustó especialmente: «El más hermoso de los ministerios es el ministerio pastoral. Pero el catecismo es aún más hermoso. Nada se le puede comparar. Es el ministerio más puro, el más libre de pretensiones. Lo que no es catecismo no significa nada para mí» (A. Luciani, Illustrissimi, Lettera a Dupanloup, ed. Messaggero Padova, pp. 300-301; cfr. Opera omnia, vol. I, pp. 405-406).
Termino con un último pensamiento del siervo de Dios Albino Luciani sobre la santidad, que me acompaña desde que lo escuché en la ceremonia de apertura de la causa en Belluno, y que creo que puede representar para todos los presentes aquí esta tarde una invitación eficaz y persuasiva a responder afirmativamente a la llamada a la santidad que el Señor nos dirige, como hizo con él, nuestro don Albino. Es éste: «La santidad vivida está mucho más extendida que la santidad proclamada oficialmente. El papa canoniza, es verdad, sólo a los santos auténticos… Si hacemos aquí en la tierra una especie de selección, Dios no la hace en el cielo; al llegar al Paraíso, probablemente encontraremos a madres, obreros, profesionales, estudiantes, colocados mucho más arriba que los santos oficiales venerados aquí en la tierra» (Opera omnia, vol. VI, p. 16).
Probablemente, quisiera añadir yo de manera aún más explícita, queriendo implicarles a ustedes, encontraremos también periodistas, escritores, fotógrafos y políticos.
Estoy convencido de que el libro que presentamos esta tarde no necesita que se le haga demasiada propaganda, porque ya se la hace él mismo, y qué duda cabe de que tendrá gran éxito, como lo ha tenido hasta ahora. Por mi parte quisiera hacer patente una vez más, públicamente, mi aprecio a la autora Stefania Falasca por el trabajo realizado, al fotógrafo Massimo Quattrucci y, por la cuidada y elegante presentación tipográfica, a la editora 30Días, que nos ofrece un volumen que vale la pena leer y difundir entre amigos y conocidos.





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