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ANIVERSARIOS
Sacado del n. 02 - 2004

El extraordinario La Pira



Giulio Andreotti


Publicamos el discurso con motivo de la ceremonia de conmemoración de Giorgio La Pira en el Palacio de Montecitorio, el 25 de febrero de 2004

Señor presidente de la República, colegas parlamentarios, señoras y señores: hay un adjetivo acertadísimo para Giorgio La Pira: extraordinario. Ya de joven, cuando estudiaba en el Instituto técnico de Messina, se ganaba algo de dinero con su amigo Salvatore Quasimodo llevando las cuentas de una pequeña fábrica de “productos químicos coloniales y vinos de calidad”. De ahí deriva el carteo con el poeta que fue premio Nobel. El 12 de noviembre de 1922 (en los turbulentos días de la marcha sobre Roma), por ejemplo, encontramos en una de estas cartas frases como ésta: «Tenemos un origen común, pero caminos distintos; sin embargo, la meta es una sola. Llegamos juntos al mismo tiempo, tú desde la poesía, yo desde la filosofía; será el primer paso; luego continuaremos juntos hasta Ascesi». En esa misma larga carta leemos también: «Entre los milagros de la salvación se nos enseñó: Primero, la pobreza».
También en las manifestaciones sociales de la FUCI, La Pira era un invitado deseado e incisivo. Lo recuerdo en el Congreso Nacional de 1942 en Asís, en un momento dramático para nuestra nación, desgarrada por una guerra ya perdida, elogiando la paz que construye y el amor que reedifica
Más tarde, ya catedrático de Derecho romano, La Pira será para muchas generaciones de universitarios algo más que un prestigioso profesor, será un maestro en la vida, especialmente mediante la Misa del pobre que importó de Florencia a Roma, incluso viniendo él personalmente los domingos a la iglesia de San Jerónimo de la Caridad para prestar su cariñosa atención a algunos centenares de víctimas de la miseria, a quienes decía que los estudiantes teníamos que estarles agradecidos porque nos enseñaban la verdadera filosofía de la vida. Ágil y alegre, el profesor tenía para todos la palabra adecuada, pero especialmente una sonrisa que daba serenidad.
También en las manifestaciones sociales de la FUCI, La Pira era un invitado deseado e incisivo. Lo recuerdo en el Congreso Nacional de 1942 en Asís, en un momento dramático para nuestra nación, desgarrada por una guerra ya perdida, elogiando la paz que construye y el amor que reedifica. Firme en los conceptos, su estilo era llano; y al final el propio Fortini, que había expresado malestar oyendo estigmatizar el odio por los ingleses, fue arrollado por la fascinación de La Pira y lo abrazó conmovido, recibiendo de él, entre nuestros calurosos aplausos, una pequeña medalla de la Virgen.
Más tarde, en el ejercicio de la misión política, en el Parlamento, en el gobierno y especialmente como primer ciudadano de Florencia, de lo que hablará el alcalde Domenici, centraría su enseñanza y su obra en la subordinación de la ley a las exigencias de los ciudadanos desposeídos. Un economista puede incluso dudar de que haya que adecuar las necesidades a los recursos disponibles, pero La Pira no. Hubo momentos en los que este humanismo lapiriano lo enfrentó polémicamente con las autoridades. Por ejemplo, en un congreso no aceptó la objeción de De Gasperi sobre la necesidad de adecuar los programas de desarrollo invocados por La Pira a los recursos tributarios. La Pira insistió con un firme: «Amicus Plato sed magis amica veritas». También reaccionó duramente a las críticas de don Sturzo sobre un pretendido estatalismo económico serpeante.
Tampoco eran fáciles las contraposiciones entre los dos futuros candidatos a la beatificación.
Con ocasión de una de las ocupaciones de fábricas florentinas en crisis, se enfrentó al gobernador civil diciendo: «La Fonderia delle Cure será una auténtica ciudadela de resistencia contra la injusticia y veremos quién vencerá».
Giorgio La Pira, nacido el 9 de enero de 1904  en Pozzallo (Siracusa)

Giorgio La Pira, nacido el 9 de enero de 1904 en Pozzallo (Siracusa)

Yo mismo fui objeto de un telegrama lapidario porque había tenido que enviar a la policía financiera para que impidiera el secuestro de las oficinas tributarias para alojar a los sin casa. Para hacerme perdonar aceleré el traslado al ayuntamiento de la Fortezza da Basso, cuya pertenencia a la estructura militar La Pira censuraba con razón. En esta ocasión llegó a ser poético.
Conservo de aquella ocasión este originalísimo billete:
«Ministerio de “Defensa”: ¿de qué? De la “belleza” teologal de las ciudades cristianas: de la creación artesanal (de nivel artístico) en Florencia y en todas las ciudades italianas. Ergo: “Fortezza da Basso”: Fortaleza para defender y difundir la belleza cristiana. Reflejo de la belleza de Dios, y de nuestra civilización».
Cito otra carta suya que recibí en enero de 1973 (La Pira era de pluma fácil; escribía siempre a mano, pero incluía una copia mecanografiada para facilitar la lectura).
Transcribo la carta:
«Que la estrella (de Belén) que condujo a los Magos desde el punto más alejado de la muralla china a Belén conduzca ahora a la cátedra de Pedro (a Roma) a los pueblos de Oriente, sus sucesores. Es decir, esos pueblos a los que en primer lugar los Magos indicaron el camino amigo de la salvación, de la civilización y de la paz. Estas palabras no son fantasía: ¡la historia, cada día más, nos demuestra que este es el curso irreversible de la historia del mundo! ¡Hoy como ayer, al igual que mañana! ¡Si Italia intuyera realmente que su destino histórico y político es este: ser el puente que los pueblos han de atravesar para llegar a la inevitable plaza de Pedro!».
Algunas iniciativas de La Pira fueron objeto, tanto en su momento como posteriormente, de comentarios críticos, que no comparto. Y si algunos detalles del viaje a China y Vietnam (la clandestinidad, los pasaportes alterados y otras cosas) pueden prestarse a dudas, la idea de los coloquios entre cristianos, judíos e islámicos fue extraordinariamente positiva. Era la siembra de una planta que por desgracia aún no ha crecido debidamente. Pero aquellas iniciativas florentinas dejaron en todo el mundo árabe una señal incancelable.
El presidente de la República italiana Carlo Azeglio Ciampi, el senador Giulio Andreotti y el cardenal Carlo Maria Martini, durante la ceremonia del centenario del nacimiento de La Pira, celebrada en Montecitorio el 25 de febrero de 2004

El presidente de la República italiana Carlo Azeglio Ciampi, el senador Giulio Andreotti y el cardenal Carlo Maria Martini, durante la ceremonia del centenario del nacimiento de La Pira, celebrada en Montecitorio el 25 de febrero de 2004

Con gran conmoción por mi parte, el difunto rey de Marruecos me preguntó si siendo él islámico podía atestiguar en la causa de beatificación de La Pira, del que se había quedado encantado por la amplitud de sus miras y cuya sencillez le había fascinado cuando lo visitó en la celda de San Marco. También en círculos israelíes era considerado con respeto. Recuerdo la impresión que se llevó el presidente de la Organización sionista mundial, Nahum Goldman, cuando La Pira le invitó en 1964 para que celebrara en Florencia el Congreso mundial judío.
Añado también un episodio singular. Existía en la Alianza Atlántica –aunque siempre como elemento de disuasión, nunca como hipótesis de ataque– la idea de planificar una bomba de neutrones. Washington nos había pedido que escribiéramos a Brezniev para contestar sus durísimas críticas al respecto.
La Pira me escribió lo siguiente:
«Queridísimo Andreotti, escucha: es la segunda vez que lo hago; gracias por la primera vez. Comienzo por la conclusión: Andreotti tiene que comprometerse también, en nombre de Italia, contra la bomba de neutrones. Hay que dejar de armar al mundo para destruirlo.
Fraternalmente. Giorgio La Pira».
Poco después fui de visita a Washington y en los coloquios escuché con sorpresa al presidente Carter decir que la bomba de neutrones era una idea del almirante Rickover, que él no compartía.



La Pira se dedicó con intensidad y de manera originalísima a la política exterior.
Conservo este originalísimo billete: «Ministerio de “Defensa”: ¿de qué? De la “belleza” teologal de las ciudades cristianas: de la creación artesanal (de nivel artístico) en Florencia y en todas las ciudades italianas. Ergo: “Fortezza da Basso”: Fortaleza para defender y difundir la belleza cristiana. Reflejo de la belleza de Dios, y de nuestra civilización»
Interpretó Florencia como sede llamada por la Providencia para construir y vivir mensajes de paz. Para él la paz era cristiana. En un apunte escrito a lápiz que me pasó el 26 de abril de 1962 durante una ceremonia en el Palacio Vecchio (y que aún conservo), escribía: «Mira, en Florencia se pueden hacer y decir las cosas más audaces encuadradas explícitamente en la visión cristiana de la historia; y todo ello con extrema lógica y claridad, como laboratorio y experimentación».
En este filosofía de la esperanza política se inserta una carta fechada el 28 de octubre de 1970:
«Puede que no me equivoque si digo que la Democracia Cristiana podría hacer mucho (en Italia y, por reflejo, en el mundo) si tuviera el valor de introducir en su “concepción política de la historia” este dato preciso: la guerra es imposible; la negociación global es inevitable; la mediación italiana podría ser realmente el puente de paz sobre el mundo».
Sin duda hubo también falsas ilusiones. En una carta fechada el 21 de marzo de 1972, San Benito, patrón de Europa, La Pira me escribía: «¿Has leído el discurso de Brezniev? El 1972 será sin duda alguna el año de la negociación global: e Italia (después del 7 de mayo) podrá hacer mucho para poner en marcha estas negociaciones. “El camino de Isaías”, por mucho que digan los pseudorrealistas».
¿Era La Pira promotor de “la tercera fuerza”? Para ser exacto, sí, aunque en 1949 hubiera votado por el Pacto Atlántico. En una carta del 20 de julio de 1970, después de asegurarme que había rezado por mí en la Badia, decía: «Construir la tercera tienda: entre las dos tiendas de guerra (OTAN y Pacto de Varsovia) construir la tercera tienda, la de la paz: construirla en Europa: y, de manera más específica, en Italia, donde está la “sede de Pedro”. Construir el “punto atractivo del mundo” (paz “conversión de las armas en arados”) y construirlo aquí, en Roma: cerrar, como hizo Augusto, el templo de Jano y construir el Ara Pacis (unificando el mundo, como Augusto hizo).
Esta no es “poesía” ni “utopía”: es “la historia esencial” de hoy y de mañana.
Con fraternal cariño. La Pira».
Alegaba un discurso suyo pronunciado en Leningrado y una hermosa carta de monseñor Helder Câmara, el legendario obispo de Recife.
En las relaciones personales La Pira era extraordinario. Tuvo en su poder, por ejemplo, el texto de la famosa relación Kruschov –que había sorprendido y puesto en una situación difícil a Togliatti– dos años antes de que el mundo occidental lo conociera. Lo confirmó él mismo pocos días antes de morir, diciendo: «Sí, es cierto: fue el embajador ruso quien me entregó la relación en un convento de Florencia».



Del La Pira constituyente queda la documentación de una aportación de altísimo valor. Recuerdo, por ejemplo, además del discurso del 17 de marzo de 1947 sobre la doctrina social cristiana, que según la cultura hegemónica no existe, su relación sobre los “Principios relativos a las relaciones civiles”. Es un texto sobre el que tendremos que meditar en este período de discusiones sobre las reformas. Pero fuera de los resúmenes estenográficos, la aportación de La Pira fue extraordinaria incluso a la hora de crear y mantener un clima de cooperación, sin el cual es imposible establecer líneas y ordenamientos que duren en el tiempo.
Una extraordinaria característica de La Pira. Nadie consideraba que, a pesar de que fechaba las cartas con el santo del día y se apartaba de las reuniones con los sindicatos en el Ministerio de Trabajo para leer el breviario, fuera un clerical. También por esto es justo definirlo extraordinario.
Otra imagen de la ceremonia del 25 de febrero:  el cardenal Ennio Antonelli, arzobispo de Florencia,  con el presidente Ciampi

Otra imagen de la ceremonia del 25 de febrero: el cardenal Ennio Antonelli, arzobispo de Florencia, con el presidente Ciampi

Sólo él podía permitirse una propuesta como ésta: «El Ministerio de Defensa tiene un presupuesto y gasta en armas. ¿Por qué no crear un capítulo para las eficacísimas armas nucleares de la oración: las ciudadelas de la oración en Italia y en el mundo, y crear otras nuevas en Asia, en África, en América Latina? Piénsatelo. Es un asunto más serio y más técnico de lo que parece. Sé que tú no te reirás de esta propuesta».
No me reí. Aunque también es cierto que no la pude aplicar; más tarde, en un monasterio tailandés que acogía a monjas de clausura procedentes de China, a orillas del río Kwai, una hermanita me preguntó: ¿cómo está La Pira?
Un momento particular aquí en Montecitorio fue cuando el 21 de diciembre de 1947 propuso que se introdujera la frase: «En nombre de Dios, el pueblo italiano se otorga la presente Constitución». Lo hizo delicadamente, citando –buscando consenso– el mazziniano “Dios y Pueblo”. En realidad, era ya demasiado tarde por lo que se refiere al procedimiento, pero La Pira provocó en todos atención y malestar. Bien lo dijo Piero Calamandrei: «No tengo nada contra el colega y amigo La Pira; porque si el punto al que hemos llegado en nuestros trabajos no nos lo hubiera impedido, yo también habría deseado que al principio de nuestra Constitución hubiera alguna palabra que significara una llamada al Espíritu. Porque, colegas, al finalizar nuestros trabajos, a veces difíciles e incluso molestos, a veces enfrascados, digamos, en cuestiones burdamente políticas, al final de nuestros trabajos existe en nuestra conciencia la sensación de haber participado en esta obra nuestra en una inspiración solemne y sagrada. Habría sido oportuno y reconfortante expresar también en una sola frase esta conciencia nuestra de que en nuestra Constitución hay algo que va más allá de nuestras personas, una idea que nos vincula al pasado y al porvenir, una idea religiosa, porque es religión todo aquello que demuestra la transitoriedad del hombre y la perpetuidad de sus ideales».



El 5 de febrero de 1977, al enterarme de que Giorgio La Pira había empeorado, fui a Florencia a visitarlo con la esperanza de que superara la crisis. Estaba muy cansado, aunque sereno y especialmente cariñoso. Por la noche recibí en Roma un telegrama que le había dictado a Fioretta Mazzei. Decía que rezaba al Señor para que ayudara al gobierno: «A llevar la barca italiana que, pese a las ansias terribles como las de la violencia y el aborto, ha de llegar nuevamente al puerto de la fraternidad y la paz para la defensa de las nuevas generaciones».
Murió en noviembre, y su funeral florentino fue un momento inolvidable de conmoción y cariño.



Para terminar, agradezco al presidente Casini que me haya asociado a esta solemne reevocación de un insuperable maestro, más que de política, de espiritualidad, de coherencia y de vida.


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