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ORTODOXOS
Sacado del n. 02 - 2004

El obispo de Roma y la unidad de los cristianos


El teólogo Bruno Forte interviene sobre los temas que propuso el patriarca ecuménico Bartolomé I en el pasado número de 30Días: «En el camino hacia la unidad, el papel de Pedro y de sus sucesores ha sido y sigue siendo de importancia decisiva para la Iglesia»


por Gianni Valente


Bruno Forte

Bruno Forte

El año 2004 está resultando lleno de citas significativas en las relaciones entre la Iglesia de Roma y las Iglesias ortodoxas. Tras el encuentro en Moscú del patriarca Alexis II y el cardenal Walter Kasper, ocurrido el pasado 22 de febrero, puede ser que el patriarca ecuménico de Constantinopla Bartolomé I venga a Roma el próximo 29 de junio, con ocasión de la fiesta de san Pedro y san Pablo, patronos de Roma, aceptando la invitación que le ha hecho Juan Pablo II con una carta que lleva la fecha del pasado 16 de enero (ver el recuadro de la pág.15).
Las entrevistas que ya han tenido lugar y las previstas se mezclan con los numerosos aniversarios históricos de este año. A mediados del próximo julio se cumplen los 950 años de la excomunión recíproca entre el legado papal Humberto de Silva Cándida y el patriarca de Constantinopla Miguel Cerulario, el episodio de 1054 que la historiografía señala como la fecha del cisma entre las Iglesias de Oriente y la Iglesia de Roma. También se están cumpliendo los ochocientos años de aquella cruzada de 1204 en la que milicias cristianas saquearon la cismática Bizancio. Pero también se celebran aniversarios de otro tipo, que recuerdan momentos importantes del comienzo lleno de expectativas del diálogo ecuménico. En su primer Ángelus de este año Juan Pablo II recordó el abrazo entre su predecesor Pablo VI y el patriarca ecuménico Atenágoras, ocurrido en Jerusalén el 5 de enero de 1964. El próximo noviembre, además, con un gran congreso organizado en Frascati, cerca de Roma, por el Consejo pontificio para la unidad de los cristianos, se celebrarán los cuarenta años de la promulgación de la Unitatis redintegratio, el decreto sobre el ecumenismo del último Concilio ecuménico.
En este contexto lleno de citas sugestivas, la amplia entrevista al patriarca ecuménico Bartolomé I, publicada en el último número de 30Días, representa sólo el primero de una serie de intervenciones y artículos que nuestra revista quiere dedicar durante este año a las razones teológicas e históricas y a las incomprensiones presentes que aún mantienen abierta la fractura entre gran parte de las Iglesias de Oriente y la Iglesia de Roma. Muchas de estas razones tienen que ver con la función del obispo de Roma como sucesor del apóstol Pedro. El mismo Juan Pablo II, con la encíclica Ut unum sint de 1995, ha favorecido en torno a esta problemática un debate eclesial sereno y libre, definiendo «es significativo y alentador que la cuestión del primado del Obispo de Roma haya llegado a ser actualmente objeto de estudio» (n. 89), y demostrando tomar en serio «la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva» (n. 95).
<I>La vocación de Pedro y Andrés</I> (1601), lienzo, Royal Gallery Collection, Hampton Court Palace, Londres. La imagen está publicada en el libro de Maurizio Marini, Caravaggio, Roma, 2001. El famoso historiador de arte sir Denis Mahon, después de una reciente intervención de limpieza, ha atribuido este lienzo a Caravaggio

La vocación de Pedro y Andrés (1601), lienzo, Royal Gallery Collection, Hampton Court Palace, Londres. La imagen está publicada en el libro de Maurizio Marini, Caravaggio, Roma, 2001. El famoso historiador de arte sir Denis Mahon, después de una reciente intervención de limpieza, ha atribuido este lienzo a Caravaggio

En esta perspectiva, incluso los pasajes más provocatorios de la citada entrevista pueden plantear interrogantes positivos. Como, por ejemplo, si es posible y providencial distinguir el primado del obispo de Roma, tal y como lo define la Iglesia, de proyectos de hegemonía espiritual, cultural y política.
Sobre algunas de las opiniones manifestadas en la entrevista por el patriarca Bartolomé I, 30Días ha recogido la opinión de uno de los teólogos católicos más conocidos y universalmente estimados, llamado este año a predicar los ejercicios espirituales de Cuaresma al Papa y a la Curia romana. Bruno Forte nació en Nápoles en 1949. Fue ordenado sacerdote en 1973 y es profesor de Teología dogmática en la Pontificia Facultad Teológica de la Italia meridional. Ha pasado largos periodos de investigación en Tubinga y París. Es conocido y estimado en todo el mundo por las lecciones y conferencias que pronuncia en muchas universidades europeas y americanas y por los cursos de actualización y de ejercicios espirituales en los varios continentes. Es miembro de la Comisión Teológica Internacional, donde ha presidido el grupo de trabajo que redactó el documento Memoria y reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado (febrero 2000). De sus obras (muchas de ellas traducidas a los idiomas europeos más difundidos y a otros muchos) las principales son la Simbolica ecclesiale (Edizioni San Paolo, Milán), en ocho volúmenes, y la Dialogica (Morcelliana, Brescia), en cuatro volúmenes.

La entrevista al patriarca ecuménico Bartolomé I, publicada en el último número de 30Días, ha provocado discusiones. ¿La ha leído usted?
BRUNO FORTE: Si, me la señalaron y la he leído con interés. Estimo profundamente a su santidad Bartolomé I. Es una estima que nació hace muchos años cuando yo era un joven sacerdote de la Iglesia de Nápoles delegado para las cuestiones del ecumenismo y tuve la posibilidad de invitarle a dar una conferencia sobre el diálogo entre Oriente y Occidente, mucho antes de que fuera elegido sucesor del patriarca Dimitrios. Ya desde entonces me llamó la atención su fe profunda, su pasión por la unidad y su gran conocimiento del mundo católico, apoyado en un singular dominio lingüístico (además, habla muy bien el italiano). Luego he tenido la posibilidad de visitarle en Constantinopla, en El Fanar, encabezando un grupo de peregrinos tras las huellas de Pablo. Nos conquistó su hospitalidad y el deseo de unidad que sus palabras reavivaron en nosotros. Creo que también sus recientes declaraciones hay que leerlas a la luz de un antiguo y constante compromiso en favor del diálogo ecuménico: aislar algunas afirmaciones de este trasfondo no da la idea de la estatura teológica y espiritual del actual patriarca de Constantinopla.
¿Qué es lo que más le ha llamado la atención del punto de vista de Bartolomé I sobre las razones que alimentaron la división durante todo el segundo milenio cristiano?
FORTE: De las declaraciones contenidas en la entrevista comparto la afirmación de que la causa profunda de la división y del escándalo que esta comporta es el espíritu de mundanidad que se insinuó de varias formas y en distintos momentos en la conciencia de los discípulos de Cristo. Cuando el cálculo del poder de este mundo substituye al único título de gloria de los creyentes, que es el seguimiento de Jesús crucificado por la salvación del mundo, cualquier desviación es posible. La gran arma del Adversario para alejar a los hombres del Evangelio de Cristo es la de dividir a los cristianos: si el Señor mismo dijo que «en esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13, 35), es evidente que la falta de amor recíproco, la división, ocultará al mundo el Rostro del Redentor. Y nada favorece más la división que la lógica del poder y del éxito en este mundo, que substituye a la caridad vivida en el don de sí mismo hasta el final. Respecto a esto, su santidad Bartolomé I dice una gran verdad.
Bartolomé I y Juan Pablo II el 29 de junio de 1995 en la Basílica de San Pedro

Bartolomé I y Juan Pablo II el 29 de junio de 1995 en la Basílica de San Pedro

¿Hay puntos de la entrevista que le han convencido menos?
FORTE: El punto sobre el que me permito plantear una reserva es el acento que el patriarca pone sobre la responsabilidad exclusiva de la Iglesia de Occidente en orden a este pecado de mundanidad: ésta, según él, «ha fundado su esperanza en su fuerza mundana», a diferencia del hombre ortodoxo, que «pone su esperanza principalmente en Dios». Incluso admitiendo las culpas cometidas por los hijos de la Iglesia católica –y Juan Pablo II lo hizo con decisión durante el Jubileo del año 2000, dando un ejemplo extraordinario de confianza en la fuerza de la Verdad que libra y salva– me parece imposible pensar que Satanás tuviera éxito solamente con los cristianos de Occidente. En realidad, la tentación del poder y de la mundanidad se asoma durante los siglos en toda la cristiandad, en Occidente como en Oriente: queriendo buscar ejemplos históricos, creo que no sería difícil hallarlos entre los cristianos ortodoxos como no ha sido difícil individualizarlos entre los cristianos católicos. En resumen, el Maligno está al acecho por todas partes y por desgracia nadie puede invocar para una parte de la Iglesia la inocencia del Edén o el perfecto seguimiento de la Cruz, viendo en la otra parte todas las culpas y las concesiones a la lógica de la mundanidad. Sobre este punto –que me aparece evidente– la entrevista de su santidad Bartolomé I parece por lo menos incompleta, a no ser que se haya cometido un error involuntario en la transcripción periodística de sus palabras. Sobre todo, quisiera decir claramente que tampoco la esperanza de la Iglesia católica, como la de la Iglesia ortodoxa, está en este mundo, sino en Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Si no fuera así, no solamente no se explicaría el florecimiento extraordinario de santos en Occidente, como en Oriente, sino que sería totalmente incomprensible la misma supervivencia de la Iglesia en los siglos, fuera de las parábolas de grandeza y declive de los poderes de este mundo, que se han sucedido durante los dos mil años de cristianismo.
En la entrevista Bartolomé I relativiza el episodio que según la opinión común ocasionó el cisma. De todos modos, durante el segundo milenio la división degeneró varias veces en conflictos que conservan la dura irreversibilidad de los hechos históricos.
FORTE: Tiene razón su santidad el patriarca de Constantinopla cuando ve el hecho de la división consumada en 1054 como la punta del iceberg de un proceso más amplio y arraigado en las conciencias. Quisiera puntualizar que me parece que esta es exactamente la postura del cardenal Walter Kasper, que también tengo el privilegio de conocer desde hace años tanto por medio de sus importantes textos de teología como en persona. Él nunca ha reducido el cisma a un simple choque de caracteres entre dos protagonistas, el legado papal Humberto de Silva Cándida y el patriarca Miguel Cerulario, aunque es evidente que sus personalidades no fueron ajenas al precipitarse de los acontecimientos. El desarrollo de la división fue favorecido luego por errores humanos, de los cuales todos hemos de ser conscientes y por los cuales la Iglesia, obedeciendo a la verdad, pide perdón, haciendo suya justamente la voz de las víctimas: pienso en las víctimas de la crueldad del saqueo de Constantinopla de 1204, al que se refiere el Patriarca, pero pienso también en las muchas víctimas de la barbarie estaliniana, que quiso aniquilar la Iglesia greco-católica en los territorios del imperio soviético, uniéndola forzosamente a Moscú. En los dos casos es justo pedir perdón por las posibles connivencias con lo ocurrido por parte de responsables eclesiásticos que no hicieron todo lo que podía o debía hacerse para detener la barbarie y defender a los oprimidos, tanto entre los católicos como entre los ortodoxos.
El histórico abrazo entre Atenágoras y Pablo VI en Jerusalén, el 5 de enero de 1964

El histórico abrazo entre Atenágoras y Pablo VI en Jerusalén, el 5 de enero de 1964

En la entrevista con Bartolomé I aflora como decisivo para la plena comunión el consenso sobre el papel del obispo de Roma. El patriarca ecuménico escribe entre otras cosas que «se subraya la superioridad de Pedro respecto a los demás apóstoles para justificar un primado de poder». Según usted, ¿qué es lo que puede ayudar al diálogo en torno a este punto?
FORTE: Quisiera subrayar los motivos de esperanza que su santidad Bartolomé I recuerda varias veces, cuando por ejemplo afirma que considera «siempre útil el diálogo» y que espera «sus frutos, aunque maduran lentamente», o cuando invita a contar con «la iluminación del Espíritu Santo, con la gracia divina, que siempre cura las enfermedades y suple lo que falta». En este camino hacia la unidad, el papel de Pedro y de sus sucesores fue y sigue siendo de importancia decisiva para la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente: basta leer el Nuevo Testamento para comprenderlo. Pedro es –después de Jesús– el personaje más conocido y citado en él: es mencionado 154 veces con el sobrenombre Pétros, “piedra”, “roca”, asociado en 27 casos al nombre judío Simeón, en la forma griega Simón, mientras el apelativo arameo Kefa, que significa igualmente “roca”, aparece 9 veces y es el preferido por Pablo. Este simple dato cuantitativo no se explicaría sin una importancia específica del papel del ministerio de Pedro para toda la Iglesia según la voluntad de Jesús, expresada en afirmaciones decisivas como por ejemplo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16, 18), o el mandato de “confirmar ” a sus hermanos (cf Lc 22, 32). No cabe duda de que en la historia el ejercicio del ministerio petrino ha sido desempeñado de distintos modos, y el mismo Juan Pablo II –en la carta encíclica Ut unum sint (nn 88 y siguientes)– se ha declarado dispuesto a escuchar la petición que le han hecho muchos cristianos no en comunión plena con Roma para «encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva» (n. 95). En un mundo que cada vez más se está convirtiendo en una “aldea global”, el ministerio universal del sucesor del Pedro parece aún más necesario para todo el ecumene cristiano, como ha mostrado por ejemplo el papel profético que ha tenido la voz del Papa en relación a la reciente guerra en Irak: aquí, hacemos votos para que las Iglesias ortodoxas no dejen de dar su aportación preciosa al desarrollo de un ejercicio de este ministerio que sirva a la unidad de todos los discípulos de Jesús en su testimonio al mundo y que pueda llegar a todos, obedeciendo el designio divino de unidad en la Iglesia. Es una ayuda que creo que el obispo de Roma puede esperarse de Iglesias tan ligadas a nivel de doctrina de la fe y de los sacramentos con la Iglesia católica, y especialmente del patriarca ecuménico de Constantinopla, que siguiendo el ejemplo de sus predecesores, comenzando por el gran Atenágoras, mucho ha hecho y podrá seguir haciendo en favor del desarrollo del diálogo entre Oriente y Occidente y del crecimiento en la unidad querida por el Señor, para que de verdad el ecumene cristiano respire plenamente con sus dos pulmones y los discípulos de Cristo sean también visiblemente uno “como” Jesús y el Padre son uno (cf. Jn 17, 21).
En la entrevista con Bartolomé I se alude a un hecho compartido por gran parte de la historiografía católica que considera que la reforma gregoriana hizo surgir una forma de estructura eclesiástica en Occidente que contribuyó a hacer más profunda la diferencia con el Oriente. ¿Comparte esta opinión?
El encuentro entre el patriarca de Moscú Alexis II y el cardenal Walter Kasper el 22 de febrero de 2004

El encuentro entre el patriarca de Moscú Alexis II y el cardenal Walter Kasper el 22 de febrero de 2004

FORTE: La vida y el mensaje de Gregorio VII están resumidos en las palabras escritas sobre su tumba: «Dilexi iustitiam, odivi iniquitatem, propterea morior in exilio» («Amé la justicia, odié la iniquidad, por eso muero en exilio»). Expresan el sentido auténtico de la reforma que promovió, que perseguía precisamente liberar a la Iglesia de ese espíritu de mundanidad en el que su santidad Bartolomé I ve justamente la causa de todos los males de la existencia cristiana. Reivindicar la libertas Ecclesiae contra un poder político ávido que lo invade todo quería decir combatir la simonía y la inmoralidad entre los discípulos de Cristo, favorecidos en cambio por la investidura laica de los ministros sagrados. Esta lucha anticipó la moderna distinción entre Iglesia y Estado, que a menudo falta en la experiencia histórica de las Iglesias ortodoxas, y esta falta ha resultado ser a menudo causa de sufrimientos y de males para ellas y para muchos creyentes cristianos incluso no ortodoxos. Es extraño por tanto que el patriarca ecuménico juzgue tan negativamente una reforma puesta en marcha por el mismo espíritu antimundano que él considera tan necesario para el bien de la Iglesia y para la causa de la unidad. Pero quizá el lenguaje periodístico ha recortado juicios históricos que requerían mucha atención, y que –oportunamente fundamentados y articulados– ofrecen resultados interesantes para el mismo ecumenismo, como demuestran por ejemplo las aportaciones fundamentales sobre la historia de la eclesiología del padre Yves Congar.


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