Las relaciones entre el Estado y las minorías cristianas
Nada de cruzadas, somos turcos
El actual gobierno de Ankara, controlado por el partido islámico moderado AKP, ha dado señales de prestar atención a los problemas de las Iglesias cristianas
por Gianni Valente

PADRE DE LA PATRIA Antes de entrar en clase, todos hacen el “juramento del estudiante” ante el busto de Atatürk
Hace cien años esta era la escuela privada católica administrada por los hijos de don Bosco. Con la laicización del sistema escolar impuesta por Atatürk, el instituto había seguido como escuela italiana. Pero hace unos años una nueva ley establecía que los estudiantes turcos podían ir a escuelas extranjeras sólo a partir de la escuela media. Sin alumnos en la escuela primaria la escuela corría el riesgo de desaparecer. De modo que don Orazio decidió dar el gran salto.
Durante tres años, mientras las clases estaban temporalmente suspendidas, trabajó en la gran metamorfosis. Transformó la escuela en sociedad anónima, y todas las acciones eran de su propiedad. Se pateó oficinas y ministerios, tratando de derecho societario con burócratas aburridos y coleccionando sellos y certificados de aprobación. Al final Evrim ha vuelto a abrir como otra escuela privada turca cualquiera, totalmente integrada en el sistema educativo nacional. También Orazio se ha hecho turco. Ha tomado el nombre de Namik, y está adoptando a otro salesiano con ciudadanía turca. Cuando se retire, le nombrará a él presidente de la sociedad, con una simple transferencia de propiedad, como las que se hacen de padre a hijo.
De este modo, con atlético y salesiano pragmatismo, Orazio ha esquivado ágilmente las extenuantes controversias sobre los intríngulis legales que complican el funcionamiento de las instituciones en Turquía. Con su escuela impregnada del credo laico que inspira a todo el sistema educativo turco, sin ningún signo exterior que haga pensar en el cristianismo, es una imagen viva de los caminos paradójicos que a veces hay que recorrer siguiendo la invitación de san Pablo de «hacerse todo por todos» para dar testimonio de Jesucristo. Mientras mira a los niños que entran en clase, te sabe decir de cada uno de ellos la fe de la familia a la que pertenece. «De aquellos tres, uno es cristiano, otro musulmán y el otro judío», dice indicando con satisfacción a tres niños que van del brazo hacia la puerta del segundo año de primaria. Habla con orgullo de sus estupendos maestros, «pero los estudiantes ni siquiera saben de qué religión es cada uno de ellos…». Alude a testimonios bajo capa, sin proclamas misioneros, sin tener que llamar la atención a la fuerza. Es un testimonio a media voz, como la vida cotidiana. Este es precisamente el verdadero «espacio público» donde se crean los «honrados ciudadanos», como enseñaba don Bosco. Puede así ocurrir que una fe nueva toque los corazones, uno a uno.
Turquía-Europa, la historia infinita
Pero el caso de Orazio en Turquía es único. Un “vuelo en solitario” con el que el salesiano ha esquivado con éxito los problemas que angustian a los líderes de las comunidades cristianas en la Turquía moderna, nacida de la revolución kemalista: la gran cantidad de problemas que han de afrontar las instituciones y las obras de las minorías religiosas del país, cuyos derechos están formalmente definidos en los artículos introducidos ad hoc en el Tratado de Lausanne, firmado en 1923 por la Turquía moderna, en su papel de heredera del Imperio otomano. Una problemática controvertida e indigesta para las autoridades turcas que ahora está en el centro de las fluctuantes negociaciones para la entrada de Turquía en la Unión Europea, después de que los órganos directivos de la UE condicionaran la prosecución de las conversaciones a una serie de reformas de distinto calibre que el aspirante turco debería aplicar para adecuar sus instituciones, su economía y su aparato social a los parámetros europeos (ver recuadro). Una lista en la que figura también el deber de alcanzar el nivel “europeo” en lo que se refiere a la tutela de los derechos humanos y las minorías. Amparándose en las indicaciones europeas, el pasado septiembre, y por primera vez en la historia de la Turquía moderna, los representantes de las principales minorías cristianas presentes en Turquía (católica, ortodoxa, armenia y siria) firmaron un cahier de doléances en donde manifestaban el contenido de sus aspiraciones. El documento, enviado a la Comisión de los derechos del hombre de la Asamblea nacional turca (y por conocimiento, al gabinete del primer ministro y a los ministerios interesados) resume en siete puntos las reformas que habría que hacer para resolver los «problemas crónicos» de las minorías en Turquía. Según los representantes de las comunidades cristianas, se trata de «reconocer la personalidad jurídica a todos los Patriarcados e Iglesias […]; asegurar las condiciones legales necesarias para la enseñanza y la formación de los ministros religiosos […]; garantizar la concesión de la nacionalidad turca o los permisos de residencia al personal religioso procedente del exterior […]; atribuir a un ministerio ad hoc la competencia sobre los problemas de las minorías religiosas […]; conseguir que las instituciones públicas y las organizaciones dejen de considerar a los no musulmanes como grupo social sospechoso para la seguridad del país […]; reconocer a las instituciones religiosas la posibilidad de administrar bienes patrimoniales, con el objetivo de devolver a las comunidades sus antiguos bienes inmuebles que por distintas razones les fueron incautados a las comunidades cristianas; autorizar el funcionamiento de una iglesia por lo menos en todas las ciudades donde vivan cristianos».

¿NUEVO CURSO? Apretón de manos entre el presidente turco Tayyip Erdogan y Mesrop II Mutafyan, patriarca armenio de Estambul. La armenia, con 80.000 fieles, es la comunidad cristiana más numerosa de Turquía

TRAS LOS ATENTADOS Las fuerzas de seguridad vigilan una manifestación en el barrio comercial de Taksin, en Estambul
En la mezquita grande sunnita de Antioquia el muftí repite como un disco rayado los mismos conceptos. No se cansa de decir con cien fórmulas distintas que «tenemos que hacer el bien con los dones que Alá nos ha dado, difundiendo una imagen buena de la religión, para que la gente diga al vernos: ¡qué buenos son los musulmanes!». Un mundo de buenas intenciones donde los únicos enemigos son «los malos musulmanes y turcos que recurren a la violencia».
El artículo 312 del Código penal persigue desde siempre la instigación al odio religioso. Pero en los últimos tiempos el control de los sermones en las mezquitas es aún más intenso. Desde los atentados de noviembre contra dos sinagogas y el edificio de un banco británico en Estambul, la alarma por el contagio integrista descarga tensiones y presiones de alcance planetario sobre la ya compleja relación entre instituciones y religión en Turquía. Una anomalía creada por complicados procesos históricos, que hay que tener en cuenta si se quiere comprender realmente algo incluso de las minorías cristianas.
Desde el punto de vista formal, la laicidad del Estado sigue siendo el eje de la República turca, nacida de la ruptura violenta con el viejo régimen, «ampliamente fundado en la religión, que fue considerado el mayor responsable de la decadencia del Imperio otomano» (A. Bockel). Siguiendo este principio los padres de la patria pretendían realizar en Turquía, a ritmo acelerado, el proceso que se había desarrollado en Occidente desde el Renacimiento hasta el siglo de las Luces. También en el preámbulo de la última Constitución, en vigor desde 1982, se establece que «los sentimientos religiosos, en sí eminentemente respetables, no deben en ningún caso interferir con los asuntos del Estado ni con la política». Y el artículo 24, párrafo 4, prohíbe cualquier intento de «abusar de la religión» para «fundar, aunque solo fuera parcialmente, sobre reglas religiosas cualquier orden social, económico, político o jurídico». El rigor laicista que inspira a toda la estructura del Estado lo justifican los historiadores como contramedida a los empujes teocráticos inherentes al islam y en su reluctancia a distinguir entre la esfera religiosa y la de la organización política y la convivencia civil. Este rigor siempre ha tenido como cancerbero al potente ejército y al poder judicial, como demuestran las distintas sentencias de prohibición de llevar el velo en los edificios públicos y las que a lo largo de los últimos decenios han llevado a la disolución de cuatro partidos con la acusación de confesionalismo islámico. Con la exigencia de controlar políticamente la esfera religiosa se justificó en su tiempo también la creación de la Diyanet, la Dirección de asuntos religiosos, que debía garantizar el laicismo institucional y «realizar la solidaridad y la unión nacional». Pero la vida política y social modifica andando el tiempo los rígidos esquemas ideológicos. «En los últimos decenios», explica a 30Días Emre Öktem, joven y brillante profesor de Derecho internacional en la Galatassaray Üniversitesi, «ha ocurrido una curiosa ósmosis. Lo político ha penetrado en lo religioso para controlarlo mejor, pero lo religioso ha aprovechado para introducirse en el aparato estatal». Los símbolos de esta heterogénesis de los fines son las Tariqat, las hermandades islámicas prohibidas por la ley pero a las que pertenecen notoriamente algunos de los principales líderes políticos de los últimos años, desde Ozal a Erbakan. Pero la propia Diyanet, que nació como instrumento de control, se ha venido transformando en órgano de propagación del islam sunnita, que de hecho se ha convertido en la confesión religiosa de Estado, con prejuicio sobre todo de los grupos islámicos minoritarios, como los varios millones de alauitas. En el año 2000 la Diyanet contaba con 90.000 empleados y un presupuesto estatal de 471,4 millones de euros. «De este modo, en los últimos decenios», reconoce Öktem, «Anatolia ha conocido una oleada de islamización ortodoxa que quizá ni siquiera es comparable a la época otomana, cuando el Estado estaba poco presente en ámbito rural». Estas contradicciones han marcado las relaciones entre laicismo institucional y emersión “política” del factor religioso en los decenios recientes. «Después del golpe de Estado de 1980», sigue diciendo Öktem, «el gobierno militar se valió del discurso religioso para obstaculizar los movimientos marxistas, en sintonía con la política americana de la “zona verde” en Asia. El presidente-general Evren introducía en sus discursos en defensa del Estado versos coránicos. El electoralismo ha recompensado de manera creciente a los que han apostado por la religión». La victoria del AKP en las elecciones de 2002 ha de ser interpretada según esta perspectiva histórica. Pero precisamente el partido de Erdogan podría ahora, según Öktem, probar una nueva síntesis: «Profundizando en su inspiración de partido moderado-islámico, el AKP podría superar las lógicas del pasado y favorecer el nacimiento de un nuevo equilibrio entre estabilidad política, laicismo de Estado y libertad de religión, según standards europeos».
Dentro de esta situación en movimiento, el hecho que los derechos de las minorías religiosas sigan estando tuteladas según los artículos impuestos por el Tratado de Lausanne representa un residuo de inmovilismo del pasado, que implícitamente confina a las comunidades religiosas no musulmanas del país al status de realidades extranjeras garantizadas por acuerdos internacionales.
Aprender de Roncalli
Don Giorges Marovitch, que ahora es canciller en el Vicariato apostólico de Estambul, era todavía casi un niño cuando llegó a Estambul como nuncio Angelo Roncalli. Sigue viviendo en la “Casa Papa Giovanni”, la ex nunciatura que se ha convertido en un pequeño museo, donde a veces hacía de monaguillo en las misas que el plácido nuncio bergamasco celebraba todos los días en la capilla. Mientras enseña a los invitados las salas y los pasillos donde el futuro Papa bueno transcurrió los años difíciles de la segunda guerra mundial, le gusta relatar los episodios cotidianos que llamaban la atención de su fantasía adolescente. Pero recuerda también cuando algunos miembros de las comunidades de extranjeros católicos presentes en Estambul se levantaron contra el nuncio, porque Roncalli había intentado celebrar misa también en turco. «Algunos “insurgentes” escribieron incluso a Roma, acusando al nuncio de querer cambiar la religión católica».
El ambiguo status de minorías etnorreligiosas protegidas por las potencias extranjeras, consagrado por el Tratado de Lausanne, sigue proyectando su sombra sobre las comunidades cristianas en Turquía. Un dato que deberían tener en cuenta quienes albergan el legítimo deseo de aprovechar las conversaciones turcas con Europa para ir ganando espacios y legitimizaciones jurídicas.