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SERMIG
Sacado del n. 02 - 2004

LOS CUARENTA AÑOS DEL SERMIG. Entrevista a Ernesto Olivero

«¿El comienzo? Una conmoción a la que dije sí»


En el Servicio misionero juvenil participan miles de personas, sobre todo muchachos, que todo los días dedican su tiempo a cuidar de los pobres y a realizar proyectos de desarrollo en más de cien países. Su fundador habla de los comienzos de esta historia y de los amigos que ha encontrado a lo largo del camino, como la madre Teresa de Calcuta, Helder Câmara, el cardenal Van Thuân y Norberto Bobbio


por Paolo Mattei


Juan Pablo II con Ernesto Olivero durante la audiencia en la Sala Pablo VI del Vaticano el pasado 31 de enero de 2004, con motivo del 40 cumpleaños del Sermig

Juan Pablo II con Ernesto Olivero durante la audiencia en la Sala Pablo VI del Vaticano el pasado 31 de enero de 2004, con motivo del 40 cumpleaños del Sermig

«Lo que hemos podido hacer en estos años es como la masa de las relaciones de amistad con todas las personas que hemos conocido y querido». Ernesto Olivero, nacido en 1940, casado y con tres hijos, sintetiza así los cuarenta años de historia del Sermig, la obra que fundó en 1964, año en que dejó su trabajo en el banco para poder dedicarse completamente a la misión en ayuda de los más pobres y en favor de la paz en el mundo y de los jóvenes. El Sermig, Servicio misionero juvenil, nació en Turín y participan en él miles de personas, sobre todo muchachos, que todos los días dedican su tiempo a cuidar de los pobres y a realizar muchos proyectos de desarrollo en más de cien países. Desde 1983 el Sermig tiene su sede en los cuarenta y cinco mil metros cuadrados del viejo Arsenal militar de Turín, hoy Arsenal de la Paz, que en el 96 se “duplicó” en el Arsenal de la Esperanza, con sede en São Paulo, Brasil.
Con ocasión de los cuarenta años del Sermig, celebrados por diez mil chicos ante el Papa el pasado 31 de enero, fiesta de san Juan Bosco, hemos charlado con Ernesto Olivero, que nos has descrito algunos de esos encuentros fundamentales que dieron vida a la “masa” de su obra misionera.

La historia del Sermig comenzó con una intuición suya. ¿Qué fue lo que le llevó a emprender esta aventura y qué pensaba hacer?
ERNESTO OLIVERO: Cuando se comienza una aventura no se sabe nunca dónde se va a parar. La idea que tenía era la de combatir, no de derrotar, sino combatir el hambre en el mundo. Pero el inicio fue una conmoción, la compasión por un pobre que no tenía donde cobijarse para pasar la noche. El comienzo de una aventura grande y hermosa, como la del Sermig, creo que siempre está marcado por una conmoción a la que se dice “sí”. Después de ese primer “sí” he dicho otros, y tras cuarenta años me he dado cuentas de que, gracias a Dios, he pronunciado quizá millones y millones.
Los comienzos no fueron fáciles, aunque recibieron ustedes ayuda del arzobispo de Turín, el cardenal Michele Pellegrino.
OLIVERO: Sí, fue él quien en 1969, pocos años después de la fundación del Sermig, nos ofreció como sede la iglesia de la calle del Arzobispado, en un momento en que no sabíamos “donde sentar cabeza” porque no estábamos bien vistos en la diócesis de Turín. El cardenal era un hombre de Dios, que hablaba de justicia. Nos reconoció cuando nosotros “no nos conocíamos” todavía. Fue nuestro primer amigo. Mediante él conocimos a Hélder Cámara, con el que organizamos en 1972 un encuentro público con diez mil muchachos en el Palacio de deportes de Turín. También dom Hélder se hizo amigo nuestro.
Su historia está marcada por muchas amistades y muchos encuentros importantes, no sólo con hombres de Iglesia, sino también con grandes personalidades laicas…
OLIVERO: El encuentro más importante para mi vida ha sido con Jesús. Es a él a quien se le dice sí al principio y durante toda la aventura. El encuentro con él te hace entrar en una grandísima libertad, porque él es el único que tiene palabras de vida eterna, y el único que dice que las fuerzas del mal no predominarán, el único que escuchó a todo el mundo… Sin que yo lo buscara, me he encontrado con personas completamente diferentes de mí. Las he escuchado, he aprendido muchas cosas, y muy a menudo me han corregido. Y si he tenido que corregir yo a alguna de estas personas, espero haberlo hecho con espíritu de gran apertura, es decir, con espíritu cristiano. La suerte de ser cristiano está también en esta libertad de diálogo y de relación con todos.
Niños palestinos ven pasar una manifestación de judíos en la ciudad vieja  de Jerusalén

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La personalidad laica más significativa con la que se ha encontrado ha sido sin duda Norberto Bobbio, que dijo de la comunidad del Sermig: «Cuando estoy con vosotros, yo también, a pesar de mis dudas, me abandono a la esperanza». ¿Un recuerdo que conserva de él?
OLIVERO: ¿Uno solo? Tengo muchísimos… El día que falleció estaba volando de Roma a Trieste. Leía la Biblia como hago todos los días. Leía el versículo de Lucas que dice: «Y ahora deja que tu siervo vaya en paz según tu palabra». Apunté está frase pensando en Norberto, sin saber que estaba en gravísimas condiciones. Al llegar a Trieste a las seis y veinte de la tarde, me llamaron por teléfono para comunicarme que acababa de morir. Norberto y yo mantuvimos una amistad muy hermosa y muy humana. Teníamos nuestras discusiones porque era una persona sincera y nos decíamos en la cara todo lo que pensábamos. Me repetía siempre que la riña o la discusión acalorada no deberían nunca “pasar la noche”. Un día reñimos y yo me fui de su casa muy enfadado. Por la noche, cuando llegué al Arsenal, me comunicaron que acababa de llegar, con un correo expreso, una carta suya en la que me escribía: «Perdona. Hablaremos mañana con más calma. El diálogo no interrumpe la amistad». Era un hombre bueno.
También la madre Teresa fue una presencia importante en la historia del Sermig. Fue ella la que le nombró a usted para el Premio Nobel de la Paz…
OLIVERO: Cuando la conocí –era muy joven y me la presentó el padre Pellegrino– vi a una persona normal. La belleza y la grandeza de la madre Teresa estaban en su sencillez. Mi corazón en aquel momento me dijo: si esto lo hace ella, también lo puedo hacer yo, porque veía en ella la normalidad, la sencillez desarmada de una mujer cristiana. Las mismas características que poseía el cardenal Van Thuân, otro gran amigo del Sermig. Ciertas personas, muy importantes, que casi son inaccesibles, no te infunden ganas de moverte, no te conmueven. La madre Teresa, Van Thuân, con su “accesibilidad”, con su sencillez y humildad, fueron de verdad un don y soy muy feliz de haber estado con ellos a menudo. La madre Teresa fue varias veces a vernos a Turín, la volví a ver en Roma y tuve la gran alegría de poder hablar con ella por última vez poco antes de que fuera a morir a la India.
Su Universidad del Diálogo está dedicada al cardenal François Xavier Nguyên Van Thuân.
OLIVERO: Sí. Me lo presentó el Papa. La amistad con el cardenal Van Thuân ha sido fundamental para mi crecimiento y para el crecimiento de nuestra comunidad cristiana. Antes de morir me regaló tres rosarios y una bendición que conservo en mi corazón de manera especial. Detenido en las cárceles de su país durante trece años, de los cuales diez los pasó de pie en una celda oscura con las manos atadas a la espalda, Van Thuân no dejó nunca de rezar por sus carceleros. Para nosotros es una gran testigo de paz y en su memoria les pedimos a los jóvenes que estén con nosotros.
Helder Câmara y la madre Teresa de Calcuta: dos personalidades que fueron muy amigas del Sermig

Helder Câmara y la madre Teresa de Calcuta: dos personalidades que fueron muy amigas del Sermig

Acaba usted de llegar de Brasil, donde el Sermig dirige desde 1996 el Arsenal de la Esperanza. En Brasil vive otro gran amigo de ustedes, el arzobispo Luciano Pedro Mendes de Almeida.
OLIVERO: Pienso que la amistad con dom Luciano es la más importante de nuestra historia. Es una gran bendición. Lo conocí en enero de 1988 cuando vino a visitarnos a Turín. Me lo había imaginado como un gran prelado, y me encontré delante a un sacerdote humilde, vestido modestamente. Deseaba que nos hablara de Brasil, y en cambio habló de Líbano, donde acababa de estar. Me sugirió que fuera, me presentó al patriarca maronita que me invitó a su país, donde fui a conocer a los jóvenes libaneses. Gracias a la amistad de dom Luciano, el “pequeño padre”, que entró inesperadamente en nuestra vida, hemos podido hacer obras de caridad en Líbano, Somalia, Ruanda, Irak. Haber conocido a un hombre tan arraigado en Dios y en la Iglesia, tan disponible, ha sido de verdad uno de los dones más hermosos que nos ha hecho el Señor. Nos ha cambiado la vida. Gracias a dom Luciano Oriente Próximo se ha convertido en nuestra casa. Si hoy también Brasil es nuestra casa, si en 1996 pudimos crear en São Paulo el Arsenal de la Esperanza, que todos los días acoge a miles de personas para pasar la noche, y ofrece cuidados médicos, comidas calientes y cursos de preparación laboral, ha sido gracias a él.
Usted conoce bien a Lula. ¿Piensa que la esperanza de un cambio positivo que encendió en los brasileños antes de llegar a presidente sigue siendo realizable?
OLIVERO: Lula es siempre Lula, no ha cambiado tras la elección. Es la clase medio-alta la que debe seguir sus propuestas de cambio. La esperanza de Lula puede realizarse si los brasileños le siguen.
Una de las características del Sermig que más llaman la atención es la capacidad de atracción que esta comunidad ejerce en un gran número de jóvenes.
OLIVERO: Mi gran dolor es constatar que los jóvenes son realmente los más pobres y los menos conocidos. Los medios de comunicación confeccionados por los adultos hablan solo de jovencitas que lo único que desean es salir en televisión, de adolescentes inadaptados que no saben superar sus fracasos existenciales o de multitud de quinceañeros atraídos sólo por goces efímeros y enajenantes. Las nuevas generaciones buscan en realidad dos cosas sencillas, y, sin embargo, muy difíciles de encontrar: la humildad y la verdad. Recuerdo dos citas que dan el sentido de lo que digo. El 5 de octubre de hace dos años hicimos en Turín un “G8 al revés” en el que participaron cien mil muchachos. Lo llamamos así porque ocho jóvenes que habían vivido una historia difícil la contaron ante sus coetáneos y los representantes de las instituciones. Llegaron a Turín cien mil muchachos sin avisos mediáticos, sin que se exhibiera ninguna estrella del rock, sólo por medio de llamadas telefónicas. Y al final hasta limpiaron la plaza… El encuentro con el Papa del pasado 31 de enero fue organizado en veinte días. En una semana nos pusimos en contacto con diez mil personas, y a otras tantas tuvimos que decirles que no. Si suceden cosas de este tipo significa que la imagen que los medios de comunicación nos proponen del universo juvenil es sin duda parcial, si no completamente falsa.
Después del 11 de septiembre el miedo parece que ha ocupado el lugar de la esperanza. Pero la palabra esperanza es predominante en el “vocabulario” del Sermig, también en la lucha contra el hambre en el mundo…
OLIVERO: Los cristianos viven la paz del corazón. Quien vive la paz del corazón vive una inquietud positiva. Esta es la esperanza que nos da el Señor y esta es la esperanza que queremos comunicar al mundo. Queremos comunicar nuestra buena inquietud al mundo para acabar con el hambre. Lloré el 11 de septiembre. Cuidado con no jugar dialécticamente con esta fecha, que representa una enorme tragedia. Pero cuidado también con no olvidar que cada día mueren treinta mil personas de hambre y enfermedades relacionadas con la pobreza. Cada día miles de prisioneros viven en la desesperación más negra. Esta paz inquieta que vivimos nos ha sido dada para ayudar al mundo a abrir los ojos. Al respecto quisiera hacer un llamamiento a través de su periódico…
A su disposición…
OLIVERO: Quisiera ir a entrevistarme con Bush. Y quisiera ir como italiano y europeo agradecido. Estoy convencido de que nosotros debemos ayudar a nuestros amigos americanos diciéndoles que si no abren los ojos sobre los temas de la paz y de la justicia, están al final del reino. Y el final del reino es un desastre para todos. Yo deseo que América renazca y, como hombre común, quisiera ver a Bush para hablarle de estas cosas. Quisiera que algunos de los amigos de 30Días me ayudaran a ir con algunos jóvenes a ver al presidente de los Estados Unidos y hablarle de paz, para ayudar a América a volver a su verdadera tradición.


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