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HISTORIA
Sacado del n. 03 - 2004

AGUSTÍN, EL MEDITERRÁNEO Y EUROPA

Las raíces africanas del cristianismo latino


La Iglesia de África de los primeros siglos desempeñó un papel importante en la vida y en el desarrollo del cristianismo occidental. Una conferencia del obispo de Argel


por Henri Teissier


Restos arqueológicos de una basílica cristiana en Cartago

Restos arqueológicos de una basílica cristiana en Cartago

Aunque no soy desde luego ningún especialista del cristianismo africano de los primeros siglos, espero que me permitan proponer algunas reflexiones sobre el tema que voy a tocar en esta conferencia: «Las raíces africanas del cristianismo latino». No voy a hablar en nombre de una competencia que no tengo, sino más bien para plantear a los especialistas preguntas sobre una cuestión, cuya importancia es evidente para las Iglesias del norte y del sur del Mediterráneo occidental.
Me parece significativo, dentro del “Año 2003 de Argelia en Francia”, hacer conocer el papel que la Iglesia de África de los primeros siglos jugó en la vida y el desarrollo del cristianismo latino.
Tomaré en consideración, pues, distintos aspectos de la Iglesia latina de los primeros siglos, para hacer preguntas a los expertos aquí presentes en relación a las aportaciones específicas de los cristianos del norte de África en el momento en que nacía el cristianismo latino, y poco a poco iba asumiendo en Europa un rostro libre de sus primeros orígenes, griegos y medioorientales.
El profesor Claude Lepelley propuso recientemente una reflexión sobre el mismo tema en el simposio organizado por la Unesco los días 30 y 31 de enero de 2003. Me voy a permitir basarme ampliamente en su intervención, pero aprovecharé mi situación de pastor y el mayor tiempo que tenemos a disposición para plantear, además, preguntas nuevas, esperando con ello dar mi aportación a una toma de conciencia importante para las relaciones entre los dos Occidentes, el Occidente europeo y el Occidente (es el significado de la palabra Magreb) del sur del Mediterráneo.
Tomar conciencia de este hecho es muy importante para los cristianos de Europa, como también para los actuales habitantes del Magreb. Los europeos deben saber que una parte importante de sus raíces cristianas latinas se encuentra en el sur del Mediterráneo. Y los habitantes del Magreb deben conocer el papel que sus antepasados desempeñaron en una tradición cultural y religiosa que ahora parece completamente ajena a su tierra. Una toma de conciencia que también puede tener importancia para las jóvenes Iglesias de África que ven sus fuentes espirituales como únicamente europeas, olvidando no sólo los orígenes orientales de la Biblia y el desarrollo de la patrística oriental, sino también el papel del África romana.
El profesor Claude Lepelley, reflexionando sobre ello, no duda en expresar su postura de forma paradójica: «El cristianismo occidental no nació en Europa, sino en el sur del Mediterráneo».
Es una afirmación que puede asombrar, pero que está ampliamente avalada por la historia.
Intentaré, pues, explorar las pistas principales que hay que recorrer para descubrir, bajo distintos aspectos, las raíces africanas del cristianismo latino.

San Cipriano, detalle del mosaico del siglo VI que representa la procesión de los mártires, Basílica de San Apolinar Nuevo, Ravenna

San Cipriano, detalle del mosaico del siglo VI que representa la procesión de los mártires, Basílica de San Apolinar Nuevo, Ravenna

1. La literatura cristiana latina nació en el África romana
El primer dato tiene una importancia considerable. Las obras más antiguas de teología cristiana en latín que han llegado hasta nosotros no fueron escritas en Italia, ni en España, Galia o Dalmacia, sino que proceden de Cartago. En los tiempos de Tertuliano, efectivamente, los cristianos del norte del Mediterráneo escribían aún en griego. Es lo que hacía, evidentemente, Clemente de Roma, un siglo antes. Pero es también lo que hacía Justino –que no es propiamente un “padre latino”, pero que murió mártir en Roma (†165 ca.) poco antes de Tertuliano. Venía de Palestina y antes había escrito en griego para algunos griegos, y lo siguió haciendo en Roma.
También Ireneo (†200 ca.), que procedente de Esmirna llega a Lyon, escribe en griego en esta ciudad su Adversus haereses, cuando Tertuliano ha escrito ya sus primeros tratados en latín. Hipólito (†236), aunque sacerdote en Roma, más joven que Tertuliano, escribirá aún su obra en griego.
Además de Tertuliano, el primer autor en latín que conocemos es Minucio Félix. Pero no está comprobado que sea anterior a Tertuliano. De todos modos, su obra no supera el nivel de una apologética que utiliza poco el vocabulario teológico propiamente cristiano. Por tanto, los primeros tratados teológicos en latín se los debemos a Tertuliano. Primero escribió en griego, pero pronto comenzó a utilizar el latín para llegar a su público africano. Establecer la deuda de la lengua cristiana con Tertuliano es tarea de los especialistas. Si bien no ha creado él solo todo el vocabulario cristiano en latín, su obra constituirá el primer corpus cristiano de referencia de esta lengua. La lengua latina al parecer le debe mil palabras cristianas.
Presento a continuación, como ejemplo, dos citas de Tertuliano que ilustran la dificultad en este primer intento de transposición del cristianismo, a partir de su expresión original en griego, hacia su formulación en latín.
El primer fragmento plantea el problema de la traducción griega de la palabra logos con el latín sermo (que podemos traducir igualmente con “palabra” y con “Verbo”): «Porque antes de que existieran todas las cosas, Dios estaba solo. Siendo Él, en sí mismo y para sí mismo, mundo, espacio y todo. Estaba solo porque nada existía extrínseco a Él. Sin embargo, entonces no estaba solo porque tenía consigo lo que tenía en sí mismo, a saber, su Razón. Pues Dios es racional, y en Èl estaba la Razón y así pudieron surgir de Él todas las cosas. Esta Razón es su misma mente. Los griegos llaman “logos” a lo que nosotros llamamos “palabra”: de modo que ya es común entre nosotros, interpretando de modo simple, decir que en el principio estaba la Palabra junto a Dios, aun cuando es la Razón la que, en realidad, debe ser considerada anterior. Porque Dios no era locuaz desde el principio, pero sí era racional antes del principio. En efecto, la misma palabra consta de razón con lo cual prueba que ésta es anterior, por ser su substancia» (Adversus Praxean, 5, 2-3).
En el segundo ejemplo veremos la oscilación que existe en el vocabulario entre substantia y materia cuando Tertuliano las usa en un mismo pasaje para traducir el griego ousia (substancia) «Es llamado Hijo de Dios y Dios, a causa de la unidad de la substancia; porque también Dios es espíritu. Cuando el sol arroja un rayo fuera, es una parte que se aleja del todo; pero el sol está dentro del rayo, porque es un rayo de sol, y la substancia no está dividida, sino que se extiende, como la luz que se ilumina a la luz. La materia fuente permanece entera, y no pierde nada, pero comunica su naturaleza por muchos canales» (Apologeticum XXI, 12).
Evangeliario latino, Codex Palatinus 1589, ff. 43v-44r, finales del  siglo V, Museos y colecciones provinciales, Castello del Buon Consiglio, Trento. Los Evangelios purpúreos de Trento transmiten un texto latino anterior a Jerónimo correspondiente a una edición de los Evangelios difundida en África durante el siglo III, que fue utilizada por Cipriano

Evangeliario latino, Codex Palatinus 1589, ff. 43v-44r, finales del siglo V, Museos y colecciones provinciales, Castello del Buon Consiglio, Trento. Los Evangelios purpúreos de Trento transmiten un texto latino anterior a Jerónimo correspondiente a una edición de los Evangelios difundida en África durante el siglo III, que fue utilizada por Cipriano

En conjunto, sin embargo, las formulaciones de Tertuliano impresionan profundamente por su firmeza y concisión. Ahí va un ejemplo, tomado entre algunos posibles: «Era necesario entonces que la imagen y la semejanza de Dios fuera creada provista de libre albedrío y autonomía, para que precisamente a esto –al libre albedrío y a la autonomía– fuera confiada la imagen y la semejanza de Dios. Y al respecto le ha sido entregada al hombre una substancia apropiada para este estado» Adversus Marcionem II, 6,3).
Cipriano (†258), cronológicamente el segundo de los Padres occidentales que nos dejaron una obra escrita en latín, es africano. Su obra es muy anterior, más de un siglo, a la de Hilario de Poitiers (†367), a la de Ambrosio de Milán (†397), y aún más respecto a la de Jerónimo (†420). También Arnobio (†327 ca.) es africano. Recordamos, además, que curiosamente el pagano Cecilio del Octavius, la apología de Minucio Félix, es presentado como un amigo de Frontón de Cirta (Constantina, en Numidia), el autor de una diatriba contra los cristianos (162-166). Podemos ver también que Lactancio, fallecido en torno al 325, tres cuarto de siglo después de la muerte de Cipriano, según san Jerónimo nació en África. Enseña latín en Nicomedia, Asia Menor, donde el emperador Diocleciano ha establecido su capital, en pleno ámbito de difusión de la cultura griega. Se dice de él, un africano, «que es el hombre más elocuente de su época en lengua latina». Son periodos en los que en el Occidente cristiano no hay ningún nombre de autor latino cristiano que citar, hasta Hilario de Poitiers (†367) y Martín de Tours (†397).

2. También son africanas las traducciones más antiguas de la Biblia en latín.
Sería interesante que los especialistas nos dieran más informaciones, sobre todo respecto a la Vetus Latina. Se dice, en efecto, que África poseía las versiones latinas más antiguas de un cierto número de libros de la Biblia antes de que san Jerónimo diera al mundo latino su célebre traducción, que se convertiría en la referencia unánime en el mundo latino hasta la reforma litúrgica del Vaticano II.
Dejo también esta vez a las personas competentes la tarea de darnos explicaciones más precisas, pero desde hace mucho tiempo los especialistas atribuyen al África cristiana un papel determinante en lo relativo a las primeras traducciones de la Biblia del griego al latín. Pierre Maurice Bogaert (“La Bible latine des origines au Moyen-Âge”, en Revue Theologique de Louvain, 19 [1988], p. 137) escribe: «Cuando se comenzó a sentir la necesidad –seguramente desde mediados del siglo II en el África romana–, la Biblia fue traducida del griego al latín… Hasta prueba contraria, me inclino más por el origen africano [de las traducciones] que por el romano o italiano». Se piensa, además, que todas estas primeras traducciones fueron hechas para la comunidad judía del África del norte, para las exigencias de sus fieles.
Es verdad que esas antiguas traducciones serán substituidas a menudo por la de san Jerónimo, pero huellas importantes quedarán en muchos libros de la Biblia, como por ejemplo en el de los Salmos.
El Occidente latino, repito, debe al África romana algunas de sus traducciones bíblicas más antiguas.

Evangeliario latino, Codex Eusebi, s.n., pp.440+437, Biblioteca Capitolare, Vercelli. Este manuscrito es el testimonio más antiguo de los cuatro Evangelios en el texto denominado “europeo”, anterior a la Vulgata de san Jerónimo

Evangeliario latino, Codex Eusebi, s.n., pp.440+437, Biblioteca Capitolare, Vercelli. Este manuscrito es el testimonio más antiguo de los cuatro Evangelios en el texto denominado “europeo”, anterior a la Vulgata de san Jerónimo

3. Las primeras narraciones de los mártires en latín
Los Hechos de los mártires nos testimonian en África otro campo de expresión cristiana muy antiguo en latín. Escribe al respecto monseñor Saxer, ex presidente del Instituto pontificio de arqueología cristiana: «La hagiografía africana –de expresión latina desde su nacimiento– tiene el privilegio singular de incluir algunas de las obras más antiguas y más hermosas de este género literario» (Victor Saxer, Saints Anciens d’Afrique du Nord, Roma, 1979, p. 6). El documento cristiano en latín más antiguo que ha llegado hasta nosotros y también la narración más antigua procedente del África cristiana es el de los mártires escilitanos (17 de julio del 180), de una ciudad del África Proconsular cuya ubicación sigue siendo dudosa.
También en este caso los especialistas deben subrayar el hecho de que los Hechos de los mártires africanos y sus Pasiones son los documentos de este género más antiguos en la literatura cristiana. Servirán de modelo para los siguientes trabajos de este tipo en Occidente.
Y lo mismo dígase del género literario de las biografías de los santos. Un género que nació en África y que será seguido ampliamente en toda la Iglesia. Fue inaugurado, de hecho, con la vida de san Cipriano, escrita por el diácono Poncio.
Conocemos también la vida de san Agustín redactada por su colega y amigo Posidio de Calama (la actual Guelma, en Argelia) y la de Fulgencio (†527) de Ruspe (entre Sfax y Susa, en Túnez) escrita pro el diácono de Fulgencio, Ferrando.
Se abre la puerta para las obras hagiográficas muy posteriores de Gregorio de Tours sobre san Martín y sobre la gloria de los mártires.

Los restos arqueológicos del teatro romano de Leptis Magna, actualmente en Libia

Los restos arqueológicos del teatro romano de Leptis Magna, actualmente en Libia

4. El peso demográfico de la Iglesia de África en el Occidente latino
Claude Lepelley, en su intervención en la Unesco, señala otro motivo de la influencia de la Iglesia de África en el Occidente latino: su peso demográfico. No es fácil medirlo en términos de población cristiana, pero el número de obispados es notable. Hacia el 200, en el primer Concilio de Cartago, se cuentan ya setenta obispos del África romana bajo la presidencia de Agripino. En el mismo periodo, en el norte de Italia no se sabe si existían otros obispados además de los de Roma, Milán y Ravena. En el segundo Concilio de Cartago los obispos africanos reunidos son ya noventa. En el mismo periodo, en el Sínodo de Roma, bajo el papa Cornelio, hay sólo setenta obispos. En el Concilio de Arles sobre el donatismo (problema africano), celebrado en el 314, participan 46 obispos (16 de Galia, 10 de Italia, 9 de África, 6 de España y 3 de Bretaña).
Conocemos el número de los obispos que participaron en el Concilio del 441 en Cartago. Se sabe que los obispos católicos presentes eran 279 y los donatistas 270. Considerando que los dos campos contaban con un centenar de obispos ausentes, el número total supera los seiscientos. Es un dato que da una idea de la red de obispados sobre todo en la Proconsular (Túnez), pero también en Numidia (zona de Constantina).
La influencia africana en Roma se hace notar, por lo demás, ya desde el 189, cuando Víctor, un africano de Leptis Magna, fue elegido papa en Roma (189-198). Esto demuestra la importancia que debía tener la Iglesia de África en Roma desde finales del siglo segundo. Y en el tercero y cuarto continuará aumentando.

5. El influjo determinante de san Agustín
Pero todos los elementos señalados hasta ahora no habrían tenido consecuencias duraderas sin la personalidad teológica y espiritual de san Agustín y sin la prodigiosa dimensión de su obra escrita. Es inútil evocar aquí la persistencia de su influjo en el Occidente latino hasta la Reforma, hasta el jansenismo e incluso hasta hoy. Influjo descrito en todos los estudios sobre san Agustín. Lo que hay que subrayar sobre todo es la presencia en su obra de una síntesis original del cristianismo que, si bien conocía la patrística griega, nace de su meditación personal de la Escritura y de su experiencia espiritual específica.
Goulven Madec, en una obra reciente (Lectures augustiniennes, París, 2001, pp. 99-109), propone un estudio de los influjos cristianos en Agustín, y señala la importancia de las referencias latinas, más numerosas que las de los Padres griegos. Hilario de Poitiers, que estuvo expatriado en Oriente, y Ambrosio son más deudores de sus fuentes griegas que Agustín. Agustín sigue fielmente la tradición de la gran Iglesia, pero arraiga su teología ante todo en su lectura personal de las Escrituras y en su propia experiencia.
También su referencia a las fuentes de la filosofía griega pasa por el testimonio de dos latinos: Simpliciano y Victorino, antes que por el de los Padres griegos. Con Agustín el occidente latino conquista su independencia teológica y con ella también su propia personalidad cristiana.
Algunos pueden desaprobar esta evolución y preferir la lectura del cristianismo propuesta por los Padres griegos, pero todos han de reconocer que el Occidente latino debe sobre todo a Agustín su propia lectura del mensaje bíblico.

La imagen más antigua de san Agustín en un fresco del siglo VI, Letrán, Roma

La imagen más antigua de san Agustín en un fresco del siglo VI, Letrán, Roma

6. La tradición monástica agustiniana
Es sabido que el monaquismo nace en Oriente. Se difunde en Occidente primero mediante san Martín (†397), nacido en Pannoia, en la frontera latina del Occidente. Agustín mismo refiere como, gracias a Ponticiano, conoció en Milán a algunos anacoretas convertidos a la vida ascética por la biografía de san Antonio abad (†356) que Atanasio había escrito algunos años después de la muerte de Antonio. Un hecho importante en la vida de Agustín, que al volver a Tagaste organizará los primeros lugares africanos de vida monástica. Luego adaptará ese modo de vivir a la comunidad de su entorno cuando es elegido obispo y da al mundo latino su regla de vida y el ejemplo de sus comunidades monásticas pastorales. El Occidente latino adoptará este ejemplo en una parte de su tradición de vida religiosa comunitaria (los agustinos, los premonstratenses, etc.). Pero los especialistas ven también en la regla de san Benito influjos derivados de la regla de san Agustí­n.

7. El influjo del derecho eclesiástico africano
El profesor Claude Lepelley nos sugiere también otro ámbito en el que la Iglesia de África ejerce su influencia sobre la Iglesia latina: el del derecho eclesiástico. La vida conciliar, como es sabido, fue más intensa en África del Norte que en otras regiones del Occidente latino, sobre todo en el tercer y cuarto siglo. Las decisiones de esas asambleas formaron un corpus que influirá en las Iglesias de Occidente, sobre todo a través de la España visigótica.

8. La obra de Agustín disponible en Europa desde la muerte del obispo de Hipona
No podemos contar aquí cómo la obra de Agustín se salvó del saqueo de Hipona llevado a cabo por los vándalos para luego conquistar Europa. Serge Lancel dice al respecto: «No faltan indicios que permiten sostener, sin pruebas pero con fuerte verosimilitud, que el conocimiento extremadamente completo que se tenía en Italia de la obra de Agustín desde mediados del siglo V no se debía a los ejemplares de sus obras, difundidos antes de la muerte del obispo de manera parcial, sino más bien a su traslado global a Roma y a su ingreso en el fondo de la biblioteca apostólica, hacia mediados del siglo V, en condiciones y con modalidades que siguen siendo, hay que decirlo, misteriosas, si no milagrosas» (Serge Lancel, Saint Augustin, París, 1999, p. 668).
De este modo muy pronto la obra de Agustín se encontró disponible en el norte del Mediterráneo y conoció la difusión que sabemos.
Conocemos la inscripción colocada en Letrán sobre un fresco que es la representación más antigua del obispo de Hipona: «Los distintos Padres explicaron varias cosas, pero sólo él lo dijo todo en latín, explicando los misterios con el trueno de su gran voz».

Los restos arqueológicos de la antigua ciudad de Hipona, en Argelia;

Los restos arqueológicos de la antigua ciudad de Hipona, en Argelia;

Conclusión
Me parece que las varias temáticas que hemos tratado, a pesar de la brevedad de las indicaciones propuestas, evidencian suficientemente la realidad de las raíces africanas o numídicas del cristianismo latino. Un punto de vista ilusorio ha llevado a considerar los primeros siglos cristianos, en el Imperio de Occidente, como una realidad únicamente europea. En realidad, una región como la Proconsular parece que fue evangelizada muchos antes y de modo más vasto que muchas regiones del norte de Italia, de las Galias o de España. Por poner un ejemplo, es significativo que el primer concilio de las Galias, celebrado en Arles en el 314, se reuniera para dar su apoyo a un problema típicamente africano, el del cisma donatista. Es la prueba de las relaciones que existían entonces entre las Iglesias del norte y del sur del Mediterráneo occidental. Pero también es la prueba de las dimensiones reducidas de las Iglesias del norte, que, aun reuniendo obispos de Italia, Galia, España y Bretaña, a los que se añadían obispos africanos, podían convocar sólo un número de participantes muy inferior al de los concilios africanos contemporáneos.
Pero es sobre todo con la personalidad espiritual, pastoral y teológica de Agustín como el influjo de la Iglesia africana sobre las Iglesias de Europa asume todo su alcance. Un hecho tan consolidado, a nivel teológico, que ni hace falta subrayarlo. Pero hay que calcular su importancia más allá de la esfera particular de las ciencias eclesiales. Las opciones filosóficas y teológicas que hizo Agustín forman parte de la conformación del pensamiento en el Occidente europeo. Para subrayar esta afirmación, podemos señalar, entre otros testimonios, la observación de uno de los últimos ensayistas que ha tratado este tema, Jean-Claude Eslin: «Desde nuestro punto de vista, la grandeza de Agustín consiste en haber sabido construir, en una obra que comprende más de noventa volúmenes y opúsculos, una articulación inédita entre el mundo de la antigüedad y el mundo cristiano que le da nueva forma. En este sentido Agustín representa el primer hombre occidental, el primer moderno, porque es el primero que intentó esta articulación en una expresión filosóficamente inteligible, y, habiéndolo logrado, ha modelado nuestra sensibilidad durante siglos. Respecto al Imperio romano, y también del cristianismo de Oriente, respecto a la estabilidad de los valores de este mundo y del hombre antiguo, Agustín marca una ruptura y representa el momento fundador por el hecho de que instaura una inquietud occidental, e introduce una inestabilidad constitutiva (en la política, en la sexualidad), y una dinámica que, después de quince siglos, no ha terminado; Agustín es la inquietud del espíritu en el sentido mismo del puerto encontrado» (Saint Augustin. L’homme occidental, París, 2002, págs. 8-9).
No se terminaría de citar expresiones que evidencian el influjo sin igual del pensamiento y de la obra de Agustín sobre el occidente latino: «Ninguna obra de un autor cristiano en latín provocaría una admiración y una inquietud tan grandes ni conocería semejante gloria» (Dominique de Courcelles, Augustin ou le génie de l’Europe, París, 1994, p. 295). Hasta tal punto que el autor de este fragmento, aun sabiendo que está hablando, como él mismo dice, «de un bereber cristiano», da, sin embargo, a su obra el titulo de “Agustín o el genio de Europa”. Y ese genio era un numidio del Imperio romano. ¡Qué trasiego de sabiduría desde el sur al norte del Mediterráneo!
(Sacado de la conferencia organizada por el Instituto de estudios agustinianos, París, 13 de marzo de 2003)


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