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GUATEMALA
Sacado del n. 04 - 2004

IGLESIA. Entrevista al cardenal Rodolfo Quezada Toruño

El Evangelio y la opción por los pobres


Entrevista al arzobispo de Ciudad de Guatemala que recuerda los años del régimen militar y el homicidio de monseñor Gerardi. Mirando al presente, habla de la Iglesia guatemalteca y del nuevo gobierno del país


por Davide Malacaria


Rodolfo Quezada Toruño en Ciudad de Guatemala

Rodolfo Quezada Toruño en Ciudad de Guatemala

Los periódicos lo han declarado guatemalteco del año. Bromea y dice que es la segunda vez que sucede: «Soy reincidente». Rodolfo Quezada Toruño es el primer cardenal guatemalteco nacido en su país, el año 1932 en Ciudad de Guatemala. Juan Pablo II le impuso la birreta cardenalicia el 21 de octubre de 2003. Un hecho que explica de este modo; «No ha sido un premio por mis méritos. Más bien pienso que es el reconocimiento de todo lo que la Iglesia guatemalteca ha hecho por los pobres en los últimos años, especialmente durante los años de la persecución». Una persecución terrible, sobre todo a partir de los años ochenta, cuando el régimen militar desencadenó toda su violencia contra la población civil desarmada y la Iglesia, que nunca dejó de estar al lado de su grey. Este es el pasado, dicen las crónicas, que fechan en 1996 el final de una de las guerras civiles más cruentas de América Latina. O tal vez no. Ya que el clima de violencia no ha desaparecido todavía del pequeño país centroamericano, que vivió en 1998 el asesinato de monseñor Juan José Gerardi Conedera, obispo auxiliar de Ciudad de Guatemala, hombre símbolo de la resistencia de la Iglesia contra la dictadura. Un homicidio aún envuelto en el misterio, pese a las investigaciones y los juicios. El cardenal Quezada Toruño conocía bien a monseñor Gerardi. Juntos trabajaron para favorecer la pacificación del país. El purpurado presidió desde 1988 a 1992 la comisión de reconciliación nacional que, con su obra, consiguió la paz entre militares y guerrilleros. Nos entrevistamos con el cardenal en Roma, adonde ha venido para tomar posesión del título de la iglesia de San Saturnino.
¿Nació su vocación a raíz de algún hecho especial ocurrido durante su juventud?
RODOLFO QUEZADA TORUÑO: No, era un muchacho normal. Crecido en una familia de la burguesía media guatemalteca. Creo que en mi vocación influyó mucho el hecho de que en mi familia se hablara bien de los sacerdotes. Pero también le debo mucho a un tío mío jesuita, que estaba en el noviciado cuando yo nací, por eso me pusieron Rodolfo Ignacio. En Roma estudié Teología y Derecho en la Gregoriana y vivía en el Colegio Pío Latinoamericano. Pero también estuve en San Luis de los Franceses y en el Colegio de Santa María del Anima.
Cuando volvió a Guatemala como sacerdote, ¿cómo encontró la Iglesia?
QUEZADA TORUÑO: En 1956, cuando fui ordenado, se decía que el 95% de la población era católica. Hoy, en cambio los católicos son el 70%, como mucho el 75%. Pero no lo considero un drama. Nuestra Iglesia es una Iglesia viva. Son muchos los católicos comprometidos en el progreso del país y en la misión de la Iglesia, mientras que entonces la adhesión a la fe era a menudo solamente un hecho formal.
Fieles alrededor del Cristo Negro de Guatemala

Fieles alrededor del Cristo Negro de Guatemala

¿Qué es lo que ha determinado este cambio?
QUEZADA TORUÑO: El hecho de que en los últimos años la Iglesia de Guatemala ha trabajado para favorecer el proceso de paz y ayudar a los muchos refugiados que durante la guerra civil huyeron del país. Una Iglesia que ha estado al lado de las poblaciones indígenas que resistían a la dictadura y que ha trabajado mucho en la promoción de los derechos humanos.
¿Qué recuerda de los años de la persecución?
QUEZADA TORUÑO: La violencia. Cuando en 1972 fui nombrado obispo, me enviaron como auxiliar a la diócesis de Zacapa, donde había comenzado la guerrilla y donde la guerra civil ha causado más de veinte mil muertos. Cuando llegué la situación se estaba estabilizando, aunque aún se seguía arrestando y asesinando. A menudo he tenido que negociar con las autoridades militares para liberar a algún prisionero. Pero la guerra de verdad se había desplazado al altiplano. Allí era terrible. Sobre todo en Quiché, la diócesis de Gerardi.
¿Dónde conoció a Gerardi?
QUEZADA TORUÑO: Era vicario de mi parroquia. Iba a verle durante las vacaciones y pasaba el tiempo con él. Mi vocación se debe también a estos encuentros. Una vez le dije que quería dedicarme a la enseñanza, siguiendo el ejemplo de algunos hermanos, pero me lo desaconsejó…
¿Recuerda cuándo expulsaron las autoridades militares a Gerardi del Quiché?
QUEZADA TORUÑO: Sí. Y también me acuerdo de cuando regresó, tras el alejamiento forzado de su diócesis. Le fuimos a esperar al aeropuerto, el encargado de negocios de la nunciatura, el obispo auxiliar de Ciudad de Guatemala y yo. Menos mal que fuimos al aeropuerto. Creo que nuestra presencia hizo que los militares dejaran a un lado su intención de detenerle y matarlo. Por lo menos esa fue mi impresión. Así que “sólo” le exiliaron de nuevo. Le obligaron a tomar otro avión, esta vez hacia El Salvador.
¿Qué recuerda de él?
QUEZADA TORUÑO: Recordamos su figura por su inmensa obra en defensa de los derechos humanos. Y es justo. Pero a menudo nos olvidamos de que esta obra estaba dictada por una gran fe, una gran piedad. No hacía más que seguir el Evangelio. Era un hombre con una fe extraordinaria y alegre: una de las imágenes que más grabadas tengo era cuando se vestía de payaso para divertir a sus sobrinos. Ha trabajado por la paz del país, desde luego, pero a mí me gustaría que fuese recordado como un buen pastor…
Monseñor Juan José Gerardi, asesinado en abril de 1998

Monseñor Juan José Gerardi, asesinado en abril de 1998

Los perfiles de su homicidio siguen siendo misteriosos…
QUEZADA TORUÑO: Queremos saber quién lo mató y por qué. Por eso seguimos en el proceso como parte civil, pese a que nos han hecho muchas presiones para que la diócesis se retirara. Queremos saber la verdad para saber a quién perdonar.
¿Por qué el régimen militar se ensañó con tanta violencia contra la Iglesia?
QUEZADA TORUÑO: Mucha violencia, sí… cuatrocientos catequistas y trece sacerdotes fueron asesinados en aquellos años… Creo que ocurrió porque la Iglesia guatemalteca había hecho suya la opción por los pobres. Y cuando la represión comenzó, no se quedó callada. Así que nos acusaron de ser guerrilleros. Una acusación que hacían sobre todo a nuestros catequistas, eran sospechosos por el simple hecho de poseer una Biblia. Hemos recogido material con el fin de que se reconozca el martirio para más de ochenta. Fue el Santo Padre quien nos lo pidió durante una visita ad límina. El Santo Padre ha estado siempre a nuestro lado en los momentos difíciles. Ha venido a visitar nuestro pequeño país tres veces…
Volviendo a la represión, ¿cual era el motivo de su opción por los pobres?
QUEZADA TORUÑO: La opción por los pobres no es subversión, es una decisión dictada por el Evangelio. Si se seguía el Evangelio no había más que hacer que estar con ellos. Algunos, aún hoy, no lo entienden, piensan que esta opción es algo exclusivo y excluyente. El Señor murió por todos, por supuesto, pero en aquel momento nosotros teníamos que estar con los pobres y los oprimidos. Y hoy igual que ayer: En Guatemala el 80% de la gente no vive, sino que sobrevive en una situación de pobreza. De este 80% de la población, un 40% vive en condiciones de miseria extrema. Esto es contrario a los derechos humanos. En primer lugar hay que salvar la vida humana, lo demás (la educación, la salud, la promoción del desarrollo agrario, etc…) viene después. Por eso los obispos pedimos a todos los gobiernos que hagan leyes que favorezcan el progreso social de esta pobre gente. Como decía el papa Pablo VI, hay que pasar del odio al amor, de la injusticia a la justicia, de la mentira a la verdad. Y esto es Evangelio.
Su firma es la primera en un documento redactado de acuerdo con Naciones Unidas, y que fue entregado al nuevo presidente Óscar Berger (elegido en diciembre de 2003), con el que se pide la actuación de medidas que tengan como objetivo la promoción del desarrollo social y la defensa de los derechos humanos.
QUEZADA TORUÑO: Los acuerdos de paz, que el Gobierno y las fuerzas revolucionarias firmaron en Esquipulas en 1996, preveían el final de la guerra civil y la realización de medidas para eliminar las causas del conflicto, como el reconocimiento de la identidad y de los derechos de los indios, la promoción de la educación, la desmilitarización de la seguridad pública, etc. Me alegro de que los acuerdos acabaran con una guerra que ha causado doscientos mil muertos y cien mil refugiados. Pero en lo tocante a los otros aspectos, estamos aún muy lejos de cumplir los acuerdos firmados en 1996. Para que esto tenga lugar hace falta una voluntad política seria y mucho dinero. La Conferencia episcopal guatemalteca no ha dejado nunca de pedir que se pongan en marcha esas medidas. En este sentido no hemos cesado de ser la voz de los que no tienen voz.
¿Qué piensa del Gobierno actual, teniendo en cuenta que se han adherido, de distinta manera, personas famosas por su obra en defensa de los derechos humanos, como Rigoberta Menchú?
QUEZADA TORUÑO: Conocí a Rigoberta durante las negociaciones para lograr los acuerdos de paz, y también a las otras personas de las que habla usted. Personas que he aprendido a apreciar y estimar. Pero no quisiera dar opiniones apresuradas. Aquí acostumbramos a dar los cien días de plazo. Es un gobierno de empresarios… Veremos. Me agrada que el presidente y el vicepresidente sean católicos.
También se presentó a las elecciones Efraín Ríos Montt, que había gobernado el país durante la fase más terrible de la represión…
QUEZADA TORUÑO: Sólo puedo decirle que no ha ganado las elecciones [sonríe y explica que cuando le preguntan sobre él, normalmente cambia de tema, n. de la r.]. Estoy muy contento por su hermano, que es mi obispo auxiliar. Una persona extraordinaria. Deseo subrayar que la afluencia a las urnas fue la más alta de la historia de nuestro país.
¿Cómo vive la Iglesia la relación con las etnias indígenas? ¿Tienen ustedes el problema de la inculturación de la fe?
QUEZADA TORUÑO: La cultura de las etnias indígenas es una gran riqueza de nuestro país. El primer obispo de Guatemala decía que la Iglesia debe conocer a los indios y estos deben conocer a la Iglesia. Un proceso que aún no ha terminado. La inculturación de la fe no es un problema, es más bien un reto. Hay que realizarla con juicio, sin mezclar la identidad cristiana con lo que no es cristiano. Hay que considerar que en Guatemala no hay una única etnia india, sino veintidós, distintas entre ellas también por lengua. Así que a menudo deben usar el español para entenderse. Los textos litúrgicos están traducidos a las lenguas de algunas etnias, las más grandes, pero no a todas. En este sentido se ha establecido un diálogo muy fecundo entre la comisión que tiene la tarea de redactar estas traducciones y los sacerdotes indios.
¿Hay muchos sacerdotes indios?
QUEZADA TORUÑO: Sí, en mi diócesis casi todos los párrocos son indios, y trabajan muy bien. Hay que darles espacio. Con esta esperanza creo que un día tendremos obispos indios. Pero creo que la mayor riqueza de la Iglesia guatemalteca es la gran participación de los laicos en la misión evangelizadora de la Iglesia, sobre todo mediante los Delegados de la Palabra y los Animadores de la Comunidad, un buen recuerdo de la gran experiencia nacida de la Acción Católica rural. Estas figuras permiten que en todas las aldeas tenga lugar la celebración de la Palabra. No sé cuántos miles de Delegados de la Palabra hay en nuestro país. Cuando era obispo de Zacapa, había en la diócesis treinta y cinco sacerdotes, cincuenta religiosas y unos setecientos Delegados de la Palabra, muchos de los cuales eran también ministros del culto. Esto permitía que la población de muchas aldeas diseminadas en el territorio pudiera participar en la celebración litúrgica y en la comunión todo los domingos. Recuerdo que durante una reunión que los obispos de Guatemala tuvimos con el Santo Padre, le dijimos que estas figuras son la columna vertebral de toda la pastoral que la Iglesia desarrolla en el país. Una riqueza inmensa si consideramos también que muchos de nuestros aspirantes al sacerdocio son familiares de estos delegados.
¿Cuentan ustedes también con diáconos permanentes?
QUEZADA TORUÑO: Dos o tres. Los delegados de la palabras y los ministros del culto pueden desempeñar los mismos cometidos.
¿Considera la asamblea del Celam, prevista en 2006, una cita importante?
QUEZADA TORUÑO: He sabido que hay intención de hacer una nueva reunión del Celam, y que se está pensando en la creación de una comisión que debería someter al Santo Padre un posible tema sobre el que orientar la reflexión. Pero debe decidir el Santo Padre. Creo que es aún prematuro expresar una opinión mía, además prefiero oír lo que dicen los demás.
¿Piensa que existe un vínculo estrecho entre los cardenales latinoamericanos?
QUEZADA TORUÑO: No cabe duda de que existe entre los obispos de América Latina un sentimiento de familiaridad, justamente gracias al Celam. Y también entre los cardenales, que estimo mucho. Peno no somos desde luego ningún lobby, como tampoco creo que lo son los obispos y los cardenales europeos. Existe una gran comunión entre nosotros, una estima recíproca, pero nada más. Por lo que respecta a mi sueño personal, soy un nostálgico de la unidad centroamericana. Considero que fue una tragedia la ruptura, ocurrida en 1939, del pacto federal entre los países centroamericanos. Sueño morir con documento de identidad guatemalteco y pasaporte centroamericano.


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