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SACROMONTES
Sacado del n. 04 - 2004

SACROMONTES – CERVENO

El realismo de la fe popular


Los Sacromontes de los Alpes fueron un gran acontecimiento coral del arte del norte de Italia a partir del siglo XVI. Son lugares de culto donde grandes artistas, que parecen salidos de la nada, contaron la historia de Jesús. Especialmente en Cerveno, el escultor Beniamino Simoni realizó en madera un Vía Crucis digno de Caravaggio


por Giuseppe Frangi


Jesús es ayudado por el Cireneo, capilla V, detalle

Jesús es ayudado por el Cireneo, capilla V, detalle

Para ser un Sacromonte está realmente escondido y apartado, asomado a una zona de la baja Val Camonica que no ofrece demasiado atractivo. Por la carretera nacional los coches serpentean, y si no fuera por alguna que otra señal, ni siquiera se encontrarían motivos para detenerse o levantar la mirada hacia la aldea que surge hacia la mitad de la montaña. Estamos en Cerveno, a 500 metros de altitud, 659 almas: más que un pueblo, es una maraña de casas colocadas casi como para proteger el insospechable tesoro. De hecho, para llegar a la iglesia de San Martín, obispo de Tours, se ha de pasar por un dédalo de callejuelas y escaleras. Cuando el hermoso edificio del siglo XVII aparece frente a nosotros, la búsqueda del Sacromonte todavía no ha terminado. Hay que entrar y salir por otra puerta que, por fin, se asoma a la escalera. Es la Escalera santa, construida a principios del siglo XVIII: los peregrinos recorrían subiéndola, a derecha y a izquierda, las catorce estaciones del Vía Crucis, representadas en catorce capillas, con estatuas, frescos y arquitecturas ficticias. En fin, un verdadero Sacromonte, pero íntimo, reservado, para nada enfático. Ni siquiera su historia desmiente esta impresión.
Val Camonica era tierra de frontera, como había notado san Carlos Borromeo con motivo de su célebre y amplia visita pastoral de 1580. Aquí, a menudo, se mezclaban indistintamente la superstición y la tradición. El obispo había dictado reglas y disposiciones precisas, para que ni siquiera la aldea más perdida quedara a merced de la herejía. Aumentó la presencia de los franciscanos, es decir, quienes, mira por dónde, son la base de la historia de los Sacromontes mayores de los Alpes. Más tarde, a comienzos del siglo XVIII, sería precisamente un franciscano, Leonardo da Porto Maurizio, quien difundió la devoción por el Vía Crucis y quien reglamentó su práctica. Fue él quien, por ejemplo, fijó en catorce el número de las estaciones, como atestiguan las disposiciones aprobadas el 3 de abril de 1731 por el papa Clemente XII (Monita ad recte ordinandum devotum exercitium Viae Crucis). En este escenario comenzaron, pocos años más tarde, las obras del Sacromonte de Cerveno.
Jesús es clavado en la cruz, capilla XI, detalle

Jesús es clavado en la cruz, capilla XI, detalle

Al comienzo existía solamente la determinación de un párroco. O mejor dicho, de una dinastía de párrocos: primero don Pietro Belotti, quien durante cuarenta años, entre 1692 y 1732, fue pastor de este puñado de almas. Fue idea suya, apoyada por la amistad con la familia de los mayores escultores de madera del área bergamasca, la de Andrea Fantoni (no hay iglesia en estos valles que no tenga un confesionario suyo –o de sus hermanos–, o altar, o simplemente una estatua). Belotti comenzó las obras, recogiendo fondos por todo el valle y consiguiendo una buena respuesta. Para colmar la bolsa, consiguió de Roma también el privilegio de comprar indulgencias con la práctica del Vía Crucis. Pero los Fantoni estaban ocupados en demasiados trabajos para prestar la debida atención a un proyecto que objetivamente era mucho más que simple rutina. Fue así como el sucesor de los Belotti, don Andrea Boldini, tomó la increíble decisión de prescindir de los Fantoni y llamó a un paisano suyo, original de Val Saviore, un oscuro valle que baja del Adamello en Val Camonica. Lo que en teoría debía ser un remedio, en realidad resultó ser un as en la manga. Beniamino Simoni, de Fresine, en efecto, es el extraordinario creador de este Vía Crucis.
En 1752 halló casa con la familia en Cerveno y se puso febrilmente a la obra durante ocho años. Todos sus gastos, desde la comida hasta los materiales, se anotaban cuidadosamente en el registro parroquial, con transparencia pedante e inocente. Simoni demostró una energía magistral en el trabajo de la madera de chopo, materia principal con la que se hicieron las estatuas. Pero por un motivo que nadie ha sabido explicar hasta la fecha, en 1763 abandonó la obra que estaba a punto de terminar. Tuvo que haber mucho veneno entre él y quienes le habían dado el encargo, especialmente con el nuevo párroco, don Bartolo Bressanelli, llegado en 1761. En la carta que el párroco escribe de nuevo a los herederos de Andrea Fantoni para implorarles que fueran a terminar el Vía Crucis, habla de un “escultor Bressano” sin ni siquiera nombrarlo, llegado hasta allá por “casualidad”. Y luego hace saber que “no está en condiciones de terminar nuestra Obra”.
¿Qué había pasado? Documentos recientes atestiguan que a Simoni le había llegado un importante encargo en Brescia: la realización de la máquina efímera para celebrar el nombramiento a cardenal del obispo Giovanni Molino el 10 de enero de 1762. Pero el asunto sigue teniendo sus lados oscuros, porque las cartas y los documentos tienen todo el aspecto de ser una damnatio memoriae para el artista. Una damnatio que produjo sus efectos: Simoni fue arrojado de la historia y durante casi dos siglos nadie le mencionó, pese a que la popularidad del Vía Crucis había seguido intacta, como demuestra la tradición del imponente Vía Crucis viviente, llamada la “Santa Crus”, que, a partir de 1800, se desarrolla cada diez años por las calles del pueblo, en medio de una muchedumbre inmensa.
Para redescubrir a Simoni fue necesario el ojo avizor de Giovanni Testori, quien en los años sesenta subió hasta allí, se quedó fulgurado y se hizo con todas las fotografías posibles, que llevó a su gran maestro, Roberto Longhi. El flechazo fue inmediato y unánime: aquellas capillas con las esculturas de Simoni representaban uno de los episodios más formidables de continuidad del caravaggismo en el arte italiano. Testori, como es obvio, se enamoró también de la historia, de la cancelación por parte de una cultura conformista y beata del pobre e impetuoso escultor de Val Saviore. Pero ahora su grandeza volvía a resurgir violentamente de la oscuridad en la que la oficialidad la había arrojado. Las fotos, cuidadosamente elegidas, recomponían el perfil de un escultor de un realismo violento, que se ensaña en la madera con pasión y fuerza, que no elude la dureza de las acciones contadas ni de la realidad. Simoni, artista de pueblo, como tantos grandes de la tradición bresciana –Romanino sobre todos ellos– no se siente de ningún modo menor. Testori subraya su “solidez dura e inexorable”, su “rechinante y rebelde realismo”, pero también pone en evidente “la claridad del aparato escénico que demuestra poseer a la hora de idear las capillas”. Una claridad –supone el estudioso lombardo– que sólo pudo venirle de haber conocido y estudiado la estructura de los otros grandes Sacromontes, en especial Varallo.
Algunos detalles de los rostros de las estatuas que componen el Vía Crucis (capillas VII, X, I) de Beniamino Simoni;  Jesús encuentra a las mujeres piadosas, capilla VIII, detalle

Algunos detalles de los rostros de las estatuas que componen el Vía Crucis (capillas VII, X, I) de Beniamino Simoni; Jesús encuentra a las mujeres piadosas, capilla VIII, detalle

Simoni, además, pone mucho de su cosecha, sobre todo con los personajes del pueblo, frente a los que abandona todo embarazo y temor reverencial; tímido y contenido cuando está frente a la figura de Cristo y de las mujeres, se desencadena cuando tiene que vérselas con esbirros, con verdugos, con simples personas presentes. Figuras de una verdad a veces brutal, a veces incluso dulce, pero de alguna manera figuras inolvidables: como el estupendo muchacho sentado cerca de la cruz en el capilla XI; o el mal ladrón, con la lengua por fuera, en la siguiente capilla de la Crucifixión.
Simoni, como se ha dicho, abandonó la empresa a punto de terminarla por motivos en parte oscuros. Lo sustituyeron dos epígonos de la dinastía de los Fantoni. Y hoy es ejemplar e incluso causa embarazo la comparación entre el realismo empedernido y rudo de Simoni y el distanciamiento tan educado y clerical de quien lo sustituyó. Esto demuestra que los Sacromontes siempre se apoyaron en la invención expresiva de algún gran artista, incluso salido de la nada. Si la realización hubiera corrido a cargo de los hábiles y evanescentes Fantoni, habríamos tenido una especie de Disneylandia de la fe ante litteram. Gracias a Simoni tenemos una conmovedora, realísima, aun en su imperfección, narración de la Pasión.

Cada diez años revive la procesión de la “Santa Crus”

Cerveno está en la baja Val Camonica, a 75 kms de Brescia. La carretera arranca de la izquierda de la nacional, unos diez kms después de Breno. El Sacromonte está abierto todos los días, de 7 a 12 y de 15 a 19; está cerrado sólo durante las celebraciones litúrgicas de la iglesia adyacente. El número de teléfono es 0364-434014. La gran procesión de la “Santa Crus”, célebre en toda la diócesis, se hace cada diez años. La última fue en 2002. Cerca de Cerveno, en Breno, Bienno y Pisogne, se pueden ver también las obras maestras de Girolamo da Romano, llamado Romanino, el pintor bresciano más grande del siglo XVI y uno de los más ilustres predecesores de Caravaggio.


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