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VATICANO
Sacado del n. 04 - 2004

Una vida de medio centro


Entrevista al secretario del ex Santo Oficio, el arzobispo salesiano Angelo Amato. Sus estudios de teología y su pasión por el fútbol. De la defensa del área a la de la doctrina de la fe


por Gianni Cardinale


Angelo Amato en la logia del palacio del Santo Oficio

Angelo Amato en la logia del palacio del Santo Oficio

El arzobispo Angelo Amato es el segundo salesiano que ocupa el cargo de secretario de la Congregación para la doctrina de la fe. Sucedió a Tarcisio Bertone, él también hijo de san Juan Bosco, hoy cardenal arzobispo de Génova. Su formación, sin embargo, es diferente: Amato es teólogo, Bertone jurista. El nuevo secretario es de carácter muy reservado, pese a ser del sur, casi está en los antípodas de su predecesor, risueño y extrovertido aún siendo piamontés. Por no hablar de sus “profundas” diferencias en la pasión futbolista: Amato es del Milan y Bertone de la Juventus… Pero aquí terminan sus diferencias. Y no tocan lo esencial. Además de la profunda estima recíproca y la amistad leal, a Bertone y Amato les une un pensamiento común respecto a los nudos más delicados de la actual situación eclesial.
Después de quince meses de su entrada en el ex Santo Oficio, el arzobispo Amato, superando su esquivez natural, ha aceptado la entrevista de 30Días para hablar especialmente del periodo de su formación salesiana y académica. El 23 de abril monseñor Amato participó en la conferencia de prensa que se presentó la instrucción Redemptionis sacramentum. Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía. Y en esta ocasión reafirmó que este nuevo documento expresa la voluntad de la Santa Sede de que se ponga en práctica la reforma litúrgica «según lo establecido por el Concilio Vaticano II, eliminando esos abusos que son contrarios a la doctrina católica».

Excelencia, ¿cómo nació su vocación salesiana?
ANGELO AMATO: Simplemente porque a principios de los años cincuenta llegaron a mi pueblo, Molfetta, los salesianos y abrieron en el barrio donde vivía un oratorio, un centro juvenil y una parroquia. Automáticamente, en vez de ir a la parroquia que me pertenecía, comencé a ir a este nuevo oratorio donde había muchos chicos y se podía hacer deporte. Y en el oratorio nació mi vocación. Pero mis padres no estaban muy contentos, así que comencé a ir al instituto técnico náutico de Bari. Por fin, cuando cumplí los quince años, me permitieron entrar en la congregación salesiana. Hice el aspirantado en Nápoles y el noviciado en Portici.
¿Había alguna figura de salesiano que le fascinara de modo especial?
AMATO: Sin lugar a dudas el fundador de la Obra de Molfetta, don Piacente, tío del entonces presidente de la Región siciliana, sacerdote de gran fe. Me regaló una biografía de don Bosco en dos volúmenes, la de Lemoyne, que leí de una tirada. Yo era un chaval, pero ya leía mucho, además de hacer deporte.
El cardenal Joseph Ratzinger con el arzobispo Angelo Amato

El cardenal Joseph Ratzinger con el arzobispo Angelo Amato

¿Qué deporte?
AMATO: Fútbol, naturalmente. Jugaba como medio centro. Recuerdo que en mi equipo jugaba un tal Gaetano Salvemini, que luego sería un buen futbolista y entrenador de segunda división y también, durante cierto tiempo, de primera.
¿Es forofo de algún equipo?
AMATO: Sí, del Milan. Desde que era pequeño.
Desde antes, pues, que llegara Berlusconi…
AMATO: Exacto. Incluso cuando el Milan descendió a segunda división. Estaba entonces en Grecia y era difícil tener noticias sobre los partidos de segunda división. Por suerte estaba Makedonia, el diario de Salónica, que daba todos los resultados de los partidos italianos, incluidos los de segunda división.
Otros tiempos. ¿Habrá disfrutado con el scudetto recién ganado –¡por desgracia para nosotros, los romanistas!– por el equipo de Ancelotti?
AMATO: Con moderación. Estamos en Roma.
Cerremos el paréntesis deportivo. Volvamos a su vida salesiana…
AMATO: Después del noviciado pasé tres años en Sicilia, terminé el bachillerato de letras en el Liceo salesiano de Catania. Luego estudié filosofía y teología en Roma, donde me licencié en 1968. Mientras tanto, el 22 de diciembre de 1967 fui ordenado sacerdote en Roma y celebré mi primera misa en San Pedro, en la Capilla de la Eucaristía. Y esto, en cierto sentido, me invita todas las mañanas a ir a decir misa en la Basílica vaticana. La segunda misa, en cambio, la celebré en las catacumbas de Priscila, en la Capilla Griega. Viendo lo que ha pasado después se podría decir que ha sido una señal de cómo la Providencia a veces se divierte jugando con nosotros.
¿Qué estudios hizo luego?
AMATO: Desde el 68 estudié en la Gregoriana para el doctorado en teología. En 1972 comencé a enseñar en la Universidad salesiana como asistente. En el 74 conseguí el doctorado con una tesis, publicada inmediatamente, sobre I pronunciamenti tridentini sulla necessità della confessione sacramentale nei canoni 6-9 della Sessione XIV. El relator era el gran padre jesuita Zoltan Alszeghy.
¿Qué recuerdo conserva del padre Alszeghy?
AMATO: Un recuerdo muy grato. Fue de verdad un gran profesor, un renombrado teólogo y un santo sacerdote. Logró pasar del método teológico “pre” al postconciliar de un modo, he de decir, magníficamente equilibrado. Por desgracia me parece que hoy ha sido olvidado. Aunque me dicen que hay un estudiante italiano que está haciendo su tesis doctoral sobre Alszeghy.
El padre Zoltan Alszeghy con don Angelo Amato a principios de los años setenta

El padre Zoltan Alszeghy con don Angelo Amato a principios de los años setenta

El padre Alszeghy había estudiado detenidamente la teología de la gracia y el tema del pecado original.
AMATO: Sí. Se trata de temas que también parecen haber caído en el olvido… O mejor dicho, se oye hablar de ellos, a veces, y de modo muy impropio. Esperemos que el aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, que se celebra precisamente este año, sea la ocasión para retomar estos temas y profundizar en ellos siguiendo la gran tradición de la Iglesia.
Un periodo que marcó especialmente su formación fue el que pasó en Grecia a finales de los años setenta, como becario del patriarcado ecuménico de Constantinopla. ¿Fue una decisión suya?
AMATO: No. Entonces era un joven profesor de Teología dogmática en la Universidad salesiana. Estábamos al comienzo del diálogo de la caridad entre católicos y ortodoxos, el diálogo teológico aún debía comenzar. En el marco de los intercambios culturales el patriarcado ecuménico había puesto a disposición una beca y el Secretariado para la unidad de los cristianos invitó a nuestra Universidad a enviar un profesor. Yo fui la… “tercera opción”. El fallecido don Achille Triacca, la “primera opción”, estaba muy ocupado con la enseñanza y no pudo aceptar. Lo mismo hizo un profesor de Patrística por falta de tiempo. Al final me preguntaron a mí si quería ir. La invitación fue para mí una orden y acepté.
¿Cuánto tiempo estuvo en Grecia?
AMATO: Más o menos dos años, 1978 y 1979. Los primeros cuatro meses viví en la comunidad de los padres jesuitas de Atenas, para aprender el griego moderno y superar el examen de ingreso en la Universidad; luego me trasladé a Salónica, al monasterio Moní Vlatádon, sede del conocido Instituto patriarcal de estudios patrísticos. Era el primer y único católico que se había alojado allí. Me recibió el higumeno Nikodimos Anagnostou, hoy obispo de Ierissós. El director del Instituto patrístico era el célebre Panagiotis K. Christou, ex ministro de Educación del gobierno griego, autor de una monumental patrología griega en varios volúmenes y editor de las obras del Palamás. Recuerdo con especial conmoción las liturgias celebradas en la pequeña iglesia del monasterio, lugar, según la tradición, de la evangelización de san Pablo en Tesalónica. Hay que tener presente que el instituto patrístico de Salónica es el centro teológico más importante de la ortodoxia, más importante que el de Atenas, y también es el más abierto en sentido ecuménico. Tanto es así que el profesor Christou quiso publicar en la colección Análekta Vlatádon el fruto de mis dos años de estudio sobre el sacramento de la penitencia en la teología greco-ortodoxa en los siglos XVI-XX.
¿Cómo le trataron los monjes ortodoxos durante su permanencia en Salónica?
AMATO: Al principio con cierta, comprensible, desconfianza, que luego se desvaneció, dando origen a una convivencia más que fraternal, generosa y noblemente cristiana. Tengo un recuerdo muy grato de aquel periodo y conservo aún amigos realmente fraternales. Deberíamos utilizar más estas oportunidades de conocernos en nuestros respectivos lugares. De este modo se superan muchos prejuicios de tipo psicológico y se determinan con claridad muchos nudos teológicos.
También se matriculó en la Universidad civil de Salónica…
AMATO: Sí, fui a las clases de Dogmática del profesor Romanidis y a las de Historia de los dogmas del profesor Kalogyrou. Ambos me honraron con su cortesía y su amistad, aunque eran de orientación totalmente opuesta: rígido en la doctrina, el primero, “paternalmente ecuménico”, el segundo. Naturalmente utilicé lo mejor que pude la Biblioteca central de la Universidad –abierta también en verano– muy rica en obras que me interesaban. Aprovecho estas páginas para darle las gracias al director de la Biblioteca y a los amables encargados.
Volviendo a la actualidad, ¿qué piensa del diálogo entre Roma e Iglesias ortodoxas sobre dos cuestiones “clásicas” como la del Filioque y la del primado petrino?
AMATO: No creo que el Filioque sea un obstáculo insuperable. Cuando estudiaba en Grecia, incluso los profesores menos abiertos con nosotros estaban de acuerdo en decir que el Credo con o sin Filioque es el fruto de dos tradiciones teológicas, occidental y oriental, ambas legítimas y que pueden convivir muy bien. Tengo la impresión, sin embargo, que cuando la parte ortodoxa reaviva esta problemática y pide, por ejemplo, que se anulen las decisiones sobre el Filioque tomadas en el segundo Concilio de Lyon en 1274, lo hace en realidad con otro objetivo…
¿Cuál?
AMATO: El de censurar y anular todo el segundo milenio de historia de la Iglesia, desde el segundo Concilio de Lyon al primer Concilio Vaticano, por no hablar de los dogmas marianos “pontificios” de la Inmaculada Concepción y de la Asunción.
¿Concilio de Trento inclusive?
AMATO: Quizá no. No creo que puedan censurar Trento. Por un sencillo motivo. En la segunda mitad del siglo XVI los teólogos luteranos de Tubinga enviaron tres veces al patriarca de Constantinopla, Jeremías II [1536-1595, n. de la r.], una figura muy simpática, la Confesión augustana, rogándole que la firmara para crear así un eje protestante-ortodoxo contra Roma. Por desgracia para ellos, pero por fortuna para nosotros, Jeremías II se negó, respondiendo en la práctica: es verdad que los ortodoxos estamos unidos a vosotros los protestantes en la aversión contra Roma, pero, por lo que se refiere a la doctrina, estamos de acuerdo totalmente con Trento. Por esto no creo que la ortodoxia pueda anular el Concilio tridentino.
A parte de la cuestión del Filioque, lo que parece difícil es lograr un acuerdo sobre las modalidades del ejercicio del primado petrino…
AMATO: La Congregación para la doctrina de la fe organizó en 1996 un simposio científico sobre el tema, cuyas actas han sido publicadas. Se inspiraba en la siguiente afirmación de Juan Pablo II contenida en la encíclica Ut unum sint: «Estoy convencido de tener al respecto una responsabilidad particular, sobre todo al constatar la aspiración ecuménica de la mayor parte de las Comunidades cristianas y al escuchar la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva» (n. 95).
El problema está en aclarar qué es lo esencial.
AMATO: Lo esencial para la doctrina de la Iglesia católica es que el origen del primado es de naturaleza divina y tiene como finalidad la unidad de la Iglesia. Y esto puede comprobarse también en los escritos del primer milenio: «Ubi Petrus, ibi Ecclesia», escribía san Ambrosio. Las características del ejercicio del primado han de ser comprendidas además a partir de dos premisas fundamentales: la unidad del episcopado y el carácter episcopal del primado. Sin contar con que el sucesor de Pedro no puede considerarse como un simple primus inter pares. Dicho esto, está claro que sobre las modalidades concretas de ejercicio puede haber diferencias en relación a la época y al lugar. Y precisamente sobre esto sigue trabajando nuestra Congregación.
¿Cuándo está previsto que vea la luz este documento?
AMATO: No podemos hacer previsiones. Pero el camino que hay que recorrer es aún largo porque hay cuestiones muy delicadas que están vinculadas estrechamente al primado petrino como la infalibilidad pontificia y los dos dogmas marianos definidos por Pío IX y Pío XII. Pero es fácil prever que si se aclara la cuestión del primado petrino los demás nudos del diálogo con el mundo ortodoxo, Filioque incluido, se resolverían uno a uno.
Como recordaba usted se celebra este año el 150 aniversario de la Inmaculada Concepción; ¿en qué sentido este dogma, junto con el de la Asunción, sigue siendo un obstáculo para el diálogo ecuménico con los ortodoxos?
AMATO: Por lo que se refiere a la Asunción no hay ninguna diferencia con la ortodoxia salvo en el hecho de que nosotros hemos hecho un dogma y ellos no. En el caso de la Inmaculada Concepción existe una diferencia, que se debe principalmente a una distinta compren­sión en la ortodoxia de lo que nosotros llamamos pecado original.
¿Cuál?
AMATO: Para la doctrina católica María fue concebida sin pecado original. Para los ortodoxos en cambio –aunque en la historia no faltan las excepciones– la catarsis, la purificación de la Bienaventurada Virgen se da en la Anunciación. Serguei Nikolaevich Bulgakov en su obra El zarzal ardiente dedica un capítulo entero al dogma mariano de la Inmaculada Concepción, atribuyendo al autoritarismo doctrinal católico la promulgación del dogma de 1854 que de facto anticiparía el dogma del Concilio Vaticano I relativo a la infalibilidad papal en materia de fe. El dogma de la Inmaculada es para él un abuso doctrinal, una expresión no correcta de una idea justa, la de la impecabilidad personal de la Madre de Dios.
Excelencia, cerremos el paréntesis ortodoxo, pero sigamos en tema mariano. En los últimos años usted ha polemizado varias veces con quienes quieren que se definan más dogmas sobre la Virgen María.
AMATO: No he polemizado. He manifestado mi opinión. Es verdad que existen círculos, más bien marginales, que quisieran proclamar como dogmas tres títulos contemporáneamente: Abogada, Mediadora y Corredentora. Por lo que respecta a los dos primeros, recuerdo que el Concilio Vaticano II los hizo suyos en la Lumen gentium y no veo por qué deben convertirse en dogmas añadiendo de este modo otros problemas inútiles al diálogo ecuménico.
¿Y para el título de Corredentora?
AMATO: En este caso la cuestión es más seria. El título de Corredentora no es ni bíblico ni patrístico ni teológico y ha sido usado raramente por algún pontífice y sólo en alocuciones menores. El Concilio Vaticano II lo ha evitado voluntariamente. Es oportuno recordar que en teología puede usarse el principio de analogía, pero no el de equivocidad. Y en este caso no existe la analogía, sólo la equivocidad. En realidad María es la “redimida de modo más perfecto”, es el primer fruto de la redención de su Hijo, único redentor de la humanidad. Ir más lejos me parece poco prudente.
Volviendo a su formación, otro periodo importante de su experiencia de estudioso lo pasó en los Estados Unidos donde profundizó en el tema delicado de la llamada teología de las religiones.
AMATO: En efecto, estuve en los Estados Unidos durante mi año sabático en 1988. Y en Washington D.C., en las bibliotecas de la Catholic University y de la Georgetown, comencé a estudiar el tema que ha citado usted. En la época era un tema poco estudiado en Europa, mientras que ya estaba muy presente en las publicaciones en inglés, sobre todo norteamericanas y asiáticas. Se veía claramente que muchas soluciones teológicas presentaban, y siguen presentando, desequilibrios de pluralismo y relativismo. Es comprensible la dificultad de esos teólogos que viven en países no cristianos con grandes tradiciones religiosas y culturales. Pero el anuncio de Jesús como Señor y redentor único de la humanidad es un dato evangélico primario y esencial.
Estos estudios le han resultado útiles cuando ha tenido que dar su aportación a la redacción de la famosa declaración Dominus Iesus, publicada en 2000, que suscitó bastantes polémicas incluso de eminentísimos exponentes de la Iglesia católica…
AMATO: A parte de algunas reacciones inmediatas no del todo oportunas, hoy, después de cuatro años, todos reconocen la utilidad, la oportunidad y la conveniencia de la declaración Dominus Iesus.
La Dominus Iesus fue criticada por su estilo frío, abstracto…
AMATO: Quizá conviene aclarar la cuestión del tono y del lenguaje de la declaración. En primer lugar, no se trata de un documento largo y articulado, sino sólo de breves capítulos muy sintéticos. Este modo de comunicación no quiere ser señal de autoritarismo o de injustificada dureza, sino que pertenece al género literario típico de esas declaraciones magistrales, que tienen la finalidad de puntualizar la doctrina, censurar los errores o las ambigüedades, e indicar el grado de asenso que se requiere a los fieles. El tono simple y claro quiere comunicar a los fieles que no se trata de temas opinables o de cuestiones debatidas, sino de verdades centrales de la fe cristiana, que determinadas interpretaciones teológicas niegan o ponen seriamente en peligro.
Fue criticada especialmente la segunda parte de la Dominus Iesus, la de la eclesiología…
AMATO: En esta segunda parte se quiso proponer lo que puede definirse lo específico de la tradición católica, como respuesta a una situación de confusión teológica. La Dominus Iesus no quiere expresar nada más que la síntesis de la esencia de nuestra conciencia de fe eclesial.
Otra síntesis del Credo, con una forma más de divulgación, será el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica que su Congregación está preparando. ¿Estará listo, según los planes, para 2005?
AMATO: Creo que sí. Un borrador completo ha sido enviado ya a todos los cardenales y a todos los presidentes de las Conferencias episcopales, para sus eventuales observaciones. Después se hará una redacción definitiva para el Santo Padre. Si Dios quiere en los primeros meses de 2005 tendremos el Compendio.
Excelencia, el pasado noviembre participó usted en un seminario de estudios organizado por el Consejo pontificio de la justicia y de la paz sobre el tema de los OGM. ¿Qué piensa de la cuestión?
AMATO: Asistiendo a los informes y debates de la Conferencia de noviembre lo que comprendí es que hasta ahora no se ha demostrado científicamente que los OGM sean absolutamente perjudiciales. Si bien los cultivos biotech plantean serias cuestiones a nivel económico y agronómico. De todos modos, creo que desde siempre el hombre ha tratado de modificar los cultivos para intensificar la producción o para defenderlos de los parásitos.
¿Se prevén intervenciones doctrinales sobre este tema?
AMATO: No por parte de nuestra Congregación. A no ser que nazca la duda fundada de que si se utilizan para la misa pan y vino hechos con trigo o uvas modificados pueden invalidar la celebración eucarística.
La última pregunta. Usted participó en una proyección para la Curia romana de la película The Passion of the Christ de Mel Gibson. ¿Qué impresión le hizo?
AMATO: Mis impresiones inmediatas son positivas. La primera concierne a la gran profesionalidad de la película, que está muy bien “confeccionada” y que mantiene la tensión y la atención del espectador, algo difícil para las películas religiosas. La segunda impresión es que, en la fidelidad al texto bíblico, la película es una meditación realista, no edulcorada ni trivial, para nada forzada, de los misterios dolorosos: la oración de Jesús en el huerto, la flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario, la crucifixión y la muerte. Es el Vía Crucis de nuestro Señor. El derramamiento de sangre es sólo la consecuencia de estos atroces suplicios. La muerte de Jesús fue un verdadero sacrificio. Lo dice el Señor al instituir el sacramento de la Eucaristía: «Esta es la sangre de la nueva y eterna alianza, derramada por vosotros y por todos para remisión de los pecados». Jesús ha derramado su sangre, y sus últimas gotas salen de su costado, herido por la lanza de Longinos. Las últimas consideraciones conciernen a la presencia de Satanás, el verdadero adversario y enemigo que Jesús derrota con su sacrificio, y la escena del sepulcro vacío y de Cristo que resucita. Las vendas que envolvían el cadáver del Señor no están desatadas sino vacías. El Resucitado las ha abandonado con su cuerpo glorioso, sin deshacerlas, como en cambio tuvo que hacer Lázaro cuando Jesús lo resucitó.


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