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AFRICA
Sacado del n. 06/07 - 2004

OBISPOS. Mirar hoy a la Iglesia en África

Sencillez y fidelidad


Son las dos características para la vida de la Iglesia en el continente sugeridas por el presidente del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar


por John Olorunfemi Onaiyekan



Un momento de oración durante os trabajos del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SCEAM), que se celebró en Dakar en octubre de 2003

Un momento de oración durante os trabajos del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SCEAM), que se celebró en Dakar en octubre de 2003

¿Cómo mirar hoy a la Iglesia en África? En la última asamblea del SCEAM (Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar) celebrada en Dakar se estableció poner en marcha esa “reestructuración” de la que empezamos a hablar en el encuentro italiano de Rocca di Papa hace cuatro años. Dos razones fundamentales requieren el cambio. La primera es que el SCEAM nació en 1969, con un pequeño grupo de obispos, de los que la mitad eran misioneros extranjeros, en un mundo completamente distinto al de hoy no sólo en el ámbito africano, sino mundial. Hoy el episcopado es cuatro veces más numeroso que en 1969 y está formado en su mayoría por africanos. El 69 era el periodo de la euforia por la independencia del colonialismo, cuarenta años después África está donde estaba. Por tanto, si la Iglesia en África, para responder a las necesidades actuales, quiere hallar hoy el modo de influir a nivel continental, debe actuar a nivel continental.
La segunda razón es más eclesial: hace diez años celebramos el Sínodo para África. Sólo ahora se empiezan a comprender las implicaciones de todo el discurso de entonces, las ideas iluminadoras de la Ecclesia in Africa. Creemos, por tanto, que el “reajuste” en la práctica religiosa, en la pastoral de la Iglesia –necesario a nivel local de parroquias, de diócesis, de conferencias episcopales nacionales– debe influir también en el modo en que el SCEAM está organizado, para poder responder a las expectativas del Sínodo africano. Definir con precisión en qué consiste la reforma es arriesgado, y cuando hemos tratado de darnos recíprocamente indicaciones sobre cómo renovar, hemos vuelto a lo que tenemos ahora: esto significa que el obstáculo quizá no reside en la institución sino en el espíritu, en la conciencia de la misión de la Iglesia en África, en la búsqueda hoy de un modo adecuado de relación con los demás.
Por ejemplo, en Dakar decidimos llevar adelante el proceso de colaboración con los protestantes y los musulmanes africanos. Se intenta hacer funcionar un Consejo de líderes religiosos de África, y el SCEAM participa plenamente, a nivel de líderes (participé en el encuentro interreligioso de Abuya en nombre del SCEAM, y fui elegido co-presidente junto con un musulmán ugandés).
Luego está la relación con la autoridad civil. Cada conferencia episcopal nacional busca la manera de tratar con su gobierno, con resultados, a decir verdad, muy dispares. Los obispos hemos comenzado a preguntarnos dónde está la voz de la Iglesia en las reuniones de nuestros jefes de Estado, y si hay un modo para que nos escuchen. La asamblea del SCEAM me encargó comenzar un diálogo con la Unión Africana en Addis Abeba. Y el arzobispo de Addis Abeba ha verificado por nosotros que la respuesta de la Unión Africana será positiva y que una vez que se haya redactado el estatuto de la Unión habrá una apertura a los grupos religiosos, lo cual será una innovación respecto a la Organización de la Unidad Africana.
Mientras tanto también el Consejo de los líderes religiosos de África trata de activar el mismo contacto. Un intento no anula al otro. La Unión Africana nos ha hecho saber que la idea de crear este Consejo interreligioso es positiva.
El líder libio Muammar el Gaddafi, el presidente de Mozambique Joaquim Chissano, Oumar Konare, presidente de la Unión Africana

El líder libio Muammar el Gaddafi, el presidente de Mozambique Joaquim Chissano, Oumar Konare, presidente de la Unión Africana

Nos preguntamos además si debemos constituir nuevas comisiones para realizar todas las obras de las que hemos hablado. En los últimos cuarenta años hemos tenido de vez en cuando necesidad de constituir alguna: para la Biblia, para la teología, la social, tenemos también la Cáritas Africana, y siempre con objetivos concretos. Si en los próximos años hemos de reorganizarnos, habrá que disminuir la burocracia, no queremos empantanarnos con actividades que el SCEAM no puede ni debe hacer. Porque la vida de la Iglesia es inmensa, pero el trabajo más grande es a nivel local: son las parroquias y las diócesis las que lo hacen todo. La conferencia nacional no substituye a los obispos locales: si puede coordina el trabajo y facilita la responsabilidad. Estando así las cosas a nivel nacional, debemos tratar de repetir a nivel continental lo que está mejor hecho a nivel local. Y no hay que olvidar que tenemos también el nivel intermedio de las conferencias episcopales regionales.
Como se ve, la Iglesia africana ha comenzado un camino en el que desea concretar lo que puede hacer, para luego construir una estructura esencial entorno a este núcleo. Ante todo, creo que sería oportuno unir nuestras fuerzas para administrar las relaciones internacionales: podemos tener más éxito como órgano de representación panafricano que si la Iglesia de cada país actúa por su cuenta, y naturalmente siempre en colaboración con la Santa Sede, que en estas cosas posee gran experiencia. Pero creemos que a veces podemos hablar en nuestro nombre, gracias también a la conexión con la Unión Africana.

Reconstrucción, sencillez, fidelidad
Legítimamente podemos considerar que la imagen de Iglesia en que se basa nuestra “reconstrucción” es el concepto de «África para los africanos» de Pablo VI. Nosotros consideramos todo nuestro compromiso con un criterio de gran sencillez, no comparándonos a priori con la Iglesia occidental europea, americana… ¿Seguimos una idea de “reforma” de la Iglesia? La respuesta es que a la “sencillez” antes mencionada añadiría la “fidelidad”. No se comienza con un programa de reforma definido. Más bien, el Sínodo africano nos ofreció la ocasión de reflexionar sobre qué es la Iglesia. Y hemos llevado adelante esta reflexión no en polémica con alguna idea o realidad de la Iglesia, sino simplemente escuchando la Palabra de Dios y lo que creemos sinceramente que Jesucristo quiere hoy en África. A partir de esto hemos llegado a ciertas certezas sobre lo que puede ser nuestra Iglesia. Hemos mirado a nuestro alrededor, tratando de ver qué instrumentos poseemos para trabajar no solamente como institución en sí, sino como una Iglesia que, según el Sínodo africano, tiene hoy en África una misión en cinco grandes áreas: la proclamación, la inculturación, la justicia y la paz, el diálogo y los medios de comunicación social. La idea es sencilla, pero para llevarla a la práctica hay que saber “quién hace qué”. Tenemos que reconocer asimismo que hay cosas que no están bajo nuestro control, como la gestión de los asuntos económico-políticos de África, que no solo nos toca sino que nos aflige. Y que no podemos afrontar diciendo: «Los políticos nos han traicionado y tenemos que organizar nosotros gobiernos católicos». ¡No! No es tarea de la Iglesia. Sabemos muy bien que todo lo que la Iglesia puede hacer depende del contexto político, económico y social, pero creo también que en cada contexto la Iglesia puede cumplir con fe su vocación de testigo. Por supuesto la Iglesia debe también mirar a su alrededor y leer los signos de los tiempos, y saberse adaptar, manteniéndose siempre fiel a su misión.
Un mural sobre el sida en una calle de Johannesburgo

Un mural sobre el sida en una calle de Johannesburgo

Este me parece el sentido de lo que proféticamente Pablo VI dijo: «Ahora los africanos sois misioneros de vosotros mismos, podéis y debéis tener una Iglesia africana». Espléndidas palabras proféticas, sabemos que no es fácil que todos las acepten, pero no importa…

Ningún interés “sectario”
También en África nos damos cuenta de que en el mundo católico hay quienes sostienen ideológicamente el choque entre el islam y los católicos, como en Sudán, en Nigeria o en muchos otros países. En África la Iglesia paga a menudo con la vida de misioneros y sacerdotes locales.
Pero mientras más leo los documentos del Sínodo africano más aprecio su valor providencial ante lo que está sucediendo ahora en África, porque nos dan la posibilidad de poder comprender mejor el contexto de la tumultuosa situación mundial. Las cosas han cambiado mucho desde 1994: miren las últimas locuras del gobierno americano, que pretende convertirse en la única superpotencia que puede permitírselo todo, incluso pisoteando los derechos humanos. Se está creando un nuevo orden mundial en el que se quiere que África no cuente nada. Esto lo dijo ya el Sínodo africano, y nos ayuda. Todo el capítulo sinodal sobre la justicia y sobre la paz concierne al papel de la Iglesia, no como una jerarquía que toma partido, sino más bien como una familia. Por eso, decimos que en África cuando hay que responder a los desafíos políticos y sociales de un país no hay que prestar atención solamente a las declaraciones de los obispos, sino a lo que hacen los cristianos, los políticos católicos, las asociaciones de fieles. Porque, incluso sin formar un partido político católico, los fieles pueden formar grupos de reflexión o realizar iniciativas para contribuir a mejorar la situación de sus países: cuando hay guerra, hace falta siempre gente que trabaje por la paz; cuando hay corrupción, gente que luche por el saneamiento del orden público. Mientras más actuemos así los cristianos más descubrimos que otras personas piensan como nosotros. Entonces se comprende cuánto vale el diálogo, la importancia de colaborar con los demás. En la Iglesia africana el diálogo se refiere no sólo a las religiones, sino que se extiende a las instancias políticas y sociales: la Iglesia debe ser siempre dialogante. Esta enseñanza del Sínodo nos ha ayudado muchísimo. Si podemos hablar con los musulmanes, con los que tenemos fuertes discrepancias, debemos ser capaces de hablar también con un gobierno que tiene ideas estúpidas. La actitud “profética” de hablar siempre y de todos modos contra los gobiernos no nos ayuda, porque los gobiernos se defienden… Si la intención de dialogar es genuina, nuestro interlocutor ve claramente que no tenemos ningún interés político “sectario”, sino que nuestro anhelo es sólo que haya paz para todos, incluso para los que están en el gobierno. Y así todo es más fácil.

Obispos africanos en procesión en la Basílica de San Pedro durante  el Sínodo para África de 1994

Obispos africanos en procesión en la Basílica de San Pedro durante el Sínodo para África de 1994

Los hijos de la Iglesia están en las dos partes
En Africa los gobiernos y la Iglesia viven bajo las mismas nubes de pobreza, inseguridad, debilidad político-militar. Si comenzamos a hablar el uno con el otro, podemos ayudar a África, que al fin y al cabo es la que sufre. Por no hablar del hecho de que los hijos de la Iglesia están en ambas partes, es decir, también en el gobierno. En algunos países el jefe de Estado es católico. Empecemos a preguntarnos qué quiere decir tener un jefe de Estado católico. Las preguntas que nos hacemos hoy no son nuevas, pero sabemos que nos toca a nosotros hallar las respuestas para nuestras necesidades. Podemos sacar provecho viendo lo que otros han hecho. Por ejemplo, estudiando el origen y la historia de los partidos católicos en Europa he llegado a la conclusión de que el partido único de los católicos era una respuesta justa en aquel momento y en aquel contexto, pero no es apropiada para nuestra situación. Tenemos que buscar otras. El objetivo es poner a disposición de la sociedad los valores cristianos del buen gobierno, que es un principio válido para todos; cómo se realice es otra cuestión.

Conseguimos ponernos de acuerdo
En la doctrina social de la Iglesia están los principios para una buena organización de la sociedad, pero tenemos que buscar el modo, por ejemplo en Nigeria, de hacerlos accesibles a la gente que no es católica, pero que reconoce la verdad cuando la ve. Espero y creo que poco a poco lo estamos logrando, porque veo que cuando la Conferencia episcopal nigeriana hace declaraciones sobre la política del país, todos las leen con atención, no como el texto de una religión, sino más bien como documento de un grupo social que probablemente tiene ideas claras sobre ciertas cuestiones. Debemos decir las cosas de un modo que no haga falta ser católico para comprenderlas, en África igual que en Nigeria.
Cuando el análisis de la situación es bastante claro, todos lo aceptan como verdadero. Entonces las respuestas que los obispos proponemos son comprensibles y, según nosotros, también razonables. A veces hay varias opciones y como obispos debemos tomar decisiones que, gracias a Dios, para nosotros no son difíciles, es decir, conseguimos ponernos de acuerdo. Es más fácil si centramos nuestra atención en lo esencial de nuestra amada Iglesia.

Ninguna polémica sobre los preservativos
Por último, una reflexión sobre el sida en África. El papel de la Iglesia consiste en tratar de juntar todos los recursos disponibles, hacer que los que se ocupan de esta plaga colaboren, evitar las polémicas estériles, especialmente en lo que concierne a los modos de frenar la epidemia. Nos sabemos de memoria el estribillo del uso del preservativo, siempre en primera línea cuando se habla de sida, como si fuera la única solución. Pero hemos salido del encuentro de Dakar animados y con más esperanza en el hecho de que se puede colaborar también con esos grupos que hasta hace poco se contraponían a la Iglesia. Quienes vinieron desde Ginebra a hablar en nombre de la Unaids (Joint United Nations Programme on Hiv/Aids) y desde Nueva York en nombre del Unicef (Fondo Internacional de las Naciones Unidas para la Ayuda a la Infancia) reconocieron el trabajo que la Iglesia está haciendo. Si nos fijamos en lo concreto, la Iglesia católica con sus misioneros ha trabajado más que nadie. Por eso, quien quiere trabajar de verdad para ayudar a la gente contra el sida, y pide un programa eficaz de educación, formación e información –para superar además la discriminación contra quien tiene el virus–, tiene que contar con la Iglesia. Decimos por aquí que hay tres caminos en la lucha contra el sida: la abstinencia, la fidelidad, los anticonceptivos. Son tres caminos en orden de eficacia, porque la mejor es la abstinencia, sigue la fidelidad al marido y a la mujer legítimos y, por último, los anticonceptivos. Hay que admitir, sin embargo, la verdad sobre el preservativo, sin darlo con la idea de que lo resuelve todo. Existen pruebas científicas claras, basadas en investigaciones realizadas por la Iglesia con aquellos países que han considerado serios nuestros argumentos, que el camino de la abstinencia y el de modificar el comportamiento sexual desordenado funcionan. Está el ejemplo de Uganda, donde el gobierno, por lo menos en esto, se ha unido a la Iglesia para informar a los jóvenes de que es mejor comenzar más tarde la actividad sexual. Con esto no decimos que no hay que dar dinero a quien distribuye los preservativos, sino que deben dar dinero también para nuestros proyectos. Porque no se puede realizar un programa de educación y de abstinencia gratis: hace falta personal, estructuras y dinero. Cómo acceder a los fondos disponibles es una de las cosas que hemos comenzado a estudiar. Organismos como el Unicef están dispuestos a dialogar con nosotros. Cuando se habla de sida hay que reconocer que los problemas de los países pobres son completamente distintos de los de los países desarrollados. Ya es una tragedia tener el sida, pero tenerlo sin la posibilidad de encontrar el remedio es aún peor. Imagino que si un occidental contrae el virus, sabe dónde ir y de qué medicinas dispone, ¿pero en Nigeria? Y, peor aún, ¿en las zonas de África donde hay guerra? Sólo pocos ricos pueden ir al extranjero a curarse. En los últimos años el gobierno nigeriano ha realizado un proyecto experimental para dos mil personas. ¿Qué son dos mil personas en una población de 130 millones? Por eso en la batalla contra el sida en África lo más importante es la prevención. Y antes hay otro problema: el contexto socio-económico que permite que el sida se extienda en África mientras que no lo permite en Occidente, el problema de la pobreza, el mal gobierno, de las guerras. De modo que, no es que los africanos tengan más inclinación a la actividad sexual que los demás, pero en un contexto donde ni siquiera es pensable el control de la malaria, ¿cómo puede combatirse el sida? Lo debemos contrarrestar al mismo tiempo que toda la situación política, social y económica de nuestros países.

(texto recogido por Giovanni Cubeddu)


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