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AFRICA
Sacado del n. 08 - 2004

Uganda. La guerra olvidada

Si se acabara la larga noche de los visionarios sanguinarios


La crisis del norte de Uganda ha sido definida como la peor crisis humanitaria del mundo y también la más olvidada. Dura desde hace veinte años, sin que estén en juego grandes intereses económicos o estratégicos. El artículo de un misionero comboniano explica la situación actual: los rebeldes de Kony, que según él recibe órdenes del Espíritu Santo, hoy matan también a los de su misma etnia. La esperanza de un acuerdo de paz


por José Carlos Rodríguez



El pasado 14 de abril, el sub-secretario general de Naciones Unidas para asuntos humanitarios, Jan Egeland, en su comparencia ante los miembros del Consejo de Seguridad, describía la guerra del norte de Uganda como “la peor crisis humanitaria del mundo y también la más olvidada”. El hecho de que en los 18 años que dura el conflicto sea la primera vez que ha encontrado un hueco en la agenda de este organismo internacional habla por sí mismo.
A diferencia de otras partes de Africa, el norte de Uganda es una región donde nunca ha habido importantes intereses económicos ni estratégicos en juego. Esto, junto con la posición oficial del gobierno de Yoweri Museveni –hasta hace poco considerado un modelo de progreso económico en el continente- que siempre ha minimizado el problema como un mero «asunto interno de inseguridad a punto de resolverse», puede explicar la escasa atención internacional. Pero también lo explica la misma irracionalidad de la situación: los rebeldes del Ejército de Resistencia del Señor (LRA en siglas inglesas) son Acholis (la principal tribu del norte), pero han atacado siempre de forma sistemática a los miembros de esta etnia. El LRA dispara a vehículos en emboscadas, ataca y destruye poblados, secuestra a niños para obligarlos a combatir en sus filas, mata a los civiles que tienen la mala fortuna de encontrarse con ellos o les mutila de forma espantosa. Desde 1996, el ejército regular ha obligado a la población a abandonar sus aldeas y concentrarse en campos de desplazados, oficialmente conocidos como “poblados protegidos” donde miles de personas se hacinan en condiciones infrahumanas y apenas tienen protección. Baste recordar el reciente caso de la masacre de Barlonyo, en el distrito de Lira, el pasado 21 de febrero. Cerca de 300 personas fueron cruelmente masacradas –la mayoría quemadas vivas en sus cabañas- por los rebeldes.

El LRA está dirigido por Joseph Kony, un líder visionario que dice recibir órdenes del Espíritu Santo y que desde 1993 ha recibido constante apoyo logístico y de armamento del gobierno islámico de Sudán, como represalia a la ayuda que el gobierno ugandés ha prestado siempre a los rebeldes sudaneses del SPLA de John Garang. Hasta el año 2002, el LRA se limitaba a lanzar ataques desde sus bases cercanas a Juba contra los distritos acholi (una región tan grande como Bélgica en extensión). En marzo de ese año el ejército ugandés (conocido como UPDF) organizó una ofensiva conocida como Operación Puño de Hierro, con la que intentó aniquilar al LRA dentro de Sudán, con el acuerdo formal del gobierno de Jartum, que intentó así limpiar su imagen internacional de financiador de grupos terroristas. La ofensiva sólo consiguió enfurecer más al LRA, que esquivó los ataques del UPDF, siguió recibiendo bajo cuerda apoyo militar del ejército sudanés, y entró en el norte de Uganda con la mayor parte de sus efectivos, desatando una espiral de brutalidad nunca vista. Hacia mediados del 2003, el LRA se extendió por las regiones Lango y Teso, más al sur y al este, zonas que llevaban sin sufrir ataques más de diez años.
Las consecuencias han sido catastróficas. Como consecuencia de la escalada de violencia, el número de desplazados internos ha pasado de medio millón en enero del 2002 a un millón y medio. Sólo en la región Acholi el 90 por ciento de la población está desplazada. Los servicios sociales básicos como escuelas y centros de salud han sido destruidos o bien no pueden funcionar debido a estar construidos en lugares que hoy están deshabitados o bien porque maestros y enfermeros han huido a zonas más seguras.
El Programa Alimentario Mundial, responsable de la distribución de alimentos en los campos, necesitaría al menos 127 millones de dólares para hacer frente a las necesidades de la población. Hasta el momento no ha conseguido más de 50 millones. El hecho de que el gobierno ugandés se haya negado sistemáticamente a declarar el escenario donde se desarrolla la guerra como “zona de desastre” no ha favorecido una intervención internacional que pudiera al menos paliar sus efectos en la población civil.
Arriba una mujer armada con un machete en el campo de desplazados de Otwal y, abajo, una muchacha armada con  un hacha en el campo de Pagak. La gente anda siempre con instrumentos de trabajo para defenderse de los ataques imprevistos de los rebeldes del LRA. Muchas veces los rebeldes atacan con arma blanca las aldeas (para no llamar la atención del ejército con el ruido de los tiros), matan, secuestran a los niños y desaparecen

Arriba una mujer armada con un machete en el campo de desplazados de Otwal y, abajo, una muchacha armada con un hacha en el campo de Pagak. La gente anda siempre con instrumentos de trabajo para defenderse de los ataques imprevistos de los rebeldes del LRA. Muchas veces los rebeldes atacan con arma blanca las aldeas (para no llamar la atención del ejército con el ruido de los tiros), matan, secuestran a los niños y desaparecen

Ante esta falta de medios, un caso que se repite cada día desde hace meses es el siguiente: grupos de desplazados –casi siempre mujeres- se aventuran a ir a sus aldeas para recoger parte de los alimentos que han dejado en los graneros, por el camino se encuentran con una patrulla del LRA, que les acusa de ser espías del ejército, y son asesinados sin piedad con armas blancas o a golpes. Sólo durante el pasado mes de abril 40 mujeres perdieron la vida de esta manera trágica en los distritos de Kitgum y Pader. Y en el mes de mayo un total de 150 civiles fueron asesinados en cinco ataques de los rebeldes a campos de desplazados: Odek, Pagak, Lukode, Kalabong y Abok. Historias de este tipo no suelen aparecer en la prensa internacional, práticamente ausente de la zona de conflicto, lo que deja al ejército ugandés con la cómoda posición de tener práticamente en sus manos el monopolio de la información sobre el conflicto, hábilmente manipulada para dar siempre el mismo mensaje: el LRA está prácticamente acabado y la situación está bajo control. Los líderes religiosos, que siempre han realizado un gran esfuerzo de difundir información independiente, son frecuentemente amenazados o acusados de ser colaboradores de los terroristas para intentar silenciarlos.
El aspecto más trágico del conflicto es su impacto en los niños. Según datos del Unicef, al menos 30.000 menores han sido secuestrados por el LRA desde 1994. De esta cifra total, sólo en los últimos 18 meses los niños secuestrados alcanzan los 10.000. El LRA está compuesto, al menos en un 80 por ciento, por niños obligados a combatir y realizar las mayores atrocidades, a menudo contra sus propios familiares para persuadirlos que no tienen a dónde ir si se les ocurre huir. Las niñas, a demás de tener que empuñar un fusil, son obligadas a convertirse en esclavas sexuales de los comandantes. Casi todos los días en la prensa ugandesa aparecen noticias en las que el ejército dice haber matado a veinte o treinta rebeldes, sobre todo en bombardeos con helicópteros. Es un secreto a voces que la mayor parte de las víctimas son niños, a menudo secuestrados hace pocos días antes y utilizados como escudos humanos. Por si fuera poco, menores que consiguen escapar del LRA son a menudo reclutados por el UPDF, o regresan con sus familias, casi siempre en campos de desplazados donde corren el riesgo de ser capturados de nuevo por el LRA.
Un grupo de jóvenes en el campo de desplazados de Odek, pocos días después de la matanza del 29 de abril de 2004. La presencia de milicianos de autodenfesa popular resulta muchas veces inútil

Un grupo de jóvenes en el campo de desplazados de Odek, pocos días después de la matanza del 29 de abril de 2004. La presencia de milicianos de autodenfesa popular resulta muchas veces inútil

Para muchos niños, la única manera de escapar de esta pesadilla del secuestro es abandonar sus aldeas al caer la tarde y buscar un lugar seguro donde dormir en alguna de las ciudades cercanas. Desde la segunda mitad del 2002, al menos 40.000 niños caminan durante una o dos horas para dormir en ciudades como Gulu, Kitgum, Lira o Kalongo, donde buscan refugio en hospitales, iglesias, escuelas y otros lugares públicos, o simplemente bajo los soportales de las calles. No es exagerado afirmar que no hay ningún otro lugar del mundo con una situación tan grave de abuso extremo de niños de forma continuada. La opinión pública internacional, que puso el grito en el cielo cuando se aireó el caso de los abusos de menores por parte de algunos sacerdotes norteamericanos no parece haber puesto ni la mitad de interés para poner fin a este otro caso mucho más sangrante. El panorama trágico de estos “viajeros de noche”, como se les conoce popularmente, es un caso único en el mundo.
El gobierno, ante la incapacidad del UPDF de proteger adecuadamente a la población, ha promovido cada vez más la creación de milicias locales para reforzar la presencia del ejército. Diversos grupos de la sociedad civil han criticado esta política, que según ellos contribuye a la proliferación de armas ligeras en una región que ya de por sí vive en un polvorín. Hay también temores fundados que la creación de estos grupos armados pueda convertirse en una fuente de conflicto inter-étnico de consecuencias desastrosas.
Desde el inicio del conflicto varios actores locales han intentado una solución pacífica negociada. El último de estos intentos es el protagonizado por la Iniciativa Religiosa de Paz (ARLPI en siglas inglesas), un cartel inter-religioso que agrupa a católicos, protestantes y musulmanes, liderado por el arzobispo de Gulu John Baptist Odama. Desde julio de 2002 hasta agosto del 2003 representantes de este grupo –que ha sido galardonado recientemente con el Premio Niwano de la Paz- se han reunido unas veinte veces con comandantes de la guerrilla. Hasta la fecha el LRA y el UPDF nunca se han puesto de acuerdo sobre un alto el fuego. Esto, junto con el hecho de que el LRA no controla ninguna parte del territorio ugandés, sino que lleva a cabo una existencia errante de bandas que se mueven por los extensos bosques de la región, ha hecho que estos encuentros de paz se hayan realizado en circunstancias de gran riesgo. Los religiosos se quejan de que en más de una ocasión el ejército ha atacado las zonas de contacto, dando al traste con el poco progreso realizado para poner en marcha un proceso de paz. El reciente anuncio a finales de enero de este año de que el Tribunal Penal Internacional investigaría al LRA para llevar a sus líderes al banquillo de los acusados no ha hecho sino aumentar la desconfianza de un grupo rebelde ya de por sí difícil de tratar, cerrando aún más las posibilidades de una solución negociada.
La entrada del hospital de Lacor

La entrada del hospital de Lacor

El pasado 16 de abril se abrió una brecha de esperanza al declarar públicamente el presidente Museveni su voluntad de poner fin al conflicto de forma negociada. No cabe duda de que la presión de la comunidad internacional ha tenido mucho que ver con esta declaración a favor de la paz. Los países donantes cubren el 52 por ciento del presupuesto nacional de Uganda, y en cículos diplomáticos nadie cree ya en una solución puramente militar a esta guerra. Hace apenas un mes, Joseph Kony declaraba en una conversación telefónica al arzobispo Odama que él estaba dispuesto a participar en conversaciones de paz, pero que no se fiaba de Museveni. Desde entonces, el LRA realiza ocasionalmente alguna declaración pública a favor de las conversaciones de paz y el alto al fuego, pero hasta la fecha sin que nada concreto se haya materializado.
También el LRA parece encontrarse bajo presión. Sus comandantes saben que el acuerdo de paz en Sudán puede significar para ellos el final completo del suministro de armas y apoyo logístico. Casi todos los días soldados rebeldes –en su mayoría menores– escapan del LRA, aunque los desertores son rápidamente reemplazados con nuevos niños secuestrados. Ante esta situación tan desesperada todos esperan que el gobierno y los rebeldes se pongan lo antes posible de acuerdo sobre dónde y cómo reunirse para negociar la paz. Será la única manera de poner fin a esta tragedia que hasta ahora apenas ha despertado el interés de la comunidad internacional.


Genifex Nalumansi con sus nietos. La señora Nalumansi, madre de 11 hijos, de los cuales 9 murieron de sida,se ha quedado con sus nietos (un hecho común en las familias ugandesas diezmadas por la enfermedad), que cultivan la tierra y extraen carbón, trabajos que les permiten a los chicos ir a la escuela

Genifex Nalumansi con sus nietos. La señora Nalumansi, madre de 11 hijos, de los cuales 9 murieron de sida,se ha quedado con sus nietos (un hecho común en las familias ugandesas diezmadas por la enfermedad), que cultivan la tierra y extraen carbón, trabajos que les permiten a los chicos ir a la escuela


SIDA. La epidemia ha aniquilado a una generación entera de africanos. El drama de los huérfanos

E l drama de los niños huérfanos a causa del sida es un problema de todo el continente africano. En 2001, más de 34 millones de niños del África subsahariana eran huérfanos, un tercio como consecuencia del sida. El número de huérfanos está aumentando dramáticamente y se prevé que en 2010 supere los 42 millones. Veinte millones de estos niños se quedarán huérfanos por causa delsida. En países como Uganda, donde la tasa de enfermedad disminuyó, los padres enfermos seguirán muriendo.
Desde 1981, quando se registraron los primeros casos de sida, hasta 2001, sólo en Uganda hubo 2.200.000 contagios; 1.400.000 muertos; 950.000 huérfanos como consecuencia del sida. La tasa de contagio entre los adultos es del 8,3%: están infectados 420 mil mujeres, 350 mil hombres y 53 mil niños.


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