Aquellos vagidos más fuertes que las bombas
En los primeros meses de 1944 la población de los Castelli Romani está extremada por la guerra. Pío XII manda abrir la Villa pontificia para acoger a doce mil personas. En los apartamentos del Papa nacen en este periodo treinta y seis niños. Hemos conocido a dos de ellos, los gemelos Eugenio Pio y Pio Eugenio Zevini
por Lucio Brunelli
Arriba, los gemelos Zevini, frente a su “casa natal”; abajo, los gemelos recién nacidos (los primeros de la derecha, en los brazos de su madre), en el dormitorio del Papa en Castelgandolfo
Así ocurrieron los hechos
El 22 de enero de 1944 los aliados desembarcaron en la playa de Anzio, al sur de Roma. Pio y Eugenio no han nacido aún, pero ya habían sido concebidos. Su madre, residente en Castelgandolfo, está en el séptimo mes de embarazo. Como todos los habitantes de la zona vive días de miedo y angustia. Pasado el efecto sorpresa, las tropas nazis se han reorganizado, cierran el paso hacia Roma a los aliados y están siempre dispuestas a descargar su rabia sobre la población civil por la marcha desastrosa de la guerra. Los bombardeos americanos son cada vez más violentos y cercanos. Prisionera entre dos fuegos, la gente huye de sus casas llevándose consigo lo poco que puede. Muchos comienzan a agolparse, buscando un refugio más seguro, ante la puerta de la Villa pontificia de Castelgandolfo. Un joven monseñor de la Secretaría de Estado vaticana, Giovanni Battista Montini (el futuro Pablo VI) informa a Pío XII, en aquellos días, casi prisionero en el Palacio Apostólico de Roma. Se toma la decisión sin vacilar. Ese mismo día, el 22 de enero de hace sesenta años, las puertas de la residencia de Castelgandolfo se abren para una multitud de unas 12.000 personas. No se le pide a nadie la fe de bautismo ni sus simpatías políticas. Las pocas imágenes en blanco y negro, conservadas en los archivos, muestran una larga y silenciosa columna de personas –cargadas con colchones y poco más– mientras entra en el Palacio del Papa por la puerta que se asoma a la plaza principal del pueblo. Al ser un enclave vaticano, la residencia de Pío XII goza de los derechos de extraterritorialidad. Un estatuto diplomático especial garantiza la inviolabilidad de sus fronteras contra cualquier ejército o milicia extranjera.
De Eugenio Pacelli se recuerda a menudo su origen aristocrático, su imagen hierática y lejana del pueblo. Pero ¿cuántos eclesiásticos, hoy, abrirían las puertas de su casa a una masa humana tan incontrolable sin preocuparse de los costes económicos y los riesgos políticos? Los 12.000 refugiados se quedaron en el palacio estival del papa durante cuatro meses. Hasta que cesaron los combates, con la liberación de Roma el 4 de junio de 1944. Todos los días recibieron una comida caliente. Entre ellos había numerosos judíos y perseguidos políticos. En estos cuatro meses las bombas rozaron la Villa pontificia; todavía pueden verse las señales de los cascos en las paredes exteriores. Pero ninguna bomba estalló dentro ni hubo víctimas entre la multitud aterrada que había encontrado refugio allí. Fuera era un infierno. La violencia de la guerra destruyó otros edificios sagrados situados a pocos metros. El 1 de febrero de 1944 una bomba demolió el convento de las clarisas y de las basilianas, matando a 16 monjas de clausura. El 10 de febrero las bombas cayeron sobre el Colegio de Propaganda Fide, donde había refugiados de otros pueblos vecinos, y fue una matanza: más de 500 víctimas.
Pio Eugenio y Eugenio Pio, nada sabían de este drama, estaban tranquilos en el vientre de la señora Zevini. No eran los únicos niños que estaban por nacer. En estos cuatro meses nacieron en la Villa pontificia 36 niños. A las parturientas se les reservaba el apartamento privado de Pío XII. «Cada vez que se oía el vagido de un niño» recuerda Marcello Costa, que entonces tenía 18 años y que después de la guerra, durante 33 años, fue alcalde democristiano de Castelgandolfo, «se alzaba enseguida la oración de acción de gracias». Instantes de alegría, momentos de alabanza, más intensos que el fragor de las bombas que, a veces, hacían temblar los cristales del Palacio. Casi todos los recién nacidos recibieron los nombres de Pío o de Eugenio. Un gesto de gratitud hacia Pío XII. Nació sólo una pareja de gemelos, la del matrimonio Zevini. Era el 1 de marzo de 1944. Sesenta años después sentimos emoción al hablar con los gemelos en la plaza de Castelgandolfo; mirando la puerta que sus padres cruzaron hace seis décadas, con el corazón en la garganta. «Aquí todos nos llaman los gemelos del Papa», sonríen. Entramos en un bar de la plaza principal y la señora de detrás de la barra les saluda cariñosamente y cuenta: «No lo sabéis pero yo os he visto nacer ahí dentro… Tenía doce años, también mi familia y yo habíamos sido acogidos en la Villa pontificia, me colé en la habitación y os vi nacer, unos lloraban, otros reían, qué jaleo…». Pio Eugenio y Eugenio Pio son dos hombretones, siempre han trabajado duro para vivir, no es gente de la lágrima fácil. Ni tampoco son personajes de talk show televisivo. Pero se ve que están algo emocionados. Parece un cuento, pero es historia. Historia de dos gemelos comunistas que llevan en el nombre y en el alma la señal de la caridad de un Papa.