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HISTORIA
Sacado del n. 08 - 2004

La caridad del Papa y la necesidad de la paz


Las palabras de Giulio Andreotti al finalizar una misa de acción de gracias por la obra de Pío XII a favor de la población de los Castelli Romani en 1944



Sólo unas palabras para subrayar la importancia de dedicar un momento de oración –siguiendo una sugerencia de Marcello Costa, junto con los amigos de 30Días– en el recuerdo de Pío XII, al que a veces se le menciona por lo que hizo por Roma durante el periodo de la ocupación nazi, pero de cuyo gesto de paternidad, de valentía, de misericordia para con la población de los Castelli Romani, como fue la apertura de la Villa pontificia de Castelgandolfo, raramente se dice algo. A principios de 1944, efectivamente, la Villa fue abierta a los desalojados y a todos quienes tenían necesidad de hallar un refugio.
Arriba, refugiados al lado de un camión del Vaticano 
cargado de muebles; debajo, algunas casas cerca 
de la iglesia de la Santísima Trinidad de Genzano completamente destruidas tras los bombardeos de 1944

Arriba, refugiados al lado de un camión del Vaticano cargado de muebles; debajo, algunas casas cerca de la iglesia de la Santísima Trinidad de Genzano completamente destruidas tras los bombardeos de 1944

No era la primera vez que el Papa intervenía para conjurar la guerra. A menudo se reproducen las fotografías del Papa aquí, frente a la Basílica de San Lorenzo –donde está enterrado Pío IX– destruida el 19 de julio del 43 por los bombardeos aliados. No era la primera vez que el Papa salía del Vaticano, con todo lo que ello suponía. El Papa, ya algunos años antes, había hecho de todo para evitar que Italia entrara en la guerra, y había ido personalmente (en diciembre de 1939) al Quirinal, a entrevistarse con el rey, para expresar el sentimiento de paz de la población. Por desgracia las cosas se desarrollaron de manera diferente, y no es este el lugar ni la ocasión de decir por qué después de algunos meses de no beligerancia Italia entró en guerra. El hecho es que, tras el 8 de septiembre de 1943, para reaccionar contra la ocupación de Roma por parte de los alemanes, contra la persecución de nuestros hermanos judíos, contra la persecución de todos los jóvenes que no querían acudir a la movilización exigida por la República Social, se desarrolló aquí en Roma un grandísimo circuito de caridad. En todos los conventos, en todos los monasterios se abrieron las puertas y mucha gente se salvó. Además el Vaticano hizo muchos esfuerzos para que la gente no muriera de hambre. Todavía se usaban las viejas letanías –nosotros éramos niños–, se rezaba para conjurar la peste, el hambre y las guerras. También existía el peligro de la peste, dadas las condiciones, aunque sin duda el hambre y la guerra eran una realidad tangible. Era una guerra nueva. Nueva porque no se combatía sólo en el frente, sino que se vivía en todos los rincones de nuestra patria. Precisamente vosotros, los de los Castelli Romani, sabéis perfectamente lo terrible que fue, especialmente en aquel periodo que siguió al desembarco de los aliados en Anzio. En un primer momento se tuvo la sensación general de que la guerra iba a durar poco porque desde los Castelli Romani se podía ver lo cerca que estaban los Aliados. Pero las cosas se desarrollaron de muy distinta manera y se necesitaron meses para ver Roma liberada. La historia nos explica que los Aliados no tenían prisa porque querían tener ocupados a los alemanes en el frente italiano lo más posible para que aflojaran la presión en el norte de Europa donde estaba a punto de realizarse el desembarco en Normandía.
Pero no voy a hacer un discurso. He de subrayar sólo lo que representó la apertura de la Villa y de los lugares adyacentes no sólo a los perseguidos sino también a los simples desalojados. Hubo bombardeos terribles en una zona que se creía segura precisamente por la presencia de los palacios pontificios. Pero en aquel periodo incluso la abadía de Montecassino, otro monumento importantísimo de la Iglesia –sobre el que se había asegurado ampliamente que no iba a ser bombardeado–, fue destruida, provocando un sentimiento de terror en la gente que comprendía que, más allá de las declaraciones que se hacían, no había realmente ningún lugar seguro frente a la guerra. Los meses pasaban y la posibilidad de ofrecerle a la población lo indispensable para comer estaba asegurada precisamente por aquellas caravanas de camiones de la Santa Sede que, desafiando a la guerra (también ellos sufrieron bajas), iban a cargar donde era posible y llevaban de comer a la gente de los Castelli Romani.
En señal de agradecimiento por haber salvado la vida a muchos judíos, el 26 de mayo de 1955 la Filarmónica de Israel ejecutó la Séptima sinfonía de Beethoven ante Pío XII

En señal de agradecimiento por haber salvado la vida a muchos judíos, el 26 de mayo de 1955 la Filarmónica de Israel ejecutó la Séptima sinfonía de Beethoven ante Pío XII

Existe un lado patético, poco conocido, a propósito de aquellos meses que precedieron a la liberación. Entre las familias de los desalojados que residían en las villas pontificias había mujeres embarazadas. De este modo nacieron en las villas en aquel período –algo que para mí tiene gran sugestión– cuarenta niños. Me ha emocionado ver a uno de ellos, que hoy tiene sesenta años, aquí con nosotros esta tarde. No por casualidad los padres quisieron darle a él y a su hermano gemelo los nombres de Pío Eugenio y Eugenio Pío. En relación a esto, quisiera recordar que, conmovido y emocionado por la caridad del Papa, también el rabino jefe de Roma se convirtió al cristianismo: se bautizó eligiendo el nombre de Eugenio. ¿Por qué decimos hoy estas cosas? El Papa no necesita desde luego, en su vida actual en el Cielo, nuestro testimonio… Pero es necesario subrayar dos aspectos. Primero: hemos de darnos cuenta de que cuando los papas hablan de la absoluta necesidad de la paz, a menudo creándose en el terreno humano incluso incomprensiones y enemistades, hacen no sólo lo que es su deber pastoral, sino que se hacen intérpretes de un sentimiento verdadero de nuestros pueblos, de un interés por la tutela física de los mismos. Segundo: sabemos que hay también corrientes hostiles a Pío XII. Corrientes que incluso han contado con una manifestación teatral, un drama que escandalizó, aunque sin duda no quedará en la historia de la literatura ni del teatro. Pero si se buscan los motivos de esta hostilidad hacia Pío XII nos damos cuenta de que en los primeros momentos de la posguerra esta hostilidad no existía, y que todos nos sentíamos agradecidos al Papa. Y cuando llegaron aquí los primeros dirigentes del nuevo Estado de Israel, entre ellos Golda Meir, expresaron públicamente el reconocimiento hacia Pío XII. Las cosas cambiaron históricamente cuando el Papa pronunció la excomunión de los comunistas. Cierto mundo, que no coincide con el de los comunistas verdaderos, pero que engloba a cierto tipo de intelectuales que se movían en aquel área, decidió vengarse del Papa.
He terminado. Se me ocurre una idea, y espero que nuestros amigos de 30Días la realicen. Una de las cosas más injustas que ha habido en esta campaña contra Pío XII ha sido precisamente un libro de Cornwell, titulado El papa de Hitler. Un libro falso ya empezando por la cubierta, en donde se ve a Eugenio Pacelli, aún nuncio apostólico, con su manto arzobispal, saliendo de un portal a cuyos lados hay dos soldados alemanes. Ahora bien, cuando el Papa era nuncio no estaba aún Hitler en el poder, estaba la República de Weimar, y aquellos dos militares no son dos soldados nazis sino dos guardias de la República de Weimar. Pienso que podríamos ilustrar una portada de 30Días con la foto de uno de estos dos gemelos, que nacieron en aquel periodo terrible en la Villa pontificia. Es, si quieren ustedes, algo patético que hacemos, junto a nuestra oración, por un Papa a quien, independientemente de los procedimientos canónicos, nosotros consideramos un santo.


Giulio Andreotti
Roma, Basílica de San Lorenzo Extramuros, 10 de julio de 2004


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