Mitterrand
Giulio Andreotti
El presidente Mitterrand
El sistema constitucional de Francia otorga al jefe del Estado no sólo un papel de representación, sino efectivos poderes políticos. Puede presidir el Consejo de Ministros y negociar los tratados internacionales. De ahí el contacto directo en política exterior con sus “homólogos”, pero también con los presidentes de gobierno y los ministros de Exteriores, especialmente en el ámbito de la Unión Europea y la Alianza Atlántica.
Socialista auténtico, Mitterrand era considerado un autónomo; de hecho existían –especialmente en el sur de Francia– alcaldes y políticos que se clasificaban sic et simpliciter como mitterrandianos. De todos modos, en las relaciones con él nunca pesaban las cuestiones de partido.
Que el presidente Mitterrand pudiera repetir otros siete años era algo que muchos franceses veían de buen grado (menos algunos candidatos a la sucesión, como Michel Rocard), y aún más los extranjeros, que apreciábamos grandemente su franqueza y su estilo
Como ministro de Exteriores, acompañé un
día al Elíseo al presidente Craxi. En la agenda teníamos una lista de
“buscados” que nos había dado la policía. Su reacción fue singular. ¿Por qué no
dar un carpetazo al tema después de tantos años, sobre todo teniendo en cuenta
que muchos de estos sujetos se habían casado y desarrollaban pacíficamente
pequeños trabajos? De algunos no tenía noticias (uno de ellos, por lo demás,
trabajaba en la televisión, aunque no salía en pantalla), pero se declaró
disponible a entregárnoslos si seguían siendo brigadistas activos. Se me ocurrió
decir: «Si es así, es mejor que se quede con ellos». Craxi me miró mal,
Mitterrand sonrió y pasamos a otro tema.En una ocasión estuvimos en desacuerdo. Él estaba en Venecia durante la desafortunada operación militar aliada en el Líbano. Los franceses habían decidido unilateralmente realizar un bombardeo, poniendo en peligro la situación de todos (recuerdo que voló por los aires un cuartel de los americanos). Como ministro de Exteriores protesté, quizá con más dureza de lo necesario. Existía también una divergencia con los franceses en la relación con Siria, que nosotros habíamos conseguido mantener en buenos términos. De todos modos, todo quedó ahí. Mitterrand cambió de tema hablando de Venecia y de que le gustaría comprarse un pequeño apartamento, si encontraba alguno barato. También era gran admirador de otras ciudades italianas, como Arezzo y Viterbo. En Bolonia le otorgaron con gran solemnidad el honoris causa.
Durante el decisivo semestre de presidencia italiana, poco antes de la Conferencia de Maastricht, la señora Thatcher, contraria a la Conferencia, se dirigió al Palacio Farnese (sede de la embajada francesa en Roma) para convencer a Mitterrand de su tesis. No lo consiguió, y tuvo que rendirse al verse aislada durante la sesión. En sus memorias ha escrito algo que no obedece a la verdad: que los italianos habíamos cambiado el orden del día. En fin. En otra ocasión, la Thatcher pretendía que los demás se sumaran a sus peticiones y provocó una reacción de Mitterrand (y Kohl) muy firme.
Arriba, el presidente francés con Juan Pablo II en el aeropuerto de Tarbes en agosto de 1983; debajo, los miembros del Consejo europeo, reunido en sesión especial en Roma, ultiman la preparación de las dos conferencias intergubernamentales, una sobre la unión económica y monetaria, y la otra sobre los aspectos de la unión política, en octubre de 1990
El presidente se divertía mucho recordando este intercambio de golpes bajos.
En aquella ocasión me habló de la técnica que adoptar en los debates televisados. Hay que ser muy breve, usar frases que no lleven a equívocos, evitando palabras difíciles, como autodeterminación, o de significado polivalente, como inversiones.
Fue realmente una lección útil.
En agosto de 1980 Mitterrand se entrevistó en Estrasburgo con Enrico Berlinguer. En una entrevista concedida a La Repubblica, dijo: «Podemos construir juntos la izquierda europea». Pero no se fue a más, entre otras cosas por una comprensible reacción de algunos líderes socialistas italianos, a los que no les gustó que se les dejara en la cuneta.
Por lo demás, las conversaciones con Mitterrand, incluso fuera de las reuniones formales, eran de gran interés. Siempre estuvo muy comprometido con la cuestión palestina, considerándola el eje de todos los problemas. Pero también te espetaba preguntas cuando menos te lo esperabas, como por ejemplo, si estábamos decididos a volver a tener un papa italiano, después del polaco. De nuestro sistema político le gustaba sobre todo una cosa: que los ex presidentes de la República se convertían automáticamente en senadores vitalicios.
Por lo demás, las conversaciones con Mitterrand, incluso fuera de las reuniones formales, eran de gran interés. Siempre estuvo muy comprometido con la cuestión palestina, considerándola el eje de todos los problemas. Pero también te espetaba preguntas cuando menos te lo esperabas, como por ejemplo, si estábamos decididos a volver a tener un papa italiano, después del polaco. De nuestro sistema político le gustaba sobre todo una cosa: que los ex presidentes de la República se convertían automáticamente en senadores vitalicios
Hacia los americanos no sentía el mismo
desdén que De Gaulle, pero cuando en octubre de 1985 Reagan envió las
invitaciones para una reunión occidental de preparación de la primera cumbre
con Gorbachov, no aceptó. Le echaba en cara al gobierno de Washington su
demasiado protagonismo y la no suficiente consideración de Europa. Consideraba
también que no entendían el socialismo democrático. Copio de mi diario (1 de
mayo de 1985) esta frase: «Si se le dice a los ciudadanos que no escupan en el
suelo, ¿es socialismo? Si no se han de hacer las necesidades corporales por la
calle, ¿es quizá una norma contraria a la economía de mercado? Si se obliga a
circular por la izquierda, ¿es dirigismo sofocante?».Un detalle curioso.
En el diario de Jacques Attali se refieren con precisión los encuentros del presidente Mitterrand con los huéspedes extranjeros. He encontrado aquí la explicación de un curioso saludo que recibí en el hipódromo de Longchamp, dándoseme las gracias por haber llevado allí al presidente Mitterrand. Yo, efectivamente, había hecho coincidir mi encuentro bilateral en París con el día del GranPremio Arco de Triunfo, y habíamos ido a la carrera de caballos. Pero no sabía que Mitterrand detestaba la hípica, y que había ido por pura cortesía.
Posteriormente me enteré de que una declaración suya contra las apuestas hípicas provocó tan encendidas protestas que el Partido Socialista se las vio y deseó para salir del paso. El tiercé es muy popular en Francia, y criticarlo es realmente impopular.
Es muy hermosa la definición que dio el gran escritor Jean Guitton de Mitterrand: «Un rey socialista curioso de Dios».
Tras la muerte de François Mitterrand hubo desagradables polémicas póstumas contra él en Francia. No quiero meterme en las cosas francesas. Como italiano y europeo conservo de él recuerdos positivos.