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Sacado del n. 10 - 2004

Al rico le pierde su ceguera frente al pobre


«El riesgo para Europa es que trate el drama de los pobres con mentalidad de rico, mientras que la Iglesia lo afronta con corazón de pobre». La homilía del presidente emérito del Consejo pontificio de Justicia y paz durante la misa de clausura de las Semanas Sociales de Francia, el 26 de septiembre de 2004


por el cardenal Roger Etchegaray


El rico epulón y el pobre Lázaro, evangeliario del emperador Odón III, tesoro de la Catedral de Aachen

El rico epulón y el pobre Lázaro, evangeliario del emperador Odón III, tesoro de la Catedral de Aachen

Estamos aquí reunidos en el Día del Señor, el día del programa mundial de todo cristiano, “hijo de la Resurrección”.
Aquí estamos alrededor de la mesa eucarística, la mesa que inspira y estimula más que todas las mesas, porque reúne a hombres nuevos de la mañana nueva de Pascua por un mundo que hay que inventar continuamente. Estamos en la buena escuela de André Boissard, Marius Gonin, Eugène Duthoit y de tantos otros que la fe pascual proyectó en la aventura de las Semanas Sociales de Francia, hace cien años. Estamos aquí realmente todos nuevos creyendo que nuestra Europa, llamada el “viejo mundo”, puede tener un destello de juventud, gracias a la levadura cuyo secreto posee el Evangelio.
Esta misa es «por Europa». El último acto de nuestras jornadas nos coloca a todos en las manos de Dios. Europa no puede olvidar que entre sus raíces están las raíces cristianas. Pero ¿de qué sirven las raíces mejores si no son portadoras de linfa? ¿Y cómo puede haber una linfa separada de las raíces que le daban fuerza y color?
¡La Europa que se viene formando es mucho más que un tesoro aún por desenterrar, más que una herencia que defender! En la precariedad de sus instituciones, participa del diseño creador de Dios para que el hombre, hecho a su imagen, sea el alma del mundo, el hombre total cuya dimensión religiosa amalgama a las demás en una unidad viva.
Se trata de hacer de Europa una casa digna del hombre. No se trata tanto de mirar hasta dónde construir las murallas de Europa, es el propio hombre hoy día el que está rodeado de murallas; y nosotros debemos ayudarle a habitar una Europa en la que pueda adquirir su estatura verdadera, gracias a los valores espirituales mediante los cuales el hombre se vuelve plenamente hombre.
Esta mañana hemos escuchado las reacciones y luego las conclusiones a las propuestas formuladas por los seis forums que llenaron la jornada de ayer. Me alegra ver cómo entran numerosos en las obras de Europa también laicos, los “católicos sociales”, como tautológicamente se les llamaba hace cien años. Sacerdotes y obispos han de iluminaros a todos vosotros en la diversidad de vuestros análisis, y apoyaros mediante la compleja red de vuestra solidaridad. Se ha dicho que poniendo en práctica una encíclica social los cristianos preparan la posterior, para que nada escape antes o después a la mirada maternal de la Iglesia.
¡Pero pocos conocen su pensamiento social, un pensamiento que demasiado a menudo se confunde con un tema opcional! Cerca de los manantiales de la fe, esta enseñanza nos habla a veces en imperativo, a veces en optativo, nunca en facultativo. Necesitamos puntos de referencias visibles y firmes, sobre todo en una época tan indecisa y fluctuante como la nuestra, en la que la privatización de la fe transforma rápidamente los contrastes de ideas en guerras de religión. Las Semanas Sociales están más que nunca llamadas a desempeñar un papel importante de universidad popular e itinerante al alcance de todos, sobre todo de los jóvenes, que tienen muy poco apetito por un futuro realmente poco llamativo.
De las seis obras que habéis abierto, quisiera hablar de la que el Evangelio de este domingo nos sugiere para la meditación: la obra de la pobreza, de la apertura y el reparto. La parábola de Lázaro y el rico me ha acompañado, pisándome los talones, a todos los lugares del mundo a los que me ha mandado Juan Pablo II. Tratemos de entender bien la parábola. Le damos al rico el adjetivo de «malo»; Cristo dice sólo «había un rico», eso es todo: no era malo. Se habla del «mendigo Lázaro», pero Cristo dice sólo «un pobre cubierto de llagas», eso es todo; no pedía nada. La distancia que los separaba en la tierra no era mucha, sólo el umbral de una puerta; pero la ceguera o el simple olvido del rico frente al pobre bastó para crear entre ellos la distancia infinita entre el cielo y el infierno.
Pedro cura al lisiado, Matteo del Pollaiolo, bajorrelieve de mármol del sagrario de Sixto V, Basílica de San Pedro, Ciudad del Vaticano

Pedro cura al lisiado, Matteo del Pollaiolo, bajorrelieve de mármol del sagrario de Sixto V, Basílica de San Pedro, Ciudad del Vaticano

Cierto es que no hay nada más urgente que luchar contra la pobreza, esa llaga abierta en el costado de la humanidad. Pero, ¿dónde se esconde y de qué pobreza se trata? ¿Las “nuevas pobrezas” que la sociedad de la abundancia producen no son quizá una señal de su fragilidad?
El riesgo para Europa es que trate el drama de los pobres con mentalidad de rico, mientras que la Iglesia lo afronta con corazón de pobre. De ahí el gigantesco equívoco entre la pobreza económica y la pobreza evangélica. ¿Cómo explicar hoy que se puede conciliar una pobreza contra la que luchar con una pobreza que abrazar siguiendo al “Poverello” de Asís? ¿Cómo encontrar un lugar para la gratuidad de un hecho de amor en una civilización mercantil? La beatitud de la pobreza parece un lujo o una burla. Reavivar sus raíces evangélicas significa para Europa aprender a mirar el mundo como Jesús, desde lo alto de la montaña de las Bienaventuranzas y atreverse a proclamar: «¡Bienaventurados los pobres!». Sí, bienaventurados los que se niegan a postrarse ante los ídolos del dinero y el poder.
Hay verdadero reparto sólo en la pobreza. Hay verdadera riqueza sólo en el reparto. Pobreza, reparto, apertura, este último término de la trilogía es una ventana, o mejor dicho, una gran puerta sobre el mundo, sobre todos los continentes allende los mares. Pero hay un continente en el que Europa piensa poco, siendo el más cercano, hasta el punto de que casi forma parte de él, aunque culturalmente es el más lejano: Asia. Porque en el fondo Europa no es más que una pequeña península del inmenso continente que se extiende desde Extremadura hasta Extremo Oriente, y no podemos olvidarlo en nuestro deseo de solidaridad universal. He conocido a un anciano sacerdote chino que de joven había venido a pie desde Shanghai hasta París para estudiar…
Hermanos y hermanas, ¡mirad hasta dónde puede llevar una homilía sobre Europa!… ¡hasta la China Popular! Es hora de terminar. O mejor, de entrar enseguida todos juntos en el misterio de la Eucaristía que nos coloca en el centro de nuestras responsabilidades sociales. El hombre moderno, a menudo decepcionado o traicionado por sus propias obras, se espera mucho de la Iglesia, más de lo que él mismo reconoce. No espera que le enseñe cosas que pueda aprender incluso sin ella, sino que le diga lo que ella sola puede decirle, como san Pedro, con tranquila audacia: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo, el Nazareno, ¡ponte a andar!» (Hch 3,6). ¡Ponte a andar! La Eucaristía nos ofrece sencillamente el encuentro con el Resucitado, aquel que excava y llena al mismo tiempo un hambre de justicia más fuerte que la de los hombres.
Que esta misa por Europa sea un anticipo de la Tierra nueva y de los Cielos nuevos, una comunidad feliz de vivir en plenitud una hermandad de hombres y mujeres reconciliados por la muerte y resurrección del Salvador «por la gloria de Dios y la salvación del mundo».
Oremos para que Europa se convierta en un lugar cada vez más repleto de esperanza humana, de esa esperanza que es hija de Dios.
Amén.


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