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VON GALEN
Sacado del n. 11 - 2004

Deploramos amargamente

La última intervención pública del cardenal Clemens August von Galen




Algunos fragmentos del discurso que el obispo pronunció en Münster el 16 de marzo de 1946 tras recibir en Roma de manos de Pío XII la púrpura cardenalicia

Mis queridos diocesanos, […]
Os agradezco que celebréis mi vuelta como cardenal de la Santa Iglesia Romana a esta querida ciudad nuestra, a mi querida patria […].
El Santo Padre me ha conferido esta dignidad, y puedo aseguraros que estoy realmente anonadado por la bondad, la amabilidad y la gracia condescendiente que el Vicario de Cristo, el Sucesor de san Pedro, me ha demostrado personalmente con este honor y con el amor con que me ha recibido. Pero cuando el jefe de la Iglesia realiza una acción como esta, no se trata de un honor hecho a una sola persona […].
Miles de personas sentían dolorosamente conmigo y como yo que la verdad de Dios y la justicia de Dios, la dignidad humana y los derechos humanos se dejaban a un lado, despreciados y pisoteados; conmigo y como yo lo sentían como una amarga injusticia hacia el verdadero bien de nuestro pueblo que la religión de Cristo se fuera alejando cada vez más […]. Sabía que muchos habían sufrido graves penalidades, mucho más graves de las que yo mismo sufrí personalmente, en aquellas persecuciones de la verdad y de la justicia que hemos vivido.
No podían hablar, podían sólo sufrir. Quizás ellos ante los ojos de Dios –para los cuales el sufrimiento, sí el sufrimiento, tiene un peso muy superior al actuar y al hablar–, y quizá también muchos de los que ahora se hallan aquí, han merecido en realidad más ante los ojos santos de Dios, porque han sufrido más que yo.
Pero mi derecho y mi deber era hablar y he hablado, por vosotros, por las innumerables personas que aquí están reunidas, por las innumerables personas de nuestra querida patria alemana, y Dios ha bendecido mis palabras, y vuestro amor y vuestra libertad, mis queridos diocesanos, han mantenido lejos de mí la que habría podido ser mi final, pero quizá también han impedido que yo recibiera la recompensa más hermosa, la gloriosa corona del martirio. [Casi imperceptible por decirlo con un hilo de voz].
Vuestra fidelidad lo ha impedido. Porque vosotros estabais detrás de mí, y los poderosos sabían que el pueblo y el obispo formaban en la diócesis de Münster una unidad inseparable, y que, si atacaban al obispo, todo el pueblo se sentiría atacado.
[…] Ahora el Santo Padre ha llamado a tres obispos alemanes al colegio de los cardenales y ha querido, con ello, demostrar ante todo el mundo (ese mundo que en gran parte ve ahora en Alemania –al menos por lo que se infiere de las expresiones de la opinión pública en muchos otros países– sólo el final de un sistema delictivo y contrario al cristianismo, que está dispuesto a despreciar y rechazar todo lo alemán, que está dispuesto a considerar a todo el pueblo alemán un grupo de delincuentes), pues bien, el Santo Padre ha querido demostrar frente a todo este mundo, eligiendo a tres cardenales alemanes, que no es de esta opinión. El ha demostrado frente a todo el mundo que conoce Alemania mejor que los que nos juzgan así y así nos quieren condenar y maldecir.
El ha demostrado que, pese a la equivocación y los delitos de muchos alemanes, que deploramos amargamente y cuyas consecuencias hemos de soportar con la destrucción de nuestras ciudades y más, gran parte de nuestro pueblo no ha acatado los principios malos y paganos, y que hay muchos miles, incluso millones de alemanes que, como personas honradas, merecen realmente que se les haga también a ellos libertad y justicia, como a todos los pueblos del mundo, a todos los otros hijos de Dios en esta tierra […].


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