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CRISIS IRAQUí
Sacado del n. 03 - 2003

ANÁLISIS. The New Rulers of the World de John Pilger

Matadero Irak


El nuevo libro del periodista australiano documenta los sufrimientos del pueblo iraquí bajo la dictadura de Sadam, durante la guerra del Golfo y el embargo económico



Soldados americanos observan el cuerpo carbonizado de un soldado iraquí durante
la operación Tormenta del desierto de 1991

Soldados americanos observan el cuerpo carbonizado de un soldado iraquí durante la operación Tormenta del desierto de 1991

«La historia es un gran matadero», decía Hegel. Leer el libro del periodista australiano John Pilger, The New Rulers of the World, da a la frase del filósofo alemán un contenido de dramática actualidad. El volumen se compone de cuatro reportajes que tratan de las matanzas cometidas en Indonesia (las que tuvieron lugar tras la caída de Sukarto y las más recientes de Timor oriental), la discriminación racial de los aborígenes australianos, la guerra del Golfo y el consiguiente embargo, y la intervención armada en Afganistán. El autor, definido hombre de la «izquierda neoidealista» (como dice en su libro), parece extremo y maximalista en sus conclusiones. Pero la cantidad de documentación que contiene el volumen es impresionante. Ha de ser por esto por lo que un periódico desde luego no extremista como el Corriere della Sera publicó una reseña elogiadora. Proponemos a nuestros lectores, por su extrema actualidad, algunos pasajes del libro relativos a la guerra del Golfo y las sanciones económicas contra Irak.
El hecho de que Sadam Husein, gozara durante la guerra con Irán del apoyo de Occidente, incluso mediante la venta de material bélico, no es por supuesto un misterio. Ni tampoco que dicho apoyo continuara después de que el conflicto terminó. Sin embargo, causan deconcierto las páginas del libro en las que el periodista describe su visita al hotel Al Rashid de Bagdad, donde un empleado, añorando «los tiempos pasados», muestra al autor su colección de Baghdad Observer, en cuya «portada está Sadam Husein, como siempre, la única variación entre las fotos es el distinto ministro del gobierno inglés, sonriente o vacilante, que está sentado a su lado en el sofá presidencial». Entre estas fotos de recuerdo, relacionadas, según Pilger, con la venta de material bélico, están las de David Mellor, del Foreing Office, y de Tony Newton, subsecretario para el Comercio de Margaret Thatcher. Los dos posan al lado de Sadam en 1988: el primero mientras el dictador «ordenaba la muerte por medio del gas de cinco mil curdos en la ciudad de Halabja»; el segundo, un mes después de la matanza. El hecho de que también los Estados Unidos abastecieran al dictador, como demostró una investigación del Congreso americano en 1992, no es un secreto para nadie. Por lo demás, en los últimos meses dio la vuelta al mundo una foto de Sadam Husein estrechando la mano a un sonriente Donald Rumsfeld, el actual halcón del Pentágono, de visita a Bagdad. Pero un informe del Senado americano de 1994, citado en el libro, revela un detalle poco conocido, es decir, «la entrega a Irak de ingredientes para las armas bacteriológicas: el bacilo del botulismo desarrollado por una sociedad de Maryland con licencia del Ministerio del Comercio y con la aprobación del Departamento de Estado». En fin, por una extraña ironía del destino, los inspectores de la ONU que actualmente se encuentran en Irak están tratando de comprobar si las armas que Estados Unidos dio al dictador siguen siendo activas o, como dicen los iraquíes, han sido destruidas.
El libro se detiene también en detalles menos conocidos de la guerra del Golfo. Ciertamente, el conflicto fue decidido en el ámbito de las Naciones Unidas tras la invasión iraquí de Kuwait. Pero con todo y esto la guerra de “liberación” de Kuwait fue una guerra como las demás, con sus muertos y mentiras. Una desagradable verdad reconocida también por un testigo excepcional como Peter Arnett, enviado de la televisión americana CNN a Bagdad, en un artículo publicado a mediados de febrero en The Guardian. En su libro, Pilger revela que durante el conflicto se usaron masivamente proyectiles con uranio empobrecido. Escribe el periodista australiano: «En 1991 el instituto para la energía atómica inglés calculó que si sólo el 8% del uranio empobrecido que explotó en la guerra del Golfo hubiera sido inhalado habría podido causar “quinientos mil muertos potenciales”». Un estudio inquietante si consideramos que la contaminación radioactiva no terminó con la guerra. Sin la persistencia de las radiaciones es difícil explicar el aumento vertiginoso de malformaciones y enfermedades como el cáncer y la leucemia, de los que el libro ofrece numerosos testimonios.
El libro destruye también el mito en torno a otros proyectiles especiales: las llamadas “bombas inteligentes”. El conflicto del Golfo, se dijo, señalaba el comienzo de una nueva era, en la que sería posible realizar una “guerra quirúrgica”, que mediante las bombas “inteligentes” permitiría reducir al máximo las víctimas inocentes. Escribe el periodista australiano: «En realidad, menos del 7% del armamento usado en la operación Tormenta del desierto eran armas “inteligentes”, como reconoció el mismo Pentágono mucho después de acabada la guerra. El 70% de las 88.500 bombas lanzadas sobre Irak y Kuwait, el equivalente de siete Hiroshima, no dieron en el blanco, y muchas cayeron en zonas habitadas». De los muertos iraquíes de aquellos días se sabe muy poco. En el libro se recuerda el episodio relacionado con la fotografía de Ken Jareke (publicada sólo por The Observer) en la que se veía a «un iraquí hecho polvo, petrificado al volante de su camión en la carretera de Bassora donde, con otros centenares más, había sido incinerado por los pilotos americanos que se dedicaban al “tiro al pavo” contra la retirada de los iraquíes y de los ciudadanos extranjeros, sobre todo “trabajadores huéspedes”, que habían quedado atrapados en Kuwait». Pero, sigue diciendo el periodista australiano, «la de la carretera de Bassora, fotografiada por Ken Jareke, fue sólo una más de las muchas matanzas. Las otras no fueron revelas porque tuvieron lugar lejos del control del “consorcio de periodistas”. Está claro que habría que controlar la noticia, referida en el libro, según la cual «sin que los periodistas lo supieran, en los últimos dos días antes del cese del fuego se utilizaron sin descanso, sobre todo de noche, bulldozers acorazados americanos para enterrar vivos a los iraquíes en sus trincheras, incluidos a los heridos». Circunstancia revelada sólo seis meses después del final de la guerra por The New York Newsday del 12 de septiembre de 1991, en el que se podía leer que tres brigadas de la primera división de infantería mecanizada «habían utilizado quitanieves montados en tanques y excavadoras de combate para enterrar a miles de soldados iraquíes, algunos todavía vivos, a lo largo de más de ciento veinte kilómetros de trinchera». Queda la duda de que las cifras exactas de las víctimas del conflicto sean superiores a la ya de por sí alta de las cien mil unidades, indicada por las fuentes oficiales, cifra que no incluye las víctimas civiles. Sobre este punto el autor cita un estudio del Medical Educational Trust de Londres de 1991, según el cual «por lo menos 250.000 hombres, mujeres y niños murieron por causa directas del ataque […]. Esto confirma las estimaciones de los servicios de información americanos y franceses sobre “un número superior a 200.000 muertos”».
Sobre la fase sucesiva a la guerra, especialmente sobre las consecuencias del embargo que ha afectado al pueblo iraquí, se ha escrito mucho. El libro de Pilger refiere detalles particularmente odiosos, como el bloqueo de las medicinas, entre ellas las vacunas contra la difteria y la fiebre amarilla (enfermedad que ha exterminado como moscas a los niños iraquíes), porque se consideraban elementos aptos para la fabricación de armas bacteriológicas. O como el hecho de prohibir a los iraquíes de Londres enviar vestidos y juguetes a sus familias en Irak. Remitiendo a la lectura del libro para un examen detallado de estos aspectos, nos limitamos a referir los resultados de un estudio del Unicef, según el cual «entre 1991 y 1998 hubo 500.000 muertes más de la cuota prevista para los niños iraquíes de menos de cinco años de edad. Esto significa 5.200 muertos al mes con menos de cinco años que podían haberse evitado». Pero el bloqueo económico no ha causado sólo la muerte de niños. Los investigadores americanos John y Karl Mueller, trabajando sobre estadísticas realizadas por varios institutos científicos, en un artículo publicado en 2000 en la revista The journal of strategic studies, llegan a la conclusión de que «probablemente las sanciones económicas han causado en Irak la muerte de más personas que las que hayan podido causar todas las armas de destrucción masiva de la historia». Una enésima e inútil matanza que, según el periodista australiano (pero no es el único), ha conseguido el objetivo opuesto: obligando a la población extenuada a sobrevivir sólo gracias a la ayuda estatal, le ha permitido al dictador de Bagdad consolidar su poder.
Una mujer iraquí asiste a su hijo en el hospital pediátrico de Nassirya, a 370 kilómetros de Bagdad;

Una mujer iraquí asiste a su hijo en el hospital pediátrico de Nassirya, a 370 kilómetros de Bagdad;

Además del embargo, la posguerra iraquí ha tenido que soportar también los bombardeos de las fuerzas aéreas angloamericanas, en la zona de exclusión aérea al sur del país, prohibida a la aviación iraquí. Consultando distintas fuentes de información, el autor señala que en dieciocho meses «las fuerzas aéreas y navales americanas han llevado a cabo mas de 36.000 misiones en Irak, de estas 24.000 eran acciones de guerra [hasta enero de 1999, n de la r.]. En 1999, la aviación angloamericana lanzó más de 1.800 bombas y alcanzó 450 objetivos». ¿Objetivos militares? Pilger narra una visita que hizo a una aldea cerca de Mosul, y su conversación con algunos pastores que habían visto morir a sus familias bajo las “bombas inteligentes”. ¿Cuántas son las víctimas de estas incursiones? ¿Cuántas fuentes de sustento y asistencia para la extenuada población han sido destruidas? Al respecto el libro cita el contenido de un informe preparado por la ONU, que el autor tuvo la posibilidad de ver durante un coloquio con Hans Von Sponeck, el funcionario de más rango de las Naciones Unidas en Irak. En el informe, relativo al periodo 28 de diciembre de 1998-31 de mayo de 1999, dice Pilger que se detallaban docenas de ataques semejantes «contra aldeas, un muelle de pescadores cercano a un almacén del programa alimentario». Por lo que Von Sponeck, refiere el autor, había ordenado «suspender las expediciones [de ayudas de la ONU] por la tarde, cuando se realizaban estos ataques».
Situación análoga en la zona de exclusión aérea del norte de Irak, la que se creó para proteger a la minoría curda de la amenaza de Sadam. El autor refiere las varias incursiones de las fuerzas armadas turcas (se habla del antiguo gobierno turco, antes de la victoria electoral del partido islámico moderado) en el territorio ocupado por los curdos iraquíes. Se lee en el libro: «En 1995 y en 1997, unos cincuenta mil soldados turcos con el apoyo de tanques, cazabombarderos y helicópteros armados, ocuparon zonas enteras de “asilo seguro” de los curdos con el pretexto de atacar las bases del PKK (el partido independentista curdo). Volvieron de nuevo en diciembre de 2000, sembrando el terror en las aldeas curdas». Las incursiones turcas gozaban del tácito apoyo de la aviación angloamericana que, escribe Pilger, durante los ataques suspendía los vuelos de vigilancia sobre la zona. Pero es difícil saber lo que ha pasado en esa zona, considerando el silencio que rodea estas incursiones. Pero, se sabe que, en marzo de 2001, los «pilotos de la RAF que patrullaban la zona de exclusión aérea septentrional protestaron por primera vez públicamente respecto a las “tareas humanitarias de vital importancia” descritas por Tony Blair: se lamentaban de recibir continuamente la orden de volver a sus bases para permitir que la aviación turca bombardease a los curdos de Irak».
Que otros profundicen estas noticias. Así como queda por verificar la existencia de armas de destrucción masiva actualmente en manos del tirano iraquí. Con todo, esta documentación hace esperar que, ahora con mayor eficacia que entonces, se exploren todos los caminos diplomáticos para resolver de modo pacífico la crisis actual. Porque si, como es probable, la palabra pasa a los cañones, dejando a un lado la propaganda, para el pueblo iraquí será de nuevo un matadero. Y, además, poco “inteligente”.


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