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VATICANO
Sacado del n. 12 - 2004

Una misa por París


Desde hace 400 años se celebra en San Juan de Letrán una liturgia solemne por la prosperidad de Francia


por Gianni Cardinale


El embajador Morel saluda al cardenal Ruini

El embajador Morel saluda al cardenal Ruini

En la tarde del 13 de diciembre, mientras en el Aula Magna de la Universidad Pontificia Lateranense se desarrollaba el nuevo episodio del conspicuo diálogo entre el cardenal Joseph Ratzinger y el Presidente del Senado italiano Marcello Pera, a pocos metros de distancia, en la Basílica de San Juan de Letrán, se celebraba una liturgia muy particular y en cierto modo insólita. En la mater et caput omnium ecclesiarum el vicario del Papa, el cardenal Camillo Ruini, presidía la misa «pro felici ac prospero statu Galliae». Una liturgia particular porque no se tiene noticia de otras misas celebradas de manera tan solemne, en la capital de la cristiandad, a favor de otras naciones. Una función litúrgica insólita porque se celebra «por la felicidad y prosperidad» de una república que se considera orgullosamente “laica”.
El pasado 13 de diciembre la celebración fue particularmente solemne porque se cumplía el cuarto centenario de su institución. Como ha escrito monseñor Louis Duval-Arnould en el suplemento romano de Avvenire del 12 de diciembre, el origen de esta misa se remonta a los tiempos del rey de Francia Enrique IV, quien una vez convertido en heredero de un reino fuertemente dividido entre católicos y protestantes, en un primer momento abraza la confesión calvinista y luego regresa definitivamente a la Iglesia católica, obteniendo la absolución del pontífice. «Esta conversión», explica Duval-Arnould, «a la cual siguió una legislación que concedía a los protestantes una importante libertad religiosa –el célebre Edicto de Nantes de 1598–, había reestablecido la paz en el reino». Justamente con el fin de manifestar su reconocimiento a la Iglesia de Roma, cuyo perdón había consentido esta pacificación, en 1604 Enrique IV hizo una notable donación al Cabildo Lateranense. Entre las cláusulas de la donación fue establecida una misa que el Cabildo debería celebrar cada año, el día del cumpleaños del rey, 13 de diciembre, por la prosperidad de Francia.
Ahora los tiempos han cambiado. En Francia la monarquía no existe desde hace más de ciento cincuenta años, pero la misa de Santa Lucía sigue celebrándose puntualmente cada año. Y este año, como ya se ha dicho, de modo particularmente solemne.
A la celebración fueron invitados todos los miembros del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Asistieron a la misa, en primera fila, el embajador de Francia, Pierre Morel, y su consorte y los cardenales franceses Roger Etchegaray y Jean-Louis Tauran. El embajador, como buen católico, comulgó y, al final de la celebración, leyó un breve saludo a los participantes. El diplomático –que ha representado a Francia en sedes importantes como Moscú y Pekín– agradeció sobre todo al cardenal Ruini por esta «celebración a la cual usted ha sido fiel cada año», además de felicitarlo por los cincuenta años de sacerdocio, cumplidos hace poco. Después, Morel corroboró el vínculo particular que existe entre la Basílica Lateranense y Francia; un vínculo testimoniado también por el hecho de que fue precisamente otro rey de Francia, Carlos V, quien restauró la Basílica en el siglo XIV y construyó el monumental ciborio donde se conservan los relicarios de las cabezas de los santos Pedro y Pablo. Y es por este motivo –agregó el diplomático– «por el que encima del arco aparecen representadas las flores de lis de Francia».
Particularmente curiosa la homilía, en riguroso francés, del cardenal Ruini. El purpurado saludó al embajador Morel afirmando: «No olvidamos que en esta circunstancia usted representa al presidente de la república francesa [Jacques Chirac, n.de la r.], heredero de los reyes de Francia, al cual el Cabildo reconoce el título de “primer y único canónico honorario” de nuestra Basílica y que vino aquí, en 1996, para tomar posesión del asiento simbólico al que tiene derecho». Después, el cardenal vicario delineó una pequeña apología del rey Enrique IV, conocido sobre todo por su “París bien vale una misa”. «Cuando Enrique IV –dijo Ruini– eligió la Iglesia Católica y obtuvo el perdón de Roma, no se entregó ni a la intransigencia ni a la intolerancia, que eran la regla en la Europa dividida de entonces; antes que aplicar el principio “una fe, una ley, un rey”, según el cual cada reino o principado podía admitir solamente una religión, decretó amplias libertades a favor de los protestantes con el célebre Edicto de Nantes». «¿Cálculo político o sincero respeto de la libertad de conciencia?», se preguntó luego el purpurado, quien inmediatamente añadió: «No es éste el lugar para discutir el asunto; sólo quiero recordar que Enrique IV reconquistó así la paz religiosa en Francia, aunque el equilibrio siguiera siendo precario, y esto a pesar de la incomprensión de una parte de la opinión pública, cuyo fanatismo armó la mano del regicida François Ravaillac [el ex monje que mató a Enrique IV en 1610, n. de la r.]. No se trata de canonizar a Enrique IV, ni de hacer de él un santo o un mártir. Pero, quizás, este soberano pueda ofrecer una lección a nuestro tiempo, la lección de la tolerancia y la búsqueda de la paz».


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